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martes, 21 de septiembre de 2010

SAKORZY Y EL VIAJE DE LOS MALDITOS

La reciente decisión adoptada por el gobierno francés de proceder a eliminar los asentamientos que los gitanos procedentes de Rumania han constituido en distintos puntos de Francia ha levantado una falsa polémica de calculada indignación entre los líderes europeos que en realidad pretende mantener el tupido velo que encubre la falsedad de los principios sobre los que la Unión Europea afirma asentarse y que Sakorzy ha tenido la imprudencia de levantar.


Si bien es cierto que el medio empleado por el gobierno francés para proceder a la deportación no coincide con la intimación a marcharse sino que más bien se trata de una “compra de voluntades” ya que los afectados aceptan voluntariamente regresar a Rumania o a Bulgaria a cambio de una cantidad de dinero y de un pasaje de avión; no es menos cierto que la comparación con las prácticas iniciales de la persecución a los judíos en la Alemania Nazi, realizada por la Vicepresidenta de la Comisión Europea, Vivienne Reding; es factible e inevitable en todos sus aspectos, porque tal y como consta en el documento NG-2586 presentado en el proceso de Nuremberg y que recoge un memorándum realizado el 21 de Agosto de 1941 por Martín Luther, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich y participante en la Reunión de Wansee en la que se acordó la Solución Final: “El principio de la política alemana referente al tema judío, después de la toma del poder, consistió en fomentar la emigración judía por todos los medios”. Por si fuera poco, el paralelismo surge incluso en el campo de las declaraciones verbales porque, no nos engañemos, lo manifestado por el Jefe del Estado Francés, Nicolás Sakorzy, de que “estaremos encantados si Luxemburgo se queda con algunos de los gitanos" son similares a aquellas palabras atribuidas a Hitler en las que afirmó que “Quién quiera a los judíos que se los lleve a su país”.


Por último y aquí otro punto de comparación, todo este asunto parece hacernos retrotraer a Mayo de 1939 para recordar aquella maniobra propagandística del III Reich que, teniendo por objeto demostrar que nadie quería a los judíos, consistió en fletar un barco con 937 pasajeros judíos para llevarlos a Cuba donde se les dijo que serían acogidos. Una vez en La Habana, el gobierno cubano se negó a admitirlos empezando para el buque y para los pasajeros una verdadera odisea que les llevó a diversos puertos (Miami, Puerto Rico…) donde les era igualmente denegado el desembarco. Esta historia dio lugar a una excelente película de Stuart Rosenberg titulada “El viaje de los Malditos” (1976), pero para las potencias internacionales que asistieron como meras espectadoras a tan dramático espectáculo quedó denominado en sus anales como “El viaje de la Vergüenza”.


En cualquier caso, lo que está ocurriendo en Francia con los gitanos, no es una cuestión de legalidad sino de moralidad. No cabe duda de que la medida adoptada por el gobierno francés se encuentra amparada por la legislación francesa, pero tampoco cabe duda de que la misma resulta inmoral porque detrás de ella se encuentra el rechazo y la no aceptación de un género de vida, el del pueblo gitano, que se caracteriza por el nomadismo y la fuerte cohesión étnica de sus miembros queriéndose presentar al mismo como el responsable de los elevados índices de delincuencia. Así pues, la indignación y la vehemencia del gobierno galo desatada contra Vicepresidenta de la Comisión Europea no deja de ser una pose digna del gallo que les representa porque si bien es cierto que, tal y como ha manifestado Pierre Lelouche, Secretario de Estado de Asuntos Europeos del Gobierno Francés; “Roissy (uno de los aeropuertos de Paris) no es Drancy" es preciso que todo el mundo tenga muy claro que sin la inmoralidad de “El viaje de la Vergüenza” no habría existido el crimen de “La Redada del Velódromo de Invierno”.


Lejos la casta política europea de defender unos principios, es a los europeos a quienes toca hacer un ejercicio de reflexión. La polémica abierta por Francia y que ahora se tratará de apaciguar lo más pronto y con el menor ruido posible debe hacernos plantear la siguiente pregunta: ¿Se ha cometido un error imperdonable al ampliar la Unión Europea a determinados estados del Este europeo que no solo planteaban graves problemas de cohesión interna sino en los que también existían importantes deficiencias en materia de Derechos Humanos?.


Todo indica que no se ha cometido error o falta de previsión alguna pues no es creíble que los estados occidentales, tras décadas de “Guerra Fría” en las que se desembolsaron grandes sumas económicas para dotar a las diversas agencias de inteligencia dedicadas a saber todo lo que ocurría tras el “Telón de Acero”, ignoraran cual era la situación de la minoría gitana en Rumania, Hungría y Checoslovaquia donde existía una legislación claramente discriminatoria con los gitanos y donde, como en el caso actual de Hungría, existen ghettos para gitanos. Asimismo tampoco es posible que se desconociera por parte de los gobiernos occidentales la existencia, desde la desintegración de la URSS, de los llamados “Pasaporte Grises” (residentes, generalmente rusos, sin nacionalidad y por tanto sin derecho al voto ni a cualquier otro derecho fundamental) en los Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y que abarcan del veinticinco al cuarenta por ciento de la población total de dichos países.


Así pues, solo se puede deducir que la integración en la Unión Europea, a pesar de que se ha querido presentar y justificar ante los europeos de a pie como un espacio garantizador de la libertad, del progreso para los ciudadanos y de los Derechos Humanos no es más que una unión puramente económica con una política pura y exclusivamente orientada a satisfacer intereses comerciales quedando todo supeditado, incluso la moralidad y la justicia, al beneficio económico.


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