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martes, 7 de diciembre de 2021

NAVARRA, SEGUNDA PATRIA DE VALLE INCLAN

Un nuevo libro –Tinta, Tierra y Tradición, de Alfredo Comesaña– desmonta definitivamente la extendida tesis de que el carlismo de Valle-Inclán era solamente “estético” y nada tenía que ver con el compromiso político. Esta es la principal conclusión de esta voluminosa obra, editada por Reino de Cordelia en colaboración con la Fundación Larramendi, y presentada el pasado lunes 29 en el Ateneo de Madrid y que tiene una segunda parte, a cargo de Patricia Juez y Olga Pardo, detallando la presencia del carlismo en toda su obra, desde Rosarito (1895) hasta El trueno dorado, de 1936, año de su muerte.

            Alfredo Comesaña se une así a la posición de otros autores especializados en la vida del escritor, como Margarita Santos Zas, Manuel Alberca, Carlos y Joaquín Valle-Inclán, respectivamente, hijo y nieto del creador del esperpento. Todos coinciden en que, además de una simpatía sentimental, Don Ramón María asumió el carlismo de forma activa, llegando a plantearse su candidatura electoral primero por Monforte de Lemos y después por Estella, aunque en ninguno de los dos casos la propuesta terminara por concretarse.

            La única duda que se plantea en este sentido se refiere a la duración de esa “militancia”; para Margarita Santos, de la Universidad de Santiago de Compostela, llegaría hasta la Primer Guerra Mundial, mientras que Alberca y Comesaña defienden que el tradicionalismo valleinclanesco duró toda su vida, como igualmente reconocería su amigo y futuro presidente de la II República, Manuel Azaña.

            Esa relación con el carlismo habría surgido en su Galicia natal, debido a la especial raigambre del legitimismo en la zona de Arousa, reforzándose después al relacionarse con otras personalidades tradicionalistas, como el diputado Vázquez de Mella, azote del caciquismo liberal y partidario del voto femenino, Alfredo Brañas, impulsor del regionalismo gallego, el escritor Ciro Bayo o la propia Emilia Pardo Bazán, declarada simpatizante del carlismo en su juventud.

            Según se desprende del nuevo libro, este componente tradicionalista de Valle se intensificaría notablemente por su estrecha relación con Navarra, la región a la que más se sentía vinculado después de su Galicia natal y a la que el propio escritor se refería como “la tierra que tanto quiero”. Y en Navarra, especialmente en la zona de Bértiz y el Baztán, pasó buena parte de los veranos, con su mujer, la actriz Josefina Blanco, sus cuatro hijos y sus dos hijas entre 1909, cuando realiza su primer viaje a la comunidad foral, y comienzos de los años 30.

            Esa primera incursión navarra la realiza con su amigo Joaquín Argamasilla, marqués de Santacara, escritor y destacado carlista que acababa de adquirir un automóvil. Haciendo base en su casa solariega de Aoiz, Valle-Inclán recorre las zonas de Tafalla y Estella, recopilando valiosos testimonios con los que terminará las otras dos partes de su Trilogía Carlista -El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño-, ya que la primera -Los cruzados de la causa-, publicada un año antes, estaba ambientada en Galicia.

            Volverá dos años después, en julio de 1911, para adentrarse, igualmente desde Aoiz pero ahora a lomo de cabalgaduras, por el valle de Arce y la sierra de Areta para llegar a la selva de Irati. Después, hasta el mes de septiembre, se hospedaría en el Palacio de Reparacea, que entonces servía de hotel y era frecuentado por viajeros extranjeros, sobre todo franceses y británicos, llegando a tener como cliente al rey de Inglaterra.

            En este palacio de “cabo de armería” escribiría La marquesa Rosalinda, una de sus comedias, y desde aquí, al año siguiente, se dirigiría a Pamplona para intentar que Voces de Gesta fuera representada en el Gayarre, algo que no consiguió y precipitó su ruptura con la compañía Guerrero-Mendoza. Tuvo que conformarse con leer personalmente algunas escenas de esta “tragedia pastoril” sobre el escenario del teatro pamplonés.

            En 1913 aparecería, publicada por Editorial Renacimiento, la novela de Argamasilla El yelmo roto, con prólogo de Valle-Inclán, que presenta al protagonista como símbolo de un pueblo que, tras vivir esclavizado por imitar otras culturas, recupera su propia identidad. La firma de Valle lleva fecha de 25 de mayo y aparece en página par, mientras que en la contigua impar se puede leer la dedicatoria que Argamasilla hace de su obra a Tomás Domínguez Arévalo Conde de Rodezno, otro destacado dirigente carlista.

            Era la época en que el movimiento legitimista estaba influido por el “jaimismo”, es decir por una política de fuerte impulso social, potenciando el cooperativismo agrario y el sindicalismo obrero, al mismo tiempo que se buscaba un sistema electoral de representación proporcional puro y proponía la configuración territorial de España como “una Federación de las distintas nacionalidades ibéricas”, estableciendo alianzas con nacionalistas vascos y catalanes.

            El Conde de Rodezno, como muchos jaimistas, defendería el Estatuto Vasco-navarro, también llamado de Estella, para retirarle su apoyo cuando el Gobierno Provisional de la República rechazó el contenido religioso de este proyecto autonómico.

            La de 1912 no sería la última estancia de Valle-Inclán en esta casa noble de origen medieval junto al río Bidasoa en Oieregi (Bertizarana); volvería varias veces más con su familia hasta 1929, cuando, debido a su precaria situación económica, decidieron trasladarse al palacio de Jarola, en Elbetea, junto a Elizondo, instalándose en la primera planta.

            De esos años, según explica José Macicior, uno de los actuales propietarios de Reparacea, estas piedras guardan recuerdos sobre la estancia de los Valle-Inclán, como los ratos que permanecían al calor de la chimenea en uno de los salones de la planta baja, y una fotografía recogiendo a toda la familia posando en la amplia balconada de la fachada.

            En el de Jarola incluso se conserva la cama en la que dormía el escritor y otra fotografía, en este caso un retrato personal, que dedicó a Isabel Echenique, la entonces propietaria y que, al alquilar la primera planta, habitaba la parte superior de este edificio barroco, construido por Miguel de Vergara en el siglo XVII.

Isabel Eugui, nieta de Isabel Echenique, explica cómo les imponía la estilizada figura de Valle-Inclán, con su larga barba blanca, estatura y una vestimenta oscura que le daba un aire lúgubre, mientras su prole utilizaba el balcón central para montar un teatrillo de comedias. También que Valle-Inclán dejó de pagar el alquiler de las habitaciones porque no tenía dinero y terminó marchándose a Madrid, abandonando, en la práctica, a Josefina, quien, finalmente, solicitó el divorcio nada más ser aprobado por el Gobierno republicano.

            Los Valle-Inclán terminaron trasladándose a Madrid pero no por ello dejaron de visitar esta parte de Navarra; de hecho, aquí le sorprendió el estallido de la Guerra Civil a Mariquiña, como era conocida familiarmente Encarnación, la cuarta y más cercana hija del escritor, pasando a Francia y más tarde, ante la invasión nazi de las Galias, a Argentina. Aún regresó, avanzada la Transición y residiendo ya en París, a Jarola para visitar el lugar donde vivieron aquellos momentos felices de su infancia.

            En la obra de Comesaña aún son más exhaustivas las referencias al compromiso político de Valle. No solo por haber aceptado la Cruz de la Legitimidad Proscrita, otorgada por el pretendiente Jaime III para agradecerle su dedicación a “la causa”, sino por las declaraciones explícitas que, en este sentido, hace a periódicos como El Debate, El Correo Catalán o El Diario Español, en los que se refiere al carlismo como su “partido político”, o la clara identificación que asume con los principios tradicionalistas en sus cartas a Azorín o al crítico literario Gómez de Baquero.

            Destaca, sobre todo, por su alta significación, la fotografía del mitin carlista en el frontón Jai Alai de Madrid el 8 de enero de 1911, ocupando un lugar destacado en la mesa presidencial, donde aparece flanqueado por Prudencio Iturrino, jefe carlista de Vizcaya, y Antomio Mazarrasa, diputado por Álava, mientras Vázquez de Mella, principal parlamentario carlista y amigo del escritor desde sus años universitarios en Santiago, contempla la escena. Valle-Inclán fue ovacionado por el numeroso público asistente que, igualmente puesto en pie y solemnemente descubierto, entonó por dos veces seguidas el Gernikako Arbola.

