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viernes, 25 de octubre de 2013

LA DIGNIDAD HUMANA: SUS TRES ESCALONES


Reconozco sin problemas que mis artículos son poco originales. Contienen reflexiones surgidas de múltiples lecturas y de su rumia posterior, en solitario conmigo mismo y en diálogo con amigos. Pero éste tiene un sólo referente. Va a ser la glosa, por ende imperfecta y a la vez infiel, de ideas contenidas en el sugerente libro PERSONAS POR AMOR, obra de una excelente cura andaluz Luis Mari Salazar, a quien tuve el gozo y el honor de escuchar y conocer en la XX Aula del Instituto Mounier, recientemente celebrada en Burgos.

Los humanos somos criaturas. Seres contingentes, como todos los que componen el conjunto de los entes existentes. Tenemos una estrecha relación con todos ellos. Estamos formados del mismo polvo de estrellas. Fuimos llamados a la existencia por un proceso creador del único Ser necesario. Proceso que hoy la ciencia describe como evolución. Pero si existe el ser y no la nada es porque ese Absoluto misterio al que llamamos Dios, quiso, en volición pura y gratuita, poner en marcha la creación a la que sigue sosteniendo desde dentro. Los humanos somos creaturas, ese es el primer escalón de nuestra dignidad que compartimos con todos los demás seres. En comunión fraternal con  todos ellos disfrutamos de la existencia, como tan bella y exactamente expresara Francisco de Asís, calificando de hermanos a todos los seres inertes y vivos.   

Pero formando parte de la naturaleza que constituye una pluralidad jerarquizada, nos hemos distanciado constitutivamente de ella. El ser humano es una unidad psico-física, un compuesto de mente y materia, dotado de una inteligencia, con sus tres niveles racional, emocional y espiritual que nos permite distanciarnos del resto de la creación y ser capaces de analizarla y tratar de desentrañarla. Hemos emergido de la naturaleza y constituimos su vértice evolutivo. Disponemos de un sistema de comunicación propio, el lenguaje que sirve para comunicarnos y pensar hasta la abstracción y el simbolismo. Somos seres que nos  interrogamos sobre las cuestiones básicas de la existencia y su sentido y tratamos de encontrar respuestas satisfactorias. Alcanzamos este escalón, el segundo de nuestra dignidad, porque, según sabemos los creyentes, en nuestra emergencia hemos llegado a ser imagen y semejanza del Creador por encima de los demás entes creados. Mas esta preeminencia no significa que podamos explotarlos y destruirlos sino que tenemos unas obligaciones respecto a ellos en orden a conservarlos y preservarlos.

Pero existe un tercer escalón en la dignidad humana que la convierte en incondicional. Se aplica tanto a toda nuestra especie en virtud de su común naturaleza, como a todos y cada uno de sus miembros, cualesquiera que fueren sus circunstancias particulares. Somos personas. ¿Qué es ser persona? ¿Cuál es la nota característica de la personalidad?. Es la relación. Somos personas, nos constituimos como tales, empezamos a ser un yo, en virtud de nuestra relación con otros tus. Y, desde nuestra perspectiva creyente, el primer Tú que nos conforma en nuestra identidad, es la relación con Dios. Relación que parte de su gratuidad amorosa. Existimos y llegamos a ser personas porque somos amados por Él desde nuestro mismo origen. Y desarrollamos nuestra personalidad ya que mantenemos constantemente encuentros con otros tus. Si son  de amor, nuestro desarrollo será positivo. En cambio, en la medida en que sean de dominación o de explotación, recibida o practicada, estropearemos ese crecimiento personal.

Por ser personas, por haber alcanzado este tercer nivel de nuestra dignidad, todos y cada uno de los seres humanos gozamos de unos Derechos Fundamentales, con sus correlativos Deberes, que deben ser positividados en todos los ordenamientos jurídicos. La dignidad de las personas es incondicional y ha de predicarse de todos los seres humanos. Nunca puede perderse, por graves que sean los actos injustos que lleguemos a cometer. El criminal más encanallado por sus actos inhumanos tiene derecho al respeto de su dignidad, aunque deba sufrir las condenas impuestas por la justicia. De ahí el error del razonamiento escolástico pretendiendo justificar la pena de muerte –asesinato legal- aduciendo que la gravedad del delito le hace perder su dignidad.

