Hace unas semanas reseñábamos el
libro de George Sorel “Reflexiones sobre la Violencia” en el cual se venía a
indicar que los logros alcanzado por el proletariado frente a la burguesía se
debía al miedo que engendraba en los burgueses el peligro de la violencia que
se pudiera ejercer contra ellos. Curiosamente, si Sorel reflexionaba sobre la
violencia ningún otro autor ha reflexionado sobre su antítesis, es decir sobre
el pacifismo y la no violencia.
El pacifismo y la no violencia no
nacen como idea teórica sino más bien como una actitud o práctica fundamental originada
por ciertas corrientes minoritarias y heterodoxas del cristianismo como los
menonitas o los Cuáqueros (1) que se convierte en un puro hecho que conlleva siempre
dos consecuencias o requisitos que son a) la negativa a ejercitar actos de
violencia contra otras personas y b) la aceptación de la violencia que se
ejercite contra los practicantes del pacifismo. El pacifismo o no violencia
practicado por cuáqueros o menonitas no debe confundirse en ningún caso con el
sucesivo desarrollo posterior de las teorías pacifistas porque el primero
supone algo natural y consustancial a una práctica religiosa profundamente
arraigada en las personas que la profesan mientras que las teorías del
pacifismo desarrolladas con posterioridad siempre son artificiales, articulan
un pacifismo mal entendido y responden, en no pocos casos, a expresiones
puntuales de debilidad o de cobardía.
En realidad el pacifismo teórico,
lejos de conseguir algún logro positivo ha causado o ha sido responsable de
importantes catástrofes siendo la más importante de ellas la II Guerra Mundial.
Y es que, efectivamente, con la expresión de “Todas las sanciones, menos la
guerra” dirigida contra Italia por Arthur Neville Chamberlain en 1935, entonces
Ministro de Hacienda del Reino Unido, se iniciaba una fatal política pacifista conocida
como “política de apaciguamiento” que culminaría con los Acuerdos de Munich en
1938 en los que Chamberlain, ya Primer Ministro de la Gran Bretaña y su
homólogo francés, Eduard Daladier, entregarían Checoslovaquia a Hitler abriendo
el camino hacia el desastre humano de la II Guerra Mundial. Este pacifismo de
entreguerras se basaba precisamente en la teoría de la constante cesión con el
ánimo o la intención de apaciguar a una potencia agresiva no cayendo en la
cuenta de que tal “apaciguamiento” solo es posible mediante continuas y
constantes cesiones llegándose a un punto en que no se puede ni se debe ceder
más y, lamentablemente, cuando se llega a ese punto una de las partes ya ha
cedido lo bastante para ser más débil mientras que la otra se ha ido haciendo
mas fuerte.
Tras la Segunda Guerra Mundial,
olvidada la política pacifista de “apaciguamiento”, las teorías de la no
violencia como forma de lucha política se replantean y resurgen con cierta
fuerza concentrándose en torno a dos importantes figuras: Mahatma Gandhi y
Martín Luther King.
A Mahatma Gandhi se el considera el
padre de la independencia de la India la cual se cree, erróneamente, que es
fruto del enorme movimiento de resistencia no violenta protagonizado por los
seguidores de Gandhi. En cambio, la independencia de la India no es, en
realidad, lograda por los más de treinta años de reivindicaciones y movilización
pacífica de cientos de miles de ciudadanos indios sino a consecuencia de las
concretas circunstancias militares y económicas en las que se encontraba la
Gran Bretaña en 1947 y de las circunstancias políticas internacionales que se
daban en aquellos momentos. En 1947 la Gran Bretaña estaba en plena postguerra
con problemas de suministros alimenticios para su propia población, había
combatido durante seis años, su ejército estaba completamente agotado y su gran
flota había dejado de ser lo había sido siempre para no recuperarse jamás.
Además, Gran Bretaña se había comprometido con Estados Unidos en la Carta del
Atlántico (14 de Agosto de 1940) a renunciar lenta y progresivamente a su
Imperio y la situación internacional amenazaba con un incremento de las
ingerencias soviéticas en Asia y África. En tales circunstancias, Inglaterra no
estaba en condiciones ni económicas, ni políticas ni militares de retener su
“Joya de la Corona” por lo que opto inteligentemente por otorgar una
independencia lo menos traumática posible para sus intereses. En este sentido
ni la “Marcha de la Sal” iniciada por Gandhi en 1930 ni el movimiento de
resistencia no violenta contra la ocupación británica lograron nada siendo más
exacto el reconocer que la independencia de la India se debe a las pérdidas
humanas, económicas y materiales que la II Guerra Mundial había impuesto, por
la fuerza, a los británicos.
