El relativismo mantiene que no existen verdades objetivas, ni absolutas, ni universalmente válidas por lo que todo depende de condiciones o contextos subjetivos de individuos y colectividades, haciendo que lo que es válido y verdadero para unos no lo sea para otros y aún más, pues añadiendo la variable cronológica, hace que lo que es válido y verdadero para un grupo humano en un momento determinado pueda no serlo para ese mismo grupo unas décadas después.
Este relativismo que se ha ido imponiendo poco a poco y progresivamente a las sociedades a través de la política y de la legislación so pretexto de amparar y promover la libertad de pensamiento y de expresión ha llegado en los últimos años a su aberrante perfección última que no es más que la perniciosa relativización del mal.
Si existe un concepto absoluto a lo largo de toda la historia de la humanidad, ese es el concepto del mal con el que no cabe transigir. Si el concepto del bien puede admitir discusión y polémica, no ocurre lo mismo con el concepto del mal; así, por ejemplo, el hecho de dar unas monedas a un mendigo que se nos acerca con un niño en los brazos puede generar la discusión de si se ha hecho bien o mal, si se ha favorecido o perjudicado a ese mendigo y a ese niño, pero si por el contrario, se rechaza a ese mendigo y se le golpea violenta y salvajemente, no cabe duda ni discusión: se le ha hecho un mal.
En la práctica, el relativismo hace que todo cambie a una velocidad de vértigo, que no exista principio alguno inmutable y por tanto lleva a las sociedades a la total neutralidad y pasividad al no existir referentes fijos que permitan diferenciar con rotundidad entre el bien y el mal, pues lo que hoy esta bien y es bueno mañana puede ser malo y estar mal o viceversa.
No hay problema en el mundo presente, por pequeño que sea, que no emane de la teoría y de la práctica relativista que justifica el empleo de cualquier medio para la obtención de cualquier finalidad pues la bondad o maldad de medios y fines siempre es relativa. La propia historia del pasado siglo nos demuestra que quienes fueron criminales en un momento determinado pasaron a ser héroes e incluso Jefes de Estado en otro momento posterior obviando los actos repulsivamente criminales que cometieron y que los que, con la legalidad del momento, persiguieron los actos criminales con los instrumentos que la ley les permitía pasaron a ser perseguidos como delincuentes.
Pocos son los que escapan al relativismo triunfante más que imperante, incluso la Iglesia Católica, manifestándose a través del Papa Benedicto XVI contra tal corriente no queda al margen de la contaminación relativista como prueba el hecho de que la posición respecto al aborto que mantiene la Iglesia Católica Española (que, recordemos, se encuentra sometida jerárquica y magistralmente al Papa de Roma) sea relativamente más o menos agresiva (pero jamás contundente) dependiendo de los gobiernos que estén en el poder.
Al relativismo solo se le puede combatir con ideas claras, coherentes, perseverantes y sobre todo con una total intransigencia con las desviaciones perversas que excluya el principio del “mal menor” y una férrea disciplina de grupo que arroje fuera de sus filas, sin contemplaciones ni remordimientos, a los que muestren veleidades relativistas. Sépanlo quien tenga que saberlo que transigir con la filosofía relativista y con sus realizaciones es caer en el relativismo mismo.
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