Páginas

lunes, 27 de abril de 2020

PRESENTE Y FUTURO DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA



 España, las Españas, tienen por delante un futuro muy gris si los dioses no lo remedian inspirando a los ciudadanos .

            A estas alturas de la película no negaremos que hemos alcanzado ciertos, minúsculos, avances democráticos  (aunque solo sean formales) pero seguimos arrastrando atavismos sin cuento; atavismos sociales, económicos y políticos que lastran cualquier intento de avance .

            ¿No tenemos otra opción que confiar -ciegamente- en las supuestas capacidades  y la hipotética lucidez de unos primates políticos a la hora de plantear e implementar reajustes en el sistema?

            Sinceramente, no. Han venido demostrando estar, los unos y los otros, por la implantación  de un cesarismo político, primando sus intereses frente al interés común.

            La única salida, para evitar ese cesarismo, está en el  sellado de la brecha  de desigualdad, sin menoscabo de las concretas libertades ciudadanas y sin caer, personas y partidos, en el populismo; un populismo que convierte a los ciudadanos en simples compradores de promesas electorales y carne de cañón de las ¿ideologías?

            En las Españas tenemos un problema irresoluto: ¿cómo reorganizar la acción colectiva, en la búsqueda del bien común, respetando y profundizando el sistema democrático?

            En Las Españas, tozudamente, hemos venido repitiendo una y otra vez esquemas del pasado. Unos esquemas que van del cesarismo hacia la oligarquía para regresar al cesarismo en un movimiento del péndulo  que, en los últimos lustros, ha venido siendo dinamizado por el flujo-reflujo de las mayorías.

            Democracia es gobernar, no gobernabilidad, que hay una abismal diferencia entre una u otra.  La política debe ser gobernada por la voluntad popular libremente expresada. Para que esto sea posible en una sociedad tan heterogénea, y en la que la desigualdad ha alcanzado cotas insoportables, es preciso explorar nuevas fórmulas de representación que se traduzcan en herramientas y mecanismos de decisión directa.

            En las Españas, cada vez que se ha hecho un intento de cambio, hemos tropezado,  continuamente, con esquemas del pasado -más vale malo conocido que…- y, según estos esquemas, la democracia  empieza y termina en la votación: en las convocatorias electorales, el acto electoral de acudir a las urnas es el referente único que agota todo lo demás.

            Los politólogos -los dictadores del pensamiento- no paran de segregar, con una concepción minimalista, teorías y análisis sobre estereotipos: unos paradigmas que, a todas luces resultan obsoletos y caducos.

 Los politólogos, siguen machacando tozudamente sobre el mismo hierro: la concepción minimalista de un liberalismo - mal entendido y peor asimilado - que considera que la democracia empieza y termina en el acto de elegir a aquellos que gobernarán, olvidando la legitimidad de ejercicio; una legitimidad que se adquiere con el cumplimiento del programa que ofertaron durante campaña electoral - .

            Los politólogos se justifican aduciendo que hay que descargar a la democracia de excesivas responsabilidades, que el problema del bienestar social, de redistribución de la riqueza, etc. hay que dejarlo en manos del mercado -¿político o económico?-.

            Para los minimalistas políticos el asignar a la democracia la responsabilidad de solucionar todos los problemas es un exceso, y que hay que restringir toda la participación ciudadana  a unas elecciones periódicas.

            Nada de Estado y menos sociedad: todo en manos privadas y un Gobierno -turnante- de tecnócratas que se dedique a segregar norma tras norma reguladora, básicamente para la acción económica, obviando cualquier acción social.

            Por otro lado tenemos a los partidarios de la acción directa. Para ellos la concepción liberal-minimalista lleva a una aponía: incapacidad para tomar las riendas de los problemas sociales; una incapacidad que lleva a la esterilidad y al triunfo del interés privado sobre el común.

            Montesquieu: “la noción aristocrática de la democracia nos lleva a la contención del poder; un poder que tiene precedencia sobre la soberanía”.

