"Dos
cosas son infinitas:
la
estupidez humana y el universo;
y
no estoy seguro de lo segundo"
Albert Einstein
La semana pasada saltaba la noticia de que
una escuela pública barcelonesa había expurgado su biblioteca infantil y había
llegado a la conclusión de que el treinta por ciento de sus fondos
bibliográficos eran inconvenientes para los niños. Entre los títulos
incorporados al cívico, porque evidentemente eclesiástico no era, "índice
de obras prohibidas" se encontraban los cuentos infantiles
"Caperucita Roja", "Cenicienta" y "La Bella y la
Bestia" calificados por el concienzudo guardador de la virtud ciudadana de
sexistas, ignorándose en este momento por quien esto escribe si objeto de
censura también fue el cuento de "Los Tres Cerditos" por no respetar
la paridad.
Esta
noticia, debería hacernos reflexionar profundamente sobre el tipo de sociedad
que hemos creado o que estamos creando y en la que se está asentando la idea,
fruto exclusivo de cierta irresponsabilidad, de la ilimitación de derechos y
pretensiones amparada en un más que discutible concepto de ejercicio de derechos
democráticos.
Para
los antiguos atenienses la democracia era "el sometimiento a las leyes que
la misma ciudadanía se había otorgado a sí misma", eso implica la
limitación de todo derecho y de toda pretensión por esas leyes. Más aún, si
consideramos que el mayor y más alto derecho que tiene la persona humana es el
derecho a la vida, porque sin este derecho todos los demás simplemente
resultarían vacuos, nos encontramos con que dicho derecho también es un derecho
limitado: limitado por las leyes biológicas
de la naturaleza que le ponen punto y final con la muerte y limitado también
por el derecho positivo que, en determinadas circunstancias como puede ser la
de la legítima defensa, sienta el principio de que el derecho a la vida cede
ante otro derecho a la vida.
Así
pues, ninguna pretensión ni ningún derecho resulta ilimitado y no todo puede
hacerse o proponerse amparándose en que es el resultado de la libre expresión
de la "Voluntad General". Por
mucho que se crea o se sostenga lo contrario, el ejercicio libre de los
derechos además de estar sometido a límites exige la responsabilidad de quien
los ejerce. No obstante en las jóvenes generaciones parece que se les ha hecho
entender y creer de que todo es posible, que son portadores de derechos
ilimitados y que, en aras de una
supuesta perfección democrática, todo se
puede someter a una libre expresión de la "Voluntad General" no
resultando nada más falso e incluso perverso.
Aunque
se pretenda lo contrario, no se puede tener todo en la vida porque la propia
actividad vital supone una constante renuncia hasta en lo más insignificante. Por
ejemplo quien esta dudando en ir de vacaciones a Benidorm o a Soria, tomará la
decisión que más adecuada le parezca pero la misma supondrá la renuncia a ir al
lugar que no ha sido seleccionado y así es todo durante nuestra existencia.
Toda elección implica una renuncia por lo que el derecho a elegir supone en sí
mismo una limitación y la vida humana resulta ser una constante y permanente
elección.
Asimismo,
no todo puede ser objeto de refrendo o expresión de la "Voluntad
General", concepto político surgido de la Revolución Francesa, simple y
llanamente porque hay cosas y principios que no se pueden someter a la
consideración de dicha "Voluntad General" ya que el resultado de la
misma podría no suponer un beneficio para la inmensa mayoría o ser un grave e
injusto perjuicio para una minoría. Acaso ¿La muerte o marginación de un ser
humano inocente pasaría a ser un hecho aceptable y justo si se aprueba por
amplia mayoría?.
Aquellos
que claman para que los derechos sean tan amplios que no tengan límites en
realidad no están hablando de derechos sino de privilegios porque el derecho ilimitado de un individuo o de una
colectividad solo puede suponer, en puridad lógica y filosófica, la negación de
los derechos de los demás individuos y colectividades y aquel que todo lo
ampara y justifica en la "Voluntad General" es que guarda la secreta intención
de constituirse en augur o intérprete soberano y exclusivo de tal voluntad.
Una
sociedad en la que se asiente la idea de que los derechos son ilimitados y que todo
puede justificarse en un ejercicio de la "Voluntad General" será una
sociedad ilimitada, carente de todo límite, que llegará irremediablemente a
extremos absurdos como estamos viendo surgir actualmente en nuestra sociedad y
en la que, de forma efectiva, terminará por no existir derechos ni libertades.
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