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miércoles, 31 de marzo de 2010

INAUGURACIÓN DEL MUSEO DEL CARLISMO

El pasado 23 de Marzo del 2010, contando con la presencia de S.M. el Rey de las Españas don Carlos VIII, Hugo, y del Secretario General del Partido Carlista, don Jesús María Aragón, se procedió a inaugurar en la muy noble villa navarra, y en otro tiempo capital carlista, de Estella-Lizarra; el Museo del Carlismo.

Con el acto de inauguración culminaron diez años de trabajo cuyo resultado es la muestra de 412 piezas de alto valor histórico que, cedidas principalmente por el Partido Carlista para su exhibición permanente, constituyen el fondo del museo que abarca la historia de este gran movimiento político y popular desde su nacimiento en 1833 hasta 1939.

El Museo del Carlismo, que se une a la red de museos de Navarra y que es el segundo existente en Lizarra-Estella tras el dedicado al pintor Gustavo de Maeztu, está instalado en un antiguo palacio construido por Juan de Echavárri y Larrain en la actual calle de La Rúa y que ha sido cedido por el Gobierno Foral de Navarra para tal fin distinguiéndose en la disposición del mismo tres partes claramente diferenciadas: la dedicada a la exposición permanente en la primera planta, la dedicada a exposiciones temporales en la planta baja y una sala multidisciplinar en la que se puede encontrar todo lo referente a la historia del edificio ubicada en el sótano.

Es de desear que el museo tenga un enorme éxito en el número de visitantes y que sirva para un mayor conocimiento del movimiento carlista, tan presente en la historia política española de los dos últimos siglos como actualmente desconocido por la mayor parte de la sociedad, así como que el mismo se vaya ampliando pues, como señaló Su Majestad en el acto de inauguración, en el museo “falta algo”. Y es qué, efectivamente, falta mucho. En primer lugar, falta toda referencia al Carlismo como movimiento político notándose una primacía de la historia bélica del Partido Carlista sobre la historia política e ideológica del mismo, lo que unido a que el museo se detiene, no se sabe por qué motivo, en el año 1939 falta toda referencia histórica a la dura época de la oposición Carlista al régimen franquista y a las persecuciones sufridas por los carlistas a causa de su lucha por la libertad y el federalismo y que culminaría con la participación del Partido Carlista en todos los movimientos unitarios a favor de la democracia. Asimismo, y en segundo lugar, se echa en falta que en el amplio edificio no haya un espacio dedicado a biblioteca especializada y a archivo documental, que hiciera del museo, además de una exhibición de objetos, un centro de documentación sobre el Carlismo a modo del que tiene el Partido Comunista de España o la Fundación Pablo Iglesias cuando a mayor redundancia se cedieron para el proyecto museístico tanto por parte del Partido Carlista como por personas particulares numerosa documentación original que abarca desde 1833 hasta la actualidad.


Como hemos dicho, deseamos larga vida al Museo del Carlismo de Estella-Lizarra así como el mayor de los éxitos haciendo votos por ello, pero atendiendo a las numerosas traiciones, defecciones y engaños que han sufrido los carlistas a lo largo de su historia no podemos dejar de tener presente aquel museo que también existió en Estella-Lizarra y que por no poder llamarse carlista (el franquismo no lo permitía) se denominó “Museo de Recuerdos Históricos de Navarra”, esperando que el actual “Museo del Carlismo” no acabe como aquel con la pérdida de alguna pieza irreemplazable.


martes, 23 de marzo de 2010

¿CADENA PERPETUA O SIMPLE DEMAGOGIA PELIGROSA?

La reciente noticia de que el padre de Mari Luz Cortés, la niña asesinada por un presunto pederasta en el año 2008, ha abandonado su militancia en el Partido Socialista para convertirse en asesor del Partido Popular en materia de reforma del Código Penal, ha reabierto en nuestro país el debate sobre la Cadena Perpetua, debate en el que nuestra casta política maneja todo tipo de equívocos con la pretensión de inventar sin capacidad inventiva alguna y de redefinir lo ya ampliamente definido.


El debate sobre la Cadena Perpetua responde en gran medida a intereses demagógicos y electoralistas de nuestros políticos que quieren dar la impresión de que están sensibilizados con los problemas reales de los ciudadanos explotando el dolor y la indignación que execrables y crueles crímenes generan en gran parte de la población. Para esos fines electoralistas nuestros políticos no dudan en engañar y manipular, pervirtiendo sin dudarlo el lenguaje hasta extremos jamás vistos.