            Rousseau (¿lo subscribiría Marx?): “si la democracia no cursa hacia una modificación de la estructura se queda en simple instrumento prescindible”.

            Los politólogos -muy versátiles ellos -no se han dado cuenta, no se quieren dar  cuenta que esa polarización no es otra cosa que el producto de un error conceptual: los problemas de la democracia representativa son mucho más profundos.

            Plantean, los politólogos, una falsa disyuntiva, una falacia: democracia como aristocracia electa versus la posibilidad de una auténtica representación democrática.

            La falacia, la trampa que plantean los politólogos al uso, es una falsa disyuntiva: si la democracia no es capaz de resolver los problemas de la sociedad, solo quedan dos salidas: o se hegemoniza, por medio de un cesarismo de aristocracia política –la casta-, o se deja a un lado la democracia como sistema, para implantar la autarquía tecnocrática.

            Parece que hoy impera aquello que la mano negra, política y económica, siempre ha deseado. La democracia -cualquier democracia no formal- como facilitadora de aquello que demanda la sociedad no es aceptable para las élites económicas y políticas, por lo que intentarán limitar y reconvertir la democracia mediante diques de contención ante cualquier reivindicación. O lo que es lo mismo: aspiran a una democracia puramente formal.

 ¿Existe alternativa?

            Si partimos del principio que dice que la representación es la única forma viable para construir, afianzar y consolidar la democracia como sistema en el que los ciudadanos pueden involucrarse sólo a través del voto, partiremos de una ficción,  ya que existen otras formas de acción política por parte de los ciudadanos y que no pasan, precisamente, por los partidos políticos convencionales y en las que entran en juego organizaciones ciudadanas no partidistas: asociaciones profesionales, de familias, culturales, etc. como los cuerpos intermedios, la subsidiariedad, la autogestión,… que deben de tener papel predominante en la decisión política.

            Nuestro sistema de participación democrática es una de las formas, no la única, de intermediación,  que debe de ser rediseñada para que la influencia de los ciudadanos (individual o colectivamente) en la acción legislativo-normativa, a cualquier nivel, pueda alcanzar mayores y mejores cotas,  para evitar que todo quede albur de los intereses de la aristocracia política: la partitocracia y sus aliados.

            Si tenemos en cuenta la heterogeneidad social, la mejora de la calidad de la representación debe ser direccionada a una mayor participación en las políticas públicas: en los planteamientos, en la toma de decisiones, en el control, etc.

            La calidad de la democracia representativa se mide por el índice de igualdad -que no igualitarismo-. Los ciudadanos deben de poder acceder, en igualdad de condiciones e inmediatamente –y sin mediación alguna-, a la res pública en cualquiera de sus niveles: las mediaciones representativas existentes deben ser repensadas explorando más allá del camino trillado de la partitocracia.

            Se deben  arbitrar mecanismos de rendición de cuentas, como el tradicional juicio de residencia.

 Se deben mejorar los mecanismos de la iniciativa legislativa popular, eliminando toda rigidez normativa y su encorsetamiento formal que, hoy, la han hecho inoperante.

            Se deben diseñar medios con los que la ciudadanía pueda ejercer un control -sin mediación partidista y, por tanto, interesada en que no exista ese control -sobre las actuaciones de la autoridad: un control efectivo sobre el cumplimiento del contrato que debería ser todo programa electoral.

            Las políticas practicadas hasta la fecha no han sido direccionadas a la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos -desde la salud a la educación; desde la ciencia a la tecnología e investigación…-  solo han significado un pírrico avance, y han sido utilizadas esas políticas a la mayor gloria y beneficio de unos cuantos.

            El desequilibrio, producto del neo-liberalismo, se ha adueñado de todo, y los políticos han sido incapaces de fijar una agenda de futuro, ya que están más ocupados y preocupados en su presente y futuro, profesional,  de cambios reales y realistas. Unos cambios de los que surjan instituciones para las que todos los ciudadanos sean lo primero. Unas instituciones dotadas de instrumentos y procedimientos eficaces y eficientes, a la hora de hacer valer los derechos civiles y sociales enmarcados en un contexto de libertades concretas.

