Desde que, a finales del siglo XVIII,
el británico Edward Gibbon publicase su voluminosa “Historia de la Decadencia y
Caída del Imperio Romano” escrita entre 1776 y 1778 han sido numerosos los
autores que se han sumado a las teorías decadentistas para explicar el declive
de las grandes culturas siendo común a todos ellos el apuntar algunos rasgos
comunes en todos los procesos de decadencia que continúan con un breve pero
intenso periodo de degeneración para finalizar en la extinción total de la cultura
o civilización en cuestión y su sustitución por otra.
Estos rasgos señalados por todos los
autores como comunes a los procesos decadentistas son, entre otros, un descenso
de la natalidad, proliferación de sectas religiosas de todo tipo, negativa por
parte de los ciudadanos a servir en los ejércitos, relajación de las
costumbres, etc… Por tanto, atendiendo a esto, todo proceso de decadencia es
atribuible exclusivamente a causas endógenas o internas y jamás a motivos
exógenos o externos.
No obstante, y tomando el ejemplo de
la extinción de las grandes civilizaciones clásicas europeas, la Griega y la
Romana, podemos observar como éstas fueron sustituidas por otras que conservaron
numerosos e importantes aspectos culturales de la civilización anterior
extinta. Así, Roma adoptó y romanizó deidades y ritos religiosos griegos,
utilizó la filosofía griega como base del desarrollo de sus propios sistemas de
pensamiento, e incluso, adoptó los mitos heroicos griegos plasmados por Homero
en la “Iliada” y en la “Odisea” haciéndose descender en “La Eneida” (verdadera
epopeya nacional romana) de Eneas, héroe troyano que se salva de la destrucción
de Troya. Posteriormente, tras la caída de Roma, y repitiéndose lo acontecido
con la extinta cultura griega, la cultura romana es sustituida por la cultura
medieval la cual incorpora muchos de sus aspectos sustanciales.
De este modo, y teniendo presente la
dialéctica hegeliana se podría considerar que los periodos de plenitud de una
cultura o civilización se corresponden con la tesis, los periodos de decadencia
equivalen a la antítesis y, finalmente los, no muy prolongados pero intensos,
periodos de degeneración suponen la síntesis de los dos periodos anteriores.
Ahora bien, en ninguno de los estudios realizados hasta el momento se han explicado
las causas del por qué toda cultura sobrevive, en cierto modo y en diferente forma,
en la cultura que viene a sustituirla. Aunque esto se ha pretendido explicar
aludiendo a una especie de teoría de la yuxtaposición en virtud de la cual toda
civilización es ella misma más todas las anteriores, tal argumento no llega a
explicar dicha supervivencia si admitimos como lo hacen todos los autores que
los periodo de decadencia y, más aún, los de degeneración son la negación de la
plenitud cultural.
La respuesta a esta cuestión tal vez
se encuentre en la diferenciación entre decadencia y degeneración. Mientras que
la decadencia es un tiempo en que, una parte progresivamente creciente de la
población, discute y pone en duda los
valores imperantes en los tiempos de plenitud cultural; la degeneración es una
radical y total negación de esos valores por la inmensa mayoría de esa
población. No obstante tanto en los periodos de decadencia como en los de
degeneración no deja de existir en el más oscuro rincón de la sociedad,
mitigada e incluso, si se quiere, marginada, una conciencia del ser y del saber
querer que es lo que permite sobrevivir lo fundamental de una cultura moribunda
e incorporarlo a la cultura que la sustituye. Así, tras la caída de Roma fueron
los monjes y los monasterios ese rincón oscuro de la sociedad donde se refugió
la conciencia del ser y del saber querer clásico que salvaguardó la cultura
greco-latina y la hizo pervivir en la época del medievo.
Ahora bien, es posible y más que
posible que junto a la decadencia y la degeneración exista un tercer periodo,
hasta ahora nunca dado con anterioridad, definitivamente fatal para una cultura
o civilización que lleve como consecuencia consustancial al mismo el
aniquilamiento irreversible de la misma y, por tanto, el fin de la historia.
Tal periodo o fase, en el que todo parece indicar que se encuentran en el
presente las sociedades occidentales, es un periodo que se podría denominar de
“desquiciamiento”. El “desquiciamiento” se diferencia de la decadencia y de la
degeneración en que en él no existe la más mínima conciencia del ser o del
saber querer ni el más pequeño microcosmos social en el que tales conciencias
puedan encontrarse. Ejemplos, pruebas e indicios de este “desquiciamiento” que
se apunta se encuentran por doquier en el mundo moderno y no solo, ni
fundamentalmente, en la negación de los llamados valores tradicionales sino
sobre todo en la total y absoluta ausencia de coherencia en los principios
inspiradores de la política y en la negación, por parte de la misma sociedad
que exige su realización, de las consecuencias lógicas que conllevan inexorablemente
la aplicación de determinadas ideas que se profesan mayoritariamente.
El grave problema que plantea el
“desquiciamiento” es que muchas de las personas que pretenden oponerse a él y
que dicen conservar cierta conciencia del ser y del saber querer, en realidad están
infectadas de ese mismo “desquiciamiento” que pretenden combatir mostrando en
las propuestas que realizan graves incoherencias y no aceptando las
consecuencias lógicas que las mismas conllevan por lo que este periodo de
“desquiciamiento” puede suponer el final de la historia al no presentarse
alternativa válida a partir de la cual continuar el desarrollo histórico.
En una sociedad decadente o
degenerada, siempre existirá una minoría que denuncie tal degeneración o
decaimiento y que sirva de embrión a una regeneración que permita salvaguardar
la cultura o, al menos, sus aspectos sustanciales, en cambio en una sociedad
desquiciada nadie denunciara tal desquiciamiento y de haberlo será para
proponer medidas igualmente desquiciadas. Una sociedad desquiciada no saldrá de
su desquiciamiento sino que se regodeará y profundizará en él, será
progresivamente individualista hasta lograr reducirlo todo al individuo y la
economía será la medida de todas las cosas porque únicamente el “existir” lo
mejor y lo más confortablemente posible, cosa que se alcanza con el
acaparamiento de riquezas, y no el “ser” será lo importante para los individuos,
características todas ellas que están cada vez más presentes en las actuales
sociedades occidentales.
Muy bueno. Lo leeré con detenimiento.
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