El pasado 23 de Abril se celebraron
elecciones presidenciales en Francia y, tal y como indicaban todas las
encuestas, la líder del ultraderechista Frente Nacional ha pasado a la segunda
vuelta de las mismas junto con el liberal-centrista Emmanuel Macron que es el
candidato favorito de la Unión Europea. Este resultado deja poco lugar para
sorpresas sobre el futuro resultado de la mencionada segunda vuelta que tendrá
lugar el próximo 7 de Mayo porque todo el mundo da por ganador al ex banquero
de la banca Rothschild y actual líder del Movimiento "En Marcha"
aunque dicho resultado no deja de poner de manifiesto ciertas cuestiones de
extrema importancia tanto para Francia como para Europa.
Esta es la segunda ocasión en la que
el candidato del Frente Nacional logra disputar la Presidencia de la República
Francesa en una segunda vuelta de unas elecciones -la primera vez fue en el año
2002-, pero a diferencia de lo que paso en las elecciones presidenciales del
año 2002 en estas elecciones no ha existido sorpresa alguna pues, desde hace
meses, las encuestas pronosticaban que
Marine Le Pen disputaría la segunda vuelta y porque el Frente Nacional ha
cosechado, después de varias escisiones ocurridas en los últimos meses, más de
siete millones de votos frente a los poco más de cuatro millones que cosecho en
la primera vuelta de 2002.
En la segunda vuelta de estas elecciones, al igual que ocurriera en
el año 2002, el debate político y los problemas de Francia pasarán a un segundo
plano siendo el objetivo principal de la campaña electoral el "parar al
Frente Nacional" y para ello tanto el candidato socialista, Benoit Hanon,
como el conservador republicano François Fillon ya han pedido a sus electores
que apoyen a Macron en la segunda vuelta. No obstante este "todos contra
uno" puede terminar volviéndose contra sus promotores y beneficiarios
porque lo que no deja de ser nada más que un parche o solución de
circunstancias para un momento concreto no puede prolongarse indefinidamente en
el tiempo convirtiéndose en la única propuesta política para un país; es decir,
no se puede estar constantemente ejercitando una política a la contra y una
política de negación y menos aún en un país con tantos problemas como Francia.
Este "todos contra uno"
funciono en el 2002 y seguramente vuelva a funcionar en el 2017, pero
¿Funcionará siempre o por el contrario llevara con el tiempo a una
victimización del Frente Nacional que genere una empatía masiva entre los
electores franceses?. Por otra parte, en los últimos años hemos visto en los
políticos franceses de la derecha y también de la izquierda intentar parar el
innegable avance social del Frente Nacional asumiendo y poniendo en práctica no
pocos de sus propuestas en materia de emigración, extranjería y seguridad en lo
que debe calificarse de una nueva política de apaciguamiento y que supone el
doble riesgo de echar en brazos de la ultraderecha francesa a los electores
moderados e indecisos que, puestos a elegir, prefieran quedarse con el original
en vez de apoyar a un sucedáneo y el de terminar permitiendo que las ideas y
principios que sustentan al Frente Nacional gobiernen Francia sin que el propio
Frente Nacional tenga ni un solo ministro en el gobierno.
Otra
de las cuestiones que ha revelado estas elecciones presidenciales francesas es
el dudoso origen y la ambigua posición frente al peligro totalitario de los
emergentes partidos "alternativos".
El acceso de Marine Le Pen a la
segunda vuelta electoral provocó tanto en Francia como en España una rápida
movilización en su contra. En Francia el líder socialista y el conservador solicitaron rápidamente a sus
electores que apoyasen a Macron en la segunda vuelta y en España los
principales partidos se han manifestado en el mismo sentido menos PODEMOS (el
equivalente español a la "Francia Insumisa" de Mélenchon), cuyo
líder, Pablo Iglesias, procedente de la antigua coalición Izquierda Unida,
acaba de anunciar una moción de censura contra el Presidente del Gobierno
español, Mariano Rajoy, en lo que puede ser una cortina de humo con la que
ocultar su negativa a oponerse abiertamente a Le Pen además de una maniobra
para obligar tanto a "Ciudadanos" como al Partido Socialista Obrero
Español a posicionarse a favor o en contra del gobierno de un partido, el
Popular, salpicado por más casos de corrupción que agujeros tiene un queso de
Gruyere.
Por su parte el líder de
"Francia Insumisa", el ex miembro del Partido Socialista Francés,
Jean Luc Mélenchon, guardaba un atronador silencio. Mélenchon no deja de ser un
oportunista político que ha sabido salir del barco socialista a tiempo y que se
ha inventado una formación política que pretende ser "novedosa y
alternativa" aunque siempre debería pesar sobre él la duda del por qué
descubrió la necesidad de la novedad y de lo alternativo dos minutos antes de
que el Partido Socialista Francés se precipitara al abismo por la pésima política
desarrollada por Hollande. En realidad, las elecciones del 7 de Mayo ponen al
líder de "Francia Insumisa" entre la espada y la pared pues no le
queda más remedio que alinearse con la opción neoliberal capitalista pro Unión
Europea que representa Macron o, por el contrario, la de hacer causa común con
la ultraderecha. Mientras lo primero le dejaría como un falsario más de la
política francesa, lo segundo pondría en primera página la olvidada y oculta
historia del izquierdismo europeo en general y galo en particular: desde el
sabotaje al ejército francés en favor de los nazis en el periodo que va del 3
de Septiembre de 1939 a Julio de 1940 y la procedencia política de líderes del
fascismo francés como Jacques Doriot o
Marcel Déat pasando por la época "colaboracionista" de Julio de 1940
a Junio de 1941.
Las últimas elecciones
presidenciales francesas son reflejo de un descontento generalizado y de la
existencia de una fractura en la sociedad europea al mismo tiempo que han
descubierto las concomitancias existentes entre los extremos políticos, hoy
denominados populismos por pura corrección política. El egoísmo, la corrupción
y la falta de inteligencia de la casta política han llevado a los distintos
pueblos de Europa a la desesperación y a que depositen, cada vez más, su
confianza en líderes providenciales. La única forma inteligente de frenar al
Frente Nacional y a formaciones similares, no es perseverar en las viejas
políticas de uno u otro signo sino la de desarrollar una honesta política de
sentido común ausente en la política europea desde hace más de cuarenta años.
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