A finales de la semana pasada saltó a
los medios de comunicación la noticia de que diversas personalidades del mundo
cultural y social de nuestro país entre los que destacaban el ex juez don
Baltasar Garzón, el Rector de la Universidad Complutense de Madrid, don José
Carrillo, y doña Pilar del Río, viuda del Premio Nobel de literatura don José
Saramago, habían firmado una carta colectiva ante la próxima conferencia
política del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ofreciéndose a dicho
partido para regenerarlo y presentar una opción política capaz de derrotar al
Partido Popular en las próximas elecciones generales.
El hecho mismo de que el PSOE, que
ha sido el partido político que más tiempo ha gobernado España desde las elecciones
de 1977, necesite realizar una conferencia política o un congreso ordinario o
extraordinario con la exclusiva finalidad de ver qué puede ofrecer al pueblo
español para poder elaborar un programa creíble a fin de que sea
mayoritariamente votado en las próximas elecciones pone de manifiesto que es un
partido político en tal fase de degeneración que debería concluir no con su
regeneración, que como expondremos más adelante, es imposible, sino con su
desaparición.
Normalmente una pluralidad de
individuos que tienen vocación política y de servicio público y que profesan ideas
iguales o semejantes suelen agruparse y constituir un partido político para
difundir sus ideas y lograr el máximo apoyo posible del cuerpo electoral con el
que alcanzar el poder y realizar sus ideas y proyectos. Ahora bien, cualquier partido
político que concurre a numerosas elecciones y no consigue representación
parlamentaria alguna puede subsistir eternamente como un partido minoritario y extraparlamentario
perseverando dignamente en sus ideas, haciendo campañas de proselitismo dentro
de sus limitadas posibilidades y manteniendo la unidad de sus miembros. Aunque
la lógica nos indique que un partido de estas características debe desaparecer,
máxime si consideramos que sufre una constante sangría de cuadros y de
militantes que, por pragmatismo o por oportunismo, se recolocan en los partidos
parlamentarios mayoritarios, lo cierto es que su constante crisis se debe
exclusivamente a su extraparlamentarismo y este a su vez puede ser debido a
numerosísimas causas la mayoría de ellas exógenas: medios propagandísticos
exiguos, imposibilidad de hacerse oír ante los mensajes de los grandes partidos
mediáticos, falta de asesores que proyecten una imagen atrayente para los
electores, errores puntuales que se pueden cometer en las campañas electorales,
desconexión con los problemas reales del país, etc. Así pues, un partido
extraparlamentario que siempre está en crisis puede salir de ésta
convirtiéndose en parlamentario y, por tanto, es susceptible de ser regenerado
en cuanto disponga de unos líderes que lleven una adecuada gestión interna,
reorganicen las estructuras del partido, reconduzcan al mismo a conectar con la
realidad social y ofrezcan unas ideas y propuestas factibles de realización. A
fin de cuentas, a un partido extraparlamentario que lleva en esa situación
décadas se le podrá acusar de muchas cosas pero jamás de haber perdido la
confianza de sus electores a causa de haber metido la mano en el erario
público, haber arruinado al país o de haber elevado el interés particular de
sus miembros a condición de causa política nacional.
