Los lemas anti-turismo recuerdan los lemas xenófobos de toda la vida |
El reciente ataque a un autobús
turístico en Barcelona por parte de un colectivo próximo a la Coalició de
Unitat Popular (C.U.P.) está siendo tratado por los medios de comunicación de
una forma muy superficial como si no fuera el colofón de un sentimiento de
malestar existente entre buena parte de la ciudadanía barcelonesa y de otras
ciudades españolas que muestra una evolución o involución del pensamiento
social hacia la pendiente del desquiciamiento. Si para los Medios de
Comunicación el ataque ha sido obra de unos radicales que atentan contra la
riqueza que proporciona el turismo, para los miembros de la casta política una
justificación para atacar al gobierno de la Generalitat y para el amplio sector
de los bien pensantes, situados siempre en lo políticamente correcto, un
problemilla que se soluciona con regulaciones; lo cierto es que detrás de
cualquier acción siempre está el pensamiento o la idea que lo precede y lo
alimenta y que, en muchas ocasiones, no es más que el razonamiento perverso de
mentalidades incoherentes y que no saben lo que quieren.
El ataque al autobús turístico se ha
calificado por los medios de "Turismofobia", vocablo nuevo inventado
por la prensa para referirse a lo que no es más que un cambio de mentalidad de
la ciudadanía respecto al turismo: si hace tan solo diez años buena parte de la
sociedad española veía al turismo como algo bueno y beneficioso, hoy, crece en
esa misma sociedad la idea contraria, la de que el turismo es algo malo y
perjudicial.
Desde los años sesenta del Siglo
pasado, el turismo ha sido visto por las instituciones políticas y por la
sociedad en general como algo bueno que generaba riqueza, puestos de trabajo e
incluso, en aquella época, era anhelado y bien visto por la oposición al
régimen franquista al tener la firme creencia de que actuaría como un factor
que iría cambiando sociológicamente al país y forzaría el aperturismo
político. Desde sus orígenes, el turismo
en nuestro país tuvo sus detractores y sus opositores como prueban las no pocas
noticias que sobre turistas extranjeros apedreados en las playas por lucir el
famoso "Bikini" publicaban los periódicos del momento, pero dichos
opositores eran muy pocos y encontraban enfrente a toda la fuerza represiva de
un estado autoritario. Si la primitiva oposición al turismo se situaba entre la
pura ignorancia y la caverna, la actual viene, por el contrario, de los
llamados sectores progresistas y de personas de cierto nivel, e incluso relevancia,
cultural que parecen dar la razón a los primeros.
Los que hoy protestan contra el
turismo, ponen de manifiesto el impacto que este produce en las poblaciones en
las que recae porque supone una saturación demográfica, un incremento de la
inseguridad ciudadana, un aumento del consumo de agua y otros recursos
naturales y el colapso de determinados servicios, pero tal impacto no es nuevo
ni viene solo de un tiempo a esta parte. Desde sus inicios, el turismo siempre
ha supuesto un enorme impacto en las zonas turísticas como es fácil de
comprobar, simplemente, observando en qué se han convertido, desde los años
setenta del Siglo XX, cientos de pequeños municipios como Benidorm, en Alicante.
La diferencia entre lo que pasaba en España en los comienzos del fenómeno
turístico y el presente es que a nadie se le ocurrió que la oposición al
turismo pudiera ser un puntal programático e ideológico ni pudiera generar una
rentabilidad política hasta hoy.
No se puede alegar, como hacen los
contrarios al turismo, que el turismo de hace cincuenta años fuera mejor que el
actual porque el turismo de hoy es el mismo fenómeno y responde a los mismos
principios que el de hace cincuenta años. Lo único que ha variado es que hoy el
número de población que puede permitirse viajar es mucho mayor que hace
cincuenta años y que el negocio turístico en general, al haber alcanzado hace
tiempo su cota máxima de explotación de la calidad y no poder seguir
incrementando beneficios basados en esa calidad, ha buscado el incremento de
beneficios a base de la cantidad.
¿No se detectan graves contradicciones de pensamiento en este alegato antiturismo? |
Hoy,
como hace cincuenta años, el turismo no es más que un desplazamiento masivo de
un grupo de población de su lugar de origen a otro que les resulta totalmente
ajeno por un periodo de tiempo limitado transcurrido el cual se encuentra totalmente
asegurado, o en un porcentaje muy elevado, su retorno al lugar de origen,
radicando el negocio del turismo en ofrecer a esa masa de población desplazada
satisfacción a todas las necesidades que pueda precisar (cultura, alimentación,
vivienda, lugares de recreo, etc...). Ahora bien, cuando la totalidad de esas
necesidades ya se encuentran cubiertas desde hace años por la oferta existente,
el sector turístico no puede continuar su crecimiento por ahí por lo que, o
bien hay que asumir su estancamiento, o bien hay que buscar otras cosas que
ofertar a un número mayor y distinto de personas que, tal vez ,tengan menos
poder adquisitivo pero que generan el mismo beneficio al suponer un incremento
en el número de consumidores. Y de este modo nos encontramos con una
degradación del turismo que era cosa previsible desde el principio y que nadie
quería ver en su justo momento que es cuando hay que ver las cosas.
Por su parte, las voces de los
políticamente correctos que pretenden quedar bien con todos y no posicionarse
al lado de nadie ni contra nadie, creen haber encontrado una mágica solución en
una hipotética regulación del sector turístico de la que jamás explican en qué
consistiría y que, sin darse cuenta que lo suyo no es más que el hablar por no
estar callados, les lleva a posicionarse próximos a la
"turismofobia". Al respecto, hay que indicar que bajo el pretexto de
volver a un "turismo de calidad" la regulación que proponen solo
puede ir en un sentido que es en el de la reducción del número de visitantes a
determinados puntos y ciudades con lo que el negocio turístico quedaría
afectado sensiblemente puesto que, guste o no, tantos puestos de trabajo y
riqueza genera el turismo de "Palace" como el de "Hostel" y
además supondría una clara discriminación por razones económicas al premiar de
algún modo al turismo de "Visa Platinum" en detrimento del turismo de
"mochila".
El debate, sin duda, está planteado
pero debe centrarse exclusivamente en el "quid" de la cuestión que
radica en si el sector turístico, como otros sectores económicos, debe
estancarse en aras de su sostenibilidad y en contra del incremento del
beneficio económico o, si por el contrario, ha de desarrollarse ilimitadamente
en aras del beneficio económico y en contra de toda moral y sostenibilidad.
Pero, no obstante, lo extremadamente
curioso y alarmante son los razonamientos que están elaborando ciertos grupos y
sectores denominados "progresistas" y de "izquierdas" que,
al haber visto en el turismo, un tema de explotación y rentabilidad política no
han dudado ni un instante, para saciar su rapacidad, en asumir un discurso que
en nada se diferencia de los discursos xenófobos de ciertos líderes de la
extremaderecha europea pudiéndose afirmar que la "turismofobia" es la
xenofobia de una izquierda que ya tiene que explicar muchas cosas de un
discurso que, cada día que transcurre, va ganando en incoherencia, volubilidad
y desquiciamiento pues deberían explicar como ellos, que son tan dados a pedir
el derribo de muros y fronteras, pretenden crear fronteras y muros para los
turistas por el simple motivo de serlo.
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