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martes, 20 de diciembre de 2016

CINE, POLÉMICAS Y MEMORIA HISTÓRICA

Hace unas semanas Fernando Trueba  encendía las redes sociales y provocaba una indignada polémica al manifestar textualmente que "Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos.". Tal manifestación sentó como un tiro a los patriotas de arenga de salón y "ojalateros" de toda clase y condición, de esos de "ojalá ataquen y ganemos", que acometieron contra el director de cine y propusieron el boicot a su última película, "La Reina de España", recientemente estrenada.

El señor Trueba puede decir y sentir lo que le venga en gana, pero lo cierto es que sus manifestaciones, si bien pueden ofender a aquellos heroicos españoles que tienen tan alejada de sí mismos la infausta manía de pensar como cerca la incapacidad de comprender que la patria es mucho más que una frase o una bandera ondeando al viento, no pueden nada más que incardinarse dentro de las comprensibles "boutades" de un español cabreado. Yo mismo, en varias ocasiones, he dicho que el mejor alcalde que ha tenido Madrid fue el General Murat y es que, doscientos años después de aquella Guerra de Independencia a la que alude Trueba, el ver el estado de permanente claudicación en la que se encuentra nuestro país en materia de política exterior y la ruina total de nuestra conciencia nacional fomentada desde la totalidad de las Instituciones del Estado lo único que provoca son ganas de ir a los fastos que la Comunidad de Madrid organiza cada 2 de Mayo en la Puerta del Sol y ponerse a cantar "La Marsellesa" y gritar desaforadamente "Vive L´Empereur".

            Es posible que Fernando Trueba sea eso que llaman "un progresista" por lo que no se le puede perdonar nada que no sea cantar "Banderita" a pleno pulmón aunque sea desafinando, a altas horas de la madrugada y con la corbata rodeándole el perímetro craneal, pero lo cierto es que, prácticamente al mismo tiempo que estallaba la polémica con el oscarizado director se estrenaba una película producida por Enrique Cerezo con la colaboración de 13 TV, cadena televisiva muy próxima a la Conferencia Episcopal Española, que de una forma más o menos solapada hace befa y mofa de una de las mayores gestas realizada por soldados españoles, su título: "1898, Los Últimos de Filipinas".

            "1898, Los Últimos de Filipinas” entronca con la reciente moda propia de guionistas carentes de originalidad de hacer nuevas versiones de viejas películas españolas que en su tiempo tuvieron cierto éxito pretendiéndolas dar un tratamiento más moderno y acorde con los tiempos actuales. Así, “Locura de Amor” (Juan de Orduña, 1948), dio lugar a “Juana la Loca” (Vicente Aranda, 2001) y “Los Últimos de Filipinas (Antonio Sánchez Román, 1945) ha dado lugar a “1898, Los Últimos de Filipinas” (Salvador Calvo, 2016) si bien en ambos casos las diferencias de guión entre la primera y la segunda versión son tan pocos relevantes como la existente entre “A Night to Remember” (Roy Ward, 1958) y “Titanic” (James Cameron, 1997) dónde hasta los diálogos parecen coincidir plenamente.

            La diferencia fundamental entre la versión dirigida por Sánchez Román en 1945 y la dirigida por Salvador Calvo en 2016 es el tratamiento que se le da a la historia pues en la versión producida por el presidente del Atlético de Madrid (equipo de fútbol madrileño que próximamente estrenará un estadio llamado Wanda, ignoramos si en homenaje a la protagonista femenina de "La Venus de las Pieles"), se pone el énfasis en la dura convivencia  y en los sufrimientos  padecidos por los sitiados en vez de en el heroísmo y patriotismo tal y como ocurría en la versión de 1945 la cual, a pesar de todo, no deja de resultar bastante más fiel a los hechos históricos acaecidos (1).

            No se puede exigir a una novela o película histórica que sea completamente fiel a los hechos que narra porque en tal caso ya no estaríamos ni ante una novela ni ante una película sino ante un estudio histórico o un documental. Lo que sí se puede y se debe exigir a una película histórica es que, al menos, no mienta ni enfangue a los protagonistas poniendo en duda sus méritos. Tal cosa es lo que hace “1898, Los Últimos de Filipinas” dando a entender que el Capitán Enrique las Morenas y Fossi era un incompetente de dudoso valor personal, el Teniente Saturnino Martín Cerezo un loco fanático inductor fracasado de un delito de falsificación de un documento público como es un acta de defunción y el párroco de Baler un consumidor de opio que introduce en el mundo de la droga a un joven recluta que encima termina realizando un acto heroico bajo la influencia del opio, como si dicha droga no fuera una adormidera que relaja los ánimos en vez de exaltarlos.

            Aunque el guión de “1898, Los Últimos de Filipinas” tiene un par de frases memorables como aquella pronunciada por Luís Tosar (Martín Cerezo): “Patriotas como tu alcalde abundan en España. Más vale que te hubiera pagado las dos mil pesetas que cuesta el no venir a Filipinas”, que refleja fielmente tanto la situación social de la España de fin del Siglo XIX (que no dista mucho de la situación actual) como la posibilidad existente en aquella época de quedar exento del servicio militar pagando una cuota de dos mil pesetas; toda la película no deja de suponer una vejación para los héroes de Baler, que por otra parte en gran proporción también es una vejación poco original ya que, tras su regreso a España, “Los últimos de Filipinas” no dejaron de ser menospreciados por la misma patria a la que tan heroicamente habían defendido.

