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lunes, 21 de septiembre de 2020

LOS ESPAÑOLES REHENES DE UN ESTADO OPRESOR Y DE SU CASTA POLÍTICA

             El pasado viernes, 18 de septiembre de 2020, ante el incremento de contagios por Covid19 en la Comunidad Autónoma de Madrid, su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, anunció medidas restrictivas de derechos para la población de treinta y siete áreas sanitarias básicas de la comunidad autónoma, veintidós de las cuales se encuentran dentro de la propia ciudad de Madrid y quince repartidas entre distintos municipios del sur de la Comunidad. La más polémica de las  medidas es la que confina a los habitantes de dichas áreas dentro de las mismas de las que no podrán salir salvo por determinados motivos.

            En primer lugar, debemos incidir en la dudosa legalidad de la medida de confinamiento de los ciudadanos dentro de determinadas áreas geográficas ya que esto es una medida que afecta al derecho fundamental de la libre circulación por el territorio nacional consagrado en el artículo 19 de la todavía ¿Vigente? Constitución Española que dice "Los españoles tienen derecho a elegir libremente su residencia y a circular por el territorio nacional" y que, según el artículo 55 de esa misma Constitución solo podrá ser suspendido "cuando se acuerde la declaración del estado de excepción o de sitio en los términos previstos en la Constitución", es decir, conforme al texto constitucional el derecho de libre circulación no podría ser suspendido ni, siquiera, por la declaración del estado de alarma que los españoles hemos sufrido durante los meses de marzo a junio pasado, aunque la Ley Orgánica 4/1981 de 1 de junio que regula los estados de alarma, excepción y sitio en su artículo 11, por no se sabe qué extraña razón, establece que en el estado de alarma se podrá "limitar la circulación de personas y vehículos en horas y lugares determinados" lo que constituye una manifiesta contradicción con lo establecido en el artículo 55 de la Constitución que deja nítidamente patente que tal limitación solo podrá producirse durante los estados de excepción y sitio.

            Contradicciones jurídicas a parte, pudiéndose limitar el derecho a la libre circulación solo bajo la declaración del estado de excepción y sitio o pueda acordarse también durante el estado de alarma, lo fundamental es que para establecer tal limitación resulta imprescindible la declaración del estado de alarma, excepción o sitio, facultad ésta que corresponde en exclusiva al gobierno de la nación previa autorización del Congreso de los Diputados y no a una señora, señorita o lo que sea que preside una Comunidad Autónoma, quien podrá gestionar el estado de alarma declarado por el gobierno, pero no imponerlo y mucho menos limitar el derecho de libre circulación sin la facultad jurídica para hacerlo que sería, como mínimo, la declaración de dicho estado de alarma. La declaración del estado de alarma, excepción y sitio, significa una limitación de derechos y, sin duda, grandes inconvenientes para la ciudadanía pero también suponen ciertas garantías pues los dichos estados han de estar sometidos al control del Congreso de los Diputados y no quedar al capricho del político de turno.

            Así pues, en la situación de degeneración institucional que sufren los españoles, lo menos que se puede exigir a unos dirigentes que tanto cacarean sobre los beneficios y bonanzas del "Estado de Derecho"  es que sean coherentes con su propia legalidad cosa que en este caso, como en otros muchos, no son.

            Después de las anteriores puntualizaciones legales, resulta interesante analizar, política y socialmente, la decisión tomada por la señorita Isabel Díaz Ayuso.

            Tras el levantamiento del estado de alarma y el inicio de la llamada "desescalada" la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, no dejo de pedir insistentemente pasar a la fase dos pasando como de puntillas por la fase cero y uno porque según ella, "Madrid estaba preparada y cumplía los requisitos", lo cual es síntoma de que quien no estaba preparado era el gobierno autonómico madrileño pues había que ser muy necio para no saber que al poco de generalizarse la movilidad de los ciudadanos comenzarían los "rebrotes" y que éstos terminarían convirtiéndose en una "segunda oleada" que nos haría retornar a la casilla de salida de Marzo pasado, casilla a la que estamos muy próximos de volver, si es que no hemos vuelto ya, a pesar de todo lo que manifiesta el gobierno que preside Pedro Sánchez. 

Al reabrirse las fronteras exteriores en julio pasado, Díaz Ayuso, exigió al gobierno de la nación que tomara medidas de control sobre los pasajeros que entraran en Madrid por el aeropuerto de Barajas y ante la negativa o inacción de éste,  la presidenta madrileña no hizo nada. Ciertamente el gobierno autonómico madrileño no podía cerrar el aeropuerto de Barajas al tráfico aéreo, como tampoco puede ahora limitar el derecho de circulación de los ciudadanos sin que se haya declarado, al menos, el estado de alarma; pero podía haber hecho varias cosas como, por ejemplo, suspender el servicio del transporte público, incluido el servicio de taxis, que conecta el aeropuerto con el centro de la ciudad de tal forma que los pasajeros que aterrizaran en él quedasen práctica y materialmente confinados en la zona aeroportuaria.

