Que estamos en crisis todo el mundo
lo sabe porque la inmensa mayoría de la población, aquella que no forma parte
de la privilegiada casta política y de sus aledaños, la esta sufriendo de forma
cruel en sus propias carnes. Esta crisis es una crisis clásica provocada por
una pésima gestión que durante años ha favorecido y ha permitido un gasto
desmesurado lo que a la postre ha originado un endeudamiento impagable y el
agotamiento de la hacienda pública que, actualmente, no tiene ni un céntimo
para hacer frente al sostenimiento de los más esenciales servicios.
Así pues, como esta crisis es una
crisis clásica provocada por la falta de liquidez pública; las “lumbreras” de
la casta política creen haber encontrado la solución en gastar menos, de ahí la
política de recortes en prestaciones sociales, y en ingresar más, de ahí la política
de subidas de impuestos que amenazan con asfixiar a muchos españoles. Dentro de
este afán recaudatorio, los jerifaltes del régimen parece que han encontrado
una nueva vía como es la ampliación de la masa impositora poniendo en el punto
de mira a la Iglesia Católica, quién en virtud del Concordato suscrito entre
España y la Santa Sede en 1979, no viene obligada al pago del Impuesto de
Bienes Inmuebles (I.B.I) por los locales destinados al culto o considerados de
interés artístico, cultural o histórico.
La idea lanzada por la izquierda
(PSOE, IU…), pero también recogida favorablemente por la derecha (PP…) en
aquellos municipios en los que gobierna responde a la imperiosa necesidad que
tienen las corporaciones locales de recapitalizarse, pero resulta manifiestamente
discriminatoria además de tener una evidente intención de servir de
reafirmación ideológica a unos colectivos políticos que hace ya mucho tiempo
carecen de todo sustento en el mundo de las ideas.
La intención de que la Iglesia
Católica pague el Impuesto de Bienes Inmuebles (I.B.I) por los inmuebles de los
que es propietaria es discriminatoria porque se centra precisamente en la
Iglesia Católica omitiendo esa obligatoriedad a otras confesiones o cultos y a otros inmuebles propiedad de Partidos
Políticos o Sindicatos e incluso propiedad de empresas y particulares que, por
ser considerados de interés histórico-cultural, están exentos del pago de este
impuesto.
En realidad, los temas substanciales
que han de plantearse respecto a las relaciones Iglesia-Estado, no es si la
Iglesia Católica tiene o no que pagar el I.BI., sino los dos siguientes:
1º. La Iglesia Católica en la
actualidad desarrolla unas prestaciones sociales y asistenciales que, siendo
inferiores a las que prestaba hace treinta años cuando nutría de monjas-enfermeras
los hospitales, dan cobertura a varios millones de personas en España. Estas
prestaciones asistenciales se financian con lo que la Iglesia Católica percibe
a través de la famosa “X” en las Declaraciones anuales del Impuesto sobre la
Renta de las Personas Físicas (I.R.P.F.),
por medio de los donativos de muchos fieles y con las rentas que obtiene
de actividades económicas que pueden ir desde el alquiler de plazas de garajes
hasta la venta en tiendas especializadas de distintos productos elaborados
ecológicamente en diversos monasterios (es de indicar que la Iglesia Católica
paga los impuestos correspondientes a estas actividades incluido el I.B.I. de
aquellos inmuebles de los que es propietaria y en los que desarrolla una
actividad lucrativa). Siendo esta la realidad objetiva, es al Estado Español a
quien le corresponde plantear a los ciudadanos si la labor asistencial
desarrollada por la Iglesia Católica debe considerarse como una simple
actividad de beneficencia llevada a cabo por una entidad privada que debe
financiarse exclusivamente de las donaciones y cuotas de las personas afines,
eliminando tanto la casilla destinada a la Iglesia Católica en la Declaración
de la Renta como la reducción por donativos que disfrutan los ciudadanos o, por
el contrario, seguir como hasta ahora.
En el caso de que se optase por lo primero, sin duda se reducirían los
ingresos que percibe la Iglesia con lo que también se reducirían las
prestaciones que oferta por lo que el Estado debería optar, bien por dejar en
total desamparo a los ciudadanos que ya no podrían beneficiarse de las
prestaciones sociales de la Iglesia o
bien, asumir directamente esas coberturas con el coste económico que ello
conlleva.
