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martes, 3 de marzo de 2020

CARLISMO Y PODEMOS: CONFLUENCIAS Y DESENCUENTROS




 La irrupción de Podemos en el contexto político actual demuestra haber sido una de las posibles canalizaciones de la indignación social surgida a causa de la crisis económica de 2008,  y de la escandalosa corrupción política que hasta ese momento había existido en España. De manera que ha servido como un revulsivo que ha llevado a una cierta catarsis política.

            El carlismo es el movimiento político más antiguo de nuestro país, mientras que Podemos es uno de los movimientos políticos más recientes y novedosos. Y les une, pese a la distancia temporal, la crítica al liberalismo económico-político, que también hacían en el pasado, al mismo tiempo que los carlistas, las organizaciones  obreras.
El liberalismo económico  se presentaba, en el siglo XIX,  como solución a los problemas del déficit de la Hacienda Pública, a costa de la privatización de los recursos y bienes comunales, lo que llevó al Carlismo a su lucha contra un liberalismo que también se traducía como la imposición centralista de un Estado auspiciado por una única cultura, bajo el idioma castellano, al que se llamaría español, dejando todas las demás lenguas, culturas y tradiciones peninsulares completamente marginadas y desprotegidas. Aquel liberalismo que pretendía, como hoy, una España centralista y uniforme, que niega la personalidad, el alma de la diversidad existente de los antiguos reinos peninsulares, y que siempre el carlismo había tenido presente en su solución federalista desde la autogestión económica, territorial y política bajo el paraguas de la vieja institución referente que significaba la Monarquía Hispánica. La protesta social carlista vino también motivada por la precariedad material de las clases populares que estaban experimentando los efectos del liberalismo económico, ya que la privatización de los recursos y bienes comunales los dejaba sin hogar, sin trabajo y sin futuro, por ello clamaron contra el proceso de empobrecimiento del que estaban siendo objeto. 

            Un proceso de empobrecimiento muy similar, aunque salvando las distancias por el contexto y situación temporal, al de la crisis del año 200 que, bajo los efectos del déficit presupuestario y la creciente deuda pública, de nuevo las fuerzas liberales presentaron sus soluciones basadas en la privatizaciones de los recursos y bienes públicos. Años antes de la crisis,  se habían producido las grandes privatizaciones del comunal público, a las cuales desde el siglo XIX tanto el movimiento obrero como el Carlismo, se habían venido oponiéndo y criticando,  desde sus diferentes experiencias e ideas que los inspiraban. Las concentraciones de los indignados contra el desempleo, la precariedad laboral, las condiciones abusivas hipotecarias y de los alquileres, echaron a la gente a la calle, para defender un sistema público que defendiera la justicia social,  la vivienda, la atención social, la educación , la sanidad, el trabajo y un sistema de pensiones digno.

            Para el Carlismo, la defensa de la institución monárquica tradicional se hacía desde la base del respeto de aquella institución por la autogestión: territorial, política y económica, basada en un concepto de soberanía mucho más concreto y no tan abstracto como el defendido por el liberalismo. Ese viejo concepto carlista, que hoy día entronca con la defensa de la soberanía alimentaria o la soberanía energética, es mucho más concreto que la tan cacareada y patriotera soberanía española, la cual termina cayendo en la dependencia del poder financiero internacional; toda una contradicción en quienes se autoproclaman  patriotas. En los orígenes del Carlismo  la soberanía económica venía defendida por el acceso a la tierra y el respeto al medio ambiente. Los carlistas,  sin desarrollar un planteamiento ideológico,  tenían una gran preocupación por la ecología y el medio ambiente, ya que sabía que su modo de vida dependía de su sustento, y éste lo conseguía del acceso a los recursos y bienes comunales, los cuales debían preservarse evitando cualquier tipo de sobreexplotación.

            Podemos sin darse cuenta ha puesto en valor una gran parte del discurso y planteamiento del Carlismo histórico: desde la puesta en escena de los círculos, pasando por la defensa del comunal público frente a las privatizaciones, hasta la necesidad de vertebrar las Españas bajo un sistema federal, desde abajo a arriba. El pactismo del carlismo, se esgrime en Podemos, y de alguna manera ha recogido la tradición pactista de la vieja monarquía peninsular ibérica-hispánica.