Por su parte, a Martin Luther King
no se le puede negar el haber sido un gran luchador por los derechos civiles de
la población afroamericana, pero en realidad sus logros políticos en materia de
reconocimiento de derechos a la población negra de Estados Unidos no se deben a
su filosofía de “no violencia” sino al peligro real de que el movimiento de
derechos civiles y las reivindicaciones de los ciudadanos afroamericanos fueran
capitalizadas por radicales políticos inspirados por el pensamiento de Malcom
X. En el fondo, como pasa también con Gandhi, Martín Luther King no es más que
la imagen conocida a la que se atribuye, con cierta injusticia, el exclusivo
éxito de unas reivindicaciones cuando en realidad en la victoria en la lucha
por los derechos civiles de la población afroamericana influyeron fundamentalmente
otros factores, interesadamente desconocidos o minimizados, como fueron el
radicalismo de los seguidores de Malcom X, la teoría de la “autodefensa”
formulada por éste y la actividad para nada pacífica de “las Panteras Negras”.
En realidad, el pacifismo o no
violencia no puede ni debe ser jamás considerado como un movimiento político,
ni como un medio válido por si mismo y mucho menos como una teoría política
sino tan solo como una actitud personal que libremente se adopta, se acepta y
que obliga al practicante de la misma, como se ha dicho al principio de
este artículo, a no ejercer ningún tipo de violencia (o intimidación) sobre
alguien y a aceptar toda clase de violencia que otros puedan ejercer sobre él.
En la grave disyuntiva de la paz o de la
guerra, de la violencia o del pacifismo siempre se han de tener presentes las
sabias palabras de Herodoto que afirmó que “Nadie
en sus plenos cabales puede preferir la guerra a la paz pues en la paz los
hijos entierran a los padres lo que resulta de lo más natural mientras que en
la guerra son los padres los que entierran a los hijos siendo tal cosa
excepcional y opuesta a la naturaleza” e igualmente se ha de recordar el
hecho, recogido en los Evangelios, de que Jesucristo tras ser abofeteado en una
mejilla ofreció la otra para que también se la abofetearan logrando avergonzar
a su agresor el cual renunció a proseguir con sus vejaciones; pero también hay
que tener en cuenta que nadie nos asegura que un agresor tenga o conozca la
vergüenza e igualmente hemos de recordar aquello que sentenció Churchill con
motivo de la “salvación de la paz” en Munich por Chamberlain y Daladier:
“Habéis preferido el deshonor a la guerra y terminareis teniendo guerra y deshonor”.
(1) Menonitas y Cuáqueros encabezaron el primer gran
movimiento de objeción de conciencia en 1917 cuando fueron requeridos por el
ejército norteamericano para prestar servicio militar durante la I Guerra
Mundial. No obstante, supieron conciliar su fe y su actitudes pacifistas con
sus obligaciones ciudadanas al incorporarse al ejército estadounidense en el Cuerpo
de Sanidad Militar desarrollando muchas misiones en “tierra de nadie”
rescatando heridos y cuerpos de soldados caídos en la zona batida por las
ametralladoras y la artillería de ambos bandos que separaba las trincheras
enemigas sin que previamente se acordasen altos el fuego para ello con el grave
riesgo que tales misiones suponían para los
camilleros que tenían
que salir del amparo de la propia trinchera. Estas constantes actuaciones en
ambas guerra mundiales hicieron a los Cuáqueros merecedores del Premio Nobel de
la Paz en 1947.
Muy buen artículo, realmente bueno. Abre la posibilidad de multitud de debates con diferente prisma. A mí, personalmente, me ha hecho preguntarme hasta dónde realmente los europeos somos pacifistas o personas que creemos realmente en la no violencia. Me pregunto cuánto tiempo necesitaríamos para convertirnos en nazis o xenófobos (no diré racismo porque se malinterpreta) si viéramos, realmente, peligrar nuestro statu quo. Es decir, querría saber con qué rapidez pasaríamos de la no violencia a la violencia en la defensa de lo que suponemos son derechos inalienables. Pero bueno, releamos este artículo sobresaliente.
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