El jueves, 2 de abril de 2020, se
celebró en la iglesia parroquial de Notre-Dame-des-Champs, de Paris, la misa
de corpore insepulto por doña María Teresa de Borbón Parma,
fallecida días pasados en un hospital parisino victima del coronavirus. Dadas
las estrictas y lógicas medidas de confinamiento decretadas por el gobierno
francés, la ceremonia se celebró sin la presencia de fieles. Solo pudo asistir,
por parte de la familia Borbón-Parma, la infanta María de las Nieves quien,
además, ostentaba la representación de Don Carlos Javier de Borbón Parma, jefe
de la dinastía carlista.
Adjuntamos los aspectos más
significativos de la homilía pronunciada:
“Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno
de nosotros muere para sí.” (Carta del Apóstol San Pablo a los romanos,
14,7)
Esta cita del Nuevo
Testamento resuena particularmente en este día. De hecho, si la infanta María
Teresa nos dejó tan de repente es porque ha vivido toda su vida, y en
particular durante estos últimos años, para los demás.
Junto a su padre y luego junto a su
hermano vivió para vosotros, los españoles. Y, aunque no creo que sea un
secreto para nadie, puedo dar fe de que vivió desde hace algunos años para su
hermana María Cecilia, junto con su hermana María de las Nieves. Había aceptado encerrarse con sus
hermanas, incluso antes del confinamiento impuesto por el gobierno.
Y lo respetaba con toda la energía
que le caracterizaba, haciéndolo sólo por caridad hacia su hermana debilitada.
En medio de esta crisis de salud sin precedentes, nos muestra un brillante ejemplo de
caridad. Sí, “quedarse en casa” es la consigna. Ella que amaba tanto salir y viajar, lo hizo por amor
a su hermana. Este regalo supremo de sí misma para con su hermana es la clave
de su vida. Ella proclamó la fe a través de la acción y la vivió hasta el
final.
Si la infanta se involucró en la
política en España, fue para servir a los demás. Es cierto que era una intelectual, tal y como
atestiguan sus dos doctorados y sus responsabilidades sociales pero creo que
fue principalmente su corazón el que dictaba su acción. Para ella, ser princesa
no era un privilegio, sino un deber, un deber de caridad.
Era, por supuesto, su sentido de
familia combinado con una inmensa admiración compartida con sus hermanas y su
hermano, Don Carlos Hugo, por su padre, Don Javier, la causa de involucrarse en
política. Pero no era solo por el sentido de familia, también se había adherido
completamente al deseo de su padre de aliviar a los que sufrían.
El cielo no es un sueño dulce (¡cosa
que no interesaba a María Teresa en absoluto!) sino un mundo de relaciones, un
mundo donde nos amemos, donde todos tengamos relaciones de paz y de unidad. Estos eran los objetivos a los que aspiraba la infanta. Lo hemos escuchado al comienzo de la celebración.
Ella quería eso para su familia. Ella quería eso
para España. Ella lo quería para todos.
Por lo tanto, recemos para que María
Teresa encuentre en la eternidad a su padre y a su hermano a quienes amaba y
admiraba tanto. De hecho, como proclama el evangelio, un pueblo entero está llamado a vivir de
nuevo. La infanta María Teresa era una luchadora. Siguiendo su ejemplo, ¡luchemos contra el virus como
ella! Pero también luchemos contra nuestra debilidad, nuestro egoísmo, nuestros
acomodos, nuestra falta de fe en el poder divino, nuestra falta de compromisos
para con los más frágiles y con aquellos que están más cerca de nosotros. ¡Y
convirtámonos!
En lugar de vivir para nosotros,
cosa que la Infanta nunca hizo, ¡vivamos para el Señor! Así entraremos en esta
gran liturgia celestial que nos muestra la lectura de la carta a los romanos: “Toda lengua
proclamará la alabanza de Dios”.
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