Como si de una ecuación matemática o
una fórmula química se tratase parece un hecho científico incuestionable que,
ante una situación crítica, siempre surge un político mediocre que trata de disimular
su mediocridad emulando al político conservador Winston Churchill no tanto en
sus acciones, muchas de ellas ejemplares y espectaculares, como en la
utilización de la retórica y del lenguaje en lo que el histórico Primer
Ministro británico brillaba con luz propia haciéndose merecedor del Premio
Nobel de Literatura en 1953, el mismo galardón que había obtenido con
anterioridad su antagonista el dramaturgo George Bernard Shaw.
Se puede afirmar que Churchill tuvo muchos
defectos en vida: mal estudiante solo logró
entrar en la Academia de Sandhurst
al tercer intento y como cadete de caballería, rama militar prácticamente
reservada a los estudiantes con peores resultados (Aunque, eso sí... nadie le
regaló el despacho de Teniente segundo), de carácter agrio y cínico poseía una gran facilidad para generarse
enemigos, etc... pero el peor defecto de Churchill es uno del que no se le
puede considerar culpable de modo alguno y es el de haberse convertido, tras su
fallecimiento, en inspirador de mucho tonto y de mucho inútil demostrándose
empíricamente aquello de que "de mis
imitadores son mis defectos".
No
son ni han sido pocos los políticos en nuestro país, especialmente del Partido
Popular, que han sentido una admiración enfermiza por Winston Churchill a la
que éste, tal vez, hubiera correspondido permitiendo a sus hispánicos
admiradores limpiarle los zapatos. Muchos son los políticos españoles a los que
les hubiera encantado pronunciar discursos como los pronunciados por Churchill en
la Cámara de los Comunes en junio de 1940 o en mayo de 1941 y dejar frases tan
antológicas como "nunca tantos debieron tanto
a tan pocos" o "Su Señoría tiene toda la razón, pero
olvida que yo lo único que prometí fue sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas".
Seguramente, fue éste el deseo del actual líder del Partido Popular, Pablo
Casado, el que le llevó a pronunciar su incalificable e incomprensible frase de
que la Guerra Civil "fue
el enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían
la ley sin democracia", la cual presenta grandes
diferencias con cualquiera de las frases que hubiera podido pronunciar Winston
Churchill hasta en el más modesto discurso escolar en el que se postulara como
delegado de clase.
Por otro lado, la frase pronunciada
por Pablo Casado se vuelve más absurda
al carecer gramaticalmente de sujeto no pudiéndose identificar, ni siquiera de
manera indiciaria, quienes eran aquellos que pretendidamente querían la
democracia sin ley y aquellos otros que querían la ley sin democracia.
En definitiva, la frase del señor
Casado no es ni siquiera una boutade pues para tal condición le falta el
suficiente atrevimiento y arrojo para expresar claramente una paradoja. Tampoco
puede considerarse un recurso poético pues le falta cualquier mínima
aproximación a la estética, a la belleza, es decir, no es ni siquiera una frase
bonita aunque vacía de contenido. La frase del señor Casado no es más que una
estupidez expresada por alguien poco inteligente que tiene un muy alto concepto
de sí mismo y al que le hubiera gustado que alguna de las frases pronunciada en
alguno de sus discursos tuviera tal trascendencia que pasase a la posterioridad
pudiéndose citar al lado de cualquiera de las grandes frases de Napoleón, Wellington,
Lincoln y, por supuesto, Churchill.
Ahora bien, Pablo Casado ha conseguido con esta frase una gran cosa. Ha conseguido definirse en una sola frase. Si toda la vida de Winston Churchill, con sus luces y sus sombras, queda definida por la frase de "el hombre que paró a Adolf Hitler", Pablo Casado quedará definido para la posterioridad como "el hombre que soñó con ser Winston Churchill".
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