Un
nuevo libro –Tinta, Tierra y Tradición, de
Alfredo Comesaña– desmonta
definitivamente la extendida tesis de que el carlismo de Valle-Inclán era
solamente “estético” y nada tenía que ver con el compromiso político. Esta es
la principal conclusión de esta voluminosa obra, editada por Reino de Cordelia
en colaboración con la Fundación Larramendi, y presentada el pasado lunes 29 en
el Ateneo de Madrid y que tiene una segunda parte, a cargo de Patricia Juez y Olga
Pardo, detallando la presencia del carlismo en toda su obra, desde Rosarito
(1895) hasta El trueno dorado, de 1936, año de su muerte.
Alfredo Comesaña se une así a la
posición de otros autores especializados en la vida del escritor, como
Margarita Santos Zas, Manuel Alberca, Carlos y Joaquín Valle-Inclán,
respectivamente, hijo y nieto del creador del esperpento. Todos coinciden en
que, además de una simpatía sentimental, Don Ramón María asumió el carlismo de forma activa, llegando a
plantearse su candidatura electoral primero por Monforte de Lemos y después por
Estella, aunque en ninguno de los dos casos la propuesta terminara por
concretarse.
La única duda que se plantea en este
sentido se refiere a la duración de esa “militancia”;
para Margarita Santos, de la Universidad de Santiago de Compostela, llegaría
hasta la Primer Guerra Mundial, mientras que Alberca y Comesaña defienden que
el tradicionalismo valleinclanesco duró toda su vida, como igualmente
reconocería su amigo y futuro presidente de la II República, Manuel Azaña.
Esa relación con el carlismo habría
surgido en su Galicia natal, debido a la especial raigambre del legitimismo en
la zona de Arousa, reforzándose después al relacionarse con otras
personalidades tradicionalistas, como el diputado Vázquez de Mella, azote del
caciquismo liberal y partidario del voto femenino, Alfredo Brañas, impulsor del
regionalismo gallego, el escritor Ciro Bayo o la propia Emilia Pardo Bazán,
declarada simpatizante del carlismo en su juventud.
Según se desprende del nuevo libro,
este componente tradicionalista de Valle se intensificaría notablemente por su estrecha relación con Navarra, la
región a la que más se sentía vinculado después de su Galicia natal y a la que
el propio escritor se refería como “la tierra que tanto quiero”. Y en Navarra,
especialmente en la zona de Bértiz y el Baztán, pasó buena parte de los
veranos, con su mujer, la actriz Josefina Blanco, sus cuatro hijos y sus dos
hijas entre 1909, cuando realiza su primer viaje a la comunidad foral, y
comienzos de los años 30.
Esa primera incursión navarra la realiza con su amigo Joaquín
Argamasilla, marqués de Santacara, escritor y destacado carlista que acababa de
adquirir un automóvil. Haciendo base en su casa solariega de Aoiz, Valle-Inclán
recorre las zonas de Tafalla y Estella, recopilando valiosos testimonios con
los que terminará las otras dos partes de su Trilogía Carlista -El resplandor
de la hoguera y Gerifaltes de antaño-, ya que la primera -Los cruzados de la
causa-, publicada un año antes, estaba ambientada en Galicia.
Volverá dos años después, en julio de 1911, para adentrarse,
igualmente desde Aoiz pero ahora a lomo de cabalgaduras, por el valle de Arce y
la sierra de Areta para llegar a la selva de Irati. Después, hasta el mes de
septiembre, se hospedaría en el Palacio de Reparacea, que entonces servía de
hotel y era frecuentado por viajeros extranjeros, sobre todo franceses y
británicos, llegando a tener como cliente al rey de Inglaterra.
En este palacio de “cabo de armería” escribiría La
marquesa Rosalinda, una de sus comedias, y desde aquí, al año siguiente, se
dirigiría a Pamplona para intentar que Voces de Gesta fuera representada en el
Gayarre, algo que no consiguió y precipitó su ruptura con la compañía
Guerrero-Mendoza. Tuvo que conformarse con leer personalmente algunas escenas
de esta “tragedia pastoril” sobre el escenario del teatro pamplonés.
