El ser humano solo puede testimoniar y tener certeza de los acontecimientos que suceden en el tiempo presente en el que vive ignorando, por inciertos, los que pueden acontecer en el futuro y solo tener conocimiento de los acontecimientos pasados por referencias ajenas a través de narraciones de sucesos que no siempre se corresponden con la realidad.
Partiendo del conocimiento del pasado y de la certeza de lo que ocurre en el presente se puede crear un pronóstico de futuro, cosa ésta que es más fácil que conocer el pasado pues tal conocimiento es mucho más complejo no limitándose a retener en la memoria unas fechas y unos hechos que se encuentran en tal o cual fuente.
El primer contacto que tiene el ser humano, incluso actualmente, con la historia son unos textos que no hacen más que repetir lo que hace años otros textos decían y así hasta llegar a unas fuentes primigenias que no siempre son fáciles de interpretar por estar envueltas en nebulosas por deficiencias originarias o manipulaciones interesadas y que, en muchas ocasiones, constituyen verdaderos mitos y leyendas. Así se puede llegar a la conclusión de que en no pocos casos la historia tiene una base mítica y legendaria.
Que un acontecimiento ocurrido en el pasado sea considerado un mito o una leyenda no quiere decir que sea falso o que nunca ocurriera, sino solo que ese acontecimiento aparece embellecido con tales florituras y explicado con razonamientos tan sobrenaturales que tienden a ocultar la verdad teniendo el historiador que despojarlo de todas esos “accidentes”, en muchos casos pedagógicos y literarios, para averiguar realmente lo ocurrido. Los mitos y las leyendas no son patrimonio exclusivo de la Edad Antigua porque en la Historia Contemporánea podemos encontrarnos con no pocos sucesos y personajes elevados a la condición de legendarios por interesados motivos y por medio de la propaganda que les rodea.
Siempre se ha dicho que “la historia la escriben los vencedores” siendo tal afirmación una notoria falsedad pues no ha existido jamás un vencedor que escribiera la Historia limitándose simplemente a justificar su forma y modo de actuar en un momento presente y ante sus contemporáneos, elevando y embelleciendo si es preciso su actuación, siendo exclusivamente el transcurso del tiempo el que hace que esas justificaciones se conviertan en fuentes históricas. Así por ejemplo, “De Bello Civili” de Julio César realmente no es más que la justificación y explicación que el autor ofrece a sus contemporáneos del por qué pasó el Rubicón y persiguió a Pompeyo y a Catón hasta la muerte de ambos, siendo muy dudoso que César la escribiera con la intención de que fuera utilizada en el futuro como fuente histórica.
Considerando que una fuente histórica puede estar integrada, y de hecho todas lo están, por numerosas figuras retóricas, por falseamientos y ocultaciones interesadas y por explicaciones fantásticas que hacen que tal fuente constituya más bien un mito o una leyenda, la labor del historiador consiste en desprender a dicha fuente de tal costra de banalidades sin interés científico y, contrastándola con otras fuentes coetáneas de signo contrario, elaborar una aproximación a lo ciertamente acontecido y a la participación real que en los hechos tuvieran unos u otros personajes.
Si el mito y la leyenda son necesarios para que exista el estudio histórico porque sin ellos no existirían fuentes históricas, son imprescindibles para el engrandecimiento del alma humana al inspirar todas las artes que embellecen la vida y al fomentar en el hombre el deseo de la eterna búsqueda, el inconformismo y el deseo de alcanzar lo sublime. Si, a través de Homero, la diosa no hubiera cantado la ira de Aquiles, Schliemann no habría descubierto las ruinas de la ciudad de Troya demostrando que la mítica guerra tuvo lugar siendo tan grande el atractivo que las leyendas y los mitos engendran en el ser humano que a pesar de estar históricamente demostrado que en las Termópilas lucharon cuatro mil griegos contra el tirano persa únicamente el hombre de a pie recordará y hablará de Leónidas y sus trecientos espartanos como los únicos defensores del famoso paso.
