Si en estricto cómputo cronológico un siglo tiene cien años justos no ocurre lo mismo desde el punto de vista de la historia humana por la cual un siglo puede prolongar su vida más allá de los cien años no empezando y terminando necesariamente los mismos años que empiezan y terminan los siglos cronológicos. Precisamente tal es el caso del Siglo XIX que si bien cronológicamente empezó en 1801 y termino en 1900, históricamente empezó tras las guerras napoleónicas en 1815, que en realidad supusieron una prolongación del siglo XVIII y terminó en 1920, cuando los últimos tratados de paz de la Gran Guerra liquidaron toda la estructura política internacional fijada por el Convenio de Viena de 1815.
Es el Siglo XIX, tan vilipendiado por muchos, uno de los siglos que no puede pasar desapercibido para la historia de la humanidad, porque, tal vez fue un momento donde todo pudo lograrse y nada se logró por los vicios humanos, donde el hombre rozó con la punta de sus dedos la unión con Dios y la posibilidad de instaurar en la tierra el Reino de los Cielos.
En el Siglo XIX, se produce una renovación en la ciencia historiográfica y una vuelta al estudio apasionado del mundo clásico, casi como modelo a seguir, que dará tres grandes historiadores universales, como son el británico Gibbon y los alemanes Momsen y Droysen. El primero de ellos, preocupado analista de las sociedades humanas, elaboro una filosofía de la historia del Imperio Romano en su obra “Decadencia y Caída del Imperio Romano”, mientras que Momsen más científico y menos filósofo escribió su monumental “Historia de Roma” que aún hoy es uno de los mayores compendios de Historia Antigua, junto con la “Historia del Helenismo” trilogía escrita por su compatriota Droysen e integrada por las obras tituladas “Historia de Alejandro Magno”, “Historia de los Diadócos” e “Historia de los Epígonos”.
También el Siglo XIX es el siglo del Hombre, que es tratado, estudiado y reivindicado por la filosofía y por la literatura surgiendo innumerables pensadores y autores literarios de conciencia social más o menos pura o disimulada con elementos novelísticos sin que por ello desmerezca para nada las reivindicaciones subyacentes. Entre los primeros, no se puede dejar de mencionar a Carlos Marx quién en su obra “Crítica de la Economía Política”, comúnmente conocida como “El Capital”, puso de manifiesto la maldad intrínseca del capitalismo generalmente admitida por todos aunque no logró acertar con el remedio a tal maldad con su Socialismo Científico y su Materialismo Histórico. Igualmente acertados en la crítica a la explotación humana y quizás más acertados en los remedios estuvieron los literatos franceses Eugenio Sue, Victor Hugo y Emilio Zola.
Aunque la obra de Sue “Los Misterios de París”, adopte la forma del folletín y tenga numerosas licencias literarias, no por ello deja de ser una novela de denuncia social repleta de valores morales que finaliza dejando siempre la puerta abierta a la esperanza que nace de la bondad humana, cosa que le diferencia de Emilio Zola y de los literatos militantes en el socialismo científico. Mas socialmente didáctica resulta posiblemente “Los Miserables” de Victor Hugo, más que novela, epopeya popular en la que esta presente de forma continúa la crítica política y social y en la que se apela a la generosidad y bondad del corazón humano para la superación de todo tipo de injusticias.
No por ser el siglo del Hombre, deja de ser, el Siglo XIX; el Siglo de Dios. Así la Iglesia Católica, que desde la Revolución Francesa, sufre persecución política y paulatino ostracismo social (como muestra la invasión militar de los Estados Pontificios en 1870), renueva todo su pensamiento político y social surgiendo numerosos pensadores católicos comprometidos con la cuestión social dando lugar a la creación de agrupaciones obreras católicas y a la corriente de pensamiento Social-Cristiano encabezada por los franceses La Tour Du Pin y Le Play que promueven un nuevo tipo económico donde el interés y el beneficio quede supeditado a la justicia social y al bien común. Igualmente el pensamiento Católico empieza a combatir las tendencias estatalistas que comienzan ya a surgir y que culminarán con los totalitarismos de todo signo.
