"La mejor manera de solucionar un
problema es no buscarlo donde no existe".
Tras ganar las pasadas elecciones
presidenciales, los más sesudos politólogos dudaban de que Donald Trump
intentase siquiera cumplir alguna de sus polémicas promesas electorales, pero
en tan solo una semana en el cargo de Presidente de los Estados Unidos ya ha
comenzado cumpliendo doce de sus veintiocho propuestas abriendo el más amplio
debate en el seno de los Estados Unidos y de la Comunidad Internacional desde
los años treinta del siglo pasado.
En un mundo que reduce toda cuestión
a la simpleza de la calificación de "bueno" o "malo",
"aceptable" o "inaceptable", parece ser que ya se ha
encasillado a Donald Trump sin mayor análisis, como si fuera un fenómeno
extraño y ajeno a toda lógica que ha llegado al poder en Norteamérica. Donald
Trump no es un individuo que ha ganado unas elecciones y ha accedido a la
Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump es un resultado, un resultado
larga e irresponsablemente creado durante las últimas décadas en el que subyace
un sustrato ideológico no ajeno a las más profundas tradiciones norteamericanas.
Como ya explicamos en nuestro
artículo "Trump Triump", la ideología mostrada por Donald
Trump no es nueva ni novedosa porque encuentra su fuente en el viejo
aislacionismo norteamericano, en la Doctrina Monroe y en la teoría del
Manifiesto Destino, además de inspirarse en el espíritu del informal movimiento
W.A.S.P., acrónimo inglés de White, Anglo-Saxon and Protestant (Blanco,
Anglo-Sajón y Protestante),que nunca ha dejado de estar presente entre las más
altas esferas de la sociedad norteamericana. Tal es el sustrato ideológico de
la política que desarrollará Trump, por lo que solo a los ignorantes de la
historia norteamericana puede llamar la atención y escandalizar los decretos
presidenciales que está firmando el Presidente norteamericano.
Por otra parte, Donald Trump es la
consecuencia de setenta y cinco años de ausencia de política porque desde el
final de la Segunda Guerra Mundial no ha existido, ni en Estados Unidos ni en
Europa, una acción política al reducirse todo a la más pura economía y estar
todo al servicio de ésta. La reconstrucción de Europa tras la guerra mundial,
la interesada y descontrolada descolonización que generó la aparición del
Tercer Mundo con sus graves problemas humanitarios e incluso la Guerra Fría no
fueron nada más que enormes acciones económicas
para beneficio de los mercados y de quienes en ellos actúan.
El Plan Marshall, que levantó
económicamente Europa tras el último conflicto mundial, resultó imprescindible
para que el viejo continente pusiera en marcha sus mercados y se convirtiera en
un importador de bienes de equipo y de consumo norteamericanos mientras que la
descolonización abría grandes espacios en África, Asía y Oceanía para la
explotación salvaje de los recursos naturales por parte de las grandes
multinacionales al mismo tiempo que las antiguas potencias colonizadoras se
lavaban las manos ante los problemas del emergente Tercer Mundo y los nuevos
estados se convertían en piezas a adquirir por las superpotencias para sus respectivas
áreas de influencia en el gran teatro de la Guerra Fría. Por su parte, la misma
Guerra Fría fue más un enfrentamiento económico que político en la que se
dilucidaba el control de determinados recursos y mercados por parte de las
superpotencias más que la extensión de la ideología comunista o liberal.
Tras la caída del muro de Berlín en
1989, fue cuando se empezó a hablar de globalización que consistía en la entrada
en los estados ex-comunistas del capital occidental a fin de hacerse con las infraestructuras y
recursos económicos que hubiera en los mismos y hacerse con sus mercados
abriéndolos a los productos occidentales. Al amparo de esta globalización
capitalista que ya no tenía quien la pudiera contrarrestar, se empezó a dar el
fenómeno de la deslocalización en dos fases siendo la primera de ellas lanzar
"globos sonda" por parte de los empresarios solicitando una
legislación laboral más laxa que abaratase los costes de la mano de obra en los
estados capitalistas occidentales y la segunda, simple y llanamente, en
trasladar la producción de los bienes a cualquier punto del globo donde se
dieran las condiciones laborales exigidas por las empresas, la mayoría de ellas
multinacionales, que no tenían nada que temer ante una premisa económica que
aseguraba el derribo de todo arancel en aras de la idea del libre comercio con
su libre circulación de capitales, mercancías y personas.
Después de un cuarto de siglo de práctica
globalizadora, los resultados no han podido ser humanamente más desalentadores:
sobreexplotación salvaje de los recursos naturales, degradación de las
condiciones laborales en los países capitalistas occidentales, perpetuación de
la pobreza en el Tercer Mundo, aparición de paraísos de explotación laboral en
África, América y Asia, etc.... y todo ello en beneficio de un reducido número
de personas que son propietarias de las grandes empresas multinacionales o se
sientan en sus Consejos de Administración.
