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lunes, 18 de junio de 2018

UNAMUNO Y EL CARLISMO



 El libro “POLITICA Y SOCIEDAD EN EL PRIMER UNAMUNO” de Rafael Pérez de la Dehesa, Doctor en Filosofía y Letras por la Brown University (USA), profesor en la Universidad de California  en Berkeley en 1.966, fue un trabajo iniciado con J. L. López Aranguren y presentado como tesis doctoral en la Universidad de Madrid, sección de filosofía, en junio de 1.966, bajo la dirección de D. Rafael Calvo. Recibió la calificación de sobresaliente “cum laude” y, según el mismo Rafael Pérez de la Dehesa indica, “Este libro fue posible gracias a la beca de la American Philosophical Society que nos permitió estudiar en archivos de España, Francia y Holanda, en el verano de 1.965, y a la ayuda económica obtenida por las gestiones de R, Whidridge y S. Simches, del Comité de Ayuda a la Investigación de Tufts University”. Es este libro un profundo análisis de la figura de Miguel de Unamuno, de su época, y de su pensamiento político. Nos describe la opinión y sentimientos que sentía don Miguel sobre el mundo que le rodeaba así como el porqué de sus novelas. Sin ninguna duda, la que representó la plasmación de su vida más íntima fue “Paz en la Guerra”.

         El interés de Unamuno por el carlismo parte de sus recuerdos infantiles del sitio de Bilbao, pero con los años se unió a aquellas nostálgicas memorias  un deseo de profundizar su conocimiento de aquel movimiento, que no encontraba suficientemente explicado en las historias al uso. Intuyó que, ocultos tras los lugares comunes con que se juzgaba las guerras civiles, podría haber aspectos reveladores de la intrahistoria y carácter del pueblo.

         “¿Cuándo se estudiará con amor aquel desbordamiento popular que transcendía de toda forma? ¡Cuántas cosas cabían en los pliegues de aquel lema: Dios Patria y Rey!... Lo encasillaron y formularon y cristalizaron, y hoy no se ve aquel empuje profundamente popular; aquella protesta contra todo mandarinato, todo intelectualismo,  y todo charlamentarismo, contra todo aristocratismo y centralización unificadora. Fue un movimiento más europeo que español, un irrumpir de lo subconsciente en la conciencia, de lo intrahistórico en la historia. Pero en ésta se empantanó y al adquirir programa y forma, perdió su virtud. ¿Para qué seguir escribiendo de un momento intrahistórico que sólo vemos con prejuicios históricos? Quédese para otra ocasión” (En entorno al casticismo, O.C. III, pp. 301 y 302).

         Aunque volvió a prometer diversas veces un estudio sistemático del carlismo, esa “otra ocasión” nunca se presentó. Para haberlo escrito poseía la familiaridad con el tema que le proporcionó la exhaustiva preparación documental de la novela Paz en la Guerra. En este libro, que examinaremos más adelante, y en varios escritos de la época hay, sin embargo, suficiente material para reconstruir algunas de las conclusiones de aquel frustrado proyecto.

         En su estudio sobre el derecho consuetudinario en Vizcaya había ya señalado los males traídos por la desamortización a esa región: “La desamortización  ha causado en Vizcaya los mismos estragos que en todas partes, no obstante haber habido pueblos que, para evitarlo, se repartieron entre los vecinos los montes comunes: sirva de ejemplo el Valle de Asúa”(Derecho consuetudinario de Vizcaya. O.C. VI p.283). La protesta estalló de forma violenta: “El carlismo puede decirse que nació contra la desamortización, no sólo contra los bienes del clero y los religiosos, sino de los bienes del común”  (Sobre la tumba de Costa O. C., p 1139). Con las tierras desamortizadas “se corroboró y fomentó el odioso régimen económico actual”  (La crisis del patriotismo español. O. C. III p. 951).