            Igualmente, desde mediados o finales de julio, cuando todos los indicativos procedentes del resto del país mostraban que el índice de contagios se incrementaba alarmantemente, el gobierno que preside Díaz Ayuso podía haberse ido preparando. Preparándose reteniendo al personal sanitario precariamente contratado durante la primera oleada de la epidemia y que fue despedido al poco de finalizar el confinamiento, preparándose dotando a los colegios de la Comunidad de Madrid de mayores medidas de seguridad para cuando se iniciase el curso escolar, preparándose incrementando el número de test serológicos y PCRs que se realizaban entre los ciudadanos madrileños o favoreciendo la realización privada de los mismos mediante su financiación, preparándose mediante el reforzamiento de la asistencia sanitaria primaria y adecuando espacios para ser utilizados como eventuales lugares de hospitalización alternativos dotados con los medios necesarios, etc..., pero, lamentablemente, el gobierno autonómico madrileño que preside la señora o señorita Díaz Ayuso todo lo confió a la suerte o a la benevolencia de un virus que no la tiene y ahora la culpa resulta ser ¡¡Del ciudadano que vive en determinadas zonas!!.

            El gobierno autonómico madrileño es responsable de esta pésima situación que hoy vive una parte de los madrileños, pero no es el único responsable porque el gobierno de la nación también tiene su parte de responsabilidad al haber abierto durante los meses  estivales las fronteras exteriores idealizando los denominados "pasillos turísticos seguros" y al haber permitido la generalizada movilidad interprovincial o inter autonómica sin control y todo ello para evitar el hundimiento de los sectores turístico y hostelero que, al final, tampoco se ha evitado.

            Los madrileños, o una parte de ellos, se encuentran hoy con su derecho fundamental a la libre circulación suspendido y, lo que es peor, todos con su vida en peligro, situación ésta que amenaza con extenderse a todos los españoles atendiendo a los datos de expansión de la epidemia y, todo ello, porque unos políticos incompetentes, autonómicos y nacionales,  decidieron  irse de vacaciones en vez de tomar las medidas que había que tomar ante lo que todos, menos parece ser que ellos, veíamos venir y que era que los rebrotes se convertirían en una segunda oleada para la que no íbamos a estar mejor preparados que para la primera embestida del Covid19.

            Una vez más, se demuestra que el pueblo español no interesa a su casta política nada más que una vez cada cuatro años para pedirle el voto; una vez más se demuestra que los políticos, que han creado un estado a su imagen y semejanza exclusivamente para exprimir al pueblo español y reprimirlo si es necesario, vive y gobierna al margen de la realidad social de la ciudadanía y, finalmente, una vez más se demuestra que los ciudadanos no somos más que rehenes de una casta política diletante que no hace otra cosa que escaquearse de toda responsabilidad pasándosela los unos a los otros y, en último extremo, hacerla recaer en el pueblo mismo.    

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

EL PUEBLO CRISTIANO, LOS OBISPOS ESPAÑOLES Y EL PAPA FRANCISCO


 Nosotros, los carlistas, como ningún otro colectivo sabemos diferenciar la distancia que media entre las conductas y las opiniones del pueblo cristiano -de los creyentes- y las actitudes y pronunciamientos de la jerarquía eclesiástica -“el alto clero”- en nuestro caso concreto de la Conferencia Episcopal Española. Tenemos claro que el mensaje evangélico del amor fraterno, la apuesta de Cristo por los humildes, los desheredados, los pobres y los perseguidos, “los que tienen hambre y sed de justicia”, junto con la denuncia de los hipócritas y fariseos, “los sepulcros blanqueados”, no siempre se refleja en los mensajes de los obispos españoles. Los carlistas conocemos como nadie el silencio de la jerarquía eclesiástica, el mirar para otro lado... Sabemos de la connivencia de los obispos con las élites económicas, políticas, mediáticas… Pero también sabemos que las opiniones y las conductas de los dirigentes de la Iglesia española no siempre refleja el sentir de una gran parte del pueblo cristiano, de los creyentes de base, de todos aquellos que creen en el mensaje de Cristo y viven, o intentan vivir, en los valores evangélicos de la honradez y la solidaridad.