La deslocalización ha provocado en
el mundo occidental capitalista un desempleo creciente que se ha pretendido
combatir inútilmente con bajadas de impuestos que han ido en detrimento de las
prestaciones sociales y con reformas laborales que han degradado al máximo el
mercado laboral generando nuevos problemas sociales.
Es precisamente este escenario quien
ha dado la victoria electoral a Donald Trump en Estados Unidos quien, dicho de
otra forma, ha prometido a los norteamericanos más América y menos compromisos
exteriores. En este sentido, y en materia de política exterior, es muy
previsible que la administración Trump revise su posición en el seno de la
Alianza Atlántica, mantenga acuerdos y alianzas puntuales con algunos
"aliados" europeos y se retraiga del frente Atlántico no alentando la
expansión de Europa y de la OTAN hacia el Este europeo, concretamente hacia
Ucrania, lo que eliminaría un punto de fricción con Rusia y dejando la lucha
contra el integrismo islámico, problema que tanto han ayudado a crear las
anteriores administraciones norteamericanas, en manos de Rusia y de los países
europeos, que al fin y al cabo son los más próximos al mismo. En cambio Estados
Unidos se volcaría en el frente del Pacífico intentando minimizar el impacto
que la economía China en particular y asiática en general tiene sobre la
economía norteamericana imponiendo barreras arancelarias y denunciando los
tratados de libre comercio lo que provocaría, al menos en teoría, el retorno de
numerosas plantas de producción industrial a Estados Unidos, la reducción de la
inversión norteamericana en Asía aumentándola en el propio país y un descenso
notable del desempleo.
Curiosamente las primeras medidas
tomadas por Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, que cuentan con
el respaldo del cuarenta y nueve por ciento de los ciudadanos norteamericanos,
han sido duramente atacadas por las grandes multinacionales que deben temer no
poder seguir considerando a los trabajadores mera carne a la que pueden usar y
tirar según sus particulares criterio de rentabilidad siendo las grandes
defensoras del TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones), las grandes
beneficiarias de la explotación laboral en el Tercer Mundo y las grandes
responsables del cambio climático.
Es posible, muy posible, que Donald
Trump se convierta en un problema para la humanidad, pero ese problema ha sido
creado por el insaciable deseo egoísta de unos pocos por enriquecerse
ilimitadamente en detrimento de las grandes masas trabajadoras, lo que ha
originado que la cuerda se haya tensado tanto que posiblemente ya se haya roto.
Es igualmente posible, muy posible, que Donald Trump no termine normalmente su
mandato en la Casa Blanca y tenga que dimitir, pero si eso ocurre no será fruto
de las movilizaciones de un millón de estudiantes en los campus universitarios
norteamericanos como pretenderán que nos creamos, sino por los intereses materiales
de las grandes corporaciones económicas que pueden verse afectadas por el giro
político que supone el programa de Trump.
Buenas noches:
ResponderEliminarPues qué quiere que le diga. ¿Grandes multinacionales contra Trump?... ¿Lobo ataca lobo?... No sé, no sé…
Es verdad que no sabría definirme en torno al comportamiento de este tipo, ahora bien, cada vez que actúa con ruido mediático me acuerdo de las palabras de otro presidente norteamericano (pero no recuerdo cuál) que vino a decir que si deseamos conocer la auténtica noticia, miremos en sentido contrario a donde suenan los tambores (hoy el ruido de la prensa).
Yo también veo ambivalentemente la irrupción de Trump, Lacan y Dalí, sí, Dalí en su obra escrita ya nos avisan de la muerte que supondría una globalitzación total, dicen, el conocimiento es paranoico al globalizar la realidad, necesitamos tener siempre un vecino lingüístico, religioso, político y económico, algo, lengua, política, religión, economía, algo ignoto y que desconozcamos para poder falsamente identificarnos con nuestra patria, con nuestra familia para vivir en armonía social.
ResponderEliminarPor otra parte el feminismo, que parte de la dialéctica o decostruccion de todo sistema y de la envidia del Penedès de lo yin hacia lo yang debido a la asimetria necesaria entre los sexos ha estado a punto, como dicen los sabios viejos, de dar la vuelta a la tortilla, creando así la envidia del Penedès generalizada en el varón, la reacción del varón consiguiente y su involución necesaria a traído también a Trump, ahora bien, el yin de la nueva era, entroncat y conectado con seres extra, habrá de controlarlo y moderar-lo, para que no pase como con Hitler.
El golpe en la mesa del varón ya está hecho, y dentro de lo nefasto que le espera a la Tierra y a la Humanidad, hemos tenido Dios, hemos tenido suerte.