La Novela Picaresca es un género
literario en prosa propio de la literatura española que trascendió a otras
literaturas europeas pero sin alcanzar jamás, en ninguna de ellas, tan
prolífico número de títulos, los cuales, tras varios siglos, fueron feliz y
afortunadamente agrupados por la Editorial Aguilar en dos gruesos volúmenes de
más de mil doscientas páginas cada uno.
La literatura británica tiene
célebres pícaros como “Moll Flanders” de Daniel Defoe o “Tom Jones” de Henry
Fielding, la literatura germana tiene a “Simplicíssimus” creado por Von
Grimmelshausen y la literatura francesa tiene a “Gil Blas de Santillana”
inventado por René Lesage, pero toda la Novela Picaresca europea, con exclusión
de la Española, difícilmente habría alcanzado la mitad del grosor de uno de los
volúmenes de la editorial Aguilar.
De la Novela Picaresca se han
estudiado todas sus características y aspectos menos una cosa. Jamás crítico
literario alguno se ha preguntado el por qué el género picaresco ha tenido una
producción de títulos y personajes tan elevado en la literatura española y es
que seguramente la mayoría de ellos ha incidido en el hecho de la calidad
literaria y ha desdeñado su cantidad por no considerarla importante para
cualquier estudio académico. No obstante, la cantidad de Novela Picaresca
producida durante el Siglo de Oro español puede no ser relevante para un
tratado literario, pero sí tiene una enorme importancia desde el punto de vista
sociológico no solo porque refleja una realidad social concreta, la sociedad
española de los siglos XVI y XVII, sino porque muestra una forma de enfrentarse
a esa realidad por determinados individuos.
La Novela Picaresca española
contiene una enorme crítica a las instituciones políticas a las que presenta
como degradadas, corruptas, injustas y explotadoras del pueblo español, el cual
adopta la picardía como forma de supervivencia. Ante una situación de
corrupción e injusticia generalizada un pueblo solo puede elegir entre tres
opciones:
1º. Someterse dócilmente y
simplemente aguantar sin hacer nada. En este caso no habría personaje ni acción
y, por tanto, difícilmente podría existir narración alguna porque no habría
nada que narrar.
2º. Sublevarse y enfrentarse a las
instituciones, dando lugar a una revolución y a un personaje que sería un líder
revolucionario.
3º. Trampear y jugar a que si por un
lado le hacen padecer la injusticia y la explotación, por el otro, y por medio
de picardías, consigue recuperar todo o parte del perjuicio que esa explotación
e injusticia le han ocasionado.
El pícaro no se somete a las
instituciones y tampoco se subleva, no se enfrenta a la realidad social y
política asaltando diligencias, cosa que le haría dejar de ser un pícaro para
convertirse en un bandolero, protagonista de otro tipo de novelas. Los medios
del pícaro son la astucia, el engaño y el fraude, no las armas. A la duda
hamletiana de optar por la acción o la inacción tan bellamente expresada en el
famoso soliloquio del acto tercero, escena primera del “Hamlet” de Shakespeare
(“Ser o no ser, he aquí la cuestión. ¿Qué es más digno para el espíritu, sufrir
los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra océanos de
calamidades y, haciéndoles frente, ponerlas fin en el encuentro? Morir...,
dormir; no más…”), el pícaro responde tajante y rotundamente: “ni lo uno ni lo
otro: lo digno es la trapacería”.
Así, trampeando es como el pícaro se
enfrenta a la adversidad. No lo hace por maldad innata ni por el placer de
hacer daño sino por pura supervivencia y, también por dignidad porque el pícaro
es consciente de que las instituciones y las personas que las encarnan, que son
de un rango notablemente superior al suyo y que deberían dar ejemplo; engañan,
estafan y defraudan a todos recubriendo sus fechorías con apariencias de
honorabilidad, inteligencia y legalidad. De estas premisas surge el
razonamiento del pícaro que consiste en pensar que aunque los poderosos puedan
oprimirlo y estrujarlo carecen del derecho de tomarlo por tonto obligándole a
creer que siempre actúan rectamente y en beneficio de la colectividad y,
consecuentemente, partiendo de este modo de pensar nace su forma de actuar que
consiste en que: si le buscan, procura que no le encuentren, si le cobran un
precio indebidamente elevado con la aquiescencia de la autoridad, él intentará recuperar
el precio pagado o parte del mismo con alguna trapacería, si le hacen servir en
los ejércitos y le imponen penosos trabajos procurará ganarse honores a la vez
que rehuirá los esfuerzos y peligros. No obstante, el pícaro no es, como casi
todos los críticos literarios han descrito, un antihéroe sino un héroe
potencial que permanece oculto al faltarle una “gran causa” a la que servir
porque, llegado el momento, no dudaría en seguir y respetar a quien gana su
respeto y sacrificarse por aquello que considera digno de su sacrificio.
Esta es, muy probablemente, la causa de que la Novela Picaresca sea tan voluminosa en nuestro país, porque representa, de una forma que casi podría considerarse precursora del realismo, cual ha sido el “modus operandi” de las clases dirigentes españolas desde el Siglo XVII y cual ha sido el “modus vivendi” mediante el cual las clases populares han conseguido sobrevivir a tan nefastos dirigentes hasta nuestros días.
Esta es, muy probablemente, la causa de que la Novela Picaresca sea tan voluminosa en nuestro país, porque representa, de una forma que casi podría considerarse precursora del realismo, cual ha sido el “modus operandi” de las clases dirigentes españolas desde el Siglo XVII y cual ha sido el “modus vivendi” mediante el cual las clases populares han conseguido sobrevivir a tan nefastos dirigentes hasta nuestros días.
Hoy, mientras algunos autores
contemporáneos resucitan a heroicos capitanes de los Tercios de Flandes y otros
muchos se explayan escribiendo novelas históricas con el trasfondo de nuestra
última guerra civil se echa de menos que no se escriban novelas picarescas,
pero es que en la España
actual la Novela Picaresca
ha dejado de escribirse y de leerse para empezar a vivirse ya que los vicios de
los de arriba marcan la ausencia de virtudes en los de abajo siendo
desvergüenza exigir a éstos que no hagan lo que aquellos les enseñan constantemente
a hacer.
Esta vez se ha superado a sí mismo. Bien, bien. Ahora bien (y valga la redundancia), la moraleja de esta, llamémosle, parábola –si me permite la expresión– entraría dentro de lo que servidor ha querido ir aportando de mi visión pesimista (o realista) de en lo que se está convirtiendo la sociedad.
ResponderEliminarEsto es, que en los artículos precedentes le veía a Ud. como bastante más positivo u optimista que yo, pero con éste… Con éste, como dice el dicho popular “se me han caído los palos del sombrajo”. Pero bueno, para bien o para mal, refleja Ud. fielmente el retrato de la sociedad actual.
Estimado anónimo:
ResponderEliminarPesimismo y optimismo no son más que caras diferentes de la misma moneda.
La historia esta repleta de episodios donde los optimistas caminan alegremente y a paso ligero hacia la tragedia, mientras que los pesimistas advierten lo que va a venir. Por otra parte, la acción política esta repleta de momentos en que la buena gente, invadida de cierto pesimismo,no hace nada porque lo considera todo perdido de antemano.
El pueblo español lleva casi 200 años conformándose con sobrevivir mediante la picaresca y aunque le parezca pesimista yo no desespero de que un día, tal vez cuando la casta política dirigente que todo lo quiere para sí no permita al español ni trampear, el pueblo español deje de conformarse con sobrevivir, anhele el vivir y de un puñetazo definitivo en la mesa.
Salud y fraternidad.