Partiendo del conocimiento del pasado y de la certeza de lo que ocurre en el presente se puede crear un pronóstico de futuro, cosa ésta que es más fácil que conocer el pasado pues tal conocimiento es mucho más complejo no limitándose a retener en la memoria unas fechas y unos hechos que se encuentran en tal o cual fuente.
El primer contacto que tiene el ser humano, incluso actualmente, con la historia son unos textos que no hacen más que repetir lo que hace años otros textos decían y así hasta llegar a unas fuentes primigenias que no siempre son fáciles de interpretar por estar envueltas en nebulosas por deficiencias originarias o manipulaciones interesadas y que, en muchas ocasiones, constituyen verdaderos mitos y leyendas. Así se puede llegar a la conclusión de que en no pocos casos la historia tiene una base mítica y legendaria.
Que un acontecimiento ocurrido en el pasado sea considerado un mito o una leyenda no quiere decir que sea falso o que nunca ocurriera, sino solo que ese acontecimiento aparece embellecido con tales florituras y explicado con razonamientos tan sobrenaturales que tienden a ocultar la verdad teniendo el historiador que despojarlo de todas esos “accidentes”, en muchos casos pedagógicos y literarios, para averiguar realmente lo ocurrido. Los mitos y las leyendas no son patrimonio exclusivo de la Edad Antigua porque en la Historia Contemporánea podemos encontrarnos con no pocos sucesos y personajes elevados a la condición de legendarios por interesados motivos y por medio de la propaganda que les rodea.
Siempre se ha dicho que “la historia la escriben los vencedores” siendo tal afirmación una notoria falsedad pues no ha existido jamás un vencedor que escribiera la Historia limitándose simplemente a justificar su forma y modo de actuar en un momento presente y ante sus contemporáneos, elevando y embelleciendo si es preciso su actuación, siendo exclusivamente el transcurso del tiempo el que hace que esas justificaciones se conviertan en fuentes históricas. Así por ejemplo, “De Bello Civili” de Julio César realmente no es más que la justificación y explicación que el autor ofrece a sus contemporáneos del por qué pasó el Rubicón y persiguió a Pompeyo y a Catón hasta la muerte de ambos, siendo muy dudoso que César la escribiera con la intención de que fuera utilizada en el futuro como fuente histórica.
Considerando que una fuente histórica puede estar integrada, y de hecho todas lo están, por numerosas figuras retóricas, por falseamientos y ocultaciones interesadas y por explicaciones fantásticas que hacen que tal fuente constituya más bien un mito o una leyenda, la labor del historiador consiste en desprender a dicha fuente de tal costra de banalidades sin interés científico y, contrastándola con otras fuentes coetáneas de signo contrario, elaborar una aproximación a lo ciertamente acontecido y a la participación real que en los hechos tuvieran unos u otros personajes.
Si el mito y la leyenda son necesarios para que exista el estudio histórico porque sin ellos no existirían fuentes históricas, son imprescindibles para el engrandecimiento del alma humana al inspirar todas las artes que embellecen la vida y al fomentar en el hombre el deseo de la eterna búsqueda, el inconformismo y el deseo de alcanzar lo sublime. Si, a través de Homero, la diosa no hubiera cantado la ira de Aquiles, Schliemann no habría descubierto las ruinas de la ciudad de Troya demostrando que la mítica guerra tuvo lugar siendo tan grande el atractivo que las leyendas y los mitos engendran en el ser humano que a pesar de estar históricamente demostrado que en las Termópilas lucharon cuatro mil griegos contra el tirano persa únicamente el hombre de a pie recordará y hablará de Leónidas y sus trecientos espartanos como los únicos defensores del famoso paso.
Interesantísima entrada, la verdad. Creo que ya con ésta me quedo enganchado a tu blog desde el vagón de cola. Sigue escribiendo así y seguro que no caeré.
ResponderEliminarExcelente post. Felicidades.
¡Saludos desde la Luna!
Muy acertado y enriquecedor. Hay quien se esfuerza en intentar convencerme que Jonás y Noé son figuras imáginarias de escritos alegóricos, sin presentar prueba o refutación histórica válida. Pero siempre sostendré la certidumbre de la historia frente a la incredulidad del escéptico.
ResponderEliminar