Desde hace ya algunos años, los
españoles suelen protestar y manifestarse contra la corrupción convencidos de que
es un mal que esta más generalizado que, simplemente, extendido, entre los
miembros de la casta política. No obstante, de lo que no son conscientes
aquellos españoles que se manifiestan es que la política solo es un ámbito, y
no precisamente el más importante, en el que se manifiesta la corrupción del
estado siendo la corrupción política simplemente la consecuencia lógica en la
que culmina la corrupción de otros sectores institucionales.
En todo tipo de colectividad o
agrupación humana, puede haber individuos corruptos que intentan pervertir sus
finalidades y redirigirlas hacia el interés propio o particular de unos pocos.
Ese hecho, la existencia de seres egoístas y corruptos, no hace que una
colectividad humana sea en sí misma corrupta. Lo que hace que un grupo humano
sea corrupto es el tratamiento que se da por parte del mismo a los casos de
corrupción, es decir, si ante un individuo corrupto o corruptor el grupo
reacciona y pone en marcha los mecanismos pertinentes para sancionarlo y
alejarlo de los puestos de dirección, no existe una responsabilidad colectiva
imputable al grupo; pero si por el contrario, ante una conducta inapropiada de
uno o varios de sus dirigentes o miembros pone en marcha esos mismos mecanismos
de supervisión y de garantía para justificar esa conducta, ocultarla,
minimizarla o incluso ampararla, entonces existe una responsabilidad colectiva en
la corrupción y eso hace que todo el grupo humano pueda y deba ser considerado
corrupto en su generalidad.
En el caso concreto de España, la
corrupción transciende de la política y se manifiesta en otros importantes ámbitos
sociales e institucionales haciendo que la corrupción política no sea nada más
que la parte visible de la corrupción de todo el régimen nacido de la
transición.
Así, existe corrupción en el mundo
económico y empresarial que está íntimamente relacionado con el mundo político.
Los ciudadanos perciben la corrupción empresarial con menor intensidad que la
corrupción política y no la consideran tan grave ignorando el hecho de que, en
no pocos casos, es la corrupción empresarial la que marca un rumbo político
que, desde su origen, esta viciado y condenado a desembocar irremediablemente en
la corrupción. Como ejemplo de de esta corrupción empresarial podríamos señalar
aquellos casos de empresarios que ante un concurso por conseguir un contrato
con cualquier administración pública no se ajustan a las normas establecidas y
buscan por medio de sobornos o de “espionaje industrial” conocer las ofertas
que van a proponer sus competidores para poder mejorarlas.
Igualmente existe una corrupción en
los medios de comunicación que en realidad mantienen una pura y simple relación
de tipo simbiótica con los distintos partidos o fuerzas políticas en virtud de
la cual ellos defienden y amparan a tal o cual formación política a cambio de
conseguir algún tipo de beneficio cuando esta llegue al poder en alguna
institución autonómica, local o nacional. Los medios de comunicación (y esto es
fácil de comprobar releyendo el tratamiento dado en el pasado a casos de
corrupción conocidos) en realidad no descubren ni denuncian la corrupción, sino
que lanzan algunos hechos flagrantes de corrupción contra la parcela política contraria
en beneficio de la propia mientras que los medios de comunicación de tendencia
contraria tratan de contrarrestar esos hechos minimizándolos, justificándolos o, incluso, sacando a la luz otros
casos de corrupción que afectan a sus contrarios para así intentar hacer callar
a sus oponentes o hacer ver que son hechos habituales, normales y por tanto
nada denunciables ni escandalosos.
También existe una corrupción
judicial, que posiblemente sea la más grave de todas, que tiende actuar, o
mejor dicho, a no actuar contra quien paga la nómina. Si ciertamente algunos
casos de corrupción terminan siendo enjuiciados y las personas implicadas en
ellos son condenadas, no es menos cierto que dicho enjuiciamiento se produce
cuando dichos hechos son tan públicos y manifiestos que son conocidos por todos
los ciudadanos no pudiéndose sustraer el poder judicial a su obligación de
investigarlos porque dicha sustracción resultaría notoriamente sospechosa. El
Poder Judicial, debe velar por la legalidad de todos los actos de gobierno y
también por la conveniencia o no de la legislación que se promulga, en cambio
en estos últimos treinta años se han promulgado leyes que han tenido
repercusiones negativas para importantes sectores sociales y el Poder Judicial
jamás ha levantado la voz en contra de estas iniciativas legislativas ni ha
advertido de sus consecuencias limitándose a aplicarlas sin más.
El Poder Judicial debe intervenir “a
priori” ante una acción de gobierno para velar por su legalidad y, sobretodo, para
que no sea perjudicial para los ciudadanos porque una intervención “a
posteriori” no impide ni remedia el mal causado. En este sentido llama la
atención, por ejemplo, que ante la noticia emitida por alguna televisión de que
la Presidenta de la Comunidad de Madrid se había reunido en secreto con el
magnate Adelson a fin de convencerle de instalar sus casinos en Madrid, ningún
Juez haya llamado a declarar a doña Esperanza Aguirre a fin de que explique qué
ha tratado en secreto ya que en democracia solo tiene cabida una política
transparente y si, en dicha reunión, se hicieron promesas al promotor de
“Eurovegas” de cambios legales en determinadas materias estaríamos ante una
clara violación del procedimiento legislativo que posiblemente sería punible.
Así pues, los españoles tienen
derecho y obligación de denunciar la corrupción y protestar contra ella pero no
han de cometer el grave error de centrarse exclusivamente en el ámbito político
de la misma sino que han de reclamar depuración de responsabilidades en todos y
cada uno de los ámbitos y sectores del actual régimen.
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