         Diferenciaba Unamuno dos clases de carlismo: el intrahistórico y popular, “con su fondo socialista y federal y hasta anárquico”, que era una de esas “íntimas expresiones del pueblo español”, a las que los políticos ni intentaban llegar, y el carlismo de Mella y “El Correo Español”, que encontraría su forma más característica en el integrismo “ese tumor escolástico, esa miseria de bachilleres, canónigos, curas y barberos ergotistas y raciocinadores”  (La crisis del patriotismo español. O. C. III p 951).

         Encontró así Unamuno la base de aquel movimiento en una protesta social y económica. Utilizó para analizarlo el mismo método histórico que había empleado para estudiar el fracaso del liberalismo y el regionalismo (Se refiere al nacionalismo vasco). Su punto de vista, de una gran originalidad, no encontró seguidores, en parte, porque ningún historiador se había planteado en nuestro país este tipo de problemas. Por ello es natural que Unamuno encontrase en Costa, el gran investigador del colectivismo agrario, la persona más adecuada para comprender sus ideas. Creemos de interés transcribir una carta, hasta ahora inédita, que escribió sobre este tema: 

         “Salamanca, 31 de octubre de 1.895.
          Sr. D. Joaquín Costa
          Madrid.

         Acabo de recibir su carta, y gracias por todo. Recibo también el ensayo del plan, y su lectura me sugiere ciertas observaciones que creo le sean de interés. 

         Hay un suceso en nuestra historia contemporánea que creo poco estudiada, y es la última guerra civil carlista. Fui testigo y en gran parte víctima de ella siendo niño, y después me he dedicado a estudiarla, llevando cerca de ocho años de investigaciones. Una de las cosas que se descubre en ella es un fondo grande de socialismo rural. Tengo recogidas proclamas de antes, periódicos carlistas, etc., y de todo ello podría hacer un trabajo acerca del elemento socialista en la última guerra civil. Pero lo verdaderamente curioso es un plan de gobierno que presentaron a D. Carlos en 1.875 don José Indalecio de Casa, don Julio Nombela (que vive en esa aún) y el canónigo don Vicente Manterola. En el tal plan hay cosas como estas: 1º Cédulas de profesión en vez de cédulas de vecindad, y el que no acredite profesión no puede ni demandar en pleito. 2º Imponer a la aristocracia la obligación de fundar y dirigir colonias agrícolas. 3º Declarar forzosa para gentes acomodadas la tutela de los huérfanos pobres. (El plan dice “mandar hacer lo que manda la caridad”). 4º Con atención a que “se gobierna para los ricos a costa de los pobres, y debe suceder lo contrario... : que la pequeña propiedad sea dispensada de todo tributo, de todo gasto de inscripción y de toda clase de costas, mediante un recargo en progresión creciente sobre la gran propiedad” 5º “El trabajo representado por el trabajo”, y, en fin, sería cosa de copiar toda esta curiosísima utopía socialista en un plan simétrico y esquemático. Si le interesa a usted. Hallara todo el plan, con noticias de la suerte que corrió, en el cap. I del lib. V de la obra “Detrás de las trincheras, paginas últimas de la guerra y la paz, desde 1.868 hasta 1.876. por Julio Nombela. Madrid 1.876” (segunda edición). Por mi parte, podría añadir al tal plan buen número de proclamas y manifiestos y pasajes de folletos carlistas (de los que precedieron a la guerra), en demostración de que las ideas crudamente descentralizadoras (guerra a la ciudad) y socialistas del tal plan eran expresión del sentimiento de las masas carlistas. Cuando Dorado tradujo “El socialismo católico”, de Niti, le hable de este curioso y hoy casi olvidado plan, que me parece un buen precedente doctrinal. Y no he abandonado mi propósito de escribir aprovechando los materiales que he reunido para otra obra que tengo en preparación. Por ahora me limito a llamarle la atención acerca del plan ante-citado.

         En estos días de fiesta espero ir a un pueblecillo del campo donde oí hace un año hablar de costumbres económicas, como la que se legue la tierra tomada (en colonia al hijo menor y si hay alguno impedido o baldado a éste). Lo que recoja se lo remitiré en seguida.