2º. Asimismo, la Iglesia Católica
española ha adquirido a lo largo de más de dos mil años de historia cierto
patrimonio cultural, artístico e histórico que administra, sostiene y conserva
gracias igualmente a los fondos que percibe de la casilla de la Declaración de
la Renta, de donativos particulares y de subvenciones públicas que percibe para
esta concreta finalidad. También en este aspecto, es al Estado Español al que
corresponde decidir si le interesa mantener el Status Quo con la Iglesia
Católica en la que ésta sostiene el patrimonio cultural con ayudas del estado o
privarla totalmente de la administración de ese patrimonio haciéndose cargo
íntegramente de su mantenimiento, lo que implicaría un importantísimo
incremento del gasto público o el abandono a su suerte de gran parte del
precitado patrimonio histórico y cultural.
Ya sé que no pocos lectores
criticaran el hecho de que la Iglesia Católica Española tenga ese patrimonio,
pero a ellos les digo que dicho patrimonio ha sido lentamente adquirido a lo
largo de más de dos mil años y que, tal vez, mejor y más productivo sería el
cuestionarse el como y el por qué determinados políticos han conseguido hacerse
con sus actuales patrimonios particulares y privativos en tan solo veinte años
o menos.
Por otra parte, resulta
extremadamente curioso, como ha sido precisamente en estos momentos cuando los
políticos se han dado cuenta que los inmuebles históricos, culturales,
artísticos y aquellos dedicados al culto que tiene la Iglesia Católica en
distintos municipios no pagan el Impuesto municipal de Bienes Inmuebles a pesar
de que muchos de estos políticos han estado en el poder durante décadas sin
decir nada al respecto y es que este tema, además de responder a un posible
afán recaudatorio (pues la casta política española esta por sacar dinero de
donde sea para seguir la juerga), sirve de campaña política y de afirmación
ideológica porque, en primer lugar, no hay mejor forma de movilizar a las masas
que movilizarlas en contra de algo o de alguien y, en segundo lugar, porque
unas corrientes políticas llamadas “progresistas”, que están ideológicamente
huérfanas desde que renegaron del Stalinismo y desde que han tenido que
justificar el desmantelamiento del estado del bienestar; encuentran en el
anticlericalismo la base ideal para reafirmarse, revitalizarse y justificar su
existencia.
Es dentro de esta orfandad
ideológica y reafirmación existencial donde hay que encuadrar las recientes
manifestaciones y apoyos recibidos por el cantautor Javier Krahe durante el
juicio celebrado contra él en la Audiencia Provincial de Madrid el pasado día
29 de Mayo del 2012 y que constituyen una estupidez política solo comparable a la
estupidez de haber interpuesto la querella que ha dado lugar al proceso. Partiendo
del hecho de que es absurdo e injusto pretender procesar a una persona por unos
hechos que tienen una antigüedad de más de treinta años y que consisten en
rodar una película (recordemos que los asesinatos prescriben a los veinte años)
hay que reconocer que la cinta, más que ofender unos sentimientos religiosos es
simple y llanamente de muy mal gusto, pero el mal gusto no es delito porque si
lo fuera… no habría prisiones para meter a tanta gente empezando por el que
diseño los actuales uniformes del Cuerpo
Nacional de Policía que, por su color negro, recuerdan al de los
fascistas de la Milicia Voluntaria de la Seguridad Nacional (MVSN).
Dicho esto, es de indicar que el
Juicio Oral contra Krahe ha servido para que sectores intelectuales y políticos
autocalificados de “progresistas” lo utilicen desesperadamente para reafirmarse
en sus supuestas y, cada vez más diluidas, posiciones ideológicas haciendo del
acusado un perseguido por la intransigencia católica y al caso como una
cuestión de “libertad de expresión” cuando lo únicamente cierto es que la
película en cuestión no es delito, difícilmente ofende y desdora más allá de a las
propias personas que la hicieron y la emitieron y simplemente es de un
surrealismo de pésimo gusto e ideológicamente muy dudosa porque, al fin y al
cabo, lo que rueda el señor Krahe también puede interpretarse como la
introducción en efigie, treinta y seis años después de la reunión de Wannsee,
de un (personaje) judío en un horno. Todo ello aplaudido estúpidamente por unos
sectores superados por la historia y por sus propios errores e incoherencias y que
ya no pueden hacer nada más que agarrarse a un clavo ardiendo para justificar
el decir algo en alta voz.