Ante la falta de perspectivas en
España y desde que empezó a acentuarse la crisis, hace dos o tres años, casi
seiscientos mil españoles han seguido los consejos velados y no tan velados que
la casta política española ha difundido por distintos medios y ha optado por
emigrar a otros países en busca de un trabajo y de un futuro que su propio país
parece no ser capaz de proporcionarles.
Al igual que la gran emigración
española de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, la nueva emigración
permite maquillar las cifras del paro no computando estadísticamente como
parados a los ciudadanos que deciden marcharse fuera del país aliviando así la
presión social sobre el problema del desempleo, pero este nuevo flujo
migratorio presenta notables diferencias con el de mediados del siglo XX y,
además, producirá importantes consecuencias sociales sobre las que nadie, o casi
nadie, se ha manifestando aún.
La primera diferencia entre el flujo
migratorio de mediados del siglo XX y el actual se encuentra en que en el
primero, el tipo de trabajador que iba al extranjero era un trabajador sin
cualificar y sin formar profesionalmente que en el país de destino no solo
conseguía un trabajo que no podía encontrar en España sino que además cobraba
más de lo que hubiera cobrado en nuestro país de haber trabajado desempeñando
el mismo trabajo. Por otra parte, este emigrante español conseguía con el
tiempo cierta cualificación profesional en el país de acogida y a costa de éste
con la que podía regresar a España y obtener un trabajo de superior
cualificación y mayor remuneración. En cambio, el emigrante español actual es
un trabajador altamente cualificado, con estudios superiores, formado en
nuestras universidades y escuelas técnicas que va al extranjero a aplicar lo
aprendido en España en beneficio de empresas y estados que no han invertido
nada en su formación por lo que al regresar a nuestro país, este emigrante lo
único que habrá adquirido en la emigración es una experiencia laboral que el
mercado español ha demostrado sobradamente, con el despido y la no contratación
de mayores de cuarenta y cinco años, no saber ni querer apreciar.
Otra diferencia importante es que el
emigrante español de mediados del siglo XX se sacrificaba en el país de acogida
llevando una vida austera en extremo y remitía a sus familiares en España
importantes cantidades de divisas (Francos, Marcos, Libras Esterlinas) que al
cambio con la peseta incrementaban el poder adquisitivo de los españoles que
tenían hijos, padres o hermanos en la emigración a la vez que incrementaban la
reservas de divisas del Estado. En cambio, el nuevo emigrante español
difícilmente remitirá cantidad de dinero alguno a España en primer lugar porque
necesitará prácticamente todo lo que gane para vivir en el país de destino
donde la situación de desplazado, con su necesaria inversión en alojamiento y
transporte, y la carestía de la vida consumirán prácticamente todo su salario
y, en segundo lugar, porque el concepto de familia y de responsabilidades
familiares que tenían los españoles hace sesenta años se ha relajado y
difuminado notablemente.
Las consecuencias de la emigración
española de mediados del siglo XX pueden considerarse positivas para el estado
español ya que, no solo le permitió mantener bajo el nivel estadístico de
desempleo, sino que además le permitió ingresar importantes divisas,
incrementar el poder adquisitivo de lo españoles con las remesas de dinero que
remitían los emigrantes a sus familias y formar a numerosos trabajadores sin
cualificar no invirtiendo nada en formación. Por otra parte, considerando que,
en aquella época, la población española estaba en fase de crecimiento
demográfico y que no estaba muy extendido el sistema de pensiones, la
emigración no planteaba el problema que la actual emigración planteará en el
futuro.
Por su parte el actual flujo
migratorio de mano de obra española cualificada o muy cualificada (médicos,
ingenieros, personal sanitario y técnico, etc…) generará un paulatino
empobrecimiento de todo el país y servirá de justificación a la tendencia de
recortar en determinados sectores, significando una implosión, es decir un
derrumbe sobre sí misma, de toda la sociedad española.
En primer lugar, hemos de reconocer
el hecho, por otro lado irrefutable, de que la mano de obra cualificada no
surge por generación espontánea sino que es fruto de años de inversión en
formación a través de universidades y escuelas técnicas que, de ser públicas o
estatales, suponen una inversión económica de las propias instituciones
públicas. Dicho esto, resulta que de emigrar esta mano de obra cualificada o
muy cualificada, España no solo se quedará sin poder satisfacer en un futuro la
necesidad que de ella precise sino que además perderá el dinero que haya empleado
en su formación y cualificación que terminará siendo aprovechada por otros que
no han invertido un solo céntimo en formar dicha mano de obra.
A mayor redundancia, considerando la
tendencia demográfica a la baja que presenta la población española con un creciente
envejecimiento de la misma, el actual flujo migratorio significará acelerar
dicho descenso demográfico que se traducirá en una significativa pérdida de
cotizantes a la seguridad social lo que hará que el sistema de pensiones
termine por quebrar al igual que todo el sistema de protección social. Y es que
lo que nuestros políticos están favoreciendo con su política y su verborrea
estúpida, cuando no simplemente criminal, es que la masa trabajadora,
productiva, impositiva y cotizante del país se vaya del mismo para terminar
cotizando a otros sistemas de previsión y pagando impuestos a otros estados con
el consecuente perjuicio para nuestro sistema de seguridad social y nuestro
régimen de prestaciones sociales.
Esta situación de pérdida de masa
cotizante e impositiva que generará la emigración de mano de obra cualificada o
muy cualificada conllevara irremediablemente el recorte del gasto público y la
inversión en distintos sectores. Así, nuestros políticos, que se están
revelando como pésimos gestores pero magníficos sofistas (es decir gentes que
mienten pero cuyas mentiras tienen apariencia de verdad y cuyas involuciones
aparentan ser evoluciones), justificarán los recortes en educación pregonando
que carece de todo sentido invertir demasiado en formar a una juventud que va a
terminar marchándose del país y de cuyos conocimientos adquiridos en nuestras
universidades se van a aprovechar otros, mientras que, al mismo tiempo, justificarán
los recortes en sanidad y en pensiones alegando que la culpa la tienen los que,
siendo ciudadanos españoles, han decidido residir y trabajar en el extranjero
cotizando y pagando sus impuestos fuera de España.
Al igual que el Titanic no se hundió
como una piedra en un cubo de agua, sino que se fue hundiendo poco a poco según
se iban inundando sus departamentos estancos, de igual forma esta ocurriendo
con España: cada medida que toma la casta política solo sirve para precipitarla
a mayor velocidad hacia el abismo. No obstante, a diferencia del Titanic, cuyo
hundimiento era irreversible desde el impacto con el iceberg, el caso de España
es todavía reversible, dependiendo dicha reversión de que el pueblo español
decida, de una vez por todas y lo antes posible, dar la espalda a toda su casta
política e institucional que, sin disimulo y con público descaro, trabajan
incansablemente para la ruina de todos los españoles.
Hace algunos años vi un documental sobre África. Mostraba cómo tras los primeros intentos por formar universitarios, éstos se veían forzados a marcharse a Europa. Los países perdían lo invertido en esas personas sin que éstas devolvieran a la sociedad la inversión que la sociedad había realizado. Pongamos como ejemplo médicos. De entre quienes volvían se encontraron quienes más tarde serían famosos dictadores, que amparados en esa formación inicial más lo corrupción mamaba en la Europa “democrática”, se permitían obtener con relativa facilidad el poder en sus respectivos países.
ResponderEliminar¡Cuántas similitudes!...