         Haré cuanto pueda por ayudarle en estos trabajos, si bien tengo la fatalidad de no poder apretar mucho por mi empeño en abarcar acaso demasiado y el terror que tengo a toda especialización. Aunque dedicado sobre todo a estudios literarios y lingüísticos, siempre consagro tiempo a sociólogos y psicólogos sobre todo, y no paso por parte alguna sin procurar enterarme de cuanto haya desde naturaleza geológica del suelo, su clima, flora y fauna hasta su vocabulario dialéctico y sus cantares populares. Mi manía es que se estudie al pueblo en vivo. Por eso tengo hechos trabajos sobre el castellano popular (lengua) de Salamanca, León y Zamora, y por eso me ocuparé de recoger costumbre económico-jurídicas. A la vez me parece he de lograr meter en laboreo algunos amigos de aquí que por sus relaciones pueden ayudarme en algo.

         El amigo Dorado se ha repuesto algo, pero siempre sigue con sus achaques y sufriendo grandes alternativas. Le llevamos de paseo siempre que podemos (vivimos pared por medio él y yo), pero aún así me temo mucho que no ha de llegar a viejo, ni mucho menos, y es una lástima.

         Usted sabe que puede mandar a su muy affmo. amigo
                                                                                                  Miguel de Unamuno.

 Partiendo de estas ideas, Unamuno encontraba una lógica explicación al renacimiento del carlismo en los últimos años de XIX. “El revivir del carlismo no es más que un mero síntoma del regionalismo en cierto modo socialista o del socialismo regionalista” (“el porvenir de España. O. C. IV p.998). Veía en el fortalecimiento de estos movimientos una vuelta a aquel primitivo comunismo de tribu, que esperaba que pronto se armonizase con el comunismo universal del porvenir.

         La semejanza que nuestro escritor encontraba en el pensamiento de Costa y el carlismo se basaba en la común base colectivista: “El colectivismo agrario de Costa, sus deseos de volver a aquella propiedad comunal que recuerda el mir  ruso, lo de la política de alpargata, todo ello es carlismo” (Sobre la tumba de  Costa. O. C. III pp. 1139-1140). Similitudes que aumentan si tenemos en cuenta que ni el “carlismo popular” ni el político aragonés llegaron a captar el significado de la revolución industrial.

         También explicar este punto de vista, la simpatía y el interés que mostró Unamuno por el carlismo en “En torno al casticismo”, interés que no fue comprendido.

         “...No faltó quien me llamara carlista porque en lugar de irrumpir en imprecaciones y maldiciones contra los partidarios de Carlos VII y hablar de los crímenes del carlismo y otras majaderías de la misma frasca, me propuse ver y hacer ver serenamente lo que el carlismo encierra en sus redaños y la útil y poderosa fuerza que es. Es necio execrar de un río que se sale de madre y arrasa cuanto encuentra en la ribera; lo cuerdo es encauzarlo y donde se despeña poner una presa y montar una aceña para aprovechar su salto de agua” (En torno al casticismo. O. C. III pp. 167 y 168).

         “En el carlismo, como en el anarquismo, había íntimas expresiones del carácter español, había tendencias espontaneas que deberían ser integradas en  cualquier solución política para el país. Aquel movimiento mostraba la fuerza y la vigencia de la tradición colectivista nacional, que Unamuno intentó incorporar a la ideología socialista. ( Américo Castro, con un criterio parecido, señaló en la primera edición de La realidad histórica de España que el carlismo y el anarquismo seguían siendo los dos movimiento políticos más cercanos al ser español. Observación suprimida en ediciones posteriores).

         “Archiconocido es el aprecio que sentía Unamuno por Paz en la Guerra, los largos años, la cuidadosa documentación, el amor que puso en su creación. En ella fundió un hondo estudio de un episodio de la historia de su pueblo, con importantes capítulos de su propia autobiografía externa y espiritual, desdoblándose en las figuras de Pachico y de Ignacio. Es natural esperar que en este libro, complejísimo e insuficientemente estudiado, reflejase sus preocupaciones sociales y económicas, su concepción de la historia y de las luchas de clases. Son estos aspectos los que nos proponemos examinar en las páginas siguientes.