A sensu contrario, cuando un
partido, que goza de tal apoyo electoral que le permite acceder al gobierno del
país, pierde el poder a favor de otro partido parlamentario que le ha superado
en número de votos ello puede deberse, en primer lugar, al normal desgaste que
se produce en todo gobierno y cuyo fruto es la característica alternancia política
de las democracias occidentales o, en segundo lugar, a que su gestión al frente
del gobierno ha sido tan gravemente corrupta, nefasta y desastrosa que,
ocasionando la ruina moral y/o material de millones de ciudadanos, debe
congratularse de haber perdido unas elecciones en vez de haber sido arrojado
del poder por un tsunami de indignación ciudadana. A este respecto es imprescindible
precisar que para incurrir en una gestión pésima o corrupta no es
imprescindible formar gobierno o ser el partido mayoritario en el parlamento sino
que basta con, siendo un partido parlamentario minoritario, apoyar de cualquier
manera, ya sea por acción u omisión, a los respectivos partidos políticos que lo
forman en cualquier ámbito de las administraciones públicas sean estas locales,
autonómicas o estatales. Igualmente, cuando un partido político que ha estado
un tiempo prolongado en el gobierno pierde constante y sucesivamente apoyo
electoral ello se debe siempre y fundamentalmente a causas endógenas que no
tienen ni solución ni posibilidad de revertirse porque esa situación no es
atribuible a una sola persona o circunstancia sino que es la manifestación de
un fallo multiorgánico de todas las estructuras del partido. A una situación
así se llega porque el liderazgo incurre en el error de no haber sabido elegir
adecuadamente al equipo que desempeñó las tareas de gobierno, porque los
cuadros intermedios están más preocupados en “adular al jefe” para seguir
saliendo en la foto o en “moverle la silla” para sentarse ellos que en
auxiliarle, porque las ideas fundamentales del partido se confunden y se diluyen
inspirando unos programas que muestran la total ausencia de un saber querer y
porque, finalmente, la militancia de base, al igual que los espectadores del
circo romano, está más dispuesta a levantar el pulgar si las cosas van bien y a
ponerlo bocabajo si las cosas van mal que a hacer una crítica constructiva de
lo que ocurre en el seno del partido cuando aún todo parece marchar sobre
ruedas.
Esta última es, precisamente, la
situación en la que se encuentra actualmente el Partido Socialista Obrero
Español por lo que la carta colectiva a la que hacíamos referencia al principio
del presente escrito no es realista ya que la regeneración de este partido es
imposible. El Partido Socialista Obrero Español en los veintiuno años que ha
estado en el gobierno de España (catorce de Felipe González y siete de
Rodríguez Zapatero) ha cosechado más fracasos que éxitos y siempre ha dejado al
país en una posición ideal para que, seguidamente, la derecha económica
representada por el Partido Popular justificara el empobrecimiento de los
ciudadanos creando imaginarias burbujas mortales que solo beneficiaban a los
que más poder adquisitivo tenían o eliminando y recortando derechos y
prestaciones sociales imprescindibles para los menos favorecidos. No cabe duda
que la situación que hoy padece el PSOE también
se reproducirá en un futuro en el PP porque estos dos partidos han cometido, en
el tiempo que han ejercido el gobierno, los mismos errores: han desarrollado
siempre una política a corto plazo, favorable a sus respectivas internacionales
(socialdemócrata o democratacristiana), y a sus respectivos jerarcas (llamados
“barones”); pero jamás han llevado a cabo una política de estado abocando a
España a un claro y manifiesto retroceso político y social que si hoy tan solo se
puede adivinar es seguro que en los próximos veinticinco años se podrá
visualizar.
El PSOE podrá volver a ganar unas
elecciones, de eso no cabe duda, pero no será porque se haya regenerado
cambiando a mejor ni por méritos propios sino que de ganarlas, las ganará igual
que las ganó el Partido Popular en 1996 y 2011; por deméritos ajenos y cada vez
con menos apoyo social y electoral.
Pretender regenerar cualquier
partido político que ha estado en el poder o sus aledaños durante un prolongado
periodo de tiempo y que desde el mismo ha provocado o favorecido problemas
políticos y sociales a los ciudadanos es pretender cambiarlo todo para que todo
permanezca igual, es querer lavar la cara para tener una nueva oportunidad de retornar
al poder y volverlo a hacer mal o incluso peor. Un partido político que hace
eso no puede ser regenerado ni desde dentro ni desde fuera porque lo único que
puede hacer es depurar responsabilidades ante los ciudadanos que han sufrido su
mal gobierno y luego, si aun conserva un escrúpulo de decencia, disolverse.
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