De la dignidad de la persona derivan directamente los dos Derechos básicos: a la vida y la libertad. Podemos sacrificar nuestra vida  entregarla voluntariamente, día a día o de golpe, al servicio de otras personas. Pero no podemos disponer de ella ni de la ajena, arbitrariamente, por egoísmo o por frivolidad. La calidad de una civilización se ha de medir precisamente por el respeto cuidadoso que ponga en la conservación y protección de la vida de todos los seres humanos, extensiva a los demás entes con los que compartimos la existencia. Vivir no es, naturalmente, sólo sobrevivir, entraña la posibilidad de desarrollar la existencia en unas condiciones mínimas de bien-ser. Y la cultura dominante actual no responde precisamente a este criterio, más bien podemos calificarla de cultura de muerte por la facilidad con que menosprecia, ningunea o aplasta la existencia de tantos seres humanos y de toda la naturaleza.

Junto ella, la libertad. Es un don que hemos recibido, pero, como toda cualidad humana, limitado. Aunque la concepción dominante, individualista, se confunda sobre cuáles sean esos límites. No es la libertad de los otros la que me contiene. Los otros, la relación con ellos, sostienen y afirman, mi libertad, si se desarrolla en un marco de respeto mutuo, en encuentros positivos donde nuestra cualidad relacional de personas se afiance y profundice.  A través de su ejercicio, si nos atrevemos a liberarme de las jaulas visibles e invisibles que nos aprisionan es como voy avanzando en la conquista de  nuestra libertad. Para que sea completamente humana y de acuerdo con lo más hondo de nuestra vocación existencial, ha de volcarse en la entrega comprometida hacia esos tus con los que transcurre nuestra  vida. Ser guardianes de nuestros prójimos, especialmente de los más necesitados, es la manera más auténtica de vivir la libertad. Y teniendo claro ese hondón fundamental conquistar y realizar unas libertades concretas, de índole jurídico-político-económico-cultural será hacedero.

Claro que hay una cuestión grave: ¿cómo convivir en nuestras sociedades heterogéneas con concepciones ideológicas que no ven el carácter incondicional de la dignidad de la persona humana o que no la reconocen en todos los humanos, mientras que a la par, en algunas corrientes, la extienden a nuestras especies animales más próximas?. Debemos dialogar civilizada y razonablemente dentro de la sociedad, pero, desde una diferencia tan abismal, ¿es posible construir una ética mínima para todos?.

Pedro Zabala

miércoles, 16 de octubre de 2013

EL CONTRATO POLÍTICO Y SUS GARANTÍAS


La inmensa mayoría de las personas no son conscientes de que cada día, a pesar de no firmar documento alguno, suscriben innumerables contratos muchos de ellos de una enorme complejidad que nos obligan a cumplir ciertas condiciones y nos permiten recibir ciertas contrapartidas. Así, cuando compramos el pan estamos suscribiendo un contrato de compraventa con el panadero por el cual debemos pagar un precio a cambio de recibir una barra de pan o cuando cogemos el autobús suscribimos un contrato de transporte que lleva aparejado un contrato de seguro en virtud del cual recibimos la contraprestación de ser llevados con seguridad a un punto geográfico determinado a cambio de pagar el precio del billete. Estos contratos son consustanciales a la vida en sociedad y son, en gran parte, reguladores de las relaciones entre los individuos entre sí y entre los individuos y los grupos de individuos.

            Además de estos contratos fácilmente reconocibles, existe otro contrato mas difícil de reconocer y del que igualmente no somos conscientes de su existencia cual es el “Contrato Político” en virtud del cual un individuo o grupo de individuos se vinculan al estado, y bien digo al estado y no al gobierno, del que forman parte.

            El contrato político ha existido a lo largo de la historia y, aunque ha mudado de nombre y de contenido, nunca ha dejado de tener efectos conservando siempre la característica de ser bilateral o sinalagmático, es decir de obligar recíprocamente al individuo o grupo de individuos con el estado y a éste con aquéllos. De este modo, el hoy tan denostado “Pacto de Vasallaje” constituía un contrato político o la misma  “Ciudadanía Romana” no era más que otro contrato político que hacía a los romanos beneficiarios de determinados derechos y les obligaba a determinadas contraprestaciones con Roma.