         En 1896, un año antes de publicarla, Unamuno había propuesto a los jóvenes escritores españoles el tema de las guerras civiles del  siglo XIX como materia literaria en el mismo en que les exhortaba a analizar las estructuras económicas de los acontecimientos humanos. El mismo había estudiado estas estructuras en el carlismo, y en la serie de artículos “Bilbao por dentro” y en varios otros textos había hecho un análisis dialéctico económico de la reciente historia de Vizcaya. Su continuado interés por esos temas se puede comprobar en la carta que escribió el 31 de diciembre de 1897 a Emiliano de Arriaga:

         “Si supiera usted cuánto me tienta la idea de hacer una historia de Bilbao; pero una historia moderna, no un repertorio de sucesos (como la de Labayru), sino un cuadro del desenvolvimiento orgánico de la Villa, visto a la luz de las doctrinas sociológicas y económicas. Es un caso típico del desarrollo de una villa mercantil y de su semiconversión en industrial. El largo pleito de Bilbao con el Señorío está lleno de enseñanzas. Nada se ha hecho en tal sentido y todo lo moderno es muy inferior a aquel admirable “Memorial elevado al Supremo por las comunidades unidas” (Villa de Bilbao, Consulado y el Cuerpo de Propietarios) que figura como apéndice 2º de La Zamacalada de Villabaso. ¡Qué documento! La historia de Bilbao, ¡qué ejemplificación más viva y concreta del proceso todo económico-social y de la formación de un pueblo! Era una obra de más intensidad que una historia de España, lo mismo que un estudio sobre tal o cual vertebrado se ve mejor la biología que en una zoología general” (Jon Bilbao, “Archivo epistolar. Tres cartas de Unamuno sobre el habla de Bilbao y los “maquetos” de Vizcaya”, en Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos (Buenos Aires), VI, 21 (abril-junio 1955, p.73.).

         Su historia de Bilbao, como el prometido estudio sobre el carlismo, nunca fue escrita. Hemos encontrado, sin embargo, en Paz en la Guerra, mucho de ambos. Un detenido examen de esta novela permite descubrir un análisis histórico y económico de Vizcaya, así como una exposición de la revolución ideológica, política y social de su autor.

 a)   La familia Arana: el liberalismo político y económico

         “Encarnó Unamuno en la familia Arana la base social de Bilbao, el crecimiento de la burguesía liberal conservadora, respetuosa del comercio y de la propiedad. La clase social enriquecida por la desamortización, cuya última aspiración era convertirse en terrateniente para lograr la amistad de la aristocracia y el poder del cacicato.

         Era Juan Arana fiel creyente en las leyes de oferta y demanda, que aplicaba incluso a las ideas. “Progresista tibio con fondo conservador”, lector de Bastiat y Adam Smith, esperaba del comercio la solución a todos los problemas: “¡El comercio matará la guerra y a la barbarie!” “liberal sin color ni grito”, creía que “sin libertad no hay comercio”. Representaba, en suma, la clase social que creó Bilbao. “Aunque los Bilbaínos nos hiciéramos carlistas, Bilbao seguiría siendo liberal o dejaría de ser Bilbao...”; sin eso no hay comercio posible, y sin comercio no tiene razón de ser este pueblo”. Trabajaba don Juan para que sus hijos tuvieran un porvenir “que les permitiera vivir del trabajo ajeno”. Su mismo espíritu conservador le hizo temer a las milicias republicanas durante el sitio de la Villa. Hubiese preferido que la defendiera un grupo menos avezado, una milicia compuesta de los que tuvieran “algo que perder” Terminada la guerra, compro tierras, “... como ejecutoria de nobleza y consagración de su fortuna. Le llamarían “señor amo”; dispondría de votos en las elecciones; ponderaría la llaneza con que se trata en su país al rentero...

