Portada de la única edicion en castellano de la obra de Pérez de Olaguer |
Recientemente,
la editorial "Esfera de los Libros" ha publicado un libro, escrito
por don Álvaro del Castaño Villanueva, titulado "Muerte en Manila" en
el cual se narra de forma novelada la masacre sufrida por la colonia española
en Manila en febrero de 1945; un acontecimiento histórico prácticamente
ignorado en nuestro país y que a punto estuvo de que España declarase la guerra
al Japón entrando así en la II Guerra Mundial.
El imperialismo japonés no estuvo
exento de una inspiración racista que tuvo su origen en la negativa de las
potencias occidentales a aceptar a
llamada "Cláusula de Igualdad Racial" en la Conferencia de Paz de
Paris de 1919. Dicha cláusula establecía que "Siendo la igualdad de las naciones un principio básico de la
Sociedad de Naciones, las Altas Partes Contratantes acuerdan conceder lo más
pronto posible a todos los extranjeros nacionales de otros estados, miembros de
la Sociedad, un trato justo e igual en todos los aspectos, no haciendo
distinciones, ni legales ni de hecho, en razón de su raza o nacionalidad".
La "Cláusula de Igualdad
Racial" fue inicialmente aprobada por el voto de once países contra el de
cinco, pero Woodrow Wilson dictaminó que debía quedar anulada porque no se
había aprobado por unanimidad. De este modo, el rechazo de dicha cláusula fue
considerado por los japoneses como un agravio por motivos raciales por parte de
quienes habían sido sus aliados durante la I Guerra Mundial por lo que a partir
de entonces se fue gestando en los políticos japoneses un creciente rechazo y
odio al mundo occidental que, en aquel entonces, colonizaba buena parte de Asia
que el propio Japón terminaría reclamando para los asiáticos en una clara
transposición de la Doctrina Monroe a Asia.
Contraportada de la edición en inglés |
Con estos antecedentes políticos de
"Asia para los Asiáticos", desde el comienzo de la ocupación japonesa
de Filipinas, en enero de 1942, la
importante colonia española en el archipiélago fue progresivamente objeto de
diversos actos de persecución hasta
llegar a la masacre de Manila de febrero de 1945. Así, por ejemplo, desde el
principio de la ocupación, los japoneses intentaron por todos los medios
destruir todo aquello que pudiera recordar los tres siglos de presencia
española en Filipinas: iniciaron una persecución del culto católico por
considerarlo inapropiado y ajeno al mundo asiático y tuvieron bajo sospecha a
todos aquellos filipinos que hablaban español, a pesar de ser muy reducido su
número, por considerarlos "traidores raciales". En cuanto a la
colonia española propiamente dicha, su persecución se inició con el saqueo e
incautación de sus propiedades, maltratos físicos y vejaciones de todo tipo, lo
que hizo que muchos ciudadanos españoles afincados en las Islas Filipinas decidieran
abandonarlas y retornar a España antes de que las cosas se pusieran peor. Toda
aquella persecución a los occidentales en general y a los españoles en
particular culminó en la masacre de Manila donde los japoneses se entregaron a
un salvajismo exterminador, del que no se libraron ni siquiera los ciudadanos
de su aliada Alemania, matando a un
total de cien mil personas, trescientas de las cuales eran españolas que permanecían
en Manila y se habían refugiado en el Consulado español en la capital filipina.
Todo
lo que aconteció a la colonia española en Filipinas bajo la ocupación japonesa
quedó amplia y pormenorizadamente documentado en un libro escrito en 1947 por
el prolífico escritor carlista don Antonio Pérez de Olaguer titulado "El
Terror Amarillo en Filipinas", libro que, seguramente debido a la
filiación política de su autor, no se ha vuelto a editar en España a pesar de
ser el primero y el único que, hasta ahora, ha tratado el tema de una forma
documental, lo cual contrasta con la traducción y la publicación del mismo en
Estados Unidos el año 2005 bajo el título de "Terror in Manila".
De resultas de la masacre de Manila
de febrero de 1945 el Estado Español consideró seriamente declarar la guerra al
Imperio Japonés, cosa que no se produjo ante la firme oposición de Estados
Unidos cuyo embajador en Madrid, Armour, dejó muy clara al entonces Ministro de
Asuntos de Exteriores español, José Félix de Lequerica, porque dicha declaración de guerra de España a
Japón implicaría que, a su vez, Alemania declarase la guerra a España generando
graves problemas logísticos a los aliados que se verían en la obligación de
abastecer de todo a un estado de veinte millones de hambrientos a cambio de que
alinease en el Pacífico una fuerza militar simbólica a la que además habría que
abastecer, instruir y transportar (1).
(1)
Téngase en cuenta que España no disponía de ningún portaaviones ni de ningún
acorazado. Lo único que podría haber mandado al Pacífico era el Crucero Canarias acompañado de
algún antiguo destructor que le sirviera de escolta así como algún escuadrón de
aviones de caza, todo ello notablemente insuficiente para haber significado una
aportación bélica sustancial.
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