            Si actualmente viene ganando terreno la teoría de que, desde el punto de vista del mundo ideal, los programas electorales que los distintos partidos presentan a los ciudadanos en tiempo de elecciones constituyen un verdadero contrato, no se debe identificar este supuesto contrato con el “Contrato político” porque el programa electoral del partido triunfador de unas elecciones solo le vinculará y le obligará frente a sus electores, jamás frente a aquellos que no le han votado ya que estos demostraron con la actitud de negarle el voto que no creían en el programa presentado o que no deseaban su realización por lo que el incumplimiento del programa electoral vendría a dar la razón, y en cierto modo beneficiaría, a sus no votantes. Por su parte, el “Contrato Político” vincula a todos los ciudadanos con el estado, no con el gobierno ni con el partido que lo asuma, y por ello contiene o debe contener unos derechos y obligaciones recíprocas fundamentales que ningún gobierno puede o debe alterar en virtud de la realización de tal o cual programa electoral.

            En la actualidad, todo estado existente tiene un “Contrato Político” con sus ciudadanos que básicamente consiste en que los ciudadanos pagan unos impuestos para sostener los servicios públicos comunes a todos ellos, se obligan a ser respetuosos con las leyes manteniendo la convivencia y a realizar algunas prestaciones personales como puede ser el servicio militar o dedicar algunas horas en beneficio de la comunidad. Por su parte el estado se compromete con los ciudadanos a gestionar honrada y diligentemente los recursos y servicios públicos, a protegerlos de cualquier perturbación de la paz interna o externa y a favorecer su progreso combatiendo las desigualdades mediante una justa redistribución de la riqueza.            

Todo contrato que se realiza conforme al derecho civil se hace para ser cumplido por las partes pero siempre existe la posibilidad de que el mismo se incumpla por cualquiera de ellas. El incumplimiento del contrato empieza, no con un hecho, sino con la existencia de la idea y de la voluntad de incumplirlo que termina materializándose en el acto del incumplimiento; por eso los contratos suscritos entre dos personas físicas o jurídicas suelen contener cláusulas penales o cualquier otro tipo de garantías como avales, prendas, etc… En el caso del “Contrato Político” el incumplimiento de una de las partes conlleva consecuencias jurídico-políticas de enorme magnitud como son la decadencia y extinción del propio estado y frente a esto las garantías que se establecen son escasas limitándose las mismas a la plasmación por escrito de unas “declaraciones de principios” que se llaman “Constituciones”. No obstante en el incumplimiento de cualquier contrato siempre suele ocurrir lo mismo: la parte que se considera mas fuerte o poderosa va haciendo una interpretación unilateral y arbitraria de los derechos que ha de otorgar a la parte contraria con la intención de irlos restringiendo progresivamente al mismo tiempo y de la misma forma que va aumentando las contraprestaciones que ha de recibir y esto vale tanto para el incumplimiento de contratos de derecho común como para el incumplimiento del “Contrato Político”.    
       
Bien está que una garantía del “Contrato Político” sea que el mismo quede reflejado por escrito en forma de “Constitución” pero ello no basta para garantizar su cumplimiento por la parte más poderosa ya que esta puede, a través de los poderes del estado (ejecutivo, legislativo y judicial) que son los que garantizan el cumplimiento contractual por los ciudadanos tergiversar el espíritu del texto contractual y convertirlo en letra muerta. Las únicas garantías eficaces que pueden existir para asegurar el cumplimiento del “Contrato Político” por la parte más fuerte, esto es por la autoridad del estado, son las que existen por debajo tales como el principio de subsidiariedad, el mandato imperativo y el juicio de residencia.

            En virtud del principio de subsidiariedad, ninguna entidad pública superior ha de asumir competencias y ejercer funciones que puedan ser asumidas y ejercidas por una entidad pública inferior, mientras que por medio del mandato imperativo se impide que los cargos electos tomen decisiones políticas para las que no se les ha dado poder especial por parte de los electores y, finalmente, mediante el juicio de residencia se revisa la gestión realizada por los cargos electos una vez finalizado su mandato quedando sometidos a las pertinentes sanciones que les puedan imponer por haberse extralimitado en sus funciones, por haber malversado fondos públicos o por haber actuado con negligencia inexcusable.

