Hace
algunos años y con motivo de la crisis económica del año 2008 empezaron a
correr entre determinados círculos políticos contestatarios y por las redes
sociales rumores sobre una posible teoría conspirativa que explicaría tanto la debacle
económica como determinadas maniobras políticas tendentes a constituir un
estado totalitario mundial. El fenómeno no solo no era nuevo sino que además es
tan antiguo que ya viene a ser un clásico de la cultura política popular porque
en tiempos de crisis y decadencia siempre surgen los mismos fenómenos: el
resurgir de "los magos y brujos", el interés por el esoterismo y el
ocultismo y, por supuesto, las teorías conspirativas que lo explican todo o, al
menos, aquello que no se alcanza a comprender.
Lo novedoso de esta teoría
conspirativa, que pretendía explicar todos los entresijos de las oscuras tramas políticas y financieras de
principios del Siglo XXI, era que no se centraba, como hasta entonces había
hecho toda conspiración que se preciara, en el poder oculto de los judíos y de
los masones. Esta vez la conspiración tenía como protagonistas a una sociedad
secreta fundada en Baviera, en 1776, por un tal Adam Weishaupt: la Orden de los
Iluminados de Baviera, conocidos comúnmente como los "Iluminati".
Nada parecía importarles a los elocuentes defensores de la conspiración
"Iluminati", que en nada cuestionaban y en todo defendían el hecho de
la Revolución Francesa de 1789, que la
Orden de los Iluminados de Baviera hubiera defendido las teorías de la
"ilustración" que inspiraron aquella Revolución y mucho menos parecía
importarles que la Orden de los Iluminados de Baviera, prácticamente hubiera
desaparecido a finales del mismo siglo que la vio nacer.
Dadas las relaciones y los intereses
económicos y financieros internacionales que se dan desde la implantación de la
economía capitalista en el Siglo XIX, es posible, y hasta probable, que un
reducido grupo de personas que son propietarios o controlan de alguna manera y
en una alta proporción la explotación de los recursos naturales, la producción
de bienes de consumo o el flujo de capitales puedan mantener algún tipo de
asociación para influir en las sociedades, en la opinión pública, en la
sociología y en las decisiones políticas de los distintos gobiernos para su
exclusivo y particular beneficio, todo lo cual cabría dentro de la "teoría
de la conspiración". Ahora bien, atribuir tal "conspiración" a un
grupo social concreto, como en su momento fueron los judíos, o a una secta o
sociedad secreta de dudosa existencia como en la actualidad son los
"Iluminati" parece más una distracción que pretende alejar el centro
de atención de los verdaderos focos de interés y crear cierto descrédito sobre
cualquier teoría que defienda que una minoría puede estar gobernando el mundo
en su propio provecho.
Los
defensores de la teoría de la conspiración "Iluminati" justifican las
más incomprensibles medidas que toman los diferentes gobiernos con la
existencia misma de la conspiración sin darse cuenta que, en la mayoría de los
casos, la explicación más simple es la más acertada. Los gobiernos de las
sociedades democráticas liberales están formados por personas a las que la
propia ciudadanía elige por sufragio universal en elecciones periódica y claro
está que al ciudadano votante le resulta muy difícil reconocer que se ha
equivocado votando a tal o a cual individuo y más difícil aún le resulta creer
que la persona elegida y en la que una mayoría ha depositado la confianza resulta
ser, a pesar de su aparentemente brillante trayectoria profesional y/o
académica, un completo analfabeto político cuando no un simple inútil o un histrión
enloquecido que hace cosas incomprensibles cuando no contraproducentes y
perjudiciales. En la mayoría de los ejemplos que los amigos de la teoría de la
conspiración ofrecen como prueba de la existencia de la misma solo se encuentra
la estupidez humana que en los particulares resultaría irrelevante o solo
perjudicial para quien la comete y que en las personas que ocupan cargos públicos
de responsabilidad afectan negativamente a millones de personas y a estados
enteros.
En definitiva, aunque es posible e
incluso probable que una minoría poderosa que controla gran parte de la
economía mundial pueda manejar los hilos oportunos para que los gobiernos
adopten en cada momento las políticas que a esa plutocracia más le beneficie y
que tal cosa pueda definirse como una conspiración, no es menos cierto que, en
la inmensa mayoría de los casos, detrás de todo desastre político, social o
económico no hay más que un imbécil que se cree un gran estadista y un pueblo
que lo ha votado y no precisamente una la orden secreta creada por el
Cagliostro o el Conde de Saint Germain de turno.
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