            Sin  estos cambios no será posible un desarrollo social y económico sustentable y sostenible en una sociedad democrática. De democracia efectiva y no solo formal.

            El régimen representativo actual, tal como está definido y diseñado en la Constitución de 1978, no es el idóneo para modificar el entramado existente ya que, aun a pesar de la formal existencia de libertades básicas y de elecciones periódicas, el sistema ha quedado bloqueado a la hora de realizar cambios redistributivos mediante políticas públicas -fiscales, educativas, laborales, sanitarias….- puesto que su diseño, elaboración y ejecución ha sido adjudicado en exclusiva a las mayorías electorales turnantes.

            Las relaciones de poder, fundamentales en los órdenes social, político y económico, han permanecido y permanecen sin cambios sustanciales, porque fueron blindadas por una Constitución que se ha venido vaciando de contenido mediante una serie de leyes y normas:  “ustedes hagan la ley, que yo haré los reglamentos de aplicación”.

            La evolución y el desarrollo de la democracia representativa en las Españas debería haberse dotado de más contenido,  de la mano de la convergencia de muy diversas ideologías.   El reto que se nos plantea no es otro que la superación de los reduccionismos que solo nos lleva a una limitación o eliminación de derechos y libertades, tan ansiada por los poderes económicos. Unos poderes muy interesados en ese reduccionismo ya que en ello va su beneficio.


miércoles, 22 de abril de 2020

EL FIN DE LA NUEVA GRAN ILUSIÓN



 La pandemia desatada a nivel mundial a causa del coronavirus, no solo ha supuesto una crisis sanitaria de primer orden para nuestro país sino que también ha permitido descubrir aspectos importantísimos de la política propia de España y de la política internacional que nos ha demostrado que hemos estado reviviendo la "Gran Ilusión" de Ralph Norman Angell (1), al creernos que vivíamos en un entorno seguro y estable.

            La realidad ha sido otra, la realidad ha revelado falsa las ilusiones en las que estábamos instalados y ha puesto de manifiesto las mentiras que estábamos viviendo poniéndonos a todos ante una cruda realidad nacional e internacional. 

            En el ámbito nacional, se ha puesto de manifiesto el total fracaso del Estado, no solo del Gobierno, sino del mismísimo Estado y de todas sus instituciones. Fracaso que, por otra parte, ya habíamos denunciado en diversas ocasiones desde este mismo espacio. 

            Considerando que los gobiernos tienen canales de información muy superiores a los que pueda tener cualquier ciudadano, incluso de una posición elevada en la sociedad, resulta inverosímil que el Gobierno español no estuviera informado, ni siquiera de forma aproximada, de lo que estaba ocurriendo en China y más increíble aún resulta que tampoco tuviera información, menos aproximada y más precisa, de lo que estaba pasando en Italia. Por tanto, fracasó la inteligencia, fracasaron las distintas fuentes de información de las que puede disponer y dispone cualquier estado que se precia salvo, claro está, que el Estado español no disponga de esos canales de información o los tenga ocupados en otros menesteres menos complicados como puede ser recabar cotilleos de baja cama.

            Un estado, cualquier estado, debe tener y de hecho tiene, instituciones cuya única finalidad es recrear escenarios de posibles conflictos. Generalmente a esa institución se la suele llamar Estado Mayor y se dedica, en solitario y/o en coordinación con otros Estados Mayores de potencias aliadas, a "Juegos de Guerra", es decir, a planificar ofensivas contra posibles enemigos, a prever la defensa del territorio de posibles ataques y, sobre todo, a evaluar amenazas ya sean estas bélicas, terroristas, medio ambientales y, por supuesto, biológicas. Resulta que aquí, considerando las informaciones que se estuvieron difundiendo desde el Gobierno según las cuales el Coronavirus "no era más que una gripe un poco más fuerte de lo habitual, con una mortalidad que no excedía del dos por ciento y que, prácticamente, solo sería peligroso para las personas mayores", solo se puede deducir que nadie evaluó la verdadera amenaza que suponía este nuevo virus. 

