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lunes, 13 de julio de 2020

EL LARGO CAMINO HACIA LA REINTEGRACIÓN FORAL



 Como es bien sabido, el 29 de junio de 1707, dos meses después de la derrota de Almansa, Felipe V de Castilla firmó en el Palacio del Buen Retiro de Madrid el decreto por el que eran abolidos los Fueros de los reinos de Aragón y València . El texto, redactado por Melchor de Macanaz, constituye una muestra emblemática de la cultura jurídica francesa, que estaba imponiendo como hegemónica en Europa y en el mundo: coherencia lógica, claridad y precisión en el lenguaje y, desde el punto de vista político, afirmación rotunda del absolutismo.

            A ambos reinos se les declara culpables del delito de rebelión -nihil novum sub sole! - y, por tanto, objeto de un “justo derecho de conquista”. Como “uno de los principales atributos de la soberanía es la imposición y derogación de las leyes”, son abolidas las instituciones, la legislación y el derecho consuetudinario propios de estos territorios, que en adelante quedarían “reducidos” a la «uniformidad» de las leyes castellanas – “tan loables y plausibles en todo el universo” - y “agregados” al Consejo de Castilla (desaparece así la Corona de Aragón con su Consejo Supremo, de estructura federativa).

            La posterior reivindicación de nuestros Fueros, y la represión consiguiente ejercida por el Estado uniforme, ha conocido momentos significativos, como la insurrección de 1801 contra la conscripción militar, o algunos episodios de la Guerra del Francés, hechos todavía no estudiados suficientemente. Pero ciertamente, entre los siglos XIX y XX, la «nostalgia» foral animaba dos grandes sectores ideológicos, el carlismo y el republicanismo federal. Si bien se posicionaban, de manera antitética, el uno en contra y el otro a favor del pensamiento moderno, ambos representaban los ideales y los intereses de las clases populares y de la pequeña burguesía, en oposición a la burguesía conservadora y centralista de la Restauración.

            Pensamos, por ejemplo, que en 1872 el rey Carlos VII restableció los Fueros de los territorios de la Corona de Aragón -erigiendo la Diputación del Reino de València en las comarcas septentrionales del País-, y que, veinte años después, Vicente Blasco Ibáñez redactaba un proyecto de «Pacto federal» entre los mismos territorios. A la llegada de la II República española, los dos grandes partidos autóctonos eran la Derecha Regional Valenciana (DRV) de Lluís Lúcia, heredera de la base social y la tradición carlista, y el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA), fundado por Blasco, de orientación federalista (ciertamente confusa e incoherente). Junto a estas dos grandes formaciones populares, está el valencianismo político, más minoritario, surgido del valencianismo cultural de la Renaixença (esta genética «literaria», un tanto elitista, tenía que marcarlo hasta el momento actual).

 Como en las otras nacionalidades históricas del Estado, en València el programa de la transición democrática incluyó la recuperación de los derechos colectivos, secularmente conculcados por el Estado (liberal o franquista): la integridad territorial, el autogobierno, la oficialidad de la lengua. En definitiva, se trataba de reconciliar foralidad y modernidad. Significativamente, una de las primeras decisiones del Consejo preautonómico, en 1978, fue la adopción del escudo de nuestros reyes como emblema propio (muy devaluado, por desgracia, en el diseño actual).

            Después del proceso, perverso y traumático, conocido como la "batalla de Valencia», y de su producto normativo, el Estatuto de Autonomía de 1982, en el año 2006 se aprueba un nuevo texto estatutario sobre la base de un mayor grado de libertad y de diálogo -condiciones imprescindibles para el consenso racional-, ganando decisivamente en legitimidad. Uno de los principios inspiradores de este Estatuto es justamente el de «reintegración» o actualización foral, tanto en la esfera pública como en el derecho privado. Esta exigencia, sin embargo, ha sido menospreciada por las instituciones estatales, incluyendo el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, que siguen considerando vigente el decreto de 29 de junio de 1707.

      Frente a esta dinámica uniformizadora, debemos alegrarnos por el juramento de los Fueros del Reino realizado por Carlos Javier de Borbón-Parma, titular de la dinastía carlista, el pasado 1º. de diciembre de 2019, en la Catedral de Valencia. (La última jura foral había sido protagonizada allí mismo por el Archiduque, Carlos III de Valencia, el 10 de octubre del 1706). Tal como expresa la solemne fórmula que se empleó, toda autoridad política, en nuestro País, se convierte en legítima en tanto que respeta los derechos humanos fundamentales y los derechos históricos de los valencianos.


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