            Si la Historia demuestra la existencia de un “Contrato Político” entre los estados y los ciudadanos no es menos cierto que la misma Historia demuestra igualmente que la decadencia de los estados comienza con la ruptura del “Contrato Político” que termina siendo sistemáticamente vulnerado por la parte contratante más fuerte, lo que genera en un plazo más o menos largo que la contraparte los vulnere igualmente. Así por ejemplo, cuando no pocos historiadores clásicos (Gibbon, Droysen, Mommsen) indican la negativa a servir en las legiones por parte de los ciudadanos romanos (lo que significa una clara infracción del “Contrato Político”) como un primer síntoma de la decadencia de Roma no perciben que anteriormente y durante mucho tiempo las más altas instituciones romanas, el César o el Senado, ya habían infringido el “Contrato Político” con sus ciudadanos no siendo moralmente exigible a éstos últimos el cumplimiento de las contraprestaciones impuestas en beneficio exclusivo de las locuras y extravagancias de un Heliogábalo.

martes, 8 de octubre de 2013

“LAS HERMANAS MITFORD” de ANNICK LE FLOC´HMOAN

Hace unos años la editorial Circe publicó el libro titulado “Las Hermanas Mitford” escrito por la escritora británica Annick Le Floc´hmoan siendo tal su éxito que, a pesar de lo muy concreto de su temática y del desconocimiento de sus protagonistas por parte del gran público español, ya ha alcanzado la segunda edición.

            La autora de “Las Hermanas Mitford”, Annick Le Floc´hmoan pretende hacer un estudio biográfico sobre la aristocrática, polémica y extravagante familia de lord Redesdale pero trasciende los límites biográficos para hacer una amplia incursión en la historia, sociedad y cultura de la Gran Bretaña durante el periodo de entreguerras y de la inmediata postguerra.

             David Ogilvy Freeman-Mitford, convertido en lord Redesdale tras la muerte de su hermano mayor, contrajo matrimonio con Sydney Bowles (familiar de la conocida Camila Parker Bowles) fruto del cual nacieron siete hijos los cuales, de una forma u otra, rompieron con todos los convencionalismos sociales de la rancia aristocracia británica. Estos descendientes del matrimonio Mitford fueron los siguientes :

            Nancy (1904-1973). La hija mayor, tuvo cierto éxito como escritora de novelas costumbristas y románticas en las que siempre identificaba a sus personajes con amigos y conocidos suyos. Fue una gran amiga del escritor británico Evelyn Waugh.

            Pamela (1907-1994), fue una precursora de la defensa de los derechos de los animales siendo su única extravagancia el casarse vestida de negro.

            Thomas (1909-1945), el único hijo varón pero no el único simpatizante fascisa en la familia murió en acción de guerra en Birnania donde fue destinado tras su negativa a servir en Europa y combatir contra Alemania.

            Diana (1910-2003) la más transgresora de la familia contrajo primeras nupcias con Bryan Guinness, heredero de la homónima y conocida fábrica de cervezas, del que se divorció para casarse en Alemania con Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascisas. Tanto Diana como su marido, Oswald Mosley, fueron unos representativos defensores de Eduardo VIII y de la política británica de apaciguamiento durante los años treinta del siglo pasado.

            Unity (1914-1948), la cuarta de las hermanas y la quinta descendiente de Lord Redesdale, estaba obsesionada con el militarismo, la displina y el fascismo. Seguidora acérrima de su cuñado, Oswald Mosley, terminó fijando su residencia en Alemania hasta que el 3 de Septiembre de 1939, día en que Iglaterra declaró la Guerra a Alemania, intentó suicidarse en Munich quedando con tan graves secuelas que la causaron la muerte nueve años después.

            Jessica (1917-1996), contrajó primeras nupcias con el sobrino de Winston Churchilli, Esmond Romilly, con el que se fugó a España con la intención de combatir en la Guerra Civil a favor de la República. Al estallar la Segunda Guerra Mundial emigró a Estados Unidos junto a Esmond y tras fallecer este en 1941, cuando combatía en la fuerza aérea canadiense, contrajo nuevas nupcias con un abogado de los derechos civiles. Tras la Segunda Guerra Mundial Jessica adquirió la nacionalidad estadounidense a fin de poder afiliarse al Partido Comunista Norteamericano significándose en la defensa de los derechos de las minorías. Tras el abandono del Partido Comunista Norteamericano se convirtió en una famosa periodista de investigación sin abandonar jamás su activismo y compromiso político con las causas de los más desfavorecidos.

