La grave crisis económica que padecemos ha hecho que el gobierno socialista tome unas medidas que, no siendo ni las únicas ni las mejores que podían adoptarse, hacen recaer exclusivamente sobre las espaldas de los trabajadores las consecuencias de la misma.
Como ya dijimos en su momento, una crisis económica no es más que una manifestación de darwinismo que significa un reajuste en la economía y en los mercados eliminando a las empresas que, por una falta de adaptación a las circunstancias, dejan de ser competitivas; por lo que no es justo hacer recaer en los trabajadores, marginados no solo de la participación en los beneficios durante los tiempos de bonanza económica sino también de toda participación en la estructuración y planificación del modelo productivo, la responsabilidad de salvar la situación.
La actual reforma laboral decretada por el gobierno y que es la segunda impuesta a los trabajadores por un gobierno socialista (la primera fue en el año 1988) solo es un paso más para el progresivo y, desde la perspectiva de la globalización capitalista, imprescindible desmantelamiento del estado social del bienestar. En este sentido es de indicar que todas las reformas laborales puestas en marcha hasta ahora han significado un retroceso en los derechos de los trabajadores que, a pesar de las protestas iniciales, se han ido consolidando al tiempo que han terminado por ser aceptadas por los mismos representantes de los trabajadores.
La reforma laboral aprobada por el Congreso de los Diputados el día 10 de Septiembre del 2010 unida a las medidas económicas urgentes adoptadas en Mayo pasado (que significaban la reducción del cinco por ciento en los sueldos de los funcionarios, la subida del IVA y la congelación de las pensiones) y a los comentarios sobre la “necesaria” reforma de las pensiones muestran una clara tendencia hacia el modelo social que en un futuro no muy lejano se pretende implantar para hacer competitiva a la economía europea en general y a la española en particular en un mundo globalizado y que terminará por eliminar prácticamente todos los derechos sociales que hasta hace poco se proclamaban como universales acercándonos al modelo socio-laboral asiático. La gran cuestión de la economía occidental, la gran pregunta económica que ronda en el aire y que ningún dirigente político se atreve a formular en alto, es ¿Cómo puede competir una economía que presenta costes sociales aunque sean mínimos (la occidental) con una economía que no tiene coste social alguno (la asiática en general y la china en particular)? La respuesta a dicha pregunta es sencilla: eliminando esos costes sociales.
Hoy por hoy ni los trabajadores españoles ni los europeos aceptarían sumisamente la eliminación inmediata y de un plumazo de derechos sociales significativos cuanto más la desaparición de todo derecho social. Así pues, el método adoptado por la clase dirigente occidental, dentro del cual se encuadrarían tanto la actual reforma laboral como las anteriores y las futuras, no solo consiste en ir reduciendo poco a poco los derechos de los trabajadores, -porque la experiencia de las últimas décadas les ha demostrado que toda medida restrictiva de derechos puede ser contestada en caliente pero, con el transcurso del tiempo, la contestación se diluye para terminar desapareciendo con un nuevo ciclo expansivo de la economía-; sino también en hacer que las generaciones venideras se vayan olvidando, mediante la aplicación de técnicas de ingeniería social, de los ciento cincuenta años de lucha del Movimiento Obrero cuyos logros serán totalmente liquidados con la culminación del proceso globalizador.
Evidentemente contra la Reforma Laboral, la cual constituye un apunte imperfecto pero premonitorio de lo que ha de venir, es imprescindible movilizarse y, siendo muy dudoso que consiga la retirada de la misma y no sea más que una muestra de autojustificación existencial de unos sindicatos institucionalizados y pequeño burgueses, APOYAR LA HUELGA GENERAL convocada para el día 29 de Septiembre del 2010, pero teniendo muy claro que las verdaderas reivindicaciones sociales comenzarán el día después de la misma con la reorganización de un movimiento obrero verdaderamente reivindicativo y que, alejado de la figura del pequeño Oliver Twist a la que nos tienen acostumbrados los actuales sindicatos, no suplique con la gorra en la mano “por favor, señor, me gustaría un poco más” ni claudique jamás ante el poder político o económico.
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