Sr. Granados parece usted paja más que trigo |
La última redada policial, propia de
una operación antimafia organizada por los Carabineri en Napoles y Sicilia
durante los duros años setenta, no ha tenido por objeto a ningún
"Capo" de la "Cosa Nostra" sino a numerosos cargos y
ex-cargos (¿o debería decir capos y ex-capos?) públicos de los grandes partidos
mayoritarios. Ha sido una operación contra la corrupción que se suma a una lista
demasiado larga de escándalos que afectan ya a la totalidad de la casta
política existente en nuestro país y que, lejos de suponer regeneración democrática
alguna, nos hacen pensar en los casos que quedan por destapar o que no llegaran
a destaparse nunca.
Los distintos responsables de los partidos
que en su día pusieron a estos señores en los cargos públicos que utilizaron en
su beneficio piden disculpas, pero no es tiempo de pedir disculpas. Uno pide
disculpas cuando mete la pata o pega un pisotón sin querer a otro en el metro,
pero cuando se mete la mano, cuando existe intención de beneficiarse en
detrimento de otros, de la generalidad, uno no pide disculpas, sino que asume
las consecuencias y actúa con alguna vergüenza si es que todavía le queda algún
rastro de ella.
Y cuando hablo de vergüenza, no
puedo negar que se me pasa por la cabeza aquella escena de una película
británica cuyo título no recuerdo en la que un miembro de un club de caballeros
tras cometer una falta (creo incluso recordar que se trataba de un robo) es
sometido a una especie de juicio y tras acordarse su posible expulsión del club
se le deja solo en la sala en la que, pasados unos minutos, entra un elegante
mayordomo portando una bandeja de plata con una copa de coñac y un revólver y
le dice "señor, los caballeros de ahí fuera le envían esto y dicen que
están seguros que se comportará como uno de ellos". Suicidios por
vergüenza u honor ha habido muchos a lo largo de la historia, sobre todo en
aquellos periodos en los que la fama, la verdadera fama y no esa calderilla a
la que hoy llamamos popularidad, era más importante que la propia vida, pero no
creo que tal salida sea aplicable ni exigible a ninguno de los miembros de
nuestra casta política porque sin lugar a dudas si alguien les ofreciera en una
bandeja de plata una copa de coñac y un revólver, demostrarían tal desvergüenza
que se tomarían la copa de coñac y utilizarían el revólver para abrirse paso a
tiros y así huir con la bandeja de plata.
Señores políticos, no es hora de disculparse, es hora de... tomarse una copa de coñac |
Recordemos un poco las enseñanzas
teológicas del catolicismo aunque en este país tal cosa sea "out" y
este mal vista. Dice la doctrina católica que todo pecador (y en el tema que
tratamos hay mucho pecador, especialmente contra el Séptimo mandamiento:
"no robarás") puede ser perdonado a través del Sacramento de la
Confesión, pero tal perdón no es gratuito sino que exige dolor de corazón,
propósito de enmienda y reparación del daño. En los miembros de nuestra casta
política no existe ningún dolor de corazón, salvo que tengan la tensión
arterial por las nubes a consecuencia de la dieta hipergrasa ingerida en algún
banquete pantagruélico pagado a costa del erario público, por el simple hecho
de que, como buenos chorizos que son, solo les aparece el arrepentimiento y el
propósito de enmienda cuando les pillan, nunca antes. No obstante, lo más
curioso de todo es que jamás, ni siquiera cuando resultan condenados por
sentencia firme, surge en ellos la idea de la reparación del daño, esto es, la
idea de devolver lo que han robado. Y es que para ellos el robo es un trabajo,
su verdadero trabajo, y el tiempo una pura inversión porque saben que si logran
conservar el botín o parte del mismo, a pesar de que se les imponga una condena
de veinte años (y nunca suelen ser tan duras las penas para los casos de
corrupción), saben que saldrán como mucho a los diez o doce años y que además
del subsidio de paro por excarcelación podrán disfrutar de una situación
económica acomodada, sobre todo si guardan el botín en paraísos fiscales. Y
dígame el lector ¿Que son veinte años de prisión sabiendo que al salir de la
misma se va a tener la capacidad económica para vivir a "la grande du monde"
comparado con veinte años de trabajo honrado tras los cuales tal vez se haya
tenido la suerte de poder pagar la mitad de la hipoteca?.
Por eso, ante los casos de
corrupción ya no vale pedir perdón por parte de los jerifaltes de hoy pero es
que tampoco vale que los ciudadanos se conformen con que los corruptos vayan a
la cárcel porque podemos afirmar que a cualquier corrupto de nuestra casta
política le compensa ir veinte años a la cárcel si sabe que al salir se va a
encontrar tan solo con cinco millones de euros de los muchos que haya podido
llevarse mientras que al ciudadano no le compensa que el corrupto pase cuarenta
años en la cárcel si no reintegra, de una forma u otra, en su totalidad o práctica
totalidad lo que se ha llevado.
Por eso, ya en Enero del 2013
pedíamos desde este modesto blog la introducción en nuestro Código Penal de la pena de "Indignidad Nacional" para los delitos de corrupción
cometidos por políticos y funcionarios públicos y que, en derecho comparado, tiene
sus precedentes en la pena de "Degradación Nacional" existente en la
III República Francesa. Esta petición
que reiteramos nuevamente como exigencia resulta imprescindible para que el
pueblo español no caiga en la indignidad de la inteligencia que supone permitir
a los corruptos vivir de por vida de sus corrupciones.
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