En estos
momentos en que nuestro país está atravesando la peor crisis sanitaria desde la
época de la mal llamada "gripe española", no faltan quienes desean
conmemorar o recordar acontecimientos del pasado, como si este pasado pudiera
aportar algo positivo a nuestro lúgubre presente o a nuestro oscuro futuro. El
pasado es, o debería ser, objeto de discusión histórica e incluso de recuerdo
nostálgico pero siempre y en todo caso sin perder la perspectiva y la
objetividad porque, de lo contrario, se mitifica ese pasado que termina por
convertirse en una especie de "edad dorada".
Estoy escribiendo un 14 de abril de
2020, día que no pocos están celebrando y, conmemorando desde numerosas redes
sociales, la proclamación de la Segunda República, siendo ya extremadamente
curioso que los llamados republicanos tanto conmemoren dicha República, al
mismo tiempo que parecen haberse olvidado de la Primera que no termino de forma
diferente a su idealizada Segunda, pero en fin... ellos sabrán.
La conmemoración y el recuerdo de la
Segunda República transciende al republicanismo, a los partidarios de la forma
republicana de estado, y se ha convertido en la "edad dorada" de la
política española trágicamente interrumpida un 18 de julio de 1936. No obstante
la Segunda República no es ni puede ser materia de fe, sino objeto de ciencia e
investigación.
El régimen republicano surgió el 14
de abril de 1931, cuatro meses después de la fracasada sublevación de Jaca del
12 de diciembre de 1930, de unas elecciones municipales en las que solo las
grandes capitales de provincia habían elegido concejales republicanos, mientras
que en el resto de municipios rurales habían sido elegidos una mayoría de
concejales monárquicos. Con independencia de que unas elecciones municipales no
son instrumento legítimo para cambiar la forma de estado de un país lo cierto
es que, en cierto modo, la República se les vino encima a los republicanos
españoles con el abandono de Alfonso, llamado el XIII. ¿Que podían hacer
entonces los dirigentes republicanos? ¿Proclamar una Regencia? o ¿Coronarse
alguno de ellos? Evidentemente, ante el abandono del Jefe del Estado, Alfonso
llamado el XIII, lo único que se podía hacer era proclamar la República y
formar un Gobierno Provisional.
La proclamación de la república fue
saludada por casi la totalidad de los partidos y ciudadanos, el entonces líder
de los carlistas, Don Jaime III, instó a sus partidarios a colaborar con el
nuevo régimen, después de la persecución sufrida también por el Carlismo
durante la Dictadura de Primo de Rivera. En realidad la Segunda República
significaba un nuevo comienzo lleno de esperanzas; esperanzas que poco a poco
fueron defraudadas.
No había pasado un mes de la
proclamación de la República cuando, el 10 de mayo de 1931, turbas
incontroladas provocaron numerosos incendios en iglesias y conventos. Cierto es
que no se puede acusar a las autoridades republicanas de haber favorecido
aquellos actos que entroncaban con el anticlericalismo decimonónico, pero
también es cierto que no actuaron para evitarlos y detener a los responsables.
Posteriormente,
durante los debates constitucionales, se discutieron muchas cuestiones
importantes, entre ellas la separación Iglesia-Estado que era justa y necesaria
pero, no había necesidad alguna, en un país mayoritariamente católico, de tomar
medidas claramente anticlericales como la expulsión de los jesuitas, en cuyas
manos se encontraba la educación y formación de no pocos estudiantes de todas
las clases. La redacción de una Constitución que podía ofender y ofendía, como
poco, a la mitad de la población no pudo ser sentida nada más que como una
provocación por parte de esa porción de la población. La Constitución de la II
República supuso un verdadero error y una fractura social por ignorar los
sentimientos de una gran parte del pueblo español y el proceso constituyente,
por puro dogmatismo doctrinario, no supo o no quiso sumar al mayor número
posible de ciudadanos a la construcción de la República.
Se podrán afirmar los grandes logros
en materia de educación que tuvo la Segunda República, pero lo cierto es que
esos presuntos logros también constituyen un mito o ficción. Cierto es que
sobre el papel se iniciaron numerosos proyectos educativos de gran calado, pero
la decisión de prohibir que las órdenes religiosas se dedicaran a la educación,
sin prever otras instituciones educativas que les suplieran de inmediato, dejó
a miles de alumnos sin posibilidad de estudiar, fue como cambiar las cañerías
sin cortar el agua.
Igualmente se podrá recordar los
grandes proyectos en materia de obras públicas y de modernización del país que
tenía la Segunda República, pero los mismos no pasaron de ser eso, proyectos,
porque al nuevo régimen le sobró radicalismo doctrinario y le falto la paz
social imprescindible para las grandes empresas.
Y he ahí el gran fracaso de la
República, el no haber sabido construir la paz social a base de la
incorporación al nuevo régimen de los más amplios sectores sociales, mediante
grandes acuerdos acordes con la realidad social del país, abandonando todo
radicalismo doctrinario que, alejado de cualquier pragmatismo, solo podía
engendrar otra radicalidad en sentido contrario que llevase al enfrentamiento,
como así sucedió.
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