En primer lugar, afirman que en países de nuestro entorno europeo existen legislaciones que contemplan la pena de Cadena Perpetua, aunque ocultan que dicha pena ha quedado actualmente como pena capital por simple consecuencia residual de la supresión de la Pena de Muerte en sus respectivos códigos penales (de hecho en no pocos casos tal pena de reclusión perpetua se utilizaba como sustitutiva de la Pena de Muerte) y que ha comenzado su declive con una sentencia del Tribunal Supremo Alemán que de hecho dejó sin efecto dicha pena al establecer, en el caso de una terrorista de la banda Baader-Meinhoff condenada a cadena perpetua, que “ningún ser humano puede ser condenado a vivir sin la esperanza de la libertad”.


Por otra parte, atendiendo a lo expresado en el artículo 25.2 de la Constitución Española de 1978 que establece textualmente que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados”, queda muy claro que el derecho penal español no debe orientarse a castigar sino a reeducar y a reinsertar en la sociedad por lo que todas las penas privativas de libertad que puedan imponerse en una sentencia judicial, sorprendentemente, no tienen carácter punitivo sino educativo, lo cual contradice el espíritu de la reclusión perpetua que tiene por objeto apartar a un reo de la sociedad de por vida. Así pues, siendo más que dudoso que la Cadena Perpetua tenga cabida en nuestro marco constitucional y no queriendo abrir ningún proceso de reforma constitucional, nuestros políticos hacen una pirueta lingüística que atenta contra toda lógica y empiezan a hablar de la pena de “Cadena Perpetua Revisable” redefiniendo el concepto de la misma, el cual no es otro que el que figura en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que, en su vigésima segunda edición, la define con dos acepciones: “1.- Pena aflictiva que duraba como la vida del condenado y 2.- Pena aflictiva cuya gravedad solo es menor que la de la pena de muerte”. Es decir, la Cadena Perpetua es la reclusión de por vida y no admite revisión alguna.


Efectivamente y en puridad lógica, si se está hablando de que exista en el Código Penal español una hipotética pena de Cadena Perpetua que fuera revisable periódicamente, realmente no se está hablando de la Cadena Perpetua, cuya naturaleza no admite ninguna revisión periódica tal y como he dicho antes, sino que se está hablando de una pena nueva de extraño carácter que bien se podría denominar “Pena Sine Die” en la cual el reo sabría cuando iba a ser privado de libertad pero no cuando iba a terminar tal privación de libertad y, ni siquiera, si la misma tendría fin. En definitiva, estaríamos ante una pena de carácter prácticamente medieval de gran tormento moral al jugar con la esperanza humana que deberá ser, por la naturaleza y el espíritu de esa pena, burlada en más de una ocasión, cosa que no ocurriría en el caso de la Cadena Perpetua porque, en este caso, el reo sabría y sería consciente, desde el mismo momento de dictarse sentencia, la duración vitalicia de dicha pena.


Por otra parte, si los políticos están tan preocupados por la inseguridad ciudadana y tan concienciados sobre determinados delitos, que lo que pretenden es endurecer las penas, los ciudadanos deben saber que para ello no es preciso modificar el Código Penal sino que basta con cambiar la Ley General Penitenciaria y su Reglamento para que desaparezcan de la legislación todos los llamados beneficios penitenciarios que abarcan desde permisos de salida hasta la obtención del tercer grado y la libertad condicional. De este modo, un condenado a la pena máxima prevista en nuestro Código Penal de treinta años de prisión, cuarenta para casos de terrorismo, tendría que permanecer encarcelado hasta el último minuto de esos treinta o cuarenta años, lo que constituye un tiempo suficientemente largo para que la pena ejerza su función disuasoria y sirviera de resarcimiento a la víctima al abarcar gran parte de la vida efectiva (y en ocasiones toda) del condenado.