            También es fotografiado con los dirigentes del Círculo Tradicionalista de Buenos Aires en su viaje por Argentina y cuando llega en junio de 1911 para visitar la sede legitimista de Barcelona, donde pronuncia una conferencia de contenido político, como lo hará en los círculos de Valencia, San Sebastián y Pamplona. Precisamente en estas conferencias pone el sistema foral de Navarra como ejemplo para resolver el problema regional de España.

Será esta una idea que seguirá manteniendo entrados los años 30, cuando ya estaba distanciado del carlismo militante, asumiendo posiciones claramente de izquierda. Por ejemplo, en junio de 1931 declara al periódico La Voz que “España es históricamente considerada una federación de hecho” en la que hay “regiones, como Navarra, de las que debían tomar ejemplo todas las demás”. “Navarra -continúa- es única en la Historia no ya de España sino de todo el mundo. Ninguna región se puede comparar con el antiguo reino navarro, que, a través de los siglos, ha conservado su independencia, su personalidad y su vida próspera y feliz sin pedirle nada a nadie ni contar con protección oficial alguna”.

            Incluso a comienzos de 1935, solo un año antes de su muerte, defenderá esta tesis, como lo hace en su última conferencia pública, que pronuncia en el Ateneo de San Sebastián. Por todos estos motivos, el propio Manuel Azaña, con el que Valle-Inclán mantuvo gran amistad, hasta el punto de que el Gobierno de la II República se “inventó” un nuevo cargo público a su medida para aliviar sus apuros económicos, afirmaba que “su carlismo no fue una posición estética, como se ha dicho”, sino que era “tradicionalista por inclinación natural”.

Desatinos y ausencias

            La posición de Comesaña está avalada por las principales investigaciones de los últimos años sobre el creador del esperpento. En primer lugar, por el equipo interdisciplinar que, desde hace ya dos décadas, dirige Margarita Santos Zas en la Universidad de Santiago de Compostela, de quien depende el principal archivo documental sobre el autor. En segundo lugar, por el filólogo y catedrático Manuel Alberca, cuya obra La espada y la palabra fue galardonada en 2014 con el prestigioso Premio Comillas de biografías que convoca la Editorial Tusquets.

            Para Alberca, “la abundantísima documentación manejada, privada y pública, no deja lugar a dudas de que (el carlismo de Valle) no se trataba de una actitud afectada, inducida por un esteticismo decadente, sino una firme convicción que se mantendría intacta e invariable hasta el fin de sus días”.

            Por su parte, para Margarita Santos, probablemente la mejor conocedora de su vida, esa abundante documentación, escrita y gráfica, además de sus explícitas declaraciones y manifestaciones, tanto en actos públicos como en las entrevistas a la prensa, “desmiente el carácter estético de su carlismo”, postura con la que, de acuerdo con esta investigadora, “se ha pretendido desvirtuar la carga ideológica” del tradicionalismo valleinclanesco.

            Pese a ello, todavía a comienzos de 2020, en la exposición sobre Carlismo y Literatura del Museo del Carlismo de Estella, se afirmaba que “la mirada decadente de Valle-Inclán” sobre el movimiento legitimista era “de carácter estético y estetizante y por ende muy distinto al de Pereda y sus correligionarios tradicionalistas”, según afirma José Joserentzat en el catálogo-presentación de esa muestra temporal.

            Se da la circunstancia de que en la exposición permanente del museo estellés no existe la menor referencia a la aportación del carlismo a la literatura; ni en el caso de Valle-Inclán, pese a que se barajó su candidatura electoral por este distrito y fue precisamente Estella una de las principales inspiraciones para su famosa Trilogía Carlista, ni tampoco en el de su amigo Argamasilla o en el del citado José María Pereda, principal referencia del género costumbrista.

            Lo mismo ocurre con otras destacadas figuras literarias, como, por ejemplo y entre otros, Domingo Aguirre, “padre” de la novela en euskera; Ciro Bayo, precursor en la literatura de viajes; la escritora y periodista Eva Canel, rompedora de moldes sobre el protagonismo social de la mujer a finales del siglo XIX, o Emilia Pardo Bazán, por el mismo motivo de gran actualidad en estos momentos y que, como Valle-Inclán, también fue carlista en su juventud.

 

Manuel Martorell

Publicado en Diario de Navarra el 4/12/2021

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