Doña María Teresa de Borbón Parma |
Es la
militancia política a la que acudimos los carlistas al principio de los años
sesenta del Siglo XX la que ha despertado nuestra conciencia feminista. El ser
militante no suponía solo luchar contra unas estructuras políticas represivas,
sino también luchar contra unas estructuras social-familiares igualmente
represivas en su ámbito de aceptación colectiva.
En
efecto, la militancia política hace posible acercarse a la realidad, luchar
contra las graves injusticias y disfunciones de esta realidad, aceptando el riesgo
que esto supone. Pero este espacio estaba vedado a las mujeres: la inteligencia
que permite “apoderarse” de una situación, el compromiso que esto supone de por
sí, y más aún, si este compromiso se vuelve activo y peligroso no pertenece al
ámbito femenino.
Había que proteger a la mujer del
peligro y, finalmente, de la realidad. La realidad estaba vetada a las mujeres,
porque la realidad es siempre activa.
Me acuerdo de nuestros chicos
diciéndonos: “acudiremos; y las chicas se quedaran en casa velando por la familia”.
Y, ¡qué sorpresa!, sorpresa positiva, cuando nos organizamos para hacer turnos
en la acción política (cursillos, reuniones, manifestaciones…), se produjo la
alternancia, una vez el “chico” en casa, otra vez la “chica” en casa.
No se trata de enfrentarse al “otro”, sino
junto al “otro” enfrentarse a las injusticias políticas, sociales y, sobre todo,
enfrentarse a lo que las hace aparecer como una fatalidad. Y, precisamente, la
mejor arma contra esa fatalidad es la entrada en liza de quienes estaban hasta
ahora envueltas en la “fatalidad” de su condición de mujer.
Así, la pre-Transición al menos nos
ha devuelto, nos devolvió, una nueva dimensión para el compromiso personal, una
nueva “fraternidad” reconquistada con el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario