El problema es sencillo de
identificar y de resumir: El planeta se muere; y, aunque siendo polémicas y no
estando definitivamente aclaradas las causas concretas de la enfermedad
terminal del planeta, es a todo punto innegable que la acción humana tiene
mucho que ver con ello. Resulta muy
fácil echar la culpa a la emisión de los gases invernadero y al consumo de
combustibles fósiles pero detrás de esas perniciosas emisiones y de esos insostenibles consumos se encuentra
toda una filosofía de vida que mucho me temo nadie pretende modificar y los
dirigentes mundiales no desean indicar por el desgaste político que ello
conllevaría.
Es precisamente esa filosofía vital
la que está matando al planeta, una filosofía que se basa en el concepto
económico del "Beneficio" y en el concepto sociológico de la
"Comodidad", conceptos que se pretenden contraponer desde que el
ecologismo se convirtió en el discurso político de determinados grupos o
colectivos, pero que no son contrapuestos sino complementarios pues sin el segundo
el primero no existiría o se vería notablemente reducido.
Resulta muy fácil, y bastante
populista, culpar de la degradación medioambiental a la ambición desmedida de
unos pocos cientos de miles de industriales que sobreexplotan los recursos
naturales para obtener pingües beneficios o a unos determinados países que,
para mantener precios competitivos en los mercados internacionales, utilizan
sistemas de producción más contaminantes al prescindir en sus legislaciones
nacionales de férreas reglamentaciones medioambientales; pero lo cierto es que la intención última de
unos y otros (y lo que les genera los beneficios) es satisfacer la creciente demanda
de una población que desea vivir cada vez más cómodamente. Es decir, el
beneficio no existiría o se vería notablemente reducido si no hubiera tanta
demanda de bienes tendentes a hacernos la vida más cómoda por lo que se puede
afirmar, en última instancia, que el planeta muere de comodidad, pues, hoy en
día, es el deseo de una vida cómoda y no la satisfacción de las necesidades
humanas imprescindibles, la que está detrás de la inmensa mayoría de las
actividades contaminantes.
Si definimos la contaminación,
posiblemente de una forma bastante acertada, como "cualquier alteración en la naturaleza, en el medio ambiente o en
un ecosistema que se produce por medios exógenos al mismo y ajenos a su propio
y natural desarrollo", no podemos negar que cuando, en torno al año 1600, un colono
británico llegó a las costas de Carolina, en América del Norte, y cortó cuatro
árboles de aquellos frondosos bosques para construir una cabaña en la que
guarnecerse del frío, estaba contaminando, por ello debemos aceptar y asumir
que toda actividad humana es, inevitablemente, una actividad contaminante.
Ahora bien, se ha de distinguir entre la contaminación puntual e imprescindible
para satisfacción de unas necesidades, que era lo que movía al colono británico
a cortar los árboles en América del Norte en el año 1600, de aquella
contaminación sistemática que es prescindible porque solo aspira a la
satisfacción de caprichos ilimitados como es una vida cada vez más cómoda y el
beneficio económico ilimitado.
No nos cansaremos de repetir que en un planeta limitado como es el nuestro no puede existir crecimiento ni ambición ilimitada, por lo que se impone un radical cambio en las ideas que fundamentan nuestro modo de vida donde el máximo beneficio deje de ser el objetivo de la economía y la completa comodidad deje de ser la mayor aspiración en la vida.
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