Por
tercer año consecutivo Su Excelencia el Jefe del Estado, Felipe de Borbón y
Grecia, ha comparecido televisivamente ante los españoles para hacerles
partícipes de sus mejores deseos y reflexiones en el tradicional mensaje que,
con motivo de las fiestas navideñas, se retransmite al país por todas (o casi todas)
las cadenas de televisión.
Este año, nuevamente, el discurso no
se ha salido de la fría y anodina pauta institucional y no ha presentado
ninguna sorpresa. Otra vez más, Su Excelencia el Jefe del Estado, parece poner
de manifiesto la existencia de dos Españas, una en la que él vive y otra en la
que viven todos los demás españoles.
Inspirado en una especie de "no
hay mal que por bien no venga", que parece subyacer a lo largo de buena
parte del mensaje, se señala que el sacrificio, esfuerzo y trabajo de la
mayoría de los españoles, así como el apoyo familiar, han permitido y permiten
mitigar los graves efectos de la crisis económica a la que se le da un
tratamiento similar al que correspondería a un pequeño contratiempo inevitable
del que nadie es responsable y el cual, reiterando la salmodia gubernamental, se
está superando airosamente. El tratamiento dado en el mensaje de Su Excelencia
a la crisis económica es como de algo malo que nos ha permitido demostrarnos lo
grandes que somos, ignorando el hecho objetivo de que el camino elegido por los
políticos para combatir la misma, al ser el de la pérdida de derechos sociales
y el del empobrecimiento de la población, marcará realmente el presente y el
futuro inmediato del país afectando a varias generaciones.
Asimismo, Su Excelencia menciona los
retos tecnológicos que afronta la sociedad moderna los cuales utiliza como
argumento para referirse a la formación y educación de las jóvenes
generaciones, lo cual vuelve a situarlo fuera del país real. Evidentemente los
jóvenes españoles tienen la necesidad y el deber de educarse y formarse pero
ello no es posible si, desde el ámbito político, no se les dota de los medios
adecuados para dicha formación y educación y en el país real, en ese mismo en
el que Su Excelencia el Jefe del Estado parece no vivir, el sistema educativo
se encuentra totalmente desarbolado y desvertebrado porque en menos de cuarenta
años ha habido siete leyes educativas, algunas de las cuales fueron verdaderos
abortos legislativos que murieron antes incluso de entrar en vigor, y porque
los políticos simplemente utilizan el sistema educativo como un medio de
adoctrinamiento encontrándose España a la cabeza de Europa en fracaso y bajo
rendimiento escolar.
Finalmente y como no podía ser de
otro modo, el mensaje de Su Excelencia el Jefe del Estado hace una constante y
reiterativa mención al respeto a la legalidad vigente y a la defensa de "lo que nos une",
es decir, al respeto a la Constitución de 1978 y a la defensa de la unidad
nacional, afirmando textualmente que "tampoco son admisibles ni actitudes
ni comportamientos que ignoren o desprecien los derechos que tienen y que
comparten todos los españoles para la organización de la vida en común.
Vulnerar las normas que garantizan nuestra democracia y libertad solo lleva,
primero, a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada y,
luego, al empobrecimiento moral y material de la sociedad". Da la
sensación de que este llamamiento es, en definitiva, lo fundamental o casi lo
único que se deseaba expresar en el mensaje a pesar de que la forma de decirlo
constituye un gravísimo error filosófico que deja entrever la ausencia de cualquier
idea que pueda suponer una solución porque constituye un error de diagnóstico
irreparable el ignorar el hecho lógico de que es el empobrecimiento moral y
material de la sociedad el que precede siempre a la aparición de todo tipo de
tensión y enfrentamiento y, por ende, el que genera el desprecio por cualquier
legalidad y no al revés tal y como se manifiesta.
En definitiva, el mensaje
pronunciado por Su Excelencia el Jefe del Estado en esta Navidad de 2016 no
deja de ser simplemente más de lo mismo: un conjunto de vaguedades en las que
se habla de unos supuestos valores sin concretar ninguno, al menos, a título
enunciativo y un mencionar "lo que nos une" sin que exista una
mención explícita a lo qué ello es, todo lo cual hace que el mensaje tan solo
sea una conjunción de palabras no molestas al oído que, lejos de estar a la
altura de formar parte de una selección de grandes discursos históricos, ni
ponen el dedo en la llaga de los problemas reales del país ni aportan solución
alguna a los mismos.
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