            Deborah, nacida en 1920 es la única descendiente de Lord Redesdale que aún vive. Se casó en 1941 con Lord Cavendish convirtiéndose así en la Duquesa de Devonshire siendo la actual dueña del castillo de Chatsworth en Derbyshire que ha adaptado para ser explotado turísticamente. Deborah es la única de las hermanas Mitford  que ha cumplido escrupulosamente el destino que sus aristocráticos padres tenían previsto para todos sus hijos.

            Partiendo del protagonismo de la familia Mitford, Annick Le Floc´hmoan consigue en “Las Hermanas Mitford” reflejar toda una época y concretamente la formación educativa de la aristocracia británica, su decadencia y sus resistencias a dejar de ser lo que habían sido tan solo medio siglo atrás así como mostrar una panorámica del mundo literario de Inglaterra en los años veinte y treinta del Siglo XX siendo una obra altamente recomendable para conocer la esencia del ser británico donde los modos aristocráticos y elitistas continúan rigiendo su política y sociedad.

jueves, 3 de octubre de 2013

SOBRE LA INTERESADA DESMEMORIA HISTÓRICA DE D. ENRIC SOPENA

 
La semana pasada con la excusa del posible ascenso a coronel de un conocido y controvertido contertulio habitual de la cadena “intereconomía” el no menos controvertido y conocido periodista, licenciado por la Universidad de Navarra, don Enric Sopena, publicó en el medio digital que dirige, “el plural.com”, un artículo pretendidamente sobre la extrema derecha en la España de Rajoy donde, tergiversando la historia y mostrando un radical sectarismo disfrazado de desconocimiento, arremetía indiscriminadamente contra la memoria del Carlismo, opuesto frontalmente con el Franquismo.

            Este artículo, titulado “En la España de Rajoy Resucitan los Carlistas y los JóvenesPopulares Alimentan el Facherío”, ha sido debidamente puntualizado, aclarado y contestado por don Josep Miralles y don Fernando García-Romanillos reproduciéndose a continuación sendas contestaciones.

            RESPUESTA DE JOSEP MIRALLES A LA “OPINIÓN” DE ENRIC SOPENA

 El periodista Enric Sopena, incondicional defensor del PSOE en todas las tertulias en las que participa, ha escrito el 23-9-2013, un artículo en El Plural.com, donde intencionadamente quiere ofender al carlismo más genuino, sin diferenciar entre el carlismo y el tradicionalismo más cerril.

Sopena que es un periodista que ya peina canas, aunque no sea historiador –las guerras carlistas fueron el siglo XIX y no el XVIII como él afirma en su artículo- debió conocer, al menos, el carlismo que desde mediados de los años sesenta del siglo XX reinició la oposición al franquismo bajo el liderazgo de D. Javier de Borbón-Parma y de su hijo Carlos Hugo, que por sus actividades antifranquistas fueron expulsados de España por el dictador en 1968. El Partido Carlista, no obstante, continuó su lucha contra la dictadura y contra la monarquía de Juan Carlos, en cuya primera época, se gestó desde las cloacas del nuevo Estado monárquico-franquista, el crimen de Estado del Montejurra 1976 contra los carlistas y la oposición democrática. Sobre ese carlismo, Sopena, como no puede ocultarlo lo minimiza diciendo que “un sector minoritario de los carlistas se pasó a la defensa de las libertades durante el tardo franquismo [pero que] ese carlismo desapareció”. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. En primer lugar, no fue un sector minoritario, pues como dicen en su libro Crónica del antifranquismo, los periodistas que también peinan canas, Fernando Jáuregui y Pedro Vega, “el hecho de que los dos PC, el Partido Comunista y el Partido Carlista, sean en la práctica las dos fuerzas numéricamente más importantes de la época, no es probablemente ajeno a la aproximación que se registra entre ambas formaciones […] Tanto carlistas como comunistas veían muy clara la necesidad de que otros partidos entrasen a formar parte de esas plataformas [de oposición al franquismo]. Tardarían varios años en conseguirlo.” Y es que, como decían los comunistas durante las elecciones de 1977 para contrarrestar la propaganda del PSOE que pregonaba “150 años de honradez”, los del PCE decían: “150 años de honradez y 40 de vacaciones”. En este sentido conviene recordar que, curiosamente, cuando en 1971 la UGT (correa de transmisión del PSOE) intentó reimplantarse en Navarra, fue el socialista Enrique Múgica quien recurrió sin éxito a la Federación Obrera Socialista (FOS) una organización obrera que había creado el Partido Carlista. Así lo documenta en su tesis el historiador José Vicente Iriarte, publicada en su libro Movimiento obrero en Navarra (1967-1977). Organización y conflictividad. En segundo lugar, ese carlismo no ha desaparecido como lo demuestra la existencia tanto del Partido Carlista como de diversas plataformas carlistas independientes fieles a la dinastía proscrita encarnada por Carlos Javier de Borbón Parma, hijo de Carlos Hugo y que nada tienen que ver con la Comunión Tradicionalista del Sr. Miguel Ayuso, absolutamente minoritaria.