         Al encontrarse dueño de parcelas del suelo patrio, sintió reavivársele en el pecho el patriotismo, corroborándosele los sentimientos conservadores, y se le fortificó la fe de niño y el respeto a la religión de sus mayores”. Quizás se refiera al nacimiento de aquello que llamaron liberal-foralismo.

b) Ignacio: la intrahistoria, el derecho consuetudinario y la economía popular del campo vasco.

     Se crió Ignacio recibiendo la tradición de la vieja poesía popular en loa cantos infantiles, en los pliegos de cordel que compraba al ciego de la Plaza del Mercado. “Eran el sedimento poético de los siglos, que después de haber nutrido los cantos y relatos que han consolado de la vida a tantas generaciones, rodando de boca en oído y de oído en boca, contados al amor de la lumbre, viven, por misterio de los ciegos callejeros, en la fantasía, siempre verde, del pueblo”. Bilbaíno que odiaba a Bilbao. Era en los pueblos donde se ponía en real contacto con la intrahistoria vivida de su casta. Tuvo ocasión de observar durante su visita a Guernica las costumbres de la economía tradicional. Allí pudo visitar los viejos caseríos, “vivienda del pastor que se hace sedentario, testigo vivo del período de transición del pastoreo al cultivo del campo”, donde habitaban hombre para los que aún no se había roto “el primitivo nexo directo entre la producción y el consumo..., borrada en su conciencia colectiva la memoria de arranque de la historia cuando nacieron gemelas la esclavitud y la propiedad”. Aquellos campesinos todavía se reunían en la puerta de la Iglesia, “el primitivo lugar de las asambleas populares”, y seguían viviendo una existencia sencilla, solo interrumpida por nacimientos, bodas y entierros. En Guernica tuvo ocasión de asistir a una boda y contemplar la pervivencia de los viejos usos económicos. 

         “El novio llevaba un caserío valuado en 6.000 ducados, dote que por ella tuvo que entregar el padre de la novia a su consuegro, que tenía ya con ellos a su vez con que dotar a una hija.

         Obligándose de añadido a pagar a sus padres, cuando murieran, entierro de segunda. Y así resultaba compradora la novia de heredad y de quien se la trabajara”.

         Un pueblo que soñaba al margen de la historia y que contra ella se rebelaba, que odiaba el comercio, la industria y un liberalismo que le trajo la desamortización y que amenazaba destruir su tradicional forma de vida. Esa rebelión acabaría por tomar violentas formas.

c)    El espíritu del carlismo.

         Nació así el carlismo, dentro del viejo pleito de la historia de Vizcaya: “la querella entre la villa y el monte, la lucha entre el labrador y el mercader”. Nació contra “la gavilla de cínicos e infames especuladores, mercaderes impúdicos, tiranuelos de lugar, polizontes vendidos que, se hinchaban en la inmunda laguna de la expropiación de los bienes de la Iglesia”,  contra “los mismos que les prestaban el dinero al treinta por ciento, los que les dejaron sin montes, sin dehesas, sin hornos y hasta sin fraguas; los que se hicieron ricos comprando por cuatro cuartos y mil picardías todos los predios de la riqueza común”. Era el carlismo una lucha contra ricos y burócratas, en palabras de Gambelu: “Si don Carlos me llamara, le aconsejaría que quitase todas las oficinas y puestos públicos de las ciudades, desparramándolas por el campo; que obligase a los ricos a mantener a los pobres, a educar a los huérfanos; a que doblaran las contribuciones, mayor cuota cuanto más tuviesen”, frases en las que hay ecos del programa que Unamuno había mencionado en una carta a Costa.

         Ignacio esperaba que el triunfo del carlismo aboliera el impuesto de consumo y las quintas, como lo pedía también el Partido Federal. (Recordamos cómo carlistas y republicanos federales participaron en acciones conjuntas de guerra. Sobre similitudes entre los programas de carlistas y federales y sobre sus alianzas electorales, véase C. A. M. Hennessy, The Federal Republic in Spain. Oxford 1.962). Muchos combatientes se habían ido también al ejercito como protesta económica. Así Sánchez el castellano, que lo hizo huyendo de la justicia de los ricos.

