Difícilmente
podía ser de otro modo, el rechazo a los presupuestos generales del estado para
el año 2019 ha provocado que el Presidente del Gobierno y líder socialista,
Pedro Sánchez, haya convocado elecciones generales para el próximo 28 de abril
del presente año.
La convocatoria de elecciones es un
hecho legalmente establecido en nuestra legislación y políticamente
irremediable para el partido en el gobierno, el Partido Socialista, por lo que
hasta aquí todo normal. Ahora bien; fáctica y prácticamente poco o nada va a
solucionar la convocatoria electoral porque, más que dudoso, resulta seguro que
los miembros de nuestra casta política no van a sacar ninguna conclusión de las
que han quedado más que evidenciadas en este breve periodo de nueve meses de
gobierno socialista.
Para empezar, como nadie va a
considerar ni a tener en cuenta el hecho cierto e irrefutable de que el
derribar a un gobierno o, incluso, a un régimen político es siempre tarea fácil
siendo la verdaderamente difícil la de construir una alternativa mejor, todos
se apuntarán el éxito de haber hecho de este último gobierno socialista el más
breve de los últimos cuarenta años sin haber llegado en ningún caso a
constituir realmente una alternativa o solución a los graves problemas que
afectan al país. De este modo, la acción y la intencionalidad política del
Partido Socialista y PODEMOS desde las elecciones de junio de 2016 tuvo por
exclusiva finalidad desalojar del poder al Partido Popular y a Mariano Rajoy sin
ser, como así se ha demostrado, una alternativa factible de gobierno al igual
que desde el mes de junio de 2018 en que, Pedro Sánchez, fuera investido Presidente
del Gobierno el objetivo principal del Partido Popular y de
"Ciudadanos" fue derribarle del poder. Ahora, el éxito de haber
obligado al Presidente del Gobierno a disolver las cámaras se lo querrán
atribuir los de la manifestación de la Plaza de Colón del pasado 10 de febrero,
pero lo cierto, lo muy cierto y lo único cierto es que a Pedro Sánchez le han
obligado a convocar elecciones los mismos que le permitieron ser presidente del
gobierno en el mes de junio pasado, nadie más. Esa es la primera conclusión a
la que cualquier político inteligente y responsable debería llegar: que lo importante no es derribar a un
gobierno sino construir uno que gobierne bien y para el bien común.
Otra
conclusión esencial que se debe sacar de esta experiencia política de los
últimos nueve meses es que si la política no forma parte de la solución, forma
parte del problema y tal ha sido el caso, sin excepción, de todos los grupos
políticos del arco parlamentario de nuestro país. Entre el deseo de mantenerse
en el poder de unos y el de derribar al gobierno de otros, todos los partidos
han recurrido a hacer una política de puros gestos, de corto plazo y que
pudiera dar rentabilidad electoral en unas elecciones próximas sin preocuparse
si ello generaría o no un problema a medio o largo plazo. Para ello no han
dudado en recurrir a los aspectos más sentimentales de las personas sin caer en
la cuenta de que con ello se estaba azuzando a una parte del pueblo español
contra otra, los políticos no han dudado, por su propio y exclusivo interés, en
tensionar la sociedad hasta unos extremos en los que quizás se haya traspasado
el punto de "no retorno". Jamás, en los últimos cuarenta años, se han
visto actitudes y se han oído expresiones tan ofensivas y denigrantes para el
contrario como en estos meses. Que un líder de la oposición llame
"traidor" al Presidente del Gobierno y acto seguido no inste el
procedimiento correspondiente, judicial
o parlamentario, en el que el acusado pueda defenderse y se aporten pruebas de
tal execrable delito, es tirar la piedra y esconder la mano y ello ni es bueno
ni contribuye a apaciguar los ánimos. Que los grupos políticos pretendan ganar
en la calle lo que no pueden ganar en las instituciones es una forma de sacar
el poder a la calle con el riesgo de que la calle desborde al poder
institucional y los políticos terminen poniéndose al frente de ese callejero
poder para seguir gozando de sus prebendas. Que los discursos políticos y las
acciones de gobierno dependan de lo que dicen o deseen unas minorías es poner
el poder en mano de esas minorías que, por definición y por pura lógica, jamás
gobernarán teniendo en cuenta lo que pueda ser beneficioso para la totalidad
del país. Y finalmente, el hecho de que
se hagan manifestaciones por parte de intelectuales o personajes del "famoseo"
del tipo de "les niego la
existencia" o "sois unos
mierdas" dirigidas a los que han decidido posicionarse a favor de
ideas diferentes son claro ejemplo de la radicalización que los políticos han
engendrado en nuestra sociedad, radicalización interesada porque de ella
aspiran a sacar rentabilidad.
Finalmente,
una última conclusión a sacar es que ya no se puede hablar en nuestro país de
política de partidos. Los partidos políticos han sido superados a consecuencia
del radicalismo que han generado irresponsablemente los líderes de los mismos y
reconducidos a una política de bloques: del bloque de la "derecha" y del
bloque de la "izquierda". De hecho, al triunfo de tal o cual
"bloque" más que al triunfo de tal o cual partido es al que se vienen
refiriendo las encuestas que sobre los resultados electorales se vienen
realizando de un tiempo a esta parte y esta bipolarización del panorama
político español no es caprichosa sino que es consecuencia de la peligrosa radicalización
social que se vive en nuestro país y a la que nadie parece haber detectado
todavía.
Con este panorama, los españoles han
sido convocados a unas elecciones generales, que no van a solucionar nada. Los
problemas que sufre el país y que amenazan con agravarse vienen de cuarenta
años de cobardía durante los cuales ningún dirigente político ha tenido el
valor de "coger el toro por los cuernos" y afrontar un profundo
debate constituyente; los problemas que sufren las Españas son fruto de unos
políticos incapaces de ceder ante lo justo y razonable, de ser intransigentes
ante lo injusto y estrafalario y de poner límites a la estupidez y a la
tontería. Ahora estamos pagando las consecuencias de todo ello y no es solución
el volver a depositar nuestra confianza en los agotados partidos de siempre ni
en las nuevas formaciones que no son más que meros excrementos de los
anteriores porque, sépanlo todos, un excremento no es biológicamente diferente del
cuerpo que lo expulsa.
La fragmentación del parlamento que reflejan
todas las encuestas como resultado de la convocatoria electoral amenaza con la
ingobernabilidad y la inestabilidad política. Aquellos ciudadanos, ilusionados en
la extraña creencia de que tal fragmentación política impedirán abusos y
corrupciones al forzar acuerdos entre las distintas fuerzas políticas, no caen en la cuenta de que esos pactos por
los que apuestan, de hacerse, se tendrán que hacer con fuerzas políticas extremas
lo cual llevará a su vez a una radicalización mayor de la política que a su vez
provocará una mayor radicalización en la sociedad que se desarrollará en una
espiral de descalificaciones recíprocas, desencuentros y acusaciones que
reproducirá errores del pasado por todos conocidos.
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