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martes, 13 de julio de 2010

YA SOMOS CAMPEONES DEL MUNDO... Y AHORA ¿QUE?

La selección española del fútbol, conocida como “La Roja”, aunque también se la podría llamar “La Azul” por ser de este color su segunda equipación, o, mejor y con más acierto, “La Tricolor” por ser tres los colores que lleva en la camiseta distribuidos en distintas proporciones (Rojo, Amarillo y Azul); ha ganado su primera Copa del Mundo después de que, hace dos años, ganase su segunda Copa de Europa despertando la alegría desbordada de muchos españoles.


Que “La Roja” haya ganado la Copa del Mundo, es una cosa que debe alegrarnos a todos, pero no por ello debemos de darle mayor importancia de la que estrictamente tiene porque si bien es cierto que, entre tanto paro y tanto agobio económico que afecta a millones de familias en nuestro país, este éxito puramente deportivo habrá permitido en no pocos casos la reconciliación con la esperanza y con la ilusión; no es menos cierto que los problemas reales que afectan al pueblo español no dejan de estar ahí y a ellos hay que hacerles frente con seriedad para solucionarlos de forma definitiva, no durmiéndonos en unos laureles que en ningún caso significan el súmmum de la realización colectiva o de la cohesión nacional.


No hay que olvidar que el día antes de que la Selección Española se alzase con el título de “Campeones del Mundo” y que, mediando uso y abuso de bebidas alcohólicas, se ondearan cientos de miles de banderas constitucionales e irrumpieran millones de ¡Vivas a España!, hubo en Barcelona una magna y nutrida manifestación de una porción importantísima de españoles que no se sentían ni se sienten amparados ni identificados con “esto”. Y por “esto” me refiero a la actual constitución del Estado Español y a su marco político e institucional.


Pretender elevar a victoria apoteósica el triunfo futbolístico de la Selección Española, es ocultar el hecho palpable e irrefutable de que estamos al borde del fracaso colectivo como unión de convivencia a consecuencia de un marco legal e institucional desbordado por la realidad social de todo un país que clama por un cambio, que no tiene por qué ser ni traumático ni liquidador de la unidad política e histórica de las Españas.


Es necesaria la reflexión serena de todos los españoles acerca de lo qué queremos ser y de donde queremos ir. Es ya imprescindible una reforma total del Estado que favorezca su reconversión en un estado federal, donde cada estado federado, dentro de sus límites territoriales, tenga capacidad legislativa y tributaria propia siendo, su lengua, su bandera y sus instituciones, los símbolos de España en tal estado a la vez que se declare irreversiblemente unido al resto de los pueblos ibéricos en la unión política, histórica y de convivencia de las Españas, aceptando, igualmente, unos símbolos comunes mínimos y consensuados.


Esta necesidad imperiosa y este anhelo popular de un cambio político e institucional resulta frenado y paralizado por la existencia, desde hace décadas, y a lo largo y ancho de toda la geografía española, de una casta dirigente de insaciables bolsillos, de estrechas miras y de aún más cortas ideas, que hacen del enfrentamiento y de la discordia su medio de vida a costa de los pueblos de las Españas. Así pues, es innegable, que esta reforma imprescindible del actual Estado Español (con el que cada vez menos individuos y menos colectividades se sienten identificados), que deberá ser radical, novedosa e imaginativa, solo podrá realizarse mediante el entendimiento de los pueblos y de los individuos dando la espalda y marginando a toda la casta política que nos oprime y que sobradamente ha demostrado su incapacidad, su egoísmo y/o su mala fe.


Este y no otro, será el verdadero y definitivo triunfo colectivo de los todos los españoles y que es superior a todas las Copas del Mundo: EL DESEO Y LA CAPACIDAD PARA ENTENDERSE.


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