         A pesar de todos estos programas, más o menos concretos, el carlismo seguía siendo, sin embargo, algo surgido del fondo del pueblo, de sus profundidades amorfas. Todo intento de definirlo, como el de Celestino, lo falseaba.”  

         Vino tras la derrota, la paz: “Terminada la guerra abierta, persistiría la lucha gubernamental; la minoría, dueña del poder ejecutivo, seguiría dominando a la masa, conservando en verdadera paz armada el orden brotado de la guerra”. Del carlismo vencido surgieron el integrismo y un regionalismo exclusivista y ciego. Pero una nueva era se aproximaba anunciando el socialismo internacional; en ella el hombre volvía a sentir la atracción de la patria chica y una más alta llamada de la patria universal humana”. Más tarde, Unamuno, motivado por la falta de sensibilidad federalista y el activismo anticlerical del PSOE abandonaría aquel Partido Socialista.

         “...en los suelos nacionales, hipotecas de los tenedores de las deudas, alienta la vieja alma de las antiguas tribus errantes, que se asentaron en un tiempo en campos de propiedad común. Los pueblos, que forman las naciones, empujan a éstas a integrarse, disolviéndose  en el pueblo”

d) Pachico, el espectador.

    Pachico, trasunto de Unamuno, tras revivir en el alma las tragedias de su pueblo, logró una paz temporal, sacudiéndose el “todo o nada” de la tentación luciferina y soñando en la final fraternidad humana. Volvió así a las luchas de los hombres:

          “Allí arriba, la contemplación serena de la resignación transcendente y eterna, madre de la irresignación temporal, del no contentarse jamás aquí abajo, del pedir siempre mayor salario y baja, decidido a provocar en los demás el descontento, primer motor de todo progreso y todo bien”.

         En las últimas páginas de este libro (Paz en la Guerra) está reflejado el proceso espiritual que llevó a su autor a la propaganda política activa, como en el drama La esfinge están reflejadas las causas de su separación del socialismo.

        Hay en esta novela una interpretación social y económica de la historia de Vizcaya y de las guerras carlistas que, creemos, es el núcleo “intrahistórico “ del libro, mucho más importante que su bien documentada relación de sucesos externos. Esta interpretación da a Paz en la guerra una honda dimensión, poco frecuente en nuestra literatura, que permite calificarla de novela social. 

 En un texto olvidado, Unamuno explicaba algunos de sus propósitos al escribirla:

         “Cuando una historia, sin dejar de serlo en todo rigor, produzca el efecto estético de una novela, será cuando la realidad, que es algo externo, se halla unido a la verdad que es interna, a lo pasajero lo permanente. Entonces nos acercaremos a ver la identidad de la verdad y de la belleza y a la comprensión de cómo es ésta al resplandor de aquélla. 

         A tales principios pretendí ajustar en la medida de mis fuerzas mi novela Paz en la guerra, cuyos principales defectos brotan sin duda de este empeño reflectivo que la presidió. Quise fundir y no yuxtaponer lo histórico y lo novelístico, contar una historia por dentro y encajar una ficción en un exterior rigurosamente documentado. (“Sobre el determinismo en la novela”. R, B. (1896), pp 291-292).
    
         Una de las personas más influyentes en el pensamiento de Unamuno fue, sin duda Pi y Margall. “El hombre público a quien por entonces iban mis simpatías todas, el que me atraía, y a quien acudí a oír siempre que pude, era Pi y Margall. Y nunca, sin embargo, cruce  dos palabras con él.

