El 18 de Junio de 1815 tuvo lugar en
tierras belgas la famosísima batalla de Waterloo con sus particulares
episodios, resultados y consecuencias hoy hartamente conocidos por todos:
Asalto y defensa de la granja Hougomont, carga de la caballería pesada francesa
al mando del Mariscal Ney contra una infantería británica, que por orden de
Wellington, había formado en impenetrables cuadros, la espera agónica de los
refuerzos franceses al mando de Grouchy que había partido días antes en
persecución de los prusianos, la carga a la bayoneta de la Guardia Imperial, la
llegada al campo de batalla del general Von Blücher con el ejército prusiano
para reforzar a las fuerzas británicas, la derrota total de Napoleón y la
liquidación definitiva de la época histórica de las “Guerras Napoleónicas”.
Los nombres de los protagonistas,
tanto franceses como ingleses y prusianos, se inmortalizaron en el recuerdo
colectivo del imaginario popular y pasaron a llenar varias páginas de la
Historia Universal.
Lo que la inmensa mayoría ignora es
que, mientras la batalla se desarrollaba y los soldados morían o eran mutilados
a millares, a muchos kilómetros de allí, muy lejos de los peligros de la guerra
y en la seguridad de un despacho londinense, un casi anónimo y desconocido
banquero estaba planeando la mayor operación especulativa de toda la historia
económica jamás superada hasta la fecha.
Nathan Mayer Rothschild, tal era el
nombre del especulador, miembro de una familia de banqueros europeos situados
en distintas capitales del continente, había financiado a la Gran Bretaña
durante las Guerras Napoleónicas (la rama francesa de la familia había
financiado al I Imperio Francés) a cambio de la compra de “bonos” pagaderos al
término de las sucesivas campañas militares con un determinado interés. Tras la
fuga de Napoleón de la Isla de Elba y el comienzo de los llamados “Cien Días”,
la Gran Bretaña empezó a planear una nueva campaña contra los franceses para lo
cual recurrieron nuevamente a la financiación de Nathan Mayer Rothschild quien
procedió a prestar dinero al gobierno británico a cambio de la entrega de
cierta cantidad de nuevos “bonos” reintegrables con un porcentaje de interés.
Después de la partida del ejército de Wellington al continente para enfrentarse
a Napoleón, Rothschild estableció una amplia red de agentes de información que
por medio de palomas mensajeras y caballos de posta se comunicaban rápidamente
entre sí, manteniendo constantemente el contacto entre el despacho del banquero
y el Estado Mayor de Wellington. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, los
agentes de Rothschild remitieron la noticia a su jefe quien, siendo la primera
persona en Inglaterra en conocerla, se ocupó de difundir el rumor de que
Wellington había sido derrotado al mismo tiempo que, para dar mayor
credibilidad a ese rumor, vendía los “bonos” del Gobierno Británico a cualquier
precio y a todo aquel que quisiera comprarlos.
La consecuencia fue el hundimiento
de la bolsa de Londres y la venta generalizada y a precio de saldo de los
“bonos” británicos que eran ávidamente adquiridos por los agentes de bolsa de
Rothschild. Cuando se conoció en Inglaterra, unos días después, la victoria
británica en Waterloo el precio de los “bonos” subió como la espuma lo que,
junto con el acaparamiento de buen número de ellos por Rothschild, generó al
banquero en un solo día un beneficio que se calcula en un millón de Libras de
la época.
Desde ese momento, se considera a
Nathan Mayer Rothschild no solo como el que ideó la primera Agencia de Prensa
moderna, hoy imprescindibles tanto para la propaganda política como para la
especulación económica, sino también como quién sentó las bases fundamentales
sobre las que descansa todo movimiento financiero especulativo, el cual precisa
de la perfecta armonía en la utilización de una cierta y contrastada
información veraz junto con la difusión de rumores interesados y la creación de
ficciones, positivas o negativas, en los mercados de valores que den
credibilidad a esos rumores para, finalmente, actuar en las distintas bolsas
internacionales, comprando o vendiendo, según lo que más interese a la
rentabilidad económica del especulador.
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