            Finalmente, un estado debe estar preparado si no para evitar cualquier contingencia y amenaza, al menos para mitigar al máximo sus efectos. Para ello,  debe tener la infraestructura interna suficiente que le permita asegurar el autoabastecimiento de lo necesario, o al menos de lo imprescindible, durante una crisis que implique o pueda implicar escasez de algo  y también debe poseer una serie de infraestructuras en el exterior que permitan mantener abiertas, en cualquier circunstancia, las líneas de suministro y abastecimiento de los bienes y materiales que han de ser importados, no cayendo en la improvisación de tener que buscar proveedores y empresas suministradoras de última hora como, según indicios, parece que ha ocurrido en la presente situación.

            De una forma  nítida y meridiana, la actual crisis sanitaria del Coronavirus ha revelado que el Estado español no ha dispuesto de ningún análisis de información que permitiera al ejecutivo tomar las decisiones oportunas ni estaba preparado para enfrentarse a una crisis de falta de suministros de materiales, en este caso médicos, sin duda porque todos los anteriores Gobiernos del Régimen del 78 consideraron que, de surgir estos problemas, nuestros "aliados" europeos y atlánticos nos ayudarían en vez de confiscarnos dicho material. 

            Esa ha sido la gran ilusión del Estado español el creer y hacer creer a los ciudadanos que las relaciones políticas son relaciones de sincera amistad y no, lo que realmente son: relaciones de puro interés.

            Igualmente, en el ámbito interior resulta necesario analizar lo que la crisis sanitaria del Coronavirus ha revelado respecto a la verdadera cara de nuestra sociedad, la cual se encuentra bastante alejada de la imagen de seriedad, generosidad y solidaridad  que hasta ahora aparentaba tener.

 Nada más anunciarse por el Gobierno de la Comunidad de Madrid, el 10 de marzo de 2020, que se cerrarían los colegios y las universidades madrileñas para evitar la concentración de personas en las aulas académicas con el evidente riesgo de contagio que ello suponía; los ciudadanos. en vez de comprender la medida y los objetivos de la misma, se la tomaron como si se abriera un periodo extraordinario de vacaciones e iniciaron un éxodo hacia la playa o hacia los lugares donde poseían una segunda residencia. Esta reacción que en un primer momento tuvieron los madrileños, se generalizó a los ciudadanos de todo el país cuando el presidente Pedro Sánchez anuncio, el viernes 13 de marzo de 2020, que declararía el Estado de Alarma desde el lunes siguiente, lo cual originó, bien porque se quisiera disfrutar de un último fin de semana en libertad  o bien porque se desease trasladar a otro lugar más cómodo para pasar el confinamiento, un notable desplazamiento de población con grave riesgo de extender la epidemia. Evidentemente esta actitud resultó ser una irresponsabilidad, pero no menos cierto es que desde la administración nadie les informó de las graves razones por las que se acordaba la suspensión de la actividad docente y se declaraba el Estado de Alarma lo que unido a la frivolidad con la que el Gobierno se había tomado el tema del Coronavirus al que consideraba públicamente una "gripe un poco más fuerte de lo normal que solo era peligroso para determinadas personas" y a que un líder responsable no puede anunciar una medida restrictiva como es el confinamiento sin ponerla en marcha de forma inmediata porque ello conllevara lógicamente que muchos quieran reunirse con los familiares que puedan tener dispersos por el territorio nacional, puede explicar esta actitud aunque en ningún caso justificarla porque el quedarse en casa era una cosa de puro sentido común que, el pueblo español demostró no tener en aquel momento.