En 1913 aparecería, publicada por
Editorial Renacimiento, la novela de Argamasilla El yelmo roto, con prólogo de Valle-Inclán, que presenta al
protagonista como símbolo de un pueblo que, tras vivir esclavizado por imitar
otras culturas, recupera su propia identidad. La firma de Valle lleva fecha de
25 de mayo y aparece en página par, mientras que en la contigua impar se puede leer
la dedicatoria que Argamasilla hace de su obra a Tomás Domínguez Arévalo Conde
de Rodezno, otro destacado dirigente carlista.
Era la época en que el movimiento
legitimista estaba influido por el “jaimismo”, es decir por una política de
fuerte impulso social, potenciando el cooperativismo agrario y el sindicalismo
obrero, al mismo tiempo que se buscaba un sistema electoral de representación
proporcional puro y proponía la configuración territorial de España como “una
Federación de las distintas nacionalidades ibéricas”, estableciendo alianzas
con nacionalistas vascos y catalanes.
El Conde de Rodezno, como muchos
jaimistas, defendería el Estatuto Vasco-navarro, también llamado de Estella,
para retirarle su apoyo cuando el Gobierno Provisional de la República rechazó
el contenido religioso de este proyecto autonómico.
La de 1912 no sería la última
estancia de Valle-Inclán en esta casa noble de origen medieval junto al río
Bidasoa en Oieregi (Bertizarana);
volvería varias veces más con su familia hasta 1929, cuando, debido a su
precaria situación económica, decidieron trasladarse al palacio de Jarola, en
Elbetea, junto a Elizondo, instalándose en la primera planta.
De esos años, según explica José
Macicior, uno de los actuales propietarios de Reparacea, estas piedras guardan
recuerdos sobre la estancia de los Valle-Inclán, como los ratos que permanecían
al calor de la chimenea en uno de los salones de la planta baja, y una fotografía recogiendo a toda la familia posando
en la amplia balconada de la fachada.
En el de Jarola incluso se conserva
la cama en la que dormía el escritor y otra fotografía, en este caso un retrato
personal, que dedicó a Isabel Echenique, la entonces propietaria y que, al
alquilar la primera planta, habitaba la parte superior de este edificio
barroco, construido por Miguel de Vergara en el siglo XVII.
Isabel Eugui, nieta de
Isabel Echenique, explica cómo les imponía la estilizada figura de
Valle-Inclán, con su larga barba blanca, estatura y una vestimenta oscura que
le daba un aire lúgubre, mientras su prole utilizaba el balcón central para
montar un teatrillo de comedias. También que Valle-Inclán dejó de pagar el
alquiler de las habitaciones porque no tenía dinero y terminó marchándose a
Madrid, abandonando, en la práctica, a Josefina, quien, finalmente, solicitó el
divorcio nada más ser aprobado por el Gobierno republicano.
Los Valle-Inclán
terminaron trasladándose a Madrid pero no por ello dejaron de visitar esta parte de
Navarra; de hecho, aquí le sorprendió el estallido de la Guerra Civil a
Mariquiña, como era conocida familiarmente Encarnación, la cuarta y más cercana
hija del escritor, pasando a Francia y más tarde, ante la invasión nazi de las
Galias, a Argentina. Aún regresó, avanzada la Transición y residiendo ya en
París, a Jarola para visitar el lugar donde vivieron aquellos momentos felices
de su infancia.
En la obra de Comesaña aún son más
exhaustivas las referencias al compromiso
político de Valle. No solo por haber aceptado la Cruz de la Legitimidad
Proscrita, otorgada por el pretendiente Jaime III para agradecerle su
dedicación a “la causa”, sino por las declaraciones explícitas que, en este
sentido, hace a periódicos como El Debate, El Correo Catalán o El Diario
Español, en los que se refiere al carlismo como su “partido político”, o la
clara identificación que asume con los principios tradicionalistas en sus
cartas a Azorín o al crítico literario Gómez de Baquero.
Destaca, sobre todo, por su alta
significación, la fotografía del mitin carlista en el frontón Jai
Alai de Madrid el 8 de enero de 1911, ocupando un lugar
destacado en la mesa presidencial, donde aparece flanqueado por Prudencio
Iturrino, jefe carlista de Vizcaya, y Antomio Mazarrasa, diputado por Álava,
mientras Vázquez de Mella, principal parlamentario carlista y amigo del
escritor desde sus años universitarios en Santiago, contempla la escena.
Valle-Inclán fue ovacionado por el numeroso público asistente que, igualmente
puesto en pie y solemnemente descubierto, entonó por dos veces seguidas el
Gernikako Arbola.