            Durante gran parte del sitio, los héroes de Baler fueron acusados por el Ministro del Ejército, en aquel entonces García de Polavieja, de “estar locos de remate” y, a tenor de lo manifestado por el Coronel Aguilar, de esconder oscuras razones para no rendirse; concretamente de haber asesinado al Capitán las Morenas para apropiarse de tres mil duros que formaban parte de la caja de la unidad. En este sentido, es de indicar que a instancias del Ministerio del Ejército se abrió una investigación por el General Jaramillo concluyendo la misma que el capitán las Morenas había fallecido de enfermedad y que fue la falta de credibilidad dada por Martín Cerezo a las informaciones recibidas las que le indujeron a no rendirse(2) siéndole finalmente concedida la Laureada de San Fernando, máxima recompensa del Ejército Español en tiempos de Guerra y que, a pesar de lo expresado al final de la película “1898, Los Últimos de Filipinas”; también le fue concedida a título póstumo junto con su ascenso a comandante al capitán Las Morenas y Fossi (Esta condecoración se puede observar en la placa de la Plaza Comandante las Morenas de Madrid) y al corneta Santos González Roncal (3) siéndoles igualmente concedida a todos los demás defensores de Baler la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo y una pensión vitalicia de sesenta pesetas que asimismo recibieron las viudas de los soldados fallecidos. En realidad, esto constituye otra afrenta porque en los hechos de Baler concurren todas las circunstancias legales para la concesión colectiva de la Laureada de San Fernando e incluso para la concesión generalizada de la misma a cada uno de los defensores por la demostrada lealtad a sus mandos directos y el temple sobrehumano que quedó demostrado por el mantenimiento de la disciplina militar en una situación claramente excepcional y que bien puede calificarse de crítica, hasta el extremo de que la posición militar constituida por la iglesia de Baler y las fortificaciones adyacentes siguió siendo española hasta que dejó de serlo por decisión política que no por abandono, rendición de las fuerzas militares o toma de la plaza por el enemigo.

            Posteriormente, con motivo del estreno de la película de “Los Últimos de Filipinas, en 1945, el autolaureado General en superlativo que entonces era Jefe del Estado español ascendió a “tenientes honorarios” del ejército a los supervivientes de Baler que hubieran militado en el “bando nacional” durante la guerra civil. De los ocho supervivientes que vivían en aquel momento solo tres cumplían el requisito exigido al haber tenido los cinco restantes hijos o familiares combatiendo en el “bando republicano”. Otra afrenta de la patria a sus héroes.

            En definitiva, todos y cada uno de aquello soldados que integraron “Los Últimos de Filipinas”, constituyen el botón de muestra de cómo este país ha tratado a lo largo de los siglos y trata aún a sus excepcionales gentes. Es esta forma de ser de España para con sus grandes hombres lo que justifica tanto la boutade de Fernando Trueba como esa otra frase magnífica del guión de “1898, Los Últimos de Filipinas” pronunciada al final por Javier Gutiérrez “¡A la mierda España!” (aunque también debería ir acompañada por un ¡A  la mierda la película! Pues su guión constituye la, hasta ahora, última vejación que sufren los “Últimos de Filipinas”). En el fondo, pero no muy en el fondo, “1898, Los Últimos de Filipinas” y el boicot solicitado para la película “La Reina de España”, nos pone ante la España eterna, la España de los necesarios patriotas que mandaban a Cuba y Filipinas a los hijos de los demás mientras que pagaban la pertinente cuota para dejar a los suyos en casa, la España desagradecida para con sus grandes hombres y la de los españoles cabreados que se ven obligados a expresar su amor a España con boutades y exabruptos porque a la patria que vilipendia a sus héroes en vez de considerarlos ejemplos estimulantes, ignora a sus científicos y sabios en vez de fomentar la continuación de los caminos por ellos abiertos  y hasta olvida últimamente a sus santos a los cuales solo recurre para justificar el quietismo, solo se la puede amar con el amor despechado de un sentimiento no correspondido.










(1) La versión de 1945 también recoge el hecho de las deserciones que no fue una sino seis, incluyendo la de los dos cabos filipinos, no obstante la versión actual recoge las dos ejecuciones habidas durante el asedio cosa que no figuraba en la primera versión, pero no recoge el intento de rescate y de romper el cerco realizado por el ejército norteamericano.

(2) Existen tres fuentes directas sobre los sucesos de Baler, a saber: “El Sitio de Baler”, libro del padre Minaya, uno de los tres sacerdotes encerrados en la Iglesia durante el asedio; “El Sitio de Baler”, testimonio directo del teniente Saturnino Martín Cerezo publicado en 1903 y “El Diario de Operaciones” que llevó desde la llegada a Baler el teniente Saturnino Martín Cerezo y que constituye un documento oficial al constituir una obligación legal de todo jefe de unidad en campaña. En “el Diario de Operaciones”, Martín Cerezo llega a manifestar que una de las razones por la que no se creía las informaciones que recibía de los sitiados fue que “no era costumbre de España firmar tratados de paz mientras mantenía fuerzas empeñadas en combate”. Otra afrenta más a los héroes de Baler pues los políticos españoles les ignoraron por completo a la hora de firmar el Tratado de Paris.
                                                                  
(3) Santos González Roncal después de regresar a España rehusó continuar en el ejército y regresó a su pueblo, Mallén (Zaragoza), donde se casó, tuvo seis hijos y vivió tranquilamente hasta que iniciada la guerra civil fue fusilado en Agosto de 1936 por un sargento de la Guardia Civil, lo que ya es una muestra más de la bajeza con que España trató a estos héroes.

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