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jueves, 30 de agosto de 2018

ODIO E IGNORANCIA



 Aproximadamente desde el mes de abril del presente año 2018 se vienen colocando en espacios públicos de diversas ciudades y poblaciones de nuestra geografía varios modelos de pegatinas informativas sobre el Carlismo y sus propuestas políticas, así como reivindicativas ante la situación social que padece nuestro país.

            Los voluntariosos y esforzados militantes que se dedican a tal actividad corren el riesgo de ser increpados, e incluso atacados, por intolerantes que desean imponer sus formas, sus ideas y sus modos y también se arriesgan a ser identificados y multados por agentes de la policía en aplicación de la llamada Ley Mordaza, pudiéndose afirmar que ya uno de ellosfue multado hace unos años al pago de trescientos euros de multa aunque graciasa la interposición de un hábil recurso quedó exonerado de tal sanción.

            Por ello, las instrucciones que se reciben son claras: ser precavidos, no caer en provocaciones, no entablar discusión alguna y si la policía solicita la identificación, proceder a identificarse y dar cuenta de inmediato a la asesoría jurídica con la que cuentan a fin de que se recurra la sanción que se les pretenda imponer por unas autoridades cada vez más ilegítimas y arbitrarias.

            La tarea de hacer lo que en el mundo de la publicidad se llama "propaganda directa", es muy ingrata pues se sabe y se asume que las pegatinas, y también los carteles, tienen siempre un periodo breve de durabilidad, aunque en el caso concreto al que ahora nos referimos parece ser que las pegatinas que se están distribuyendo se tardan más en pegar que en desaparecer.

            La desaparición de un medio de "propaganda directa" como es la pegatina puede deberse a varios motivos pero todos ellos se pueden identificar. Puede ocurrir que un coleccionista la vea y desee añadirla a su colección, en ese caso intentará despegar la pegatina cuidadosamente tirando de una esquina y abandonando tal acción en cuanto se rasgue lo más mínimo quedando la misma mínimamente dañada pero reconocible y legible. También puede pasar que los servicios municipales de limpieza en el desarrollo de sus loables labores limpien la zona en cuyo caso la pegatina desaparecerá por completo señalando la zona como ideal para reponerla de pegatinas ya que los servicios de limpieza no volverán a dicha zona durante un tiempo suficiente para que la "propaganda directa" cumpla la función que tenga que cumplir. Finalmente, existe el motivo exclusivo del odio de los intolerantes o de los que solo son tolerantes consigo mismos, en ese caso la pegatina queda ilegible y es dañada de tal modo que parece un cuerpo desgarrado tras un ataque de grandes mamíferos rabiosos; el autor, es evidente, desea dejar clara su intencionalidad.

 Pues bien, hemos sabido que, desde que empezó la campaña de colocación de las pegatinas en abril, las mismas son atacadas con una fiereza que a más de uno de nuestros militantes le ha resultado, como poco, alucinante.  Atendiendo al estado en que quedan las pegatinas al poco de ser colocadas, tal agresividad solo se puede achacar al más puro y radical odio que siempre suele ser fruto de la peor de las ignorancias que no es aquella del que no sabe sino aquella que procede de aquel que no tiene interés por informarse y conocer y que permanece fiel a sus prejuicios. Como se puede observar, ya que se adjuntan al presente artículo, las pegatinas en cuestión no atacan a nadie, sino que simplemente plantean la existencia de ciertos prejuicios y denuncian una situación social que es más que posible que se produzca percibiéndose realmente de unos años a esta parte como es un retroceso en la situación social que va a hacer que las futuras generaciones vivan peor que las presentes por lo que no creo que ningún ciudadano de a pie pueda sentirse ofendido por el contenido de dichas pegatinas.

            No importa si se colocan en los barrios más modestos de tradición "izquierdista" o en los barrios altos de gran componente "conservador" pues parece ser que a todos ofenden despertando gran fiereza destructiva, lo cual indica que si a el discurso que contiene no gustan ni a las denominadas "derechas" ni a las llamadas "izquierdas" es que el discurso que contienen debe dar en el clavo y ser el correcto.