También
es fotografiado con los dirigentes del Círculo
Tradicionalista de Buenos Aires en su viaje por Argentina y cuando llega
en junio de 1911 para visitar la sede legitimista de Barcelona, donde pronuncia
una conferencia de contenido político, como lo hará en los círculos de
Valencia, San Sebastián y Pamplona. Precisamente en estas conferencias pone el
sistema foral de Navarra como ejemplo para resolver el problema regional de
España.
Será esta una idea que seguirá manteniendo entrados
los años 30, cuando ya estaba distanciado del carlismo militante, asumiendo posiciones claramente de izquierda.
Por ejemplo, en junio de 1931 declara al periódico La Voz que “España es
históricamente considerada una federación de hecho” en la que hay “regiones,
como Navarra, de las que debían tomar ejemplo todas las demás”. “Navarra
-continúa- es única en la Historia no ya de España sino de todo el mundo. Ninguna
región se puede comparar con el antiguo reino navarro, que, a través de los
siglos, ha conservado su independencia, su personalidad y su vida próspera y
feliz sin pedirle nada a nadie ni contar con protección oficial alguna”.
Incluso
a comienzos de 1935, solo un año antes de su muerte, defenderá esta tesis, como
lo hace en su última conferencia pública, que pronuncia en el Ateneo de San
Sebastián. Por todos estos motivos, el propio Manuel Azaña, con el que Valle-Inclán mantuvo gran amistad, hasta
el punto de que el Gobierno de la II República se “inventó” un nuevo cargo
público a su medida para aliviar sus apuros económicos, afirmaba que “su
carlismo no fue una posición estética, como se ha dicho”, sino que era
“tradicionalista por inclinación natural”.
Desatinos y ausencias
La posición de Comesaña está avalada
por las principales investigaciones de los últimos años sobre el creador del
esperpento. En primer lugar, por el equipo interdisciplinar que, desde hace ya
dos décadas, dirige Margarita Santos Zas en la Universidad de Santiago de
Compostela, de quien depende el principal archivo documental sobre el autor. En
segundo lugar, por el filólogo y catedrático Manuel Alberca, cuya obra La
espada y la palabra fue galardonada en 2014 con el prestigioso Premio Comillas
de biografías que convoca la Editorial Tusquets.
Para Alberca, “la abundantísima
documentación manejada, privada y pública, no deja lugar a dudas de que (el
carlismo de Valle) no se trataba de una actitud afectada, inducida por un
esteticismo decadente, sino una firme convicción que se mantendría intacta e
invariable hasta el fin de sus días”.
Por su parte, para Margarita Santos,
probablemente la mejor conocedora de su vida, esa abundante documentación,
escrita y gráfica, además de sus explícitas declaraciones y manifestaciones,
tanto en actos públicos como en las entrevistas a la prensa, “desmiente el
carácter estético de su carlismo”, postura con la que, de acuerdo con esta
investigadora, “se ha pretendido desvirtuar la carga ideológica” del
tradicionalismo valleinclanesco.
Pese a ello, todavía a comienzos de
2020, en la exposición sobre Carlismo y Literatura del Museo del Carlismo de
Estella, se afirmaba que “la mirada decadente de Valle-Inclán” sobre el
movimiento legitimista era “de carácter estético y estetizante y por ende muy
distinto al de Pereda y sus correligionarios tradicionalistas”, según afirma
José Joserentzat en el catálogo-presentación de esa muestra temporal.
Se da la circunstancia de que en la exposición
permanente del museo estellés no existe la menor referencia a la aportación del
carlismo a la literatura; ni en el caso de Valle-Inclán, pese a que se barajó
su candidatura electoral por este distrito y fue precisamente Estella una de
las principales inspiraciones para su famosa Trilogía Carlista, ni tampoco en
el de su amigo Argamasilla o en el del citado José María Pereda, principal
referencia del género costumbrista.
Lo mismo ocurre con otras destacadas
figuras literarias, como, por ejemplo y entre otros, Domingo Aguirre, “padre”
de la novela en euskera; Ciro Bayo, precursor en la literatura de viajes; la
escritora y periodista Eva Canel, rompedora de moldes sobre el protagonismo
social de la mujer a finales del siglo XIX, o Emilia Pardo Bazán, por el mismo
motivo de gran actualidad en estos momentos y que, como Valle-Inclán, también
fue carlista en su juventud.
Manuel
Martorell
Publicado en
Diario de Navarra el 4/12/2021