Finalmente, es de indicar que los políticos que están proponiendo esa pena de Cadena Perpetua no solo están haciendo demagogia con la intención de obtener una rentabilidad electoral en los próximos comicios, sino que además están actuando contra sus propios actos, pues es de recordar que la Cadena Perpetua existió en nuestra legislación prevista en el Código Penal de 1973 (último Código Penal del Franquismo) quedando derogada, junto con la Pena de Muerte, en virtud de la Constitución de 1978 que fue apoyada por todos los grupos políticos que ahora se plantean su reinstauración. Asimismo en los debates sobre el Código Penal de 1995, primero de la democracia, y en los de sus numerosas reformas posteriores ningún grupo político planteo la reinstauración de la Cadena Perpetúa para ningún delito por lo que hay indicios y más que indicios de que el actual debate planteado responde pura y simplemente a intereses partidistas y electoralistas que intentan recabar votos en una sociedad cada vez más descontenta e indignada ante determinados hechos delictivos especialmente espeluznantes.


lunes, 15 de marzo de 2010

MITOS, LEYENDAS Y CIENCIA HISTÓRICA

El ser humano solo puede testimoniar y tener certeza de los acontecimientos que suceden en el tiempo presente en el que vive ignorando, por inciertos, los que pueden acontecer en el futuro y solo tener conocimiento de los acontecimientos pasados por referencias ajenas a través de narraciones de sucesos que no siempre se corresponden con la realidad.

Partiendo del conocimiento del pasado y de la certeza de lo que ocurre en el presente se puede crear un pronóstico de futuro, cosa ésta que es más fácil que conocer el pasado pues tal conocimiento es mucho más complejo no limitándose a retener en la memoria unas fechas y unos hechos que se encuentran en tal o cual fuente.

El primer contacto que tiene el ser humano, incluso actualmente, con la historia son unos textos que no hacen más que repetir lo que hace años otros textos decían y así hasta llegar a unas fuentes primigenias que no siempre son fáciles de interpretar por estar envueltas en nebulosas por deficiencias originarias o manipulaciones interesadas y que, en muchas ocasiones, constituyen verdaderos mitos y leyendas. Así se puede llegar a la conclusión de que en no pocos casos la historia tiene una base mítica y legendaria.

Que un acontecimiento ocurrido en el pasado sea considerado un mito o una leyenda no quiere decir que sea falso o que nunca ocurriera, sino solo que ese acontecimiento aparece embellecido con tales florituras y explicado con razonamientos tan sobrenaturales que tienden a ocultar la verdad teniendo el historiador que despojarlo de todas esos “accidentes”, en muchos casos pedagógicos y literarios, para averiguar realmente lo ocurrido. Los mitos y las leyendas no son patrimonio exclusivo de la Edad Antigua porque en la Historia Contemporánea podemos encontrarnos con no pocos sucesos y personajes elevados a la condición de legendarios por interesados motivos y por medio de la propaganda que les rodea.

Siempre se ha dicho que “la historia la escriben los vencedores” siendo tal afirmación una notoria falsedad pues no ha existido jamás un vencedor que escribiera la Historia limitándose simplemente a justificar su forma y modo de actuar en un momento presente y ante sus contemporáneos, elevando y embelleciendo si es preciso su actuación, siendo exclusivamente el transcurso del tiempo el que hace que esas justificaciones se conviertan en fuentes históricas. Así por ejemplo, “De Bello Civili” de Julio César realmente no es más que la justificación y explicación que el autor ofrece a sus contemporáneos del por qué pasó el Rubicón y persiguió a Pompeyo y a Catón hasta la muerte de ambos, siendo muy dudoso que César la escribiera con la intención de que fuera utilizada en el futuro como fuente histórica.

Considerando que una fuente histórica puede estar integrada, y de hecho todas lo están, por numerosas figuras retóricas, por falseamientos y ocultaciones interesadas y por explicaciones fantásticas que hacen que tal fuente constituya más bien un mito o una leyenda, la labor del historiador consiste en desprender a dicha fuente de tal costra de banalidades sin interés científico y, contrastándola con otras fuentes coetáneas de signo contrario, elaborar una aproximación a lo ciertamente acontecido y a la participación real que en los hechos tuvieran unos u otros personajes.

Si el mito y la leyenda son necesarios para que exista el estudio histórico porque sin ellos no existirían fuentes históricas, son imprescindibles para el engrandecimiento del alma humana al inspirar todas las artes que embellecen la vida y al fomentar en el hombre el deseo de la eterna búsqueda, el inconformismo y el deseo de alcanzar lo sublime. Si, a través de Homero, la diosa no hubiera cantado la ira de Aquiles, Schliemann no habría descubierto las ruinas de la ciudad de Troya demostrando que la mítica guerra tuvo lugar siendo tan grande el atractivo que las leyendas y los mitos engendran en el ser humano que a pesar de estar históricamente demostrado que en las Termópilas lucharon cuatro mil griegos contra el tirano persa únicamente el hombre de a pie recordará y hablará de Leónidas y sus trecientos espartanos como los únicos defensores del famoso paso.

lunes, 8 de marzo de 2010

“A CONTRAPELO” de Joris-Karl Huysmans

Recientemente he tenido la oportunidad de leer “A Contrapelo”, espléndida novela escrita en 1884 por el autor francés de origen holandés Joris-Karl Huysmans y nunca antes había tenido conocimiento de que la traducción de un simple título de una obra literaria planteara tantos problemas y tuviera tantas traducciones, todas ellas correctas al mismo tiempo que inexactas.