            Esto que venimos padeciendo desde el mes de abril es, evidentemente en mucho menor escala, similar o incluso idéntico a lo que pasa en Cataluña (1) con el tema de los lazos amarillos y los lazos bicolores: reflejo de una bipolarización y radicalización político-social que hace vislumbrar en la próxima lejanía una tragedia de no reconducirse la situación por los caminos de la cordura y el sentido común.

           











(1) Donde, al parecer, más se respetan las pegatinas que se vienen colocando desde abril es en Cataluña, tal vez porque estén demasiado ocupados en el tema de los lazos, y en Euskalherria.  
   

miércoles, 22 de agosto de 2018

"LA REVOLUCIÓN" de GUSTAV LANDAUER


Portada del libro reseñado

 Escasas, escasísimas, son las obras de este filósofo anarquista alemán que se pueden leer en castellano. Ahora, gracias a la editorial "Enclave de Libros",  dispone el lector español de una de sus obras fundamentales titulada "La Revolución" (la otra obra fundamental de este autor es "incitación al Socialismo", hoy descatalogada) en la que sienta las bases de su original pensamiento por el que es considerado en el seno del anarquismo como un heterodoxo.

            Para Landauer, y así lo expresa en "La Revolución", el motor de la historia no es la Lucha de Clases sino la Voluntad de Poder. Lejos de considerar que la Historia se explica por métodos científicos como pretende hacer el materialismo histórico de Karl Marx considera que la dialéctica histórica se desarrolla alternando periodos revolucionarios utópicos con periodos de "Topías" siendo la "Topía" una realidad jurídico política y social y la revolución una negación de esa realidad. Así, en un primer momento existe una "Topía" que degenera y agobia a los individuos, los cuales en una explosión de espiritualidad niegan esa realidad durante un periodo revolucionario utópico que se agota rápidamente generando una nueva "Topía" que tendrá el mismo efecto ultimo de degenerar enfrentándose a una nueva revolución utópica. Topía (Realidad) - Utopía (Revolución) - Topía (Realidad) constituye la verdadera dialéctica histórica.

            A lo largo de "La Revolución" Gustav Landauer elogia profundamente la sociedad de la Edad Media a la que considera una "una totalidad de unidades independientes" y una "Sociedad de Sociedades" ideal formada por multitud de entidades y corporaciones federadas entre sí y en las que cada una de ellas agrupa a individuos unidos entre sí por vínculos espirituales considerando a la Reforma Protestante del siglo XVI como la gran revolución y, por tanto, la gran negación, de la sociedad medieval que da origen del estado coercitivo actual.  Ante tal afirmación, la obra de Landauer nos hace preguntarnos si la revolución definitiva no consistirá en una especie de reconstrucción de aquella sociedad medieval.

            Landauer  considera que la revolución se encuentra en el interior de cada uno de nosotros por lo que en el fondo propone una profunda transformación espiritual y moral del individuo que le permita, en unión con otros individuos, transformar la realidad global formando una nueva sociedad contrapuesta al estado. Esta idea de contraponer la sociedad al estado le aproxima notablemente al "Sociedalismo", teoría política desarrollada en España a finales del Siglo XIX por los ideólogos políticos del Carlismo y según la cual toda la soberanía radica en la sociedad organizada orgánicamente y no al estado ni a la ley.

            Gustav Landauer nació en Karlsruhe (Alemania) el 7 de abril de 1870 y murió asesinado en la prisión de Munich el 2 de Mayo de 1919 durante la represión de la Revolución Alemana. Con la muerte de Landauer, ardiente activista por la paz durante los años inmediatamente anteriores al inicio de la I Guerra Mundial e incluso durante esta, Alemania no solo perdió un eminente filósofo sino también un notable traductor al que, todavía hoy, se le considera el mejor traductor de las obras de Shakespeare al alemán.