Por último, es el Siglo XIX, el siglo de la acción y es en esta acción donde fracasa toda ilusión y esperanza. Es la “Comuna de París” de 1871 la acción por excelencia del Siglo XIX y la que materializa el fracaso provocado por el sectarismo de unos y por las cortedad de miras de otros que pervive en la actualidad. Tal es la impresión que deja la lectura de la “Historia de la Comuna de París” de Lissagaray, ya que en la misma se narra que el principal motivo del levantamiento comunero no es la supuesta traición del Ejercito Francés que abandona el campo al ejército prusiano y se encierra en Metz para luego capitular, ni la pretensión de hacer una revolución socialista en Francia, sino, la de defender la República Francesa de una supuesta restauración monárquica en la persona de Enrique V. Así, resultan constantes en la obra las alusiones a los movimientos monárquicos en las provincias francesas y al triunfo de las candidaturas monárquicas en las elecciones. Pero lo cierto es que la hipotética restauración de la monarquía en Francia en la persona de Enrique V estaba muy lejana y que la propia personalidad e ideario del que fuera Rey Legal de Francia hacía posible que las reivindicaciones sociales de los “comunards” hubieran sido justamente atendidas creando una nueva situación social que se habría convertido en ejemplo a seguir por las demás potencias europeas. No obstante, tal posibilidad se vio impedida, en primer lugar, por la estúpida cerrazón del movimiento comunero, que sitiado en Paris por los generales del recientemente derribado Segundo Imperio, solo veía al Rey de Francia y a la bandera blanca florlisada tras los cañones que bombardeaban incesantemente la ciudad diezmándolos y, en segundo lugar, por la ceguera de la mayoría de los consejeros de Enrique V, quienes no teniendo más interés que la restauración de la pompa de una corte donde lucirse, impidieron al Conde de Chambord lanzar un manifiesto en el que se recogiera gran parte de las reivindicaciones sociales de la Comuna. El final de todo esto ya es conocido: Los “comunards” se vieron obligados a rendirse, sufriendo persecución y deportación, Enrique V jamás reinó en Francia a pesar de que la Asamblea Francesa era mayoritariamente partidaria de la restauración monárquica en su persona y los generales franceses instauraron una escandalosa “Tercera República” bajo su constante tutela y protección.
Tal vez de haberse llegado a un acuerdo entre el Conde de Chambord y la Comuna de París, la historia universal hubiera sido diferente y las sociedades humanas hubieran profundizado en los logros sociales y morales reivindicados en el Siglo XIX habiéndose evitado muchos de los males que hoy en día se padecen y se agudizan.
Es el Siglo XIX, tan vilipendiado por muchos, uno de los siglos que no puede pasar desapercibido para la historia de la humanidad, porque, tal vez fue un momento donde todo pudo lograrse y nada se logró por los vicios humanos, donde el hombre rozó con la punta de sus dedos la unión con Dios y la posibilidad de instaurar en la tierra el Reino de los Cielos.
En el Siglo XIX, se produce una renovación en la ciencia historiográfica y una vuelta al estudio apasionado del mundo clásico, casi como modelo a seguir, que dará tres grandes historiadores universales, como son el británico Gibbon y los alemanes Momsen y Droysen. El primero de ellos, preocupado analista de las sociedades humanas, elaboro una filosofía de la historia del Imperio Romano en su obra “Decadencia y Caída del Imperio Romano”, mientras que Momsen más científico y menos filósofo escribió su monumental “Historia de Roma” que aún hoy es uno de los mayores compendios de Historia Antigua, junto con la “Historia del Helenismo” trilogía escrita por su compatriota Droysen e integrada por las obras tituladas “Historia de Alejandro Magno”, “Historia de los Diadócos” e “Historia de los Epígonos”.
También el Siglo XIX es el siglo del Hombre, que es tratado, estudiado y reivindicado por la filosofía y por la literatura surgiendo innumerables pensadores y autores literarios de conciencia social más o menos pura o disimulada con elementos novelísticos sin que por ello desmerezca para nada las reivindicaciones subyacentes. Entre los primeros, no se puede dejar de mencionar a Carlos Marx quién en su obra “Crítica de la Economía Política”, comúnmente conocida como “El Capital”, puso de manifiesto la maldad intrínseca del capitalismo generalmente admitida por todos aunque no logró acertar con el remedio a tal maldad con su Socialismo Científico y su Materialismo Histórico. Igualmente acertados en la crítica a la explotación humana y quizás más acertados en los remedios estuvieron los literatos franceses Eugenio Sue, Victor Hugo y Emilio Zola.