El título original en francés de esta obra de Huysmans es “A Rebours” que ha sido traducido al castellano por “A Contrapelo”, pero también, en diversas ocasiones, por “Al Revés” o “Contranatura”.


“A Contrapelo” es una novela en la que no ocurre nada y en la que solo existe un protagonista siendo el valor y el verdadero encanto de la misma el constituir un compendio casi enciclopédico del arte y la literatura de finales del Siglo XIX, además de revelarse como una especie de manifiesto contra la sociedad burguesa, el utilitarismo y la idea de progreso indefinido.


El argumento de “A Contrapelo” se centra en la actitud de un noble francés, Jean Floreissas Des Esseintes, que, víctima de un padecimiento nervioso y harto de la vida mundana que llevaba en un París mediocre; decide recluirse en una casa señorial de la localidad de Fontenay, la cual decora conforme a sus particulares y exigentes gustos estéticos cuidando el más mínimo detalle, desde el color de las paredes atendiendo a sus variaciones según los contrastes de luces y sombras que entran por las ventanas hasta la colocación ordenada y esmerada de los libros en su biblioteca. A lo largo de toda la novela de Huysmans, el protagonista explora todos los campos del arte (literatura, pintura, jardinería, perfumería) haciendo profundas reflexiones sobre obras y autores rechazando el utilitarismo que todo lo inunda en la gran metrópoli parisiense y considerando que tal tendencia corrompe la vida y, sobre todo, el arte al ser el objetivo del artista el satisfacer a un público que paga y no el realizar obras sublimes. Finalmente un agravamiento en su estado de salud hará que el protagonista tenga que regresar a Paris abandonando su experiencia vital de haber “soñado la realidad”.


Si bien es cierto que “A Contrapelo” de Huysmans esta considerada la novela precursora del decadentismo, no es menos cierto que en ella hay rasgos de protesta e inconformismo con lo existente que ya hacían presagiar la deriva católica que su autor iba a tomar tan solo ocho años después de publicar esta novela.


Joris-Karl Huysmans, nació en París en 1848. Descendiente de una larga familia de pintores flamencos su pasión fue siempre la literatura a la que se dedicó de pleno tras conseguir un trabajo como funcionario que le permitió alcanzar la independencia económica. En un principio se adscribió al movimiento naturalista que encabezaba Emile Zola para finalmente romper con dicho movimiento a raíz de la publicación de “A Contrapelo” e igualmente, partiendo de posiciones antirreligiosas, fue evolucionando hacia el catolicismo, evolución ésta que ya se presagiaba en “A Contrapelo” existiendo una notable semejanza entre el personaje de Des Esseintes de esta novela y el de Durtal, protagonista de “En Camino”.


Huysmans, al igual que el protagonista de “A Contrapelo”, se apartó del mundo retirándose a un monasterio Benedictino en el que falleció el 12 de Mayo de 1907 estando considerado como uno de los más importantes descubridores de las vanguardias artísticas.


lunes, 1 de marzo de 2010

¿QUÉ HACEMOS CON LOS JUBILADOS?

No sé lo que pasará en otros países. Pero aquí, en nuestra España, en el Estado español que dicen los nacionalistas periféricos, nos falta mucho para llegar a la democracia. Formal sí que la tenemos, consagrada en la Constitución. Pero, a mi modo de ver, una democracia de verdad se ha de basar, más que en leyes e instituciones, en la existencia de demócratas, de ciudadanos responsables que participen activamente en la vida colectiva. Y no sólo con su voto cada cuatro años, sino día a día, a través de asociaciones que conformen una sociedad civil activa. Para empezar, un demócrata es alguien que sabe hablar, empezando claro por escuchar al otro, al que cree que piensa como él y también al que disiente. Y sólo después de haberle escuchado, le responde dándole su opinión propia o matizándola para encontrar juntos una fórmula consensuada. Y como todavía nos falta mucho para eso, porque no hemos aprendido una auténtica educación para la ciudadanía, el resultado es que no tenemos debates fructíferos, sino guirigays escandalosos, donde adjetivos descalificadores sustituyen a razonamientos serenos.

