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martes, 16 de noviembre de 2021

¿DE QUÉ MUERE EL PLANETA?

Finalizada la Cumbre sobre el Clima que ha tenido lugar en la ciudad escocesa de Glasgow del 31 de octubre al 12 de noviembre de este año 2021 y transcurridos seis años desde los considerados históricos "Acuerdos de París" de 2015, lo cierto es  que muy poco o nada se ha avanzado en el objetivo de acabar con el creciente y galopante deterioro medioambiental del planeta y ello por diversas razones siendo la primera y  fundamental la negativa, desde el ámbito de la política, de asumir las consecuencias de exponer claramente y sin ambages el problema a los ciudadanos.

            El problema es sencillo de identificar y de resumir: El planeta se muere; y, aunque siendo polémicas y no estando definitivamente aclaradas las causas concretas de la enfermedad terminal del planeta, es a todo punto innegable que la acción humana tiene mucho que ver con ello.  Resulta muy fácil echar la culpa a la emisión de los gases invernadero y al consumo de combustibles fósiles pero detrás de esas perniciosas emisiones  y de esos insostenibles consumos se encuentra toda una filosofía de vida que mucho me temo nadie pretende modificar y los dirigentes mundiales no desean indicar por el desgaste político que ello conllevaría.

            Es precisamente esa filosofía vital la que está matando al planeta, una filosofía que se basa en el concepto económico del "Beneficio" y en el concepto sociológico de la "Comodidad", conceptos que se pretenden contraponer desde que el ecologismo se convirtió en el discurso político de determinados grupos o colectivos, pero que no son contrapuestos sino complementarios pues sin el segundo el primero no existiría o se vería notablemente reducido.

            Resulta muy fácil, y bastante populista, culpar de la degradación medioambiental a la ambición desmedida de unos pocos cientos de miles de industriales que sobreexplotan los recursos naturales para obtener pingües beneficios o a unos determinados países que, para mantener precios competitivos en los mercados internacionales, utilizan sistemas de producción más contaminantes al prescindir en sus legislaciones nacionales de férreas reglamentaciones medioambientales;  pero lo cierto es que la intención última de unos y otros (y lo que les genera los beneficios) es satisfacer la creciente demanda de una población que desea vivir cada vez más cómodamente. Es decir, el beneficio no existiría o se vería notablemente reducido si no hubiera tanta demanda de bienes tendentes a hacernos la vida más cómoda por lo que se puede afirmar, en última instancia, que el planeta muere de comodidad, pues, hoy en día, es el deseo de una vida cómoda y no la satisfacción de las necesidades humanas imprescindibles, la que está detrás de la inmensa mayoría de las actividades contaminantes.

Corresponde al ciudadano de a pié, más que al político, al financiero o al industrial, revertir la situación de deterioro medioambiental del planeta. Si los ciudadanos por mera comodidad desean utilizar servilletas, manteles, pañales y pañuelos de papel, ello conllevara lógicamente al incremento de demanda de celulosa por parte de la industria y a incrementar un proceso productivo que es altamente contaminante; si el ciudadano por moda y comodidad desea utilizar dispositivos que se alimentan mediante baterías y pilas de botón ello no solo llevará a la industria a producir esas pilas y baterías sino que además generará posteriormente el problema de una gran cantidad de residuos que resultan altamente contaminantes y perjudiciales para la salud y el medio ambiente.

            Si definimos la contaminación, posiblemente de una forma bastante acertada, como "cualquier alteración en la naturaleza, en el medio ambiente o en un ecosistema que se produce por medios exógenos al mismo y ajenos a su propio y natural desarrollo", no podemos negar que  cuando, en torno al año 1600, un colono británico llegó a las costas de Carolina, en América del Norte, y cortó cuatro árboles de aquellos frondosos bosques para construir una cabaña en la que guarnecerse del frío, estaba contaminando, por ello debemos aceptar y asumir que toda actividad humana es, inevitablemente, una actividad contaminante. Ahora bien, se ha de distinguir entre la contaminación puntual e imprescindible para satisfacción de unas necesidades, que era lo que movía al colono británico a cortar los árboles en América del Norte en el año 1600, de aquella contaminación sistemática que es prescindible porque solo aspira a la satisfacción de caprichos ilimitados como es una vida cada vez más cómoda y el beneficio económico ilimitado.

            No nos cansaremos de repetir que en un planeta limitado como es el nuestro no puede existir crecimiento ni ambición ilimitada, por lo que se impone un radical cambio en las ideas que fundamentan nuestro modo de vida donde el máximo beneficio deje de ser el objetivo de la economía y la completa comodidad deje de ser la mayor aspiración en la vida.