            Otra realidad que ha puesto de manifiesto el Coronavirus, es que la sociedad española no estaba tan unida y cohesionada como se nos había hecho creer y ha bastado esta crisis generalizada para comprobar los frágiles lazos que nos unen. La emergencia sanitaria que padecemos ha hecho aflorar el exclusivo interés por lo propio y la desconfianza general hacia el próximo demostrada con la aparición de ofensivos carteles expuestos en Comunidades de Propietarios en los que se pedían que determinados vecinos abandonasen sus viviendas por temor a que contagiaran al resto a los que hay que añadir numerosos hechos similares que no han trascendido al público pues nos consta que no han sido pocas las llamadas telefónicas entre vecinos informando que tal o cual otro vecino padecía la enfermedad y que se tuviera cuidado. En realidad ha bastado que el miedo se instale entre nosotros para justificar, no ya el alejamiento, sino la marginación de otros y la constante y recíproca vigilancia entre conciudadanos. El  miedo es libre, muy libre, pero si no se sabe controlar al menos hay que ocultarlo y no lanzarlo contra el otro porque, al fin y al cabo, nadie enferma porque quiere. 

            Se podrá argumentar que son casos aislados y que no se puede minimizar la generosidad inmensa de numerosos ciudadanos fabricando en sus casas mascarillas y trajes de protección, pero lo cierto es que nunca sabremos realmente cual ha sido la regla y cual la excepción pues, seguramente, los mismos que ponían los mencionados carteles se encuentran entre los que fabrican las mascarillas o entre las personas que a las 20.00 horas de cada día salen a las ventanas y balcones a aplaudir a los sanitarios por lo que la sociedad española sería tan gravemente contradictoria que solo puede seguir el camino de la parálisis, la decadencia y la degeneración.

 La actual crisis también ha desvelado la dramática situación en la que viven muchos de nuestros mayores en las llamadas residencias de la tercera edad de las que se pretende responsabilizar a las distintas administraciones públicas por no haber sido lo suficientemente eficaces en la vigilancia de las mismas, pero lo cierto es que la primera responsabilidad recae sobre los familiares de esos mayores que actúan por puro egoísmo y en cuanto el mayor requiere más presencia y ayuda familiar consideran que molesta y se lo entregan a una de esas residencias, que no son más que empresas mercantiles cuyo objetivo es el beneficio económico, para que supuestamente lo cuide. Ciertamente, las autoridades han de velar por nuestro mayores pero ¿Acaso es que los familiares no ven las residencias e intuyen el trato que reciben sus padres, abuelos y demás mayores cuando van a visitarlos? o ¿Es qué van lo justo o nada a visitarlos?.

            En síntesis, la crisis del Coronavirus ha demostrado que la sociedad española, el pueblo español, no es una realidad colectiva sino una suma de individualidades y egoísmos particulares en la que lo individual y lo frívolo prima sobre todo lo demás, pretendiéndose ocultar todo ello con tal dosis de hipocresía que repugna al más insensible.

            Finalmente, la actual crisis sanitaria también ha puesto de manifiesto en el ámbito interior, más y mejor que ninguna otra crisis anterior, el desastre administrativo del país, entendiendo por administración a los gestores que se encuentran al frente del mismo, es decir al Gobierno de la nación. 

            Sencillamente, el Gobierno actual no ha sabido gestionar la crisis al no saber tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno. 

            Empezó minimizando el problema de una forma que prácticamente equivalía a la negación misma del problema, lo que genero una falsa confianza en la población que no pudo menos que tomárselo como un chiste con la consecuencia lógica de que, cuando se anunció la suspensión de las clases docentes en Madrid y el Estado de Alarma para todo el país, la ciudadanía continuara tomándoselo a broma.

            Al mismo tiempo, el gobierno, irresponsablemente confiado, desoyó las cinco advertencias que desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se le hicieron durante el mes de febrero de 2020  así como fue incapaz de sacar conclusiones de lo que estaba pasando el Italia y, fiel a los compromisos internacionales con la Unión Europea, no tomo ninguna medida de cierre de fronteras y suspensión del tratado de Schengen. Si el gobierno hubiera adoptado las medidas que adopto a partir del 16 de marzo como muy tarde a finales de febrero o principio de marzo ¡¡Cuántas vidas no se habrían salvado!!.