Estamos envueltos en una crisis de hondo calado. Y no vemos ni oímos debates que busquen fórmulas para acelerar cómo salir de ella, dados los innumerables daños que se están produciendo a personas y empresas. Lo que tratan sólo es de buscar culpables que haberlos haylos, empezando por el propio sistema que pedió sus frenos y corrió desbocado, apoyado por todos los que ahora protestan. Los políticos participaron en este desmadre, pero no nos convencen los que sólo muestran como solución un cambio de partido en el gobierno. Sin reconocer las raíces de la situación, sin un diagnóstico certero, todas las medidas presentadas no dejan de ser parches que podrían aliviarla, si la economía internacional mejora, pero sólo para que la crisis se presente de nuevo y agravada, al cabo de cierto plazo.


Ahora se han dado cuenta de que tenemos un problema con el tema de las pensiones. Y el gobierno lanza, cual globo sonda, la propuesta de retrasarla hasta los 67 años y de aumentar los años de cotización para el cómputo de las mismas. Ya tenemos el guirigay servido. Todos se han lanzado a la crítica apresurada. Y, en pocos casos, contemplamos razonamientos serenos que aborden la cuestión con mesura. Por ahora, el pago de las pensiones parece estar asegurado, aunque muchas de ellas sean manifiestamente insuficientes. Pero hay varias dimensiones que nos alertan de que en breves años pueden surgir riesgos. Una, demográfica: el descenso de la natalidad y la prolongación de la esperanza de vida. Menos cotizantes activos para el futuro y más número de personas cuya pervivencia después de la jubilación se alarga. Otra, el aumento del número de parados y el retraso en la edad de entrada en el mundo del trabajo. Otra, la alegría con que se han dado, sobre todo en ciertos sectores y no por efectos de despidos en empresas en crisis, prejubilaciones a edades muy tempranas. Claro que todo esto se ha visto atemperado por la llegada de familias de emigrantes que, con sus tasas más altas de fecundidad han retrasado algo el fenómeno del envejecimiento de la sociedad. Pero ahora que aumenta el paro y muchos de ellos tienen que regresar a sus países de origen, se presenta el tema con toda su crudeza.

No debemos tampoco olvidar las voces agoreras e interesadas de ciertos pronosticadores que hace bastantes años nos atemorizaban con el desplome de las pensiones públicas y postulaban planes privados de pensiones, gestionados por empresas capitalistas, más o menos ligadas al sector bancario. Lo que ocurrió en el Chile de Pinochet con el empobrecimiento subsiguiente de gran parte de sus personas mayores es el horizonte que no debemos perder de vista. Estados Unidos, el país ejemplo de sistema capitalista avanzado, nos acaba de mostrar cómo en esta crisis económica, millones de ahorradores han visto arruinarse sus expectativas de futuras pensiones.

Lo grave, para mí, es la naturalidad con que ideologías que se dicen de izquierda aceptan sustituir conceptualmente el principio de reparto por el de capitalización. El reparto es una consecuencia del valor de solidaridad: los sanos ayudan a los enfermos, los que tienen trabajo a los parados, los activos a los jubilados, los válidos a los discapacitados… Este fue el eje del Estado del Bienestar. Pero esto requiere dos cosas: un sistema fiscal progresivo y un mínimo de desarrollo económico. Y una base: la fraternidad entre todos los componentes de la sociedad, impuesta coactivamente desde el poder político y asumida mayoritariamente como valor por la base social. El principio de capitalización responde, por el contrario, a la óptica individualista, uno cotiza en su vida activa para asegurarse “su” jubilación. Y si puede elegir, por la vía privada, cuánto quiere aportar y en qué condiciones, mejor. A los que disponen de rentas saneadas parece que les conviene más este sistema (siempre que los administradores de sus fondos de pensiones no especulen a su costa). Pero para la mayoría de la población, el criterio de capitalización es nefasto.


Parece que tiene que volver a reunirse de nuevo el llamado Pacto de Toledo. Partidos políticos y agentes sociales han de pactar otras condiciones para el sistema público de pensiones. Los mimbres son estrechos y el resultado serán condiciones más duras y restrictivas. Porque lo que no se tocará serán las reglas del básicas del sistema capitalista que ahora tiene una dimensión global. La presencia del Estado en la arena económica sigue siendo imprescindible para atenuar sus efectos más nocivos. ¿Pero, es el marco territorial de los actuales Estado-nación el idóneo para dar réplica adecuada a esos desafíos?.
Pedro Zabala