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jueves, 12 de septiembre de 2013

DECADENCIA, DEGENERACIÓN Y DESQUICIAMIENTO

Desde que, a finales del siglo XVIII, el británico Edward Gibbon publicase su voluminosa “Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano” escrita entre 1776 y 1778 han sido numerosos los autores que se han sumado a las teorías decadentistas para explicar el declive de las grandes culturas siendo común a todos ellos el apuntar algunos rasgos comunes en todos los procesos de decadencia que continúan con un breve pero intenso periodo de degeneración para finalizar en la extinción total de la cultura o civilización en cuestión y su sustitución por otra.

            Estos rasgos señalados por todos los autores como comunes a los procesos decadentistas son, entre otros, un descenso de la natalidad, proliferación de sectas religiosas de todo tipo, negativa por parte de los ciudadanos a servir en los ejércitos, relajación de las costumbres, etc… Por tanto, atendiendo a esto, todo proceso de decadencia es atribuible exclusivamente a causas endógenas o internas y jamás a motivos exógenos o externos. 

            No obstante, y tomando el ejemplo de la extinción de las grandes civilizaciones clásicas europeas, la Griega y la Romana, podemos observar como éstas fueron sustituidas por otras que conservaron numerosos e importantes aspectos culturales de la civilización anterior extinta. Así, Roma adoptó y romanizó deidades y ritos religiosos griegos, utilizó la filosofía griega como base del desarrollo de sus propios sistemas de pensamiento, e incluso, adoptó los mitos heroicos griegos plasmados por Homero en la “Iliada” y en la “Odisea” haciéndose descender en “La Eneida” (verdadera epopeya nacional romana) de Eneas, héroe troyano que se salva de la destrucción de Troya. Posteriormente, tras la caída de Roma, y repitiéndose lo acontecido con la extinta cultura griega, la cultura romana es sustituida por la cultura medieval la cual incorpora muchos de sus aspectos sustanciales.

            De este modo, y teniendo presente la dialéctica hegeliana se podría considerar que los periodos de plenitud de una cultura o civilización se corresponden con la tesis, los periodos de decadencia equivalen a la antítesis y, finalmente los, no muy prolongados pero intensos, periodos de degeneración suponen la síntesis de los dos periodos anteriores. Ahora bien, en ninguno de los estudios realizados hasta el momento se han explicado las causas del por qué toda cultura sobrevive, en cierto modo y en diferente forma, en la cultura que viene a sustituirla. Aunque esto se ha pretendido explicar aludiendo a una especie de teoría de la yuxtaposición en virtud de la cual toda civilización es ella misma más todas las anteriores, tal argumento no llega a explicar dicha supervivencia si admitimos como lo hacen todos los autores que los periodo de decadencia y, más aún, los de degeneración son la negación de la plenitud cultural.

            La respuesta a esta cuestión tal vez se encuentre en la diferenciación entre decadencia y degeneración. Mientras que la decadencia es un tiempo en que, una parte progresivamente creciente de la población,  discute y pone en duda los valores imperantes en los tiempos de plenitud cultural; la degeneración es una radical y total negación de esos valores por la inmensa mayoría de esa población. No obstante tanto en los periodos de decadencia como en los de degeneración no deja de existir en el más oscuro rincón de la sociedad, mitigada e incluso, si se quiere, marginada, una conciencia del ser y del saber querer que es lo que permite sobrevivir lo fundamental de una cultura moribunda e incorporarlo a la cultura que la sustituye. Así, tras la caída de Roma fueron los monjes y los monasterios ese rincón oscuro de la sociedad donde se refugió la conciencia del ser y del saber querer clásico que salvaguardó la cultura greco-latina y la hizo pervivir en la época del medievo.

            Ahora bien, es posible y más que posible que junto a la decadencia y la degeneración exista un tercer periodo, hasta ahora nunca dado con anterioridad, definitivamente fatal para una cultura o civilización que lleve como consecuencia consustancial al mismo el aniquilamiento irreversible de la misma y, por tanto, el fin de la historia. Tal periodo o fase, en el que todo parece indicar que se encuentran en el presente las sociedades occidentales, es un periodo que se podría denominar de “desquiciamiento”. El “desquiciamiento” se diferencia de la decadencia y de la degeneración en que en él no existe la más mínima conciencia del ser o del saber querer ni el más pequeño microcosmos social en el que tales conciencias puedan encontrarse. Ejemplos, pruebas e indicios de este “desquiciamiento” que se apunta se encuentran por doquier en el mundo moderno y no solo, ni fundamentalmente, en la negación de los llamados valores tradicionales sino sobre todo en la total y absoluta ausencia de coherencia en los principios inspiradores de la política y en la negación, por parte de la misma sociedad que exige su realización, de las consecuencias lógicas que conllevan inexorablemente la aplicación de determinadas ideas que se profesan mayoritariamente.

            El grave problema que plantea el “desquiciamiento” es que muchas de las personas que pretenden oponerse a él y que dicen conservar cierta conciencia del ser y del saber querer, en realidad están infectadas de ese mismo “desquiciamiento” que pretenden combatir mostrando en las propuestas que realizan graves incoherencias y no aceptando las consecuencias lógicas que las mismas conllevan por lo que este periodo de “desquiciamiento” puede suponer el final de la historia al no presentarse alternativa válida a partir de la cual continuar el desarrollo histórico.

            En una sociedad decadente o degenerada, siempre existirá una minoría que denuncie tal degeneración o decaimiento y que sirva de embrión a una regeneración que permita salvaguardar la cultura o, al menos, sus aspectos sustanciales, en cambio en una sociedad desquiciada nadie denunciara tal desquiciamiento y de haberlo será para proponer medidas igualmente desquiciadas. Una sociedad desquiciada no saldrá de su desquiciamiento sino que se regodeará y profundizará en él, será progresivamente individualista hasta lograr reducirlo todo al individuo y la economía será la medida de todas las cosas porque únicamente el “existir” lo mejor y lo más confortablemente posible, cosa que se alcanza con el acaparamiento de riquezas, y no el “ser” será lo importante para los individuos, características todas ellas que están cada vez más presentes en las actuales sociedades occidentales.

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