         Mi simpatía hacia Pi y Margall y sus doctrinas arrancaba de antes de mi salida de mi tierra natal vasca. Siendo todavía estudiante del Instituto, en Bilbao, había leído  su libro "Las Nacionalidades" acaso el primer libro de política que leí-, que era como una especie de escritura sagrada en el grupo de amigos que a lo largo del Nervión, campo de Volantín adelante, comentábamos las doctrinas del federalismo.” (Castelar O.C.X, pp. 304-305. Sobre la ideología de Pi y Margall pueden consultarse: C. A. M. Hennessy, The Federal Republic in Spain (Oxford, 1.962).

         Además de admirar sus ideas, Unamuno participó de la general estima que despertaban sus cualidades personales. En una entrevista concedida a Azorín en 1.898 comentaba: “¡sinceridad ! La de Pi y Margall, por ejemplo. ¡Que hermosura es! ¡Qué reposada! ¡Qué sincera!.

          La doctrina de Pi y Margall fue de hecho una de las ideologías más influyentes en la segunda mitad del siglo XIX. Derivada en parte de Proudhon, de quien fue traductor en España, expresaba muchas de las tendencias espontaneas del pueblo español. Estaba, además, expuesta en un estilo que se tomó entonces por modelo. (Recordaba Unamuno que Pi y Margall había sido para él: “uno de los ídolos literarios hace veinticinco o treinta años”, en “Lecturas Españolas”, O.C., V. p. 371.”) Para Pi y Margall, la soberanía, autónoma e interior, residía exclusivamente en el hombre. Soberanía y poder eran incompatibles. Cualquier hombre que ejerciera su poder sobre otro era un tirano. Las relaciones del hombre con sus semejantes se debían basar exclusivamente en un pacto libre, a partir del cual se iban creando  los diferentes organismos sociales: familia, municipio, provincia, región, nación. Todas estas sociedades eran soberanas y autónomas, estando sus relaciones reguladas por pactos libres. España, aplicando estas doctrinas, había de reconstruirse en el plano político como una federación de las regiones históricas, unidas por libres pactos “sinalagmáticos, bilaterales y conmutativos”. Pi y Margall tuvo una profunda preocupación por el problema social y un gran interés por el reformismo, que le valió el respeto de los partidos obreros, respeto que no compartieron los demás partidos republicanos. Al atractivo de sus ideas se unieron los de su persona, su pobreza, su ascetismo, su absoluta incorruptibilidad, que le rodearon siempre de un aura de santidad laica. ”Política y Sociedad en el Primer Unamuno. Rafael Pérez de la Dehesa pp 17 y 18.

         La principal influencia ideológica de Pi y Margall en Unamuno se muestra principalmente en la primera posición que adoptó este escritor ante el problema regionalista.

         La primera ideología política de Unamuno -y esto será una sorpresa para muchos- fue el nacionalismo vasco. Este nacionalismo comenzó con un interés romántico por las viejas leyendas vascas, y fue catalizado por la abolición de los Fueros en 1.876.

         De muchos de aquellos males culpaba a Bilbao. Llegó un día a escribir, en colaboración con un amigo, una carta anónima a Alfonso XII, increpándole y amenazándole por la abolición de los Fueros: “¡Cuántas veces echamos planes para cuando Vizcaya fuese independiente!...Por el mismo tiempo se formaba en el mismo espíritu de Sabino Arana.” Años más tarde, ese nacionalismo encontró una base doctrinal en Pi y Margall. (Recuerdos de niñez y mocedad, O.C., I, pp. 345 y 346).

         “...Comentábamos -escribía- las doctrinas del federalismo, en vista siempre a la redención de nuestra Euskalherría -así se llamaba entonces, y no Euzkadi (...) a pesar de su posterior divergencia, en 1.918 escribía en carta a Alfonso Reyes: “he influido en el nacionalismo, en cuyas filas se me respeta y aún algo más. Lo más de su bagaje ideológico se lo di yo a Sabino”. (Arana).

         Lo que, sin duda alguna, determinó  su abandono del nacionalismo fue el desprecio Bizkaitarra hacia los “maketos”. Fue el racismo y el integrismo con que, el naciente nacionalismo despreciaba a la clase trabajadora que, proveniente del resto del Estado, llegaba a Vizcaya. 

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