Como el periodista Sr. Sopena debe saber, en los crímenes de Montejurra-76, el Estado se valió de antiguos tradicionalistas que se agruparon en torno al hijo disidente de D. Javier, Sixto Enrique, que se atribuyó, la representación del carlismo recreando una reaccionaria Comunión Tradicionalista de la que actualmente es dirigente el tal Miguel Ayuso al que Sopena cataloga de “teniente coronel carlista de la boina roja” con evidente ánimo de insultar al conjunto del carlismo.

Por lo que se refiere a la participación carlista en la Guerra Civil al lado de los sublevados, es evidente que si la República no hubiera atacado o permitido el ataque a la libertad religiosa de la  Iglesia Católica, seguramente los carlistas no se hubieran sublevado. Y es que efectivamente, como dice Sopena, los carlistas “contribuyeron a la victoria del Caudillo y sus golpistas en la guerra civil” pero fue muy a pesar suyo, puesto que iniciada la guerra, el carlismo oficial y mayoritario de D. Javier y Fal Conde, se opusieron a la deriva totalitaria y filofascista de Franco y Serrano Suñer, y al Decreto de Unificación en el partido único de inspiración falangista, razón por la cual, D. Javier y Fal fueron expulsados de España y otros muchos requetés carlistas fueron represaliados por el régimen y la falange. Por eso se ha dicho que el carlismo fue vencido en el campo de los vencedores. 
 
Dice el Sr. Sopena que las “guerras carlistas fueron brutalmente sangrientas. Querían los carlistas o tradicionalistas liquidar a los liberales, que en cierto modo eran los progresistas de aquella época.” Es evidente que con esta afirmación tan presentista Sopena pretende cargar las tintas contra el carlismo decimonónico. Sin embargo, si se estudia a fondo el liberalismo y el carlismo del XIX se verá que la historia no es tan simple y que hay muchos matices que hacen pensar que los planteamientos carlistas eran mucho más “democráticos” que el de los partidarios del liberalismo censitario. A modo de ejemplo citaré unos cuantos textos de origen no carlista:

Miguel de Unamuno, en En torno al casticismo escribió: “¿Cuándo se estudiará con amor aquel desbordamiento popular que trascendía de toda forma? ¡Cuántas cosas cabían en los pliegues de aquél lema: Dios, Patria y Rey! […] aquel empuje profundamente laico, democrático y popular; aquella protesta contra todo mandarinato, todo intelectualismo y todo charlatanerismo, contra todo aristocratismo y centralización unificadora.” También en su escrito “Sobre la tumba de Costa” escribió: “El carlismo puede decirse que nació contra la desamortización, no sólo de los bienes del clero y los religiosos, sino de los bienes del común” y añadía que  “el colectivismo agrario de Costa, sus deseos de volver a aquella propiedad comunal que recuerda el MIR ruso, lo de la política de alpargata, todo ello es carlismo”