            Hace escasos meses, nosotros, los carlistas, sufrimos en nuestras propias carnes la arbitrariedad de la jerarquía eclesiástica. Fieles a la tradición secular de la jura de “els Furs” del pueblo valenciano por los reyes de la casa de Valencia, interrumpida por el centralismo jacobino, se programó renovar y actualizar aquel ritual en el mismo lugar, la Catedral de la ciudad de Valencia, y con la misma fórmula protocolaria que se estableció durante los siglos de vigencia foral. Esta solemne y austera ceremonia la iba realizar el titular de la Dinastía, Don Carlos Javier de Borbón-Parma, en la capilla del Santo Grial de la Seo valentina. De todos es conocida la prohibición del acto por parte del cardenal Cañizares, arzobispo de València, o en su defecto por el cabildo catedralicio. Aquella injusta interdicción no surtió ningún efecto, y más bien sirvió para publicitar y amplificar el acto de la Jura. Todos cuantos asistimos y participamos en la celebración ecuménica de aquella Eucaristía -la inmensa mayoría creyentes- no solo reprobamos la prohibición de monseñor Cañizares, además seguimos adelante con el ritual de la jura, una vez que los celebrantes se retiraron del recinto. Nadie, ni uno solo de los asistentes a la misa se ausentó de la capilla cuando dio comienzo la transgresora ceremonia del juramento. Todos los congregados fuimos testigos del compromiso de Don Carlos Javier con las libertades del pueblo valenciano, y por tres veces lo aclamamos como Rey de Valencia. Aquella arbitraria y absurda decisión de la jerarquía eclesiástica fue ignorada y desobedecida. Por nuestra parte no hubo ni arrogancia ni provocación, solo nuestro derecho, como valencianos, carlistas y creyentes, de cumplir con decisión, pero respetuosamente, con nuestro compromiso y ser fieles a nuestros ideales.

            El pasado 4 de agosto se hacía público un comunicado de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española. “Ante la noticia de la salida de España de S.M. D. Juan Carlos I, quiere expresar el respeto por su decisión y el reconocimiento por su decisiva contribución a la democracia y a la concordia entre los españoles. También quiere manifestar su adhesión y agradecimiento al actual Rey por el fiel cumplimiento de los principios constitucionales y su contribución a la convivencia y bien común de todos los españoles”. Nada que decir sobre la corrupción, la evasión de capitales, el enriquecimiento ilícito y el fraude fiscal; y el derroche, el lujo desmedido y la depravación moral -para la conciencia de un cristiano- del “emérito”.

Tras la lectura de este comunicado de los obispos, en plena y total sintonía con otros comunicados similares hechos públicos por los herederos políticos del franquismo, se puede entender la prohibición, por parte de la jerarquía eclesiástica valenciana, de la jura de “els Furs” por Don Carlos Javier de Borbón-Parma.

            El Papa Francisco, en noviembre de 2013 y durante una misa que celebró ante una treintena de personas, señaló en la homilía: “la corrupción es un pecado grave y una pendiente resbaladiza en que la gente podrida se hunde cada vez más. La doble vida de un cristiano hace mucho daño, mucho daño. Al cristiano de doble vida que dice “¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en mi bolsillo y hago donativos a la Iglesia”. Pero con la otra mano roba al Estado o a los pobres… ¡roba! Y merece -lo dice Jesús, no lo digo yo- que le aten al cuello una rueda de molino y lo echen al mar. Jesús no habla de perdón aquí. Pecadores lo somos todos, pero en cambio no podemos ser corruptos. El corrupto intenta engañar, y donde hay engaño no está el espíritu de Dios”. El mensaje del Pontífice está bien claro: al pecador arrepentido se le debe perdonar, al corrupto no. Y mucho más cuando se proclama cristiano para encubrir la corrupción, el fraude y la injusticia.

            Todavía no está confirmada oficialmente, pero a primeros del próximo mes de octubre, el Papa Francisco hará pública la tercera encíclica de su pontificado. Está basada en la crisis provocada por el coronavirus. La denuncia de la desigualdad social, el hambre, el aumento de la brecha entre los más ricos y los más pobres y el drama de la guerra y los refugiados, serán tratados a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Para la redacción de este documento, escrito personalmente por el Santo Padre, se han recabado las opiniones de líderes sociales y de dirigentes religiosos. Los carlistas, como colectivo político integrado mayoritariamente -pero no exclusivamente- por creyentes comprometidos, tenemos la obligación y el deber de hacer llegar al Papa Francisco, con veneración, humildad y respeto, nuestro análisis y nuestras propuestas. Estamos a tiempo.

Josep M. Sabater

En Carlismo Digital