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sábado, 4 de abril de 2020

HOMILÍA CORPORE INSEPULTO POR LA INFANTA MARIA TERESA



 El jueves, 2 de abril de 2020, se celebró en la iglesia parroquial de Notre-Dame-des-Champs, de Paris, la misa de corpore insepulto por doña María Teresa de Borbón Parma, fallecida días pasados en un hospital parisino victima del coronavirus. Dadas las estrictas y lógicas medidas de confinamiento decretadas por el gobierno francés, la ceremonia se celebró sin la presencia de fieles. Solo pudo asistir, por parte de la familia Borbón-Parma, la infanta María de las Nieves quien, además, ostentaba la representación de Don Carlos Javier de Borbón Parma, jefe de la dinastía carlista.

            Adjuntamos los aspectos más significativos de la homilía pronunciada:

            Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno de nosotros muere para sí.” (Carta del Apóstol San Pablo a los romanos, 14,7)
Esta cita del Nuevo Testamento resuena particularmente en este día. De hecho, si la infanta María Teresa nos dejó tan de repente es porque ha vivido toda su vida, y en particular durante estos últimos años, para los demás.

            Junto a su padre y luego junto a su hermano vivió para vosotros, los españoles. Y, aunque no creo que sea un secreto para nadie, puedo dar fe de que vivió desde hace algunos años para su hermana María Cecilia, junto con su hermana María de las Nieves. Había aceptado encerrarse con sus hermanas, incluso antes del confinamiento impuesto por el gobierno. 

            Y lo respetaba con toda la energía que le caracterizaba, haciéndolo sólo por caridad hacia su hermana debilitada. En medio de esta crisis de salud sin precedentes, nos muestra un brillante ejemplo de caridad. Sí, “quedarse en casa” es la consigna. Ella que amaba tanto salir y viajar, lo hizo por amor a su hermana. Este regalo supremo de sí misma para con su hermana es la clave de su vida. Ella proclamó la fe a través de la acción y la vivió hasta el final. 

            Si la infanta se involucró en la política en España, fue para servir a los demás. Es cierto que era una intelectual, tal y como atestiguan sus dos doctorados y sus responsabilidades sociales pero creo que fue principalmente su corazón el que dictaba su acción. Para ella, ser princesa no era un privilegio, sino un deber, un deber de caridad. 

            Era, por supuesto, su sentido de familia combinado con una inmensa admiración compartida con sus hermanas y su hermano, Don Carlos Hugo, por su padre, Don Javier, la causa de involucrarse en política. Pero no era solo por el sentido de familia, también se había adherido completamente al deseo de su padre de aliviar a los que sufrían.

            El cielo no es un sueño dulce (¡cosa que no interesaba a María Teresa en absoluto!) sino un mundo de relaciones, un mundo donde nos amemos, donde todos tengamos relaciones de paz y de unidad. Estos eran los objetivos a los que aspiraba la infanta. Lo hemos escuchado al comienzo de la celebración. Ella quería eso para su familia. Ella quería eso para España. Ella lo quería para todos.

            Por lo tanto, recemos para que María Teresa encuentre en la eternidad a su padre y a su hermano a quienes amaba y admiraba tanto. De hecho, como proclama el evangelio, un pueblo entero está llamado a vivir de nuevo. La infanta María Teresa era una luchadora. Siguiendo su ejemplo, ¡luchemos contra el virus como ella! Pero también luchemos contra nuestra debilidad, nuestro egoísmo, nuestros acomodos, nuestra falta de fe en el poder divino, nuestra falta de compromisos para con los más frágiles y con aquellos que están más cerca de nosotros. ¡Y convirtámonos! 

            En lugar de vivir para nosotros, cosa que la Infanta nunca hizo, ¡vivamos para el Señor! Así entraremos en esta gran liturgia celestial que nos muestra la lectura de la carta a los romanos: “Toda lengua proclamará la alabanza de Dios”.


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