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lunes, 11 de enero de 2010

LA TELEVISIÓN QUE TENEMOS O EL ENGAÑA BOBOS

La polémica surgida a finales del año pasado con motivo de la concesión al popular presentador de Tele5 don Jorge Javier Vázquez del Premio Ondas 2009 ha servido para que, por medio de un escándalo que dejaba al descubierto numerosos comportamientos hipócritas, se desviara la atención sobre lo que verdaderamente debe importar y que es la cuestión de la clase de televisión que padecen los españoles.


Desde que las televisiones privadas comenzaron a emitir en España hace ya veinte años, el mundo televisivo se ha convertido ante todo, sobre todo y por encima de todo en un negocio que, explotado con criterios mercantiles, busca el mayor de los beneficios.


El negocio de la televisión consiste en conseguir ingresos mediante el pago de la publicidad por las empresas anunciantes y responde a la simple máxima de que el coste de la publicidad en cada cadena es directamente proporcional al número de espectadores que dicha cadena es capaz de tener y de mantener. Así pues hay que buscar una programación que ocupe las veinticuatro horas de emisión televisiva a un coste razonable o más bien bajo y rápidamente amortizable que consiga, al mismo tiempo, la fidelidad del telespectador manteniéndole atentamente pegado a sus televisores particulares.


Si comparamos la programación de las televisiones privadas hace veinte años con las que ahora presentan no solo comprobaremos, que prácticamente todas tienen programas del mismo tipo a las mismas horas, sino que ha descendido notablemente la producción de series propias y la emisión de películas cinematográficas muchas de las cuales se emiten a altas horas de la madrugada, todo ello en beneficio de programas del corazón, de “Talk Shows” y sobre todo del gran descubrimiento televisivo que constituyen los “realities” tipo “Gran Hermano”, “Supervivientes” o similares.


Los programas tipo “Gran Hermano” se han convertido en la panacea del negocio televisivo y ello porque no son muy costosos de producir al tiempo que, de un modo u otro, permiten llenar gran parte de la parrilla de la programación. Así, además del tiempo dedicado al programa en sí mismo (generalmente unas horas en un día por la noche) se dedica una hora diaria a hacer un resumen del mismo, además de alimentar a otros programas para que llenen su tiempo con comentarios sobre el mismo y entrevistas a sus protagonistas, los cuales pasan a ser asiduos del mundo televisivo desplazando a periodistas y presentadores profesionales.


Si un ciudadano tiene la paciencia (y también el estómago) para ver la televisión durante una semana seguida podrá comprobar como, directa o indirectamente, los “realities” acaparan la parrilla de la programación de las cadenas privadas y de este modo se consigue llenar el tiempo de emisión financiando simplemente cuatro o cinco programas, lo que hace que lo ofrecido a los telespectadores carezca de variedad creando una sociedad homogénea de pensamiento lineal.


Se podrá argumentar en descargo de las cadenas que este tipo de programas son los que el telespectador desea ver, pero no obstante lo cierto es que el telespectador no tiene opción a la hora de elegir porque si no desea ver el “realitie” o el programa del corazón de Tele5 solo puede optar por otros programas del mismo contenido que se emiten en otras cadenas a la misma hora. En realidad, los directivos de estos grandes medios de comunicación que son las cadenas televisivas desplazan a los televidentes la responsabilidad de la baja calidad de la programación ignorando que son ellos los que forjan la opinión, crean los intereses y fomentan los gustos de la población.


Los ciudadanos españoles no tienen la televisión que se merecen, ni siquiera la que desean, sino que por el contrario son las televisiones las que cincelan y esculpen a los televidentes a su “imagen y semejanza” a fin de que deseen y soliciten lo que las mismas les ofrecen permitiéndoles tener el mayor índice de audiencia con el mínimo coste económico posible. Y en eso precisamente consiste el engañabobos: en conseguir que se acepte sin crítica alguna e incluso con entusiasmo por parte del público un producto de tan baja calidad.


3 comentarios:

Juli Gan dijo...

Este sí que es un tema controvertido. A mí me gusta la tele, aunque quizá sería más acertado decir "me gustaba la tele". Cuando creces te das cuenta de que hay que elegir entre los programas que te gustan y los que no te dicen nada. Pero habría que preguntarse ¿Qué sector de la población ve mayoritaria y compulsivamente la tele? Los y las jubilad@s, y a estas personas el cotilleo y la (porque es necesario ponerle el artículo delante del nombre)Belén Esteban, adalid del barriobajerismo y lo choni, es lo que más les gusta. Con esta programación se consiguen dos cosas: primero que la gente que ve la tele no piense, y la que desiste de ella busque otros entretenimientos, y segundo e importantísimo: Si te asquea este tele, los jefazos de la misma están diseñando canales especiales por cable, eso sí, pagando, para que compres y te dejes de la cutrez que echan en la "gratuíta".

Anónimo dijo...

Como me jode hacer de vidente de los que aciertan cuando hace ya tiempo dije que lo da la TDT era un timazo para sacar pasta. Y que lo que salía de dentro de la TV seguiría siendo la misma mierda o peor.
De todos modos no es obligatorio ver la tele, hay otras cosas.
Salu2

Flenning dijo...

No solo mira la tele el chusmaje o las señoras solas, mientras hacen bolillo. Yo no creo que sea un problema de grupos sociales.

Creo que los grupos de poder han encontrado las leyes de la memetica y ahora manejan a voluntad los corpus de información. Nos hacen creer que métricas de ventas implican calidad. Gana mas quien es mas mediático y poco a poco van subiendo el listón: Llegan los mas caraduras, los mas bizarros, los que se atreven a mas.

Lo que pasa con la tele se repite con variantes en el arte, en el deporte y en la ciencia. Se manipulan resultados teóricos para vender más caro un medicamento, lo mismo hacen con los deportistas, con autores literarios, con cineastas,… Parece que somos víctimas de una formula, de una manera de ser. Ellos conocen las leyes que gobiernan nuestra causa-efecto. Somos como somos y ojala podamos cambiar.

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