 Los postulados teórico de Podemos han chocado en gran parte con algunas actuaciones llevadas a cabo por la élite dirigente del partido, que en algunos momentos ha recordado las acciones centralistas de corte jacobino robesperiano, o a los liberales centralistas, o a los métodos estalinistas, algo que realmente choca con el espíritu inicial de la formación morada, que se presentaba con una imagen más transversal, para luego señalar que su transversalidad se hacía desde posiciones izquierdistas.  La relativa ambigüedad de Podemos, dentro del arco político, es comparable al Carlismo histórico, que tampoco tuvo una clara ubicación política, ya que el tablero político decimonónico y los dirigentes tradicionalistas,  lo situaron al margen de las reivindicaciones populares que planteara.

            Para los carlistas la agresión al medio ambiente perpetrada por el liberalismo económico podía ser hasta combatido desde posiciones ludistas, con demostraciones de rechazo a la máquina y a las tecnologías que no sólo sustituían la mano del ser humano, sino que además bajo su proceso de fabricación y de uso contaminaban. Sin embargo, aquella crítica hacia el liberalismo que se presentaba como reaccionaria, ante la crisis ecológica medio ambiental que tenemos a nivel mundial, es hoy progresista. Si bien los tiempos han cambiado, y el liberalismo nos ha alejado de la praxis comunal de la aldea, para muchos, quienes nos conocen, reconocen que el carlismo vislumbró que los carlistas teníamos razón. Pero no basta con tener razón o que nos den la razón, porque buscamos la transformación social, después de la deformación a la que ha conducido el liberalismo a toda la humanidad. Esa deformación a  nivel mundial se traduce por ejemplo en la contaminación del medio ambiente, y en la explotación laboral, aprovechando las condiciones de desprotección social en las que se encuentran millones de seres humanos, con las consiguientes migraciones de refugiados ecológicos, o refugiados medio-ambientales. De alguna forma el carlismo previó y criticó el impacto negativo de la contaminación ambiental auspiciada por la industrialización liberal sobre los usos y formas de vida tradicionales más apegados al mundo rural.

            Por otro lado, desde Podemos, y muchos colectivos feministas, debería afinarse el feminismo desde la convicción de la lucha contra la violencia de género, contra la misoginia, la lucha contra el machismo, la lucha contra la desigualdad social, desde el ejercicio de la lucha de clases, y no bajo una óptica de deformación por la cual se nos presente al feminismo como una suerte de guerra de sexos, traducido en misandria, pues ningún sexo es superior o inferior al otro. Que la explotación capitalista no entiende de sexos, pero quiere vernos inmersos en esa guerra, para dejarlo libre a los efectos de la praxis de su corolario económico: dejar hacer, dejar pasar, y seguir con la explotación de personas, animales y recursos ecológicos.

            La entrada de Podemos en el Gobierno Central en coalición con el PSOE ha abierto una fórmula de colaboración política inédita hasta ahora en la democracia española contemporánea. El ejecutivo actual ha sido recibido por las fuerzas políticas de la derecha, y  por su “acorazada” mediática,  como ilegítimo y contrario a los intereses de España. La legitimidad del Gobierno actual está fuera de toda duda. La derecha tiende a confundir sus intereses particulares con el bien común, y su patrioterismo excluyente solo conduce al enfrentamiento y a la discordia. Pero partiendo de la indiscutible legitimidad y legalidad del Gobierno, la praxis de su gestación y la actitud de las fuerzas políticas que lo componen inducen a recibirlo con cautela. Del aparato del PSOE se puede esperar cualquier conducta: puede presentar una propuesta y su contraria sin solución de continuidad y sin ningún tipo de pudor. Podemos también ha dado muestras de incoherencia y apetito de poder. ¿Por qué la fórmula de la actual legislatura no fue posible en la anterior?, con un alto coste político y social que tuvimos que pagar todos los ciudadanos. La moral acomodaticia de la “casta” de Podemos ha taponado hasta las más generosas tragaderas: desde las lágrimas de cocodrilo del líder, a los aplausos vergonzantes al Jefe del Estado, en el escenario de la cámara de los representantes del pueblo.

            Pero más allá de la estética política y de las sobreactuaciones para la galería, el nuevo ejecutivo ha encarado con decisión –y con prudencia y cautela- los dos mayores desafíos del momento: la crisis de Catalunya y la política social. Esperamos y deseamos que el desafío independentista se conduzca por los caminos del diálogo y se alcance un mínimo pacto federal. Y que este Gobierno, teóricamente progresista, al menos aminore y suavice las profundas desigualdades sociales y económicas que están soportando amplios sectores de las clases populares: la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda, el trabajo, la dependencia y la igualdad de género no pueden esperar.


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