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miércoles, 19 de febrero de 2014

LA PICARESCA ESPAÑOLA

            La Novela Picaresca es un género literario en prosa propio de la literatura española que trascendió a otras literaturas europeas pero sin alcanzar jamás, en ninguna de ellas, tan prolífico número de títulos, los cuales, tras varios siglos, fueron feliz y afortunadamente agrupados por la Editorial Aguilar en dos gruesos volúmenes de más de mil doscientas páginas cada uno.

            La literatura británica tiene célebres pícaros como “Moll Flanders” de Daniel Defoe o “Tom Jones” de Henry Fielding, la literatura germana tiene a “Simplicíssimus” creado por Von Grimmelshausen y la literatura francesa tiene a “Gil Blas de Santillana” inventado por René Lesage, pero toda la Novela Picaresca europea, con exclusión de la Española, difícilmente habría alcanzado la mitad del grosor de uno de los volúmenes de la editorial Aguilar.

            De la Novela Picaresca se han estudiado todas sus características y aspectos menos una cosa. Jamás crítico literario alguno se ha preguntado el por qué el género picaresco ha tenido una producción de títulos y personajes tan elevado en la literatura española y es que seguramente la mayoría de ellos ha incidido en el hecho de la calidad literaria y ha desdeñado su cantidad por no considerarla importante para cualquier estudio académico. No obstante, la cantidad de Novela Picaresca producida durante el Siglo de Oro español puede no ser relevante para un tratado literario, pero sí tiene una enorme importancia desde el punto de vista sociológico no solo porque refleja una realidad social concreta, la sociedad española de los siglos XVI y XVII, sino porque muestra una forma de enfrentarse a esa realidad por determinados individuos.

            La Novela Picaresca española contiene una enorme crítica a las instituciones políticas a las que presenta como degradadas, corruptas, injustas y explotadoras del pueblo español, el cual adopta la picardía como forma de supervivencia. Ante una situación de corrupción e injusticia generalizada un pueblo solo puede elegir entre tres opciones:

            1º. Someterse dócilmente y simplemente aguantar sin hacer nada. En este caso no habría personaje ni acción y, por tanto, difícilmente podría existir narración alguna porque no habría nada que narrar.

            2º. Sublevarse y enfrentarse a las instituciones, dando lugar a una revolución y a un personaje que sería un líder revolucionario.

            3º. Trampear y jugar a que si por un lado le hacen padecer la injusticia y la explotación, por el otro, y por medio de picardías, consigue recuperar todo o parte del perjuicio que esa explotación e injusticia le han ocasionado.

            El pícaro no se somete a las instituciones y tampoco se subleva, no se enfrenta a la realidad social y política asaltando diligencias, cosa que le haría dejar de ser un pícaro para convertirse en un bandolero, protagonista de otro tipo de novelas. Los medios del pícaro son la astucia, el engaño y el fraude, no las armas. A la duda hamletiana de optar por la acción o la inacción tan bellamente expresada en el famoso soliloquio del acto tercero, escena primera del “Hamlet” de Shakespeare (“Ser o no ser, he aquí la cuestión. ¿Qué es más digno para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra océanos de calamidades y, haciéndoles frente, ponerlas fin en el encuentro? Morir..., dormir; no más…”), el pícaro responde tajante y rotundamente: “ni lo uno ni lo otro: lo digno es la trapacería”.     
      
Así, trampeando es como el pícaro se enfrenta a la adversidad. No lo hace por maldad innata ni por el placer de hacer daño sino por pura supervivencia y, también por dignidad porque el pícaro es consciente de que las instituciones y las personas que las encarnan, que son de un rango notablemente superior al suyo y que deberían dar ejemplo; engañan, estafan y defraudan a todos recubriendo sus fechorías con apariencias de honorabilidad, inteligencia y legalidad. De estas premisas surge el razonamiento del pícaro que consiste en pensar que aunque los poderosos puedan oprimirlo y estrujarlo carecen del derecho de tomarlo por tonto obligándole a creer que siempre actúan rectamente y en beneficio de la colectividad y, consecuentemente, partiendo de este modo de pensar nace su forma de actuar que consiste en que: si le buscan, procura que no le encuentren, si le cobran un precio indebidamente elevado con la aquiescencia de la autoridad, él intentará recuperar el precio pagado o parte del mismo con alguna trapacería, si le hacen servir en los ejércitos y le imponen penosos trabajos procurará ganarse honores a la vez que rehuirá los esfuerzos y peligros. No obstante, el pícaro no es, como casi todos los críticos literarios han descrito, un antihéroe sino un héroe potencial que permanece oculto al faltarle una “gran causa” a la que servir porque, llegado el momento, no dudaría en seguir y respetar a quien gana su respeto y sacrificarse por aquello que considera digno de su sacrificio.  
                                                                                                    
Esta es, muy probablemente, la causa de que la Novela Picaresca sea tan voluminosa en nuestro país, porque representa, de una forma que casi podría considerarse precursora del realismo, cual ha sido el “modus operandi” de las clases dirigentes españolas desde el Siglo XVII y cual ha sido el “modus vivendi” mediante el cual las clases populares han conseguido sobrevivir a tan nefastos dirigentes hasta nuestros días.

            Hoy, mientras algunos autores contemporáneos resucitan a heroicos capitanes de los Tercios de Flandes y otros muchos se explayan escribiendo novelas históricas con el trasfondo de nuestra última guerra civil se echa de menos que no se escriban novelas picarescas, pero es que en la España actual la Novela Picaresca ha dejado de escribirse y de leerse para empezar a vivirse ya que los vicios de los de arriba marcan la ausencia de virtudes en los de abajo siendo desvergüenza exigir a éstos que no hagan lo que aquellos les enseñan constantemente a hacer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta vez se ha superado a sí mismo. Bien, bien. Ahora bien (y valga la redundancia), la moraleja de esta, llamémosle, parábola –si me permite la expresión– entraría dentro de lo que servidor ha querido ir aportando de mi visión pesimista (o realista) de en lo que se está convirtiendo la sociedad.

Esto es, que en los artículos precedentes le veía a Ud. como bastante más positivo u optimista que yo, pero con éste… Con éste, como dice el dicho popular “se me han caído los palos del sombrajo”. Pero bueno, para bien o para mal, refleja Ud. fielmente el retrato de la sociedad actual.

Chouan dijo...

Estimado anónimo:

Pesimismo y optimismo no son más que caras diferentes de la misma moneda.

La historia esta repleta de episodios donde los optimistas caminan alegremente y a paso ligero hacia la tragedia, mientras que los pesimistas advierten lo que va a venir. Por otra parte, la acción política esta repleta de momentos en que la buena gente, invadida de cierto pesimismo,no hace nada porque lo considera todo perdido de antemano.

El pueblo español lleva casi 200 años conformándose con sobrevivir mediante la picaresca y aunque le parezca pesimista yo no desespero de que un día, tal vez cuando la casta política dirigente que todo lo quiere para sí no permita al español ni trampear, el pueblo español deje de conformarse con sobrevivir, anhele el vivir y de un puñetazo definitivo en la mesa.

Salud y fraternidad.

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