Aunque la obra de Sue “Los Misterios de París”, adopte la forma del folletín y tenga numerosas licencias literarias, no por ello deja de ser una novela de denuncia social repleta de valores morales que finaliza dejando siempre la puerta abierta a la esperanza que nace de la bondad humana, cosa que le diferencia de Emilio Zola y de los literatos militantes en el socialismo científico. Mas socialmente didáctica resulta posiblemente “Los Miserables” de Victor Hugo, más que novela, epopeya popular en la que esta presente de forma continúa la crítica política y social y en la que se apela a la generosidad y bondad del corazón humano para la superación de todo tipo de injusticias.
No por ser el siglo del Hombre, deja de ser, el Siglo XIX; el Siglo de Dios. Así la Iglesia Católica, que desde la Revolución Francesa, sufre persecución política y paulatino ostracismo social (como muestra la invasión militar de los Estados Pontificios en 1870), renueva todo su pensamiento político y social surgiendo numerosos pensadores católicos comprometidos con la cuestión social dando lugar a la creación de agrupaciones obreras católicas y a la corriente de pensamiento Social-Cristiano encabezada por los franceses La Tour Du Pin y Le Play que promueven un nuevo tipo económico donde el interés y el beneficio quede supeditado a la justicia social y al bien común. Igualmente el pensamiento Católico empieza a combatir las tendencias estatalistas que comienzan ya a surgir y que culminarán con los totalitarismos de todo signo.
Por último, es el Siglo XIX, el siglo de la acción y es en esta acción donde fracasa toda ilusión y esperanza. Es la “Comuna de París” de 1871 la acción por excelencia del Siglo XIX y la que materializa el fracaso provocado por el sectarismo de unos y por las cortedad de miras de otros que pervive en la actualidad. Tal es la impresión que deja la lectura de la “Historia de la Comuna de París” de Lissagaray, ya que en la misma se narra que el principal motivo del levantamiento comunero no es la supuesta traición del Ejercito Francés que abandona el campo al ejército prusiano y se encierra en Metz para luego capitular, ni la pretensión de hacer una revolución socialista en Francia, sino, la de defender la República Francesa de una supuesta restauración monárquica en la persona de Enrique V. Así, resultan constantes en la obra las alusiones a los movimientos monárquicos en las provincias francesas y al triunfo de las candidaturas monárquicas en las elecciones. Pero lo cierto es que la hipotética restauración de la monarquía en Francia en la persona de Enrique V estaba muy lejana y que la propia personalidad e ideario del que fuera Rey Legal de Francia hacía posible que las reivindicaciones sociales de los “comunards” hubieran sido justamente atendidas creando una nueva situación social que se habría convertido en ejemplo a seguir por las demás potencias europeas. No obstante, tal posibilidad se vio impedida, en primer lugar, por la estúpida cerrazón del movimiento comunero, que sitiado en Paris por los generales del recientemente derribado Segundo Imperio, solo veía al Rey de Francia y a la bandera blanca florlisada tras los cañones que bombardeaban incesantemente la ciudad diezmándolos y, en segundo lugar, por la ceguera de la mayoría de los consejeros de Enrique V, quienes no teniendo más interés que la restauración de la pompa de una corte donde lucirse, impidieron al Conde de Chambord lanzar un manifiesto en el que se recogiera gran parte de las reivindicaciones sociales de la Comuna. El final de todo esto ya es conocido: Los “comunards” se vieron obligados a rendirse, sufriendo persecución y deportación, Enrique V jamás reinó en Francia a pesar de que la Asamblea Francesa era mayoritariamente partidaria de la restauración monárquica en su persona y los generales franceses instauraron una escandalosa “Tercera República” bajo su constante tutela y protección.
Tal vez de haberse llegado a un acuerdo entre el Conde de Chambord y la Comuna de París, la historia universal hubiera sido diferente y las sociedades humanas hubieran profundizado en los logros sociales y morales reivindicados en el Siglo XIX habiéndose evitado muchos de los males que hoy en día se padecen y se agudizan.
Mal puede representar a la Comuna david o Los Miserables cuando representan varias décadas de antelación.
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