Desde
que entre los años 1918 y 1923 Oswald Spengler publicara los dos volúmenes que
componen su obra cumbre, “La Decadencia de Occidente”, en los que defendía la
tesis de que toda cultura tiene un ciclo vital integrado por cuatro fases: “Juventud, Crecimiento, Florecimiento y
Decadencia”; encontrándose, según él, la cultura occidental de la que formamos
parte en su fase final de Decadencia, muchos han sido los que se han propuesto
defenderla desde los más opuestos planteamientos llegando incluso a los más
bárbaros extremos siendo muy común entre aquellos aventureros que surgieron en
la Europa de la descolonización y que fueron fielmente retratados por Jean
Larteguy en su prolífica obra, el afirmar que ellos “luchaban por Occidente”.
No obstante y a pesar de las
numerosas voces que se han levantado a lo largo de los años en aras de la
reconstrucción y defensa de Occidente, muy pocas o, mejor dicho, ninguna, han sido
capaces de definir qué es Occidente, contraponiendo en ocasiones un Occidente
capitalista a un Oriente soviético o un Occidente cristiano a un Oriente no
cristiano y todo ello por desconocer qué es lo que identifica política, social
y culturalmente un Occidente que sin esa identificación no sería nada más que
una situación geográfica extremadamente relativa en un orbe terrestre esférico.
Occidente, nuestro Occidente, es un
conjunto equilibrado de valores en el que no basta para proclamarse su defensor
el pretender mantener la integridad de uno solo de esos valores y ni tan siquiera
la de la totalidad de todos ellos, sino que es preciso también
sostener el feliz equilibrio que existe y debe existir entre los mismos.
Occidente aparece cultural y
espiritualmente identificado por sus raíces cristianas siendo imposible entender la historia europea sin la época de un medievo cargado de religiosidad
cristiana que permitió la conservación, en sus monasterios, de siglos de saber clásico
y precristiano salvaguardándolo de las invasiones bárbaras que asolaron Roma en
el año 410 de nuestra era. Así pues, es cierto que los europeos de hoy somos
hijos de Grecia y de Roma pero no es menos cierto que sin la Iglesia Católica
lo más probable es que todos aquellos conocimientos se hubieran perdido en el
caos que siguió a la Caída del Imperio Romano y no se hubieran reabierto las
discusiones filosóficas que a la postre han dado lugar a los avances
científicos y técnicos que hoy poseemos.
Por otra parte tras ese medievo
religioso, que dota a Occidente de una cultura, éste se enriquece con un nuevo
valor que, si bien en un principio se opone radical e incluso fanáticamente a
la idea espiritual y cultural cristiana, termina siendo protector de ésta tanto
como ésta termina fundamentándolo en el Derecho Natural. Dicho valor es la idea
de Libertad gracias a la cual los occidentales disfrutamos de derechos
políticos que nos preservan de ser sometidos a arbitrariedades y tiranías
asiáticas por parte de quienes nos gobiernan.
Finalmente, el último, pero no por
ello menos importante, valor que se incorpora a Occidente es el aportado
durante el último siglo y medio por las luchas y reivindicaciones del
movimiento obrero que nos han dotado de importantes e irrenunciables derechos
sociales que han investido a los seres humanos de seguridad para el futuro y
han terminado por definir la forma de vida occidental en su aspecto material.
La perfecta conjunción de estos tres
valores: el cristianismo en lo cultural y espiritual, la libertad en lo
político y la salvaguarda de los derechos sociales en lo económico, es la que
define el ser y la esencia de Occidente. No obstante, el equilibrio entre ellos
ha de prevalecer y ser armónico pues, si en beneficio de uno de ellos se
pretendiera perjudicar a cualquiera de los otros dos, Occidente entraría en un
conflicto consigo mismo siendo tal conflicto (que ya viene planteado desde hace
dos siglos al cuestionarse, con mayor o menor virulencia, las aportaciones del
cristianismo al espíritu y a la cultura europea) la verdadera razón de su
decadencia llegándose al extremo de que si alguno de estos valores sucumbiera
totalmente no se tardaría en ver desaparecer progresivamente los otros dos
hasta llegar a la completa disolución occidental.
Así pues, tengan esto muy presente,
todos aquellos que pretenden justificar los actuales recortes sociales o
exaltar exclusivamente los valores religiosos porque Occidente no se entiende
ni se puede entender sin San Agustín o sin Santo Tomás pero tampoco sin
Ferdinand LaSalle o sin Jaurés.
Tenemos tambien que ir un poco mas lejos que la defensa de los derechos sociales, y pensar la proletarizacion global que el capitalismo, su estructura tecno-industrial al servicio de la eficiencia y del lucro, ejerce sobre las conciencias (la perdida de competencias, del saberhacer y del sabervivir, el abandono de una cultura que solo existe haciendose). Nos hemos alejado de nuestras bases culturales al crear un golem tecno-industrial que vive su propia "vida" a despensas de la nuestra.
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