Sobre la idea de autogobierno y democracia participativa el embajador británico en Madrid, George Villiers, del partido progresista, escribía en 1835 a su hermano: “La mayoría de la gente es honrada, pero es carlista, odian lo que se llama gobierno liberal, instituciones liberales, y hombres liberales. Pero donde tú y otros extranjeros estáis más equivocados es al pensar que el pueblo español está esclavizado. No hay en Europa otro pueblo tan libre: las instituciones municipales en España son republicanas; en ningún país existe tanta igualdad real. El pueblo se gobierna a sí mismo a través de unas cuantas costumbres antiguas, le importan poco las leyes y los decretos reales y hace más o menos lo que le apetece […] Todo lo que desean es que el Intendente no les robe tanto, y que el alcalde no les moleste demasiado […] Es un engaño suponer que el clero regular es detestable. Eso es verdad en las grandes ciudades, pero no lo es en el campo. Los monjes son los propietarios residentes, los caballeros del campo de España. Ellos alimentan, dan trabajo y consuelan a la gente; son además, la aristocracia de los pobres”.

Otro británico, que en este caso luchó contra los carlistas durante la Primera Guerra, Alexander Sommerville, explicaba así la defensa de los fueros, otra de las divisas del carlismo histórico: “…esta palabra en un sentido significa ‘leyes’, y en las provincias del norte estas siempre equivalen a los ‘derechos del pueblo’, o al derecho de heredar propiedad, así como al de hacer sus propias leyes, siendo exentos de impuestos nacionales y de las leyes generales de España.”

Y un investigador libertario, también, por cierto, anticonstitucionalista –afortunadamente no todos estamos adoctrinados con el patriotismo constitucionalista democrático-burgués, tanto da que sea de derechas como de izquierdas-, Félix Rodrigo Mora, en su libro La democracia y el triunfo del Estado, escribe sobre alguna de las “brutalmente sangrientas” criaturas del liberalismo como “La sangrienta Milicia Nacional, aparato represivo por excelencia del primer liberalismo, constituido por los poderhabientes y pudientes armados de cada localidad” que combatían al carlismo, haciendo referencia también a un historiador –José Luis Comellas-  que dice que “el coronel González, sólo en un día mandó pasar a cuchillo a trescientos guerrilleros que se habían rendido” y que “el número de asesinatos, de presos, de incendios, de arrasamientos, de saqueos y abusos cometidos (por los liberales en el poder) entre noviembre de de 1822 y septiembre de 1823 son prácticamente incalculables”

Josep Miralles 

RESPUESTA DE FERNANDO GARCIA-ROMANILLOS 
  25 septiembre 2013, dirigido a Enric Sopena. Elplural.com

La identificación que hace este post entre carlistas y facherío es inexacta e injusta. Inexacta porque ignora la historia franquismo, del tardofranquismo y del postfranquismo. Es falso que los carlistas estuvieran alineados con franquistas y falangistas hasta el final de la dictadura. Salvo unos pocos tradicionalistas colaboracionistas, el carlismo liderado por el príncipe Javier de Borbón Parma y su hijo Carlos Hugo estuvo frente al Régimen.

Recordarás, Sopena, que Carlos Hugo de Borbón, y posteriormente su padre y hermanas, fue expulsado de España en diciembre de 1968 tras ser detenido por la Guardia Civil en Zaragoza.

Esa identificación es injusta con todos los demócratas que lucharon contra la dictadura franquista en los años 60 y 70. Dirigentes comunistas, socialistas, libertarios, democratacristianos y obreros de aquella época, empezando por Santiago Carrillo y Marcelino Camacho y terminando por Ruiz-Giménez y el comandante Busquets (UMD), dejaron testimonio del compromiso del Partido Carlista con las libertades y en la constitución de la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática.

Es injusta con la verdad histórica y con quienes padecieron, como carlistas, la persecución de la dictadura. La minoría fue la que, abanderada por Sixto de Borbón y otros miembros de la ultraderecha, y protegida por el entonces ministro Fraga Iribarne y la Guardia Civil, atacaron a los auténticos carlistas en su cita anual de Montejurra (Navarra), en mayo de 1976, causando dos muertos.

Lamento, Sopena, que en tu comprensible afán por denostar los restos fascistas incurras en la ligereza tan inexacta como dolorosa de identificar al carlismo que se desenvolvió en la clandestinidad con sus perseguidores.

Fernando García-Romanillos. Periodista