Las últimas declaraciones vertidas
en el Congreso de los Diputados por el titular del Ministerio de Hacienda, don
Cristóbal Montoro, insinuando la posibilidad de establecer un impuesto, aunque muy pequeño, sobre los depósitos bancarios, esto es, sobre los ahorros que las
personas tienen guardados en los bancos suponen un acto de clara
irresponsabilidad política y una declaración de intenciones de segura
inmoralidad y de dudosa legalidad.
En una economía perfecta e ideal,
cosa que casi ninguna economía real es, las rentas que se ingresan deben
aplicarse a tres partidas de la siguiente manera: un tercio para el pago de los
gastos corrientes, un tercio para inversiones y/o consumo y un tercio para el
ahorro. Las dos últimas partidas pueden variar y dedicarse más de un tercio a
las inversiones y/o consumo y menos al ahorro o viceversa, pero la partida que
no varía y la que es sagrada porque se ha de satisfacer siempre es la del gasto
corriente. La mayor parte del problema de la economía española y de la inmensa
mayoría de las economías domésticas en España radica precisamente en que el
gasto corriente ha sido enorme en una forma pertinaz y su pago ha consumido
íntegramente su parte de los ingresos y la totalidad de la parte de ingresos
destinada a inversión y ahorro hasta el extremo de que se ha tenido y se tiene
que acudir a financiación externa para su satisfacción, con todo lo que ello
implica en materia de pago de intereses y la imposibilidad, en muchos casos, de
hacer frente a las deudas contraídas.
El ahorro está integrado por todas
aquellas donaciones o masas hereditarias, que tributan en el Impuesto de
Sucesiones y Donaciones (ISD) que se reciben y se guardan, pero sobre todo el
ahorro es la parte de las rentas, que tributan en el Impuesto sobre el
Rendimiento de las Personas Físicas (IRPF), que no se consumen. Por tanto, todo
ahorro existente ya ha tributado ya sea en el Impuesto de Sucesiones y
Donaciones o en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, por lo que
poner un nuevo gravamen sobre los ahorros depositados en los bancos supone
pagar dos veces por lo mismo además de tener un carácter claramente
confiscatorio pues gravar aquello que genera o puede generar rentas, y no solo
las rentas que se generan, supone un trasvase de riqueza y de patrimonio de los
particulares hacia el estado lo que es lo mismo que una expropiación o requisa
cuya consecuencia no solo es el empobrecimiento temporal de la población sino
su más absoluto pauperismo.
En la situación económica previa a
la actual crisis, y más aun durante la misma, no todos los ciudadanos podían
permitirse el ahorrar pues prácticamente toda su renta la tenían que dedicar al
pago de los gastos corrientes, pero aquellos que modestamente conseguían ahorrar
una pequeña cantidad al mes generalmente la depositaban en un banco bajo la
forma de algún tipo de depósito a plazo (si es que no les engañaban con “las
preferentes”) por el que conseguían un pequeño interés. Las personas acudían a
depositar sus pequeños ahorros a los bancos no tanto por el interés que les
daban, que era y es realmente insignificante, sino por la seguridad ya que,
estando las cosas como están en materia de seguridad ciudadana, tener todos los
ahorros en casa resultaba y resulta extremadamente peligroso tanto económica
como físicamente.
El ahorro siempre obedece a dos
leyes intangibles e inexorables que son la desvalorización y la variabilidad.
La primera, la ley de la desvalorización consiste en que el ahorro que no se
incrementa periódicamente (generalmente de forma anual) con nuevas rentas no
consumidas se va consumiendo aunque no se gaste porque su valor termina siempre
siendo devaluado por los Incrementos de los Precios al Consumo (IPC), es decir,
si se tienen ahorrados mil euros que se traducen en un poder adquisitivo actual
de X, dentro de dos años, si el ahorro de esos mil euros no se ha visto
incrementado por nuevas cantidades ahorradas, su valor y poder adquisitivo será
de X menos Y.
Por su parte, la ley de la
variabilidad supone que todos los ahorros que se tienen depositados en los
bancos o guardados en casa, son siempre variables, pues teniendo a fecha 31 de
Diciembre de un determinado año la cantidad X, en la misma fecha del año
siguiente, dependiendo de las circunstancias personales y económicas del
ahorrador, dicha cantidad puede ser de X más Z o de X menos Z porque tal
cantidad ahorrada puede verse incrementada por nuevas cantidades destinadas al
ahorro o verse consumida en parte a causa de alguna necesidad o satisfacción de
algún deseo.
El ahorro, que debe diferenciarse
del acaparamiento de capitales al igual que el ahorrador debe distinguirse del
avaro (1), no es un lujo tal como muy interesadamente se pretende hacer creer a
la población porque sobre los lujos se pueden justificar y llegar a comprender
la imposición de gravámenes, sino que el ahorro constituye una necesidad y
supone un síntoma revelador de la sanidad de una economía. Toda economía que no
presenta a niveles domésticos un porcentaje, aunque sea ínfimo, de ahorro y a
nivel estatal un porcentaje, por pequeño que sea, de superávit es una economía
débil, enferma y propensa a padecer crisis terribles, pues el ahorro o el
superávit indican la capacidad de resistencia de un estado y de una sociedad
ante los pasajeros e imprevisibles infortunios económicos (2). Por otra parte
el ahorro, o mejor dicho parte del ahorro, puede destinarse a aprovechar una
oportunidad de inversión aunque fundamentalmente no es ese el objeto del ahorro
y siempre es aconsejable que el pequeño ahorrador no invierta cantidades que no
pueda permitirse perder, pues siempre hay que considerar la posibilidad de que
la inversión salga mal.
