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martes, 30 de abril de 2019

ANALISIS DE URGENCIA DE LOS RESULTADOS ELECTORALES DEL 28-A



 Celebradas las elecciones y concluido el escrutinio, los resultados son evidentes: el Partido Socialista Obrero Español ha ganado las elecciones con casi siete millones y medio de votos y 123 escaños, mientras que el Partido Popular, con cuatro millones trescientos cincuenta mil votos, ha perdido la mitad de los sufragios obtenidos en las elecciones de 2016 y ha caído de los 137 escaños que obtuvo en esas elecciones a los 66 obtenidos el pasado domingo, por lo que lo verdaderamente relevante a analizar es el resurgimiento del Partido Socialista Obrero Español y el hundimiento del Partido Popular.

            La resurrección del PSOE, tres años después de la debacle electoral de 2016, se debe a una feliz conjunción de tres factores que concurren en dicho partido: 1º, la ideología e historia que lo cimentan, 2º, la habilidad electoralista con la que ha actuado durante los últimos nueve meses en que ha estado en el gobierno y 3º, la estrategia desarrollada durante la campaña electoral en la que no ha escatimado medios propios de su fama e historial.

            En los tiempos de crisis como los que acontecieron al PSOE tras las elecciones de Junio de 2016, su historia más que centenaria y su carácter de formación política ideologizada  que le permiten remontarse a los inicios de la lucha obrera del Siglo XIX y rodearse de ese halo proletario y justiciero que le da cierto carácter romántico, confieren al partido socialista una solidez que se constituye en reducto inexpugnable desde el que empezar a remontar las malas situaciones, como ha quedado demostrado el pasado domingo 28 de abril.

            Por su parte, las medidas tomadas en los primeros días de gobierno de Pedro Sánchez, tras ganar la moción de censura y expulsar del gobierno a Mariano Rajoy, consistentes en descongelar los sueldos a los funcionarios públicos y en incrementar las pensiones de los jubilados entre un 1´6  y un 3 por ciento no solo le ha granjeado, al menos, la simpatía de unos colectivos que suman tres millones de funcionarios y ocho millones de pensionistas sino que además ha permitido al PSOE hacerse olvidar y perdonar, además de conocidos casos de corrupción, que fue él, el partido que acordó la congelación de las pensiones de jubilación, impuso constitucionalmente el techo de gasto público y creo el copago farmacéutico, que, por cierto, sigue vigente.

            Finalmente, la estrategia electoral desarrollada durante los quince días de campaña ha sido perfecta: movilizar a la sociedad contra un imposible triunfo del fascismo, difundiendo bulos e informaciones estrambóticas, cuando no radicalmente falsas, que situaban a VOX en el 20 por ciento de los sufragios y con 60 diputados.

            Por su parte, los resultados electorales también arrojan el importante dato de que PODEMOS, que soñaba con dar el "sorpasso" al PSOE para darle "el abrazo de oso", se ha hundido en gran medida debido a las graves contradicciones internas de la formación morada y a la política de mera ambición personal de sus líderes. Tras las elecciones de junio de 2016, PODEMOS pudo optar por varios caminos, pero opto por el peor de todos. Tras una campaña en que se hablaba del bipartidismo, de la casta y de la regeneración, finalmente su líder, Pablo Iglesias, corrió a ponerse al servicio del PSOE, olvidando lo de la casta y lo de la "cal", convirtiendo a su formación en la muleta ortopédica del PSOE. En política se está para cambiar las cosas o para tocar poder y mantenerlo y, evidentemente, PODEMOS ha demostrado que está para lo segundo, no para lo primero, y ello ha hecho que, en estas elecciones, perdiera más de un millón de votos que han ido a parar al PSOE, porque la gente, como es lógico, cuando tiene que elegir entre un original y su copia siempre preferirá el original.

 PODEMOS, que en junio de 2016 llegó a ilusionar a cinco millones de españoles con una posibilidad real de cambio que emanaba de su discurso rupturista, se ha convertido en un partido político más del panorama español para el que lo único que importa es "tocar poder", estando actualmente dispuesto incluso a formar parte de un gobierno del PSOE presidido por Pedro Sánchez, olvidándose de aquel discurso contrario a dicho partido sostenido hace menos de tres años.

            Ahora analicemos la debacle del Partido Popular, debacle que, a diferencia de lo que le ocurrió al PSOE en 2016, es muy posible que no se pueda remontar y se convierta en definitiva.

