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martes, 5 de julio de 2016

CONSECUENCIAS DEL BREXIT



Después de pasados quince días desde que los ciudadanos británicos decidieran en referéndum su salida de la Unión Europea, resulta que, a pesar de los más catastróficos vaticinios, no ha pasado nada relevante en la economía europea más allá de una momentánea caída de las bolsas que parecen que ya empiezan a recuperarse ignorando la incertidumbre sobre la formación de gobierno en España y la prolongación indefinida de la crisis griega, por lo que solo se puede deducir lógicamente que tal caída obedecía más a una simple corrección de los mercados y a una recolección de beneficios de los más temerosos que a cualquier otro motivo inspirado por la decisión tomada por los protegidos de Albión.

             En realidad, la salida del Reino Unido de la Unión Europea tiene muchísimas menos implicaciones económicas que las que nos querían y nos quieren hacer creer, hasta el extremo de que se puede afirmar sin temor a equivocarse que hubiera sido mucho más grave la salida o expulsión de Grecia de las instituciones europeas que la salida de la Gran Bretaña porque lo primero hubiera supuesto el fracaso más absoluto del Euro, esto es de la unión financiera y monetaria, y posiblemente el impago de la enorme deuda externa griega que habría arrastrado a la quiebra a cientos de accionistas e inversores extranjeros, mientras que la salida de la Gran Bretaña apenas tendrá significación económica al no estar integrada plenamente en las estructuras financieras y monetarias de la Unión Europea como son el Banco Europeo y el Euro.

            Desde el punto de vista estrictamente económico, la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea no va a significar gran cosa porque siendo un estado con sesenta millones de habitantes con un pujante sector industrial y tecnológico que participa en los grandes consorcios tecnológicos e industriales europeos es impensable que la economía de la Unión Europea prescinda de la economía británica o que la economía británica prescinda de la economía europea por lo que los vínculos de cooperación económica y los flujos comerciales continuaran de forma similar a como se dan en la actualidad. Ni la economía británica va a dar la espalda a los mercados europeos ni la economía de la Unión Europea va a despreciar sesenta millones de consumidores potenciales por lo que la salida del Reino Unido de la Unión Europea solo va a suponer la negociación de un tratado económico entre ambas partes en el que la Gran Bretaña obtendrá la posición de "estado especialmente beneficiado".

            En cambio desde el punto de vista político, la salida del Reino Unido de la Unión Europea sí supone un duro golpe a la llamada construcción política europea. En primer lugar porque pone de manifiesto que la llamada construcción política de Europa no es más que un mito propagandístico que ya no engaña a nadie pues dicha construcción se está realizando, desde el Tratado de Maastricht, sobre la base y el fundamento de la hegemonía política alemana, siendo Alemania quien marca la pauta en cuanto a nuevas adhesiones y en cuanto a la política exterior e interior de Europa y porque, en segundo lugar, abre la puerta a que más estados se sumen a la posibilidad de salirse de las instituciones europeas, lo que ya sería la puntilla definitiva al proyecto europeo.

Con su salida de las instituciones comunitarias, el Reino Unido recuperará el control de sus fronteras, la plena soberanía legislativa y su plena soberanía política no viéndose afectada por las directrices que emanan desde Bruselas ni por los tratados internacionales que pueda suscribir la Unión Europea. De esta forma, la Gran Bretaña volverá a apostar por una política interior propia donde lo fundamental sean los intereses británicos y una política exterior basada en la alianza transatlántica con Estados Unidos y en el equilibrio continental, equilibrio que si hoy parece inexistente, al inclinarse notoriamente la balanza de poder a favor de Alemania, sin duda se corregirá mínimamente si Francia reacciona ante su progresiva pérdida de poder e influencia en el seno de la Unión Europea y en la misma Europa, donde la influencia política y económica de Alemania se extiende a los estados del Este, ex-comunista e incluso a los Balcanes, mientras que la influencia de Francia, más que avanzar retrocede en la Europa mediterránea que, aun en el dudoso supuesto de que girase incondicionalmente en torno a Paris, difícilmente podría contrarrestar el poderío económico de Alemania y sus satélites europeos.

            Con la decisión de salirse de la Unión Europea, Inglaterra ha apostado audazmente, pero no descabelladamente por un escenario europeo en el que, a medio o largo plazo, se den tres bloques económica y políticamente antagónicos:

            a) Una Alemania hegemónica y dominante de unos estados satélites integrados por los estados del Este ex-comunista, por los estados bálticos, por la mayoría de los estados balcánicos y por la misma Ucrania.

            b) Una Francia en pugna por convertirse en una potencia líder entre los países latinos y mediterráneos claramente en inferioridad de condiciones económicas respecto al bloque germánico.

            c) Una Rusia, emergente, que consolidada como gran potencia mundial, sigue teniendo graves problemas, tras la desintegración de la URSS y del bloque soviético, para mantener su definición como potencia europea y no como potencia asiática.

            Al salirse de la Unión Europea, la Gran Bretaña ha apostado por la posibilidad de que este panorama europeo se dé realmente, lo cual ocurrirá muy posible y muy probablemente, y a partir de ahí jugar a apoyar desde fuera a uno u otro bloque según les interese en cada momento arbitrando soluciones o favoreciendo conflictos según sus particulares conveniencias.

            En realidad, el "Brexit" no supone un capricho británico ni un triunfo del chovinismo inglés, sino simple y llanamente responde a una visión realista de la situación política y económica europea donde Europa no es más que un "Gran Espacio" cuyo control se disputan dos o tres potencias en un gran juego de inteligencia diplomática del que la decisión británica no le apea sino que la redefine en su condición de jugador activo.
 


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