            Una vez declarado el Estado de Alerta, cerradas las fronteras y ordenado el confinamiento, el Gobierno, se encontró con que faltaba material de protección, faltaba capacidad de producción de dicho material, la sanidad se saturaba por exceso de pacientes y que nuestros "aliados" nos traicionaban requisando mascarillas y respiradores y compitiendo con nosotros en los mercados internacionales por la compra  de material sanitario lo que le llevó, en no pocos casos llevado por la desesperación,  a acudir a vías de abastecimiento poco seguras que hizo que se comprase material defectuoso o, directamente inservible. Ante esta situación el Gobierno bien habría podido acudir, como ha hecho Italia y algún otro país, a solicitar la ayuda de potencias como Rusia o China; pero no, decidió ser leal a unos aliados que nos fueron desleales por lo que desde todos puntos de vista fue desleal a los que enfermaban y morían en nuestro país.

 Por último, la administración, esto es el Gobierno; ha incurrido en la desinformación del alcance de la enfermedad pues a fecha de hoy, 22 de abril del 2020, aun no se sabe a ciencia cierta ni cuál es el número de infectados ni la cifra real de los fallecidos, entre otras cosas porque ni ha puesto en marcha los test masivos entre la población para detectar a posibles pacientes ni ha unificado criterios para contabilizar a los fallecidos.

            Y frente a esta mala gestión de la crisis ¿Qué ha hecho la oposición? pues .... nada constructivo. Solo intentar sacar partido de una tragedia terrible de la que es dudoso que se llegue a alcanzar algún día su verdadero alcance.

            Es seguro que lo que aquí se dice va a levantar ampollas y discusiones. Habrá quien diga que no es momento para criticar al Gobierno ni de pedir responsabilidades, que las responsabilidades y las críticas vendrán después, cuando todo pase, que ahora es el momento de apoyar incondicionalmente al Gobierno, pero sepan todos que apoyar y no denunciar una negligencia es hacerse cómplice de la misma. De todas formas, podemos anunciar un fin a esta crisis: El confinamiento acabará, los ciudadanos saldrán a la calle, los bares y restaurantes volverán a abrir sus puertas, la vacuna se descubrirá, de los muertos nadie se acordará y ese momento tampoco será momento de pedir explicaciones ni responsabilidades sino de vivirlo y disfrutarlo en una manifestación popular del refrán de "El muerto al hoyo  y el vivo al bollo " o de la cita culta de "Carpe Diem".








(1) "La Gran Ilusión" fue un ensayo muy famoso y popular en la década de 1910 escrito por el periodista británico Ralph Norman Angell. El autor defendía en esta obra que el mundo había alcanzado tal nivel de desarrollo técnico, científico y económico que el recurso a la guerra había pasado a la historia pues la misma interrumpiría el comercio internacional y llevaría a los estados a la ruina por lo que la guerra equivaldría a un suicidio. "La Gran Ilusión" de Angell fue el libro más vendido en el mundo durante el año 1913, un año después estallaba la I Guerra Mundial y demostró que lo que no podía ocurrir, ocurrió.