            El Partido Popular, jamás ha sido un partido cohesionado ni por su historia ni por su ideología. Su origen no se remonta, como en el caso del PSOE, al Siglo XIX sino a finales del Siglo XX cuando se funda Alianza Popular como unión de siete formaciones políticas, cada una de su padre y de su madre, de distintas tendencias políticas pero, eso sí, todas ellas presididas por ex jerarcas y ministros franquistas. Con este vicio de origen, el Partido Popular no tiene un ideario claro ni ninguna historia y si analizamos su discurso siempre se ha limitado, de una forma u otra, a evitar el triunfo de la izquierda o a desalojarla del poder "por el bien de España" y, así, en las elecciones de 1982 se alimentó del voto residual de la extrema derecha que representaba Fuerza Nueva y, sobre todo, del voto del miedo al PSOE que anteriormente había alimentado a buena parte de UCD. El problema que siempre ha tenido el Partido Popular es que, al igual que no se puede mezclar el agua y el aceite, no se puede mantener al mismo tiempo el "centro político" y contentar a un sector importante de la extrema derecha ni viceversa por lo que los dirigentes populares siempre han procurado garantizar la unidad del partido manteniendo un frágil equilibrio en el que el engaño y el interés era fundamental.  La unidad del Partido Popular ha aguantado milagrosamente cuarenta años hasta que se ha llegado a un punto en que el engaño ya no era enmascarable y el interés no podía satisfacerse totalmente (1) por lo que, simple y llanamente, el partido se ha roto fragmentando grave e irreversiblemente el voto en las elecciones del pasado domingo.

            La suma de votos obtenidos por el Partido Popular, Ciudadanos y VOX, constituye una cantidad idéntica, o incluso superior, a la que proporciono la mayoría absoluta al Partido Popular en las elecciones de noviembre de 2011, no obstante, al repartirse ese número de votos entre tres candidaturas diferentes se han perdido cientos de miles de votos en los restos que han hecho que el llamado "bloque de las derechas" no sea capaz de sumar para constituir, siquiera, una minoría de bloqueo en el Congreso.

            Es fácil culpar de la debacle del Partido Popular a la gestión de Pablo Casado, pero lo cierto es que hubiera hecho lo que hubiera hecho, se hubiera inclinado hacia donde se hubiera inclinado, el Partido Popular, habría perdido en cualquier caso cientos de miles de votos. Cierto es que, obligado a elegir entre dos males, uno ha de elegir el que menos le perjudique y que tal vez lo que menos hubiera perjudicado al Partido Popular hubiese sido inclinarse más hacia el centro y menos hacia la extrema derecha (2), aunque tal afirmación no deja de ser una simple especulación sin un fundamento real.

            Ciertamente, el Partido Popular ha hecho una campaña muy escorada hacia la derecha política y aún así ha obtenido cuatro millones trescientos cincuenta mil votos, esto es tres millones seiscientos mil votos menos que en las elecciones de 2016 y de esos votos perdidos, los datos indican claramente que un millón han podido ir a "Ciudadanos" y dos millones seiscientos mil a VOX. Es decir, el Partido Popular ha perdido más votos a favor de la ultraderecha que a favor del supuesto "centro político" lo que puede traducirse en el hecho de que el partido que dirige Santiago Abascal todavía tiene cuatro millones trescientos cincuenta mil votos populares entre los que intentar pescar.

            El PSOE, tras las elecciones de 2016, entro en una muy grave crisis, pero era una crisis puntual de la que no se sabía cuando saldría pero de la que era seguro que saldría; en cambio el Partido Popular, tras las elecciones del pasado domingo 28 de abril, ha entrado en una crisis que posiblemente sea definitiva al ser incapaz de mantener unidas en su seno las distintas facciones que lo integran y al ver ocupado su espacio político y asaltado su electorado tanto por la extrema derecha como por el "centro político".  La clave de la resolución de esta crisis que se ha abierto en el Partido Popular no se encuentra tanto en lo que el propio Partido Popular haga o pueda hacer por sí mismo como en los errores en que puedan incurrir tanto VOX como "Ciudadanos" porque, como ya ha demostrado PODEMOS, una cosa es conseguir varios millones de votos y otra, muy diferente, mantenerlos e incrementarlos.








(1) Es de indicar que el Partido Popular ha gobernado en dos legislaturas con mayoría absoluta (Legislatura de 2000 a 2004 y Legislatura de 2011 a 2015) durante las cuales jamás ha derogado, pudiéndolo hacer fácilmente, leyes aprobadas por el gobierno socialista y que combatió apasionadamente mientras estaba en la oposición como por ejemplo la Ley de Memoria Histórica, la Ley de Educación o la Ley del Aborto, por lo que se puede decir que el Partido Popular ha gobernado conforme a las leyes socialistas lo que ha supuesto un engaño para ese importante sector ultra que tenía y aún tiene en su seno.

(2) Hay que tener en cuenta que ese "centro político" que dice representar "Ciudadanos" no ha dudado en pactar con VOX en Andalucía para alcanzar el poder, ejemplo claro de que los ideales o principios ceden ante el interés.


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