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lunes, 19 de septiembre de 2016

LAS LEYES CIENTIFICAS DEL PODER Y LA CORRUPCIÓN




En un tiempo donde todo, incluso lo más puramente sentimental, parece reducirse científicamente a fórmulas químicas y ecuaciones matemáticas dejando poco o nada fuera del examen racional y científico y poniendo en situación de asedio aquella máxima cartesiana que afirmaba que "El corazón tiene razones que la razón desconoce", llama poderosamente la atención que nadie haya reparado en la existencia de unas Leyes científicas que regulen el ejercicio del poder y la corrupción política.



            En los regímenes políticos de corte occidental, el acceso y la permanencia en el poder se encuentra sometida a unas leyes científicas cuyo resultado inexorable es algún tipo de corrupción.



            Todo grupo, partido o líder político  que desea acceder al poder debe fomentar un interés concreto en uno o varios grupos sociales distintos (empresarios, estudiantes universitarios, financieros, religiosos, etc...) a fin de obtener el apoyo de esos grupos en su carrera hacia el estrellato político. Una vez instalado en el poder, empieza lo más difícil que es mantenerse en é; para ello el grupo, partido o líder político hará que los intereses fomentados durante la carrera hacia el poder se materialicen en medida de lo posible no dudando en traicionar al grupo menos importante y utilizar a alguno de los grupos en los que se apoya en contra de otro; de esta forma se consigue dos cosas: 1ª, Dividir a los grupos que apoyan el liderazgo para que pierdan gran parte de su capacidad  reivindicativa en disputas internas a la hora de exigir lo que se las ha prometido y 2º, Prolongar en el tiempo el apoyo de estos grupos gracias a la expectativa de que si hoy no ven satisfechos sus intereses lo verán mañana.



            El verdadero problema surge en que la mayoría de los políticos no son conscientes hasta muy tarde de que, en su carrera hacia el poder, han ido creando unos intereses particulares que nada tienen que ver con el bien común que dicen defender y que será la satisfacción de esos intereses creados, y no otra cosa, la que marcara la realización de todo  programa político. En este sentido el poder político se puede describir como el punto del agua donde impacta una piedra del que emanan una serie de ondas concéntricas que constituyen los intereses creados, cuantos más ondas crea el impacto más intereses existen siendo los que están más cerca del punto de impacto los que antes y mejor deben ser satisfechos quedando definida la estabilidad y la permanencia en el poder por la cantidad de intereses (ondas concéntricas) que se es capaz de satisfacer plenamente.



De esta forma las posibilidades de acceso al poder de un candidato son directamente proporcionales a los intereses que es capaz de fomentar, mientras que la permanencia y estabilidad de su gobierno es directamente proporcional a la cantidad de intereses previamente fomentados que es capaz de satisfacer real y plenamente. Evidentemente los  grupos cuyos intereses serán plenamente satisfechos quedarán integrados por las que estén más próximos al poder, es decir por las ondas más próximas al punto de impacto que las crea, mientras que la perfección en la satisfacción de intereses irá disminuyendo  en proporción a la lejanía del poder en que se encuentre el grupo.



            Como materialmente resulta imposible satisfacer totalmente todos los intereses creados, se intenta satisfacerlos al menos parcialmente, siendo esto la causa real de la corrupción.



            La satisfacción total del interés de un grupo se hace por ley, la ley puede ser buena o mala, conveniente o inconveniente, justa o injusta, pero siempre es y será legal. Así, por ejemplo, si un gobierno desea favorecer a los banqueros basta con que haga una ley fijando el interés máximo que pueden dar a los ahorradores por sus depósitos (curiosamente, el interés máximo que pueden cobrar los bancos por las cantidades prestadas a los ciudadanos no se establece por ley sino que queda sometido a las fluctuaciones de los mercados en los que se basan los índices de referencia) o si desea satisfacer los intereses de las aseguradoras basta redactar una ley que establezca unos baremos máximos de indemnización. En cambio la satisfacción parcial del interés de un grupo o el mantenimiento de la expectativa de que un interés será satisfecho en el futuro no puede ser tan transparente, por lo que para ello solo se puede acudir a medios no previstos en la ley y qué esta no puede prever.



            Así, un grupo que puede no ver satisfecho plenamente sus intereses puede verlo parcialmente a cambio de algún tipo de concesión que se le hace "por la puerta de atrás" con la que obtiene algún beneficio aunque sea a cambio de algún tipo de comisión en la esperanza de que más adelante la satisfacción tal vez pueda convertirse en plena.



            De esta forma, la corrupción política es directamente proporcional a la cantidad de intereses creados que no se pueden satisfacer plenamente.



            En realidad la corrupción política es una consecuencia, en gran medida lógica e inevitable, de los regímenes políticos occidentales en los que se afirma que se pretende gobernar para el pueblo pero realmente se gobierna para la satisfacción de los intereses particulares de unos grupos que, cercanos al poder, lo apoyan y lo promocionan. Solo un régimen político, en el que la participación ciudadana en el estado (no en los grupos políticos que aspiran alcanzar el poder sino en el estado mismo) sea constante y en el que el estado se constituya de abajo a arriba en virtud del principio de subsidiariedad por el cual "aquello que pueda hacer una unidad menor no debe ser realizado por una unidad mayor" quedando coronado por una institución plenamente independiente de cualquier grupo o interés puede garantizar la libertad de los individuos, los anhelos de los pueblos y una justicia libre de injerencias ajenas.

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