Y lo expuesto en el párrafo anterior
nos lleva a responder a la pregunta de ¿Para qué sirve el ahorro?. El ahorro precisamente sirve para
proporcionar a las personas seguridad, libertad de acción y capacidad de
respuesta ante cualquier imprevisto económico o de cualquier otro tipo que
pueda surgir a lo largo de la vida. Con la seguridad que nos proporciona el ahorro
obtenemos el beneficio espiritual de la paz y la tranquilidad en nuestra
existencia que nos permite pensar que, con los ahorrillos que se tienen o con
una parte de ellos, podemos disponer de una economía saneada, la libertad de
acción nos permite que tal vez, en algún momento, podamos destinar parte de
esos ahorros a satisfacer un puntual capricho (un viaje, por ejemplo) que
deseamos desde hace tiempo o aprovechar una oportunidad de inversión que nos
han propuesto y que nos parece interesante y, finalmente con la capacidad de
respuesta se nos proporciona la posibilidad de salvar un imponderable económico
minimizando los riesgos y reduciendo los perjuicios que el mismo puede
ocasionar.
Sentada la base de lo que es el
ahorro, de su necesidad y de las leyes intangibles e inexorables que le
gobiernan y habiendo razonado que el ahorro no constituye en ningún caso un
lujo, tenemos que indicar que las palabras pronunciadas la semana pasada por el
Ministro de Hacienda del Gobierno de España suponen una grave irresponsabilidad
política y económica ya que las mismas, sin llegar a concretar nada, podrían
provocar la fuga de los grandes depósitos, esto es, de los grandes capitales, o
la ocultación de los mismos mediante el alquiler de cajas de seguridad (3) en las
distintas entidades bancarias de nuestro país así como la retirada de depósitos
de los pequeños ahorradores atemorizados ante la posibilidad de perder sus
ahorros sin haberlos disfrutado, todo ello en perjuicio del sector financiero
que vería disminuir el número de sus depositantes en un momento en que el
crédito se encuentra retraído a consecuencia de la falta de liquidez de los
bancos. Por otra parte, esa retirada de depósitos conllevaría una reducción en
los ingresos del estado ya que las rentas de los depósitos retirados dejarían
de tributar en el IRPF y sobre las mismas no se podría aplicar la retención del
veintiuno por ciento que actualmente se viene aplicando. Finalmente las
manifestaciones del señor Cristóbal Montoro inciden y profundizan en el despropósito,
ya iniciado por todos los gobiernos anteriores y en gran parte responsable del
presente drama social y económico que padecen los españoles, de desincentivar
el ahorro de los ciudadanos en vez de fomentarlo por todo lo cual el señor
Ministro de Hacienda debería presentar su inmediata e irrevocable dimisión.
(1) La figura del ahorrador ha de diferenciarse del avaro.
El ahorrador junta a lo largo de su vida una pequeña cantidad de dinero para
utilizar en caso de necesidad, es decir, por seguridad, mientras que el avaro,
magníficamente retratado por Moliere, acumula dinero porque su simple visión y
posesión le genera placer. Mientras que el ahorrador consumirá parte de sus
ahorros por necesidad el avaro jamás se desprenderá de la más mínima parte de
lo acumulado aunque para ello tenga que vivir en la más absoluta miseria. El
ahorrador es una figura de la ciencia económica, el avaro es una figura de la
psico-patología.
(2) En épocas no tan lejanas, como puede ser el Siglo XIX,
estaba muy bien visto y se consideraba un excelente político a aquel que al
dejar el cargo dejaba algún dinero en las arcas estatales, es decir, dejaba
superávit. En cambio en la actualidad la tendencia es a la inversa porque se
puede llegar a premiar y a considerar a una persona como un magnífico
estadista si deja endeudado a un país
por varias generaciones siempre y cuando haya dejado construidas unas
maravillosas infraestructuras que no sean utilizadas por nadie o cuyos beneficios
no justifiquen las inversiones realizadas.
(3) Es de indicar que solo los grandes capitales pueden fugarse
u ocultarse pues es seguro que ningún ciudadano de a pié puede pagarse con sus
ahorros una “red de fuga de capitales” o una operación de “ingeniería
financiera” y, aun en el muy raro y extraño caso de que sus ahorros ascendieran
a la nada despreciable cifra de doscientos mil euros, con tal cantidad ni
siquiera le abrirían una cuenta en Suiza o en un paraíso fiscal. Por otra parte
desde aquí asesoramos gratis a don Cristóbal Montoro, que tantos asesores bien
pagados tiene, regalándole la idea de poner un impuesto lineal que grave al
arrendador de Cajas de Seguridad en entidades financieras e incluso le
indicamos la posibilidad de que su Ministerio tome las medidas oportunas para
conocer qué es lo que hay depositado en dichas cajas pues se puede tratar de
dinero negro o no declarado y, en cualquier caso, escamoteado a la tributación.
Supongo que robar al ahorrador, que soy de los que creen que lo de Chipre llegará a España, perfeccionado, puede ser una manera de retrasar la declaración de la bancarrota de España. Eso sí, que nadie crea que por entrar en esa situación los acreedores dejarían de cobrar. No es la primera vez en la historia española –Felipe II y los genoveses– que algunos importantes acreedores seguían cobrando pese a la declaración oficial de bancarrota.
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