miércoles, 15 de abril de 2020

14 DE ABRIL: LA FRIVOLIDAD DE UN ANIVERSARIO



 En estos momentos en que nuestro país está atravesando la peor crisis sanitaria desde la época de la mal llamada "gripe española", no faltan quienes desean conmemorar o recordar acontecimientos del pasado, como si este pasado pudiera aportar algo positivo a nuestro lúgubre presente o a nuestro oscuro futuro. El pasado es, o debería ser, objeto de discusión histórica e incluso de recuerdo nostálgico pero siempre y en todo caso sin perder la perspectiva y la objetividad porque, de lo contrario, se mitifica ese pasado que termina por convertirse en una especie de "edad dorada".
            Estoy escribiendo un 14 de abril de 2020, día que no pocos están celebrando y, conmemorando desde numerosas redes sociales, la proclamación de la Segunda República, siendo ya extremadamente curioso que los llamados republicanos tanto conmemoren dicha República, al mismo tiempo que parecen haberse olvidado de la Primera que no termino de forma diferente a su idealizada Segunda, pero en fin... ellos sabrán.
            La conmemoración y el recuerdo de la Segunda República transciende al republicanismo, a los partidarios de la forma republicana de estado, y se ha convertido en la "edad dorada" de la política española trágicamente interrumpida un 18 de julio de 1936. No obstante la Segunda República no es ni puede ser materia de fe, sino objeto de ciencia e investigación.
            El régimen republicano surgió el 14 de abril de 1931, cuatro meses después de la fracasada sublevación de Jaca del 12 de diciembre de 1930, de unas elecciones municipales en las que solo las grandes capitales de provincia habían elegido concejales republicanos, mientras que en el resto de municipios rurales habían sido elegidos una mayoría de concejales monárquicos. Con independencia de que unas elecciones municipales no son instrumento legítimo para cambiar la forma de estado de un país lo cierto es que, en cierto modo, la República se les vino encima a los republicanos españoles con el abandono de Alfonso, llamado el XIII. ¿Que podían hacer entonces los dirigentes republicanos? ¿Proclamar una Regencia? o ¿Coronarse alguno de ellos? Evidentemente, ante el abandono del Jefe del Estado, Alfonso llamado el XIII, lo único que se podía hacer era proclamar la República y formar un Gobierno Provisional.
            La proclamación de la república fue saludada por casi la totalidad de los partidos y ciudadanos, el entonces líder de los carlistas, Don Jaime III, instó a sus partidarios a colaborar con el nuevo régimen, después de la persecución sufrida también por el Carlismo durante la Dictadura de Primo de Rivera. En realidad la Segunda República significaba un nuevo comienzo lleno de esperanzas; esperanzas que poco a poco fueron defraudadas.
            No había pasado un mes de la proclamación de la República cuando, el 10 de mayo de 1931, turbas incontroladas provocaron numerosos incendios en iglesias y conventos. Cierto es que no se puede acusar a las autoridades republicanas de haber favorecido aquellos actos que entroncaban con el anticlericalismo decimonónico, pero también es cierto que no actuaron para evitarlos y detener a los responsables.
 Posteriormente, durante los debates constitucionales, se discutieron muchas cuestiones importantes, entre ellas la separación Iglesia-Estado que era justa y necesaria pero, no había necesidad alguna, en un país mayoritariamente católico, de tomar medidas claramente anticlericales como la expulsión de los jesuitas, en cuyas manos se encontraba la educación y formación de no pocos estudiantes de todas las clases. La redacción de una Constitución que podía ofender y ofendía, como poco, a la mitad de la población no pudo ser sentida nada más que como una provocación por parte de esa porción de la población. La Constitución de la II República supuso un verdadero error y una fractura social por ignorar los sentimientos de una gran parte del pueblo español y el proceso constituyente, por puro dogmatismo doctrinario, no supo o no quiso sumar al mayor número posible de ciudadanos a la construcción de la República.
            Se podrán afirmar los grandes logros en materia de educación que tuvo la Segunda República, pero lo cierto es que esos presuntos logros también constituyen un mito o ficción. Cierto es que sobre el papel se iniciaron numerosos proyectos educativos de gran calado, pero la decisión de prohibir que las órdenes religiosas se dedicaran a la educación, sin prever otras instituciones educativas que les suplieran de inmediato, dejó a miles de alumnos sin posibilidad de estudiar, fue como cambiar las cañerías sin cortar el agua.
            Igualmente se podrá recordar los grandes proyectos en materia de obras públicas y de modernización del país que tenía la Segunda República, pero los mismos no pasaron de ser eso, proyectos, porque al nuevo régimen le sobró radicalismo doctrinario y le falto la paz social imprescindible para las grandes empresas.
            Y he ahí el gran fracaso de la República, el no haber sabido construir la paz social a base de la incorporación al nuevo régimen de los más amplios sectores sociales, mediante grandes acuerdos acordes con la realidad social del país, abandonando todo radicalismo doctrinario que, alejado de cualquier pragmatismo, solo podía engendrar otra radicalidad en sentido contrario que llevase al enfrentamiento, como así sucedió.