La nueva adquisición de la Real
Academia Española que ha tomado posesión del silla H hace pocas semanas, el
escritor don Félix de Azúa, ha iniciado, más bien que protagonizado, una
interesante polémica al afirmar que la actual alcaldesa de Barcelona, doña Ada
Colau, "debería estar sirviendo en
un puesto de pescado". Ante tal afirmación, ampliamente difundida por
los medios de comunicación al ver en la misma una oportunidad de subir sus
audiencias y de llenar minutos en sus reiterativas tertulias, los partidarios
de Colau han salido en defensa de su líder como no podía ser de otro modo,
siendo este país como es, enfrentándose al académico con apasionamiento ciego.
En primer lugar, las dos personas
implicadas en la polémica, el académico y la alcaldesa, deberían ser
conscientes cada una en la parte que les
corresponde que "no ofende quien quiere sino quién puede" y que
expresar simpatía o antipatía por tal o cual político se puede hacer de muy
variadas formas, todas ellas amparadas por el derecho a la libertad de
expresión y que, además, la inclusión de los políticos en algún gremio de
asentadores de mercado ha sido, desde siempre, muy habitual en el debate
político español. ¿O acaso nadie recuerda que el origen del duelo entre el
Duque de Montpensier y Enrique de Borbón fue que el primero incluyó al segundo
en el gremio de los pasteleros?.
Ahora bien, nadie o muy pocos han
caído en la cuenta de que la intención de insultar u ofender a un individuo comparándolo o incluyéndole en
una colectividad gremial implica una posible ofensa para el individuo y una
segura opinión ofensiva sobre la colectividad en cuestión. La inmensa mayoría
de los ciudadanos están excusados de esta ignorancia pero no así todo un
académico de la Real Academia Española, que debería venir obligado a hacer un
uso más culto, más exacto y menos coloquial del lenguaje.
En la utilización coloquial de la
lengua castellana, que una vecina llame a otra "verdulera" en una discusión de patio de vecindad cuando
ninguna de las dos se dedica a vender hortalizas está claro que lo que la
quiere llamar es "ordinaria" y cuando alguien dice de otro que "habla como un carretero",
aunque circule por la vía pública en un Aston Martin, se refiere a que es muy
mal hablado y que hace uso de blasfemias y juramentos. Decir que doña Ada Colau
"debería estar sirviendo en un
puesto de pescado", implica que quien esto afirma no tiene muy buena
opinión, no ya de doña Ada Colau que como política y personaje público puede
ser objeto de crítica, si no de los pescaderos a los que atribuye algún defecto
o vicio que el diccionario que edita la institución que acoge a don Félix de
Azúa no precisa, porque de "pescadero" solo viene una acepción que es
la de "Persona que vende pescado,
especialmente al por menor" y de "pescadería"(que la
denominación común de los puestos de pescado) igualmente solo viene una
acepción que es "sitio, puesto o
tienda donde se vende pescado" (1).
Así pues, nos encontramos con una
nueva vertiente de la polémica suscitada que es la inconcreta o inadecuada
utilización de la lengua por parte de un académico que debería utilizarla con
la misma exactitud que un químico utiliza sus fórmulas.
Otra vertiente de la polémica es que
la inmensa mayoría de las personas que han percibido una ofensa, en puridad
lingüística inexistente, hacia la
alcaldesa de Barcelona, doña Ada Colau,
ha salido en su defensa pero nadie ha hecho mención, por nimia que
pudiera ser, a la cierta ofensa a los pescaderos mostrando su actitud una
psicología propia de aquellos que en otros tiempos afirmaban que "con el jefe se está siempre porque el
jefe nunca se equivoca".
El señor académico no ha hecho, como
se pretende por algunas personas, una manifestación de machismo sino una
manifestación de libre crítica política, aunque de dudoso gusto, y una
inexcusable manifestación de ignorancia en el uso de la lengua que debería
llevarle, no a la salida airosa de su dimisión, sino a su expulsión inmediata
de la Real Academia Española a fin de que esta institución demuestre por una
vez cuan equivocado estaba ese "insigne
carlista, eminente autor y estrafalario ciudadano" que fue don Ramón María del Valle Inclan cuando,
diariamente, al pasar por la sede de la regia institución se orinaba en su
puerta.
(1) Por su parte la tercera acepción
de "pastelero" que contiene el Diccionario de la RAE es "persona
acomodaticia en demasía, que elude las decisiones vigorosas".
Un académico, en público, ha de emplear oraciones más elaboradas, pero olvidamos que los académicos, además de esto, son personas, y mientras no asumamos que ser académico no es sinónimo de más cultura, sobre todo en este país, haré uso de una frase leída en un foro de Internet sobre este individuo y cómo lo definía: un burro con muchos libros. Menguele era licenciado y Doctor.
ResponderEliminarLa RAE no es más que el reflejo del poder político del momento y, por supuesto, no están los mejores. Por ejemplo Antonio Quilis nunca fue aceptado por tener criterio propio, pero si leen sus libros verán que algunos parecen escritos por un ángel. Arturo Pérez Reverte, diga lo que diga, entró con un gobierno del PP. Que no me diga que es anarquista.