En
un tiempo donde todo, incluso lo más puramente sentimental, parece reducirse
científicamente a fórmulas químicas y ecuaciones matemáticas dejando poco o
nada fuera del examen racional y científico y poniendo en situación de asedio
aquella máxima cartesiana que afirmaba que "El corazón tiene razones que
la razón desconoce", llama poderosamente la atención que nadie haya
reparado en la existencia de unas Leyes científicas que regulen el ejercicio del
poder y la corrupción política.
En los regímenes políticos de corte
occidental, el acceso y la permanencia en el poder se encuentra sometida a unas
leyes científicas cuyo resultado inexorable es algún tipo de corrupción.
Todo grupo, partido o líder
político que desea acceder al poder debe
fomentar un interés concreto en uno o varios grupos sociales distintos
(empresarios, estudiantes universitarios, financieros, religiosos, etc...) a
fin de obtener el apoyo de esos grupos en su carrera hacia el estrellato
político. Una vez instalado en el poder, empieza lo más difícil que es
mantenerse en é; para ello el grupo, partido o líder político hará que los
intereses fomentados durante la carrera hacia el poder se materialicen en
medida de lo posible no dudando en traicionar al grupo menos importante y
utilizar a alguno de los grupos en los que se apoya en contra de otro; de esta
forma se consigue dos cosas: 1ª, Dividir a los grupos que apoyan el liderazgo
para que pierdan gran parte de su capacidad
reivindicativa en disputas internas a la hora de exigir lo que se las ha
prometido y 2º, Prolongar en el tiempo el apoyo de estos grupos gracias a la
expectativa de que si hoy no ven satisfechos sus intereses lo verán mañana.
El verdadero problema surge en que la
mayoría de los políticos no son conscientes hasta muy tarde de que, en su
carrera hacia el poder, han ido creando unos intereses particulares que nada
tienen que ver con el bien común que dicen defender y que será la satisfacción
de esos intereses creados, y no otra cosa, la que marcara la realización de
todo programa político. En este sentido
el poder político se puede describir como el punto del agua donde impacta una
piedra del que emanan una serie de ondas concéntricas que constituyen los
intereses creados, cuantos más ondas crea el impacto más intereses existen
siendo los que están más cerca del punto de impacto los que antes y mejor deben
ser satisfechos quedando definida la estabilidad y la permanencia en el poder
por la cantidad de intereses (ondas concéntricas) que se es capaz de satisfacer
plenamente.
De esta forma las posibilidades de acceso al poder de un
candidato son directamente proporcionales a los intereses que es capaz de
fomentar, mientras que la permanencia y estabilidad de su gobierno es directamente
proporcional a la cantidad de intereses previamente fomentados que es capaz de
satisfacer real y plenamente. Evidentemente los
grupos cuyos intereses serán plenamente satisfechos quedarán integrados
por las que estén más próximos al poder, es decir por las ondas más próximas al
punto de impacto que las crea, mientras que la perfección en la satisfacción de
intereses irá disminuyendo en proporción
a la lejanía del poder en que se encuentre el grupo.
Como materialmente resulta imposible
satisfacer totalmente todos los intereses creados, se intenta satisfacerlos al
menos parcialmente, siendo esto la causa real de la corrupción.
La satisfacción total del interés de
un grupo se hace por ley, la ley puede ser buena o mala, conveniente o
inconveniente, justa o injusta, pero siempre es y será legal. Así, por ejemplo,
si un gobierno desea favorecer a los banqueros basta con que haga una ley
fijando el interés máximo que pueden dar a los ahorradores por sus depósitos
(curiosamente, el interés máximo que pueden cobrar los bancos por las
cantidades prestadas a los ciudadanos no se establece por ley sino que queda
sometido a las fluctuaciones de los mercados en los que se basan los índices de
referencia) o si desea satisfacer los intereses de las aseguradoras basta
redactar una ley que establezca unos baremos máximos de indemnización. En
cambio la satisfacción parcial del interés de un grupo o el mantenimiento de la
expectativa de que un interés será satisfecho en el futuro no puede ser tan
transparente, por lo que para ello solo se puede acudir a medios no previstos
en la ley y qué esta no puede prever.
Así, un grupo que puede no ver
satisfecho plenamente sus intereses puede verlo parcialmente a cambio de algún
tipo de concesión que se le hace "por la puerta de atrás" con la que
obtiene algún beneficio aunque sea a cambio de algún tipo de comisión en la
esperanza de que más adelante la satisfacción tal vez pueda convertirse en
plena.
De
esta forma, la corrupción política es directamente proporcional a la cantidad
de intereses creados que no se pueden satisfacer plenamente.
En realidad la corrupción política
es una consecuencia, en gran medida lógica e inevitable, de los regímenes
políticos occidentales en los que se afirma que se pretende gobernar para el
pueblo pero realmente se gobierna para la satisfacción de los intereses
particulares de unos grupos que, cercanos al poder, lo apoyan y lo promocionan.
Solo un régimen político, en el que la participación ciudadana en el estado (no
en los grupos políticos que aspiran alcanzar el poder sino en el estado mismo)
sea constante y en el que el estado se constituya de abajo a arriba en virtud
del principio de subsidiariedad por el cual "aquello que pueda hacer una
unidad menor no debe ser realizado por una unidad mayor" quedando coronado
por una institución plenamente independiente de cualquier grupo o interés puede
garantizar la libertad de los individuos, los anhelos de los pueblos y una
justicia libre de injerencias ajenas.
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