            Además de la edición de "La Revolución" que reseñamos y que tiene la ventaja de venir acompañada de una pequeña selección de otros textos menores del autor que nos permiten vislumbrar mejor el pensamiento de Landauer, también se puede encontrar en nuestro país su obra "Escepticismo y Mística. Aproximaciones a la Crítica del Lenguaje de Mauthner" editada por la editorial Herder.

martes, 14 de agosto de 2018

DESMEMORIA HISTÓRICA


Portada de la obra de D. Antonio Priala publicada por Turner

 Hace doce años, descubrí en el escaparate del departamento de oportunidades de una conocida librería del centro de Madrid, hoy en obras, que ofertaban a un precio insuperable los seis primeros volúmenes de "La Historia de la Guerra Civil" de don Antonio Pirala editada en los años noventa del pasado siglo por la editorial Turner y actualmente descatalogada (1). Inmediatamente, no me lo pensé dos veces y entre en la librería con la intención de adquirirla ante el asombro de dos de los dependientes que se apresuraron a advertirme que "no se trataba de la guerra civil española" ya que, al parecer, con anterioridad habían sacado de la trastienda los seis voluminosos volúmenes, valga la redundancia, para otro cliente que al ver que no se trataba de la guerra de 1936 a 1939 había rehusado comprarlos.

            Como entiendo que la Caridad también consiste en enseñar a quien no sabe, indiqué a los dependientes que sí se trataba de la guerra civil española porque, lamentablemente, en nuestro país había habido más guerras civiles que la de 1936 a 1939 y que no se preocupasen que no les iba a hacer trabajar de balde pues teniendo conocimiento de lo que iba la obra iba a comprarla en cualquier lo caso. Aclarado este extremo, me proporcionaron la obra de Pirala en dos bolsas con las cuales me fui tan feliz a mi casa.

            "La Historia de la Guerra Civil" que, por cierto, lleva por subtitulo "Y de los Partidos Liberal y Carlista" de Antonio Pirala, popularmente conocida como "El Pirala" es una obra de obligada referencia para conocer el Siglo XIX español ya que, completa, abarca desde poco antes del fallecimiento de Fernando VII hasta finales de la década de 1870, por lo que el desconocimiento que de la misma tenían tanto los dependientes de la librería como el interesado cliente anterior pone de manifiesto el escaso conocimiento e interés que despierta entre nuestros compatriotas la historia que no se circunscribe al concreto periodo de 1931 a 1975 haciendo que sobre el resto de los años, siglos, periodos y acontecimientos caiga el olvido y la desmemoria como si se hubiera dictado un nuevo "decreto de noche y niebla".

            Durante años, Antonio Pirala estuvo recopilando documentación y testimonios directos de los actores de la historia que pretendía escribir por lo que se le ha acusado de que su obra contiene, en ocasiones, versiones contradictorias del mismo acontecimiento, pero ello es debido a que el autor se limitó a reflejar las versiones ofrecidas por los protagonistas de los dos bandos, dejando al lector que sacase sus propias conclusiones. Tal fue la cantidad de documentos recabados y de testimonios documentados por Antonio Pirala que el "Fondo Pirala", nombre con el que se conoce su archivo, ha servido como base para la elaboración de numerosas obras de nuestra literatura tales como los "Episodios Nacionales" de Pérez Galdós o la serie de "Memorias de un Hombre de Acción" de Pío Baroja.

            La parte de la obra de Pirala publicada por Turner, ofrece numerosos episodios y anécdotas de un enfrentamiento bélico que refleja el carácter especial y llamativamente cruel y salvaje que adquieren las contiendas fratricidas en nuestro país donde los límites morales desaparecen imperando la más absoluta inhumanidad, extremos estos que llamaron la atención al autor británico Richard Ford, quien escribió un revelador ensayo histórico titulado "Los Españoles y la Guerra. Análisis Histórico sobre la Primera Guerra Carlista y Acerca del Invariable Carácter de las Guerras en España".

Monumento al Ejército Liberal en Castellón de la Plana
 Hoy, cuando la historia oficial de nuestro país comienza en 1931 y que la única Guerra Civil sufrida o, al menos, relevante e importante es la de 1936-1939 tal y como pusieron de manifiesto con su actitud los dependientes de la librería antes mencionada y aquel cliente que les hizo trabajar inútilmente acarreando los pesados volúmenes del Pirala para luego despreciarlos sobre el mostrador, solo existe recuerdo y memoria histórica para los muertos de aquel conflicto y para ninguno más. Nadie recuerda, ni reivindica, ni pide justicia para María Griñó, madre del General Cabrera, fusilada exclusivamente por el motivo de ser la madre del ilustre general carlista ni nadie recuerda, ni tiene memoria, ni pide dignificación de las numerosas víctimas inocentes cuyo asesinato y martirio quedaron sobradamente documentados en la olvidada y despreciada obra de don Antonio Pirala donde figuran numerosos hechos crueles y criminales como el sucedido en Fuente el Fresno (Ciudad Real) el 4 de Julio de 1840 (casi un año después de firmado el Convenio de Vergara y tan solo dos días antes de que el Ejército Carlista del Maestrazgo cruzara la frontera franco-española y se refugiara en Francia) por cuyo patetismo y especial crueldad reproducimos a continuación:

            "... Este niño, llamado Francisco Martín, hijo de un carlista, fue preso en represalias, y comprendido en el sorteo le toco el número fatal. Todos se interesaron por él en el pueblo de Fuente el Fresno, e inútilmente, y el 4 de Julio de 1840, fue conducido al suplicio, llevándolo de la mano un soldado de los que formaban el piquete para fusilarlo. Triscaba como inocente corderillo la tierna criatura, creyendo le llevaban a jugar o a paseo y decía:

            - Me compraréis unas naranjas y tostones, y no me haréis pupa, ¿No soldaítos? ¿Ni a mi padre ni madre tampoco?...

            Lloraba el militar que le conducía, los que formaban el cuadro no podían contener la emoción y el piquete que había de hacer la descarga temblaba a la vista de tan inocente e inhumano sacrificio. Afectados todos, y sin quererse desprender el niño de su lado, que a todos hablaba y con todos quería jugar, enternecido el mismo jefe, echó a rodar una naranja y tostones, corrió aquel ángel a coger el cebo de su muerte y le hicieron una descarga cayendo a tierra a impulso de las balas que traspasaron su vientre, saliendo de aquellas cruentas heridas parte de las tripas y entrañas. Los espectadores horrorizados las vieron sostener con sus inocentes manos al niño que exclamo:

            - No matar, no hacerme pupa...

            Y se dirigía hacia los soldados que obedeciendo los nuevos mandatos amenazantes del jefe que dirigía el piquete, volvieron a descargar temblando las mortíferas armas y al final le remataron". (Antonio Pirala, Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista).

            Sobran las palabras.... Evidentemente de Francisco Martín nadie se acuerda, nadie le reivindica y nadie le pide justicia...  y los monumentos y homenajes a quienes tal "heroicidad" perpetraron siguen en pié y a nadie parece importarles.

            Saque el lector sus conclusiones si es que alguna conclusión quiere sacar.


               











(1) "Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista" de Antonio Pirala es una obra general y completa que abarca prácticamente todo el Siglo XIX español. La edición de la editorial Turner solo llega hasta el final de la I Guerra Carlista y no comprende ni la Regencia de Espartero, ni la I República ni la III Guerra Carlista, siendo una especie de facsímil de la segunda edición de la obra que es la más preciada por los bibliógrafos al ser tamaño folio y tener numerosas láminas impresas a color que también son muy apreciadas si, separadas de los libros por estar estos muy deteriorados, se venden sueltas.

miércoles, 1 de agosto de 2018

JUZGUEMOS A LOS JUECES



 La primera lección sobre la justicia española me la dio mi abuelo Cirilo, cuando de niño me cantaba una jota diáfana:

La Ley es tela de araña
pensada p'a los más ricos
se libran los bichos grandes
y atrapa los pequeñicos

            Pronto aprendimos que, además de pobres, los jueces tenían obsesión por meter en la cárcel a disidentes políticos, siempre, eso sí, en nombre de la ley vigente. Legalidad, ante todo. Estábamos en el franquismo y, de pronto, los mismos jueces siguieron aplicando las leyes de la democracia, cuando todo ese estamento debería haber sido enterrado en el Valle de los Caídos, junto a su caporal.

            Ya en democracia, seguimos padeciéndolos. Un día, los parapoliciales me quemaron el coche: lo rociaron con gasolina, hicieron un reguero de 30 metros en una empinada cuesta y desde arriba le prendieron fuego. Para no tener que pagar, la compañía de seguros expuso al juez el evidente atentado, pero la Guardia Civil emitió un informe diciendo que el reguero fue producido por los líquidos que se habían desprendido del coche en llamas. “Señor Juez –le dije- los líquidos en una cuesta van hacia abajo, no hacia arriba”, y le invité a que se personara a ver el lugar del atentado, muy cerca del Juzgado.

            -“Yo no puedo contradecir un informe de la Guardia Civil” -me dijo por última respuesta. Desde entonces, la jurisprudencia española tiene un caso donde se certifica que la ley de la gravedad es al revés: los pesos y los ríos suben, no bajan. Aquel juez, con su plomiza cabeza, también ascendió en el escalafón.

            Esta anécdota es una minucia, cagarruta jurídica irrelevante en el estercolero gigante de sentencias que los vascos y vascas han padecido, por una judicatura hija de la ocupación militar primero y del franquismo después. Poder sostenido, en último término, por una Policía y un Ejército sin el menor gen democrático en su cromosoma histórico. Ya nos lo advirtió Cánovas en el siglo XIX: “Cuando la fuerza causa estado, la fuerza es el Derecho”. Y con ese argumento, derrotados en las guerras forales, los vasconavarros perdimos la capacidad de juzgarnos en nuestra tierra, con jueces paisanos. Navarra, 1841. Ayer mismo.

            El resultado hoy día es un pequeño país con miles de torturados y torturadas, que han denunciado sus horrores ante docenas de magistrados sordos, que miraban a otro lado cuando no se reían. Luego sus señorías ascienden, son candidatos al Premio Nobel de la Paz o nombrados ministros de Justicia.

            Jueces que mantienen las cárceles llenas de parias o de independentistas, mientras la cúpula del poder, encabezada por los Borbones, es un pudridero público, donde ya es imposible seguir las tramas corruptas que engarzan a toda la casta. Una justicia diseñada para permitir guerras; para que puedan dar a la banca el dinero de los jubilados; para desahuciar proletarios; para castigar a los pueblos que intentan ser libres; para permitir que el 1% de la sociedad arrample con el 90% de la riqueza e impedir, como pedía Séneca, “que la igualdad sea el principio de la Justicia”. Jueces en Madrid para impedir que los parlamentos de Euskal Herria puedan emitir sus propias leyes. Y claro, para reprimir a quien proteste, sea cerrando un periódico, deteniendo un rapero, prohibiendo ikurriñas en los ayuntamientos navarros o pancartas en balcones sanfermineros. También para repartir castigos ejemplarizantes como en Atsasu. Aplicando esa justicia, los jueces son conscientes de las injusticias que cometen.

            ¿Quién juzga a los jueces? ¿Ellos mismos? “Quien a sí mismo se capa buenos dídimos se deja” dice la voz popular, y bien lo han demostrado ahora los 750 jueces que han salido en defensa de sus colegas, que se han burlado de toda la sociedad con la sentencia de la “Manada”. Si una verdadera justicia superior juzgara a esos jueces, sin duda lo purgarían: Dios los mandaría al Infierno, Supermán al planeta Krypton y una Revolución a la guillotina. Pero mientras, entre ellos se cubren, se tapan, se cooptan, dejando paso únicamente a los suyos y marginando a jueces y juezas, pocos en verdad, que, como el recordado Joaquín Navarro, creen más en la justicia que en las leyes. Lejos de regenerarse, la Justicia española sigue bajando escalones de descrédito. “Con paso firme se pasea hoy la injusticia” comenzaba el poema de Bertolt Brecht.

            ¿Qué hacer? Pues mientras esperamos a dioses, supermanes o revoluciones, en nuestros antiguos Fueros y libertades vemos una vez más, las soluciones, siquiera parciales, a la Justicia. Como antes de 1841, necesitamos leyes propias, que sean aplicadas por jueces del país, hasta su últimas instancias. Quitarnos de encima todos los jueces “extranjeros”, como exigían nuestras Cortes soberanas. Y decidir en Iruña, no en Madrid, tal como en 1866 propuso la propia Diputación navarra a las otras tres provincias. Independentistas, federalistas y meros foralistas deberíamos estar de acuerdo en ello. Todavía habría clases y tendría vigencia la jota de mi abuelo